Un tierno y obsceno carnaval: Siri Hustvedt presenta ¡®El bosque de la noche¡¯
La autora estadounidense, premio Princesa de Asturias de las Letras, prologa la nueva edici¨®n de la obra maestra de Djuna Barnes
Hay una clase de libro que nos dice acerca de nosotros mismos algo que, antes de leerlo, no sab¨ªamos, o que tal vez sab¨ªamos a cierto nivel subliminal pero no ten¨ªamos palabras con que expresarlo; libros que nos brindan la llave de una puerta que, una vez abierta, no volver¨¢ a cerrarse. El bosque de la noche de Djuna Barnes ha sido para m¨ª uno de esos libros, una novela que he le¨ªdo seis veces y que cada vez he sentido bailar dentro de m¨ª como un brutal, ir¨®nico, tierno y obsceno carnaval, lleno de insurrecci¨®n; una obra que desmantela las taxonom¨ªas heredadas, esas categor¨ªas naturales y fijas que se supone que debemos dar por supuestas y que nos dicen qu¨¦ y qui¨¦n es cada cual. La novela rebate la ontolog¨ªa de la sustancia, el concepto de las esencias inmutables de las cosas, y pone en entredicho todas las definiciones inamovibles del ser, en particular las divisiones estables entre hombre y mujer: uno m¨¢s, el otro menos, uno alto, el otro bajo. El texto desdibuja las fronteras conceptuales y las jerarqu¨ªas que configuran el mundo, fronteras impuestas por la autoridad del Estado y la Iglesia, que tienen el poder de castigar la transgresi¨®n. Yo era una estudiante de posgrado de veinticinco a?os que viv¨ªa en la ciudad de Nueva York cuando, en 1980, le¨ª por primera vez la novela y escrib¨ª un art¨ªculo sobre ella para un seminario feminista. ¡°No es ¨¦sta una novela con un giro de g¨¦nero ¡ªsubray¨¦ entonces¡ª, sino donde el g¨¦nero en s¨ª se descubre como un mito perturbador¡±.
En la portada de mi viejo ejemplar de El bosque de la noche, la segunda edici¨®n publicada en Estados Unidos por New Directions en 1946, una d¨¦cada despu¨¦s de su primera aparici¨®n en Inglaterra, hay una fotograf¨ªa en blanco y negro de tres hojas sobre un fondo gris opaco. La insulsa imagen esconde el contenido, al igual que el prefacio de T. S. Eliot, poeta consagrado del modernismo que con su imprim¨¢tur y el trabajo de edici¨®n en ocasiones severo que realiz¨® en el manuscrito, contribuy¨® a que el libro se publicara despu¨¦s de ser rechazado varias veces y escapara del juicio por obscenidad que tem¨ªan sus editores, Faber & Faber. No hay duda de que Eliot admiraba el libro, que Djuna Barnes le estaba agradecida y que entre ambos surgi¨® una amistad. Sin embargo, la introducci¨®n de Eliot para la edici¨®n estadounidense est¨¢ impregnada de ansiedad sexual y omisi¨®n: un intento de encajar la revoluci¨®n dentro de la tradici¨®n con homenajes reverenciales a su estilo po¨¦tico. A pesar de su simpat¨ªa por el poeta, Djuna Barnes le confi¨® a un amigo que Eliot, en su introducci¨®n, hab¨ªa ¡°errado el blanco¡±.
Desde que le¨ª el libro por primera vez, los estudios sobre Djuna Barnes han dado lugar a una peque?a industria floreciente que los estudios feministas, queer y trans no han hecho sino respaldar.
Desde que le¨ª el libro por primera vez, los estudios sobre Djuna Barnes han dado lugar a una peque?a industria floreciente que los estudios feministas, queer y, recientemente, trans, no han hecho sino respaldar. Sin embargo, fuera de los compartimentos especializados del mundo acad¨¦mico, El bosque de la noche