Contemplaci¨®n de Paco G¨®mez
El oficio de sastre debi¨® de ense?arle al fot¨®grafo esa concentraci¨®n que solo se consigue en la conjunci¨®n de la mirada y la destreza de las manos
Las fotos de Paco G¨®mez en la Academia de San Fernando son un secreto bien guardado en el interior de otro secreto. La Academia de San Fernando es un museo pr¨¢cticamente secreto que tiene una fachada formidable y est¨¢ en el mismo centro de Madrid. Me alegr¨® verla con mucho p¨²blico, a pesar de las cautelas de la pandemia, en la gran exposici¨®n fotogr¨¢fica de Gald¨®s del a?o pasado, reflejo de un libro de Publio L¨®pez Mond¨¦jar, que tiene una visi¨®n erudita y generosa de la fotograf¨ªa, y que encarna en s¨ª mismo la historia completa de ese arte tantas veces maltratado en Espa?a. Pero lo habitual de las salas de la Academia es que haya poca gente y reine el silencio, lo cual favorece la contemplaci¨®n y la acompa?a de algo tan esencial para ella como la p¨¦rdida del sentido del tiempo. Silencio y tiempo detenido lo envuelven a uno cuando se detiene, por ejemplo, delante del Sue?o del caballero, de Antonio de Pereda, donde un ¨¢ngel afable le muestra a ese hombre dormido el cat¨¢logo de todos los vanos bienes terrenales que ir¨¢ perdiendo con el paso de los a?os y le ser¨¢n arrebatados del todo por la muerte: el oro, las perlas, los naipes, la m¨²sica, las rosas, las m¨¢scaras del carnal y del teatro, las armaduras, los mapamundis, las mitras, las coronas, las tiaras papales, las armas de fuego, los saberes de los libros. Las ¡°vanidades¡± de Antonio de Pereda son menos truculentas que las de Vald¨¦s Leal. En el retrato de la fugacidad de las cosas hay celebraci¨®n y melancol¨ªa, no denostaci¨®n acusadora.
En realidad yo no ven¨ªa a la Academia para ver a Pereda, ni a Zurbar¨¢n, ni a Goya, como otras veces, sino en busca de las fotos de Paco G¨®mez, pero el museo secreto mantiene en secreto sus propias iniciativas, y en la fachada del edificio no hay ning¨²n cartel que anuncie la exposici¨®n. Las medidas de seguridad vuelven m¨¢s cavernoso el gran vest¨ªbulo de duros bloques de granito. El mostrador de informaci¨®n de la entrada ha desaparecido. En los muros desnudos no hay ning¨²n cartel. Se abren ante m¨ª las puertas autom¨¢ticas y un bedel que parece alarmado por mi irrupci¨®n viene hacia m¨ª esgrimiendo una de esas pistolas siempre algo amenazantes de toma de temperatura. Me la aplica quir¨²rgicamente a la mu?eca. Por un momento ha parecido que iba a tomarme el pulso adem¨¢s de la temperatura corporal. Como tiendo a desalentarme ante la menor inconveniencia, imagino que me he equivocado, que la exposici¨®n de Paco G¨®mez termin¨® hace tiempo, que es en otro sitio. Aun as¨ª, le pregunto por ella al bedel, que hace un vago gesto vertical, implicando una gran distancia. ¡°Eso va a ser arriba del todo¡±.
Uno no puede escalar estos pelda?os punitivos de la Academia de San Fernando sin preguntarse c¨®mo sonar¨ªan sobre ellos los pasos lentos de don Francisco de Goya. A Goya lo imagina uno corpulento y fatigado, tal vez hosco, subiendo con determinaci¨®n, la cabeza borrascosa inclinada hacia delante, las manos a la espalda, confinado en la campana de vidrio de la sordera. En la sala que hace de taquilla y de tienda tampoco hay el menor indicio de la exposici¨®n de Paco G¨®mez, ni un cartel, ni un cat¨¢logo, pero s¨ª un gesto animoso que vuelve a se?alar hacia arriba. Veo al fondo siluetas de cuadros y no puedo resistirme. El ascenso a la tercera planta queda ahora postergado. C¨®mo voy a resistirme a Ribera, a Zurbar¨¢n, a Murillo, a Alonso Cano, a Pereda, a Goya, si adem¨¢s voy a tenerlos casi en exclusiva para m¨ª. Los blancos de cal de los h¨¢bitos cartujos de Zurbar¨¢n son los mejores blancos que ha dado la pintura. Las manos severas y sensitivas de los monjes sostienen plumas de escribir y grandes libros abiertos. La pintura es una disciplina de quietud y silencio. Un bodeg¨®n con limones de Juan de Zurbar¨¢n, disc¨ªpulo de su padre, muerto a los 29 a?os, me prepara a¨²n mejor, sin que yo lo sepa todav¨ªa, para el encuentro con las fotos de Paco G¨®mez.
La tercera planta de la Academia de San Fernando es la m¨¢s secreta de todas. Tantas veces que he venido al museo y no hab¨ªa subido a ella nunca. Como una c¨¢mara reci¨¦n descubierta en una pir¨¢mide, est¨¢ llena de tesoros. Hay una Cupletista descarada y fumadora de Guti¨¦rrez Solana que lo deja a uno paralizado ante ella con el hipnotismo de sus ojos. Hay algunos de esos peque?os bocetos al ¨®leo que hac¨ªa Sorolla en un momento sobre un trozo cualquiera de cart¨®n con una fulminante maestr¨ªa como de pintor japon¨¦s. Hay tramas met¨¢licas irisadas de Manuel Rivera, a quien yo conoc¨ª hace muchos a?os en Granada, junto a mi amigo Juan Vida, y un lienzo grande, rotundo de colores, tocado de humorismo y poes¨ªa, de Juan Navarro Baldeweg.
Y en una sala recogida y de iluminaci¨®n tenue est¨¢n por fin las fotos de Paco G¨®mez. ¡°Los obst¨¢culos en mi camino se convirtieron en mi camino¡±, dice Nietzsche. Si no hubiera dado tantas vueltas y no hubiera tardado tanto en llegar a ellas, no me causar¨ªan una impresi¨®n tan profunda esas im¨¢genes. Paco G¨®mez es un artista tan contemplativo como los zurbaranes, tan extasiado ante la simple belleza de las cosas inm¨®viles, alzadas sobre la fugacidad del tiempo por el puro acto de la atenci¨®n. A Paco G¨®mez, que se llamaba a s¨ª mismo fot¨®grafo aficionado, su oficio de sastre debi¨® de ense?arle ese grado de concentraci¨®n espiritual que solo se consigue en la conjunci¨®n de la mirada y la destreza de las manos. Paco G¨®mez fue un Morandi y un Frederic Mompou de la fotograf¨ªa, un m¨ªstico a la manera de S¨¢nchez Cot¨¢n, de Mark Rothko, de Juan Gris. Su sensibilidad hacia las formas limpias y las texturas ricas y ¨¢speras de las superficies alteradas por la intemperie lo acerca a la gran pintura abstracta: trasmite la materialidad de una pared cubierta de carteles, o del muro de una medianera, con la fuerza tangible de un cuadro de T¨¤pies. Y al mismo tiempo, perteneciendo a la edad de oro de la fotograf¨ªa testimonial, Paco G¨®mez conjuga su ensimismamiento contemplativo con la cotidianidad de la experiencia com¨²n, la precisi¨®n documental de su tiempo: igual que Francisco de Zurbar¨¢n muestra el barro de las baldosas y el tejido de los h¨¢bitos blancos de sus frailes, y su hijo Juan, la piel rugosa y delicada de unos simples limones.
Paco G¨®mez. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid. Hasta el 20 de junio.
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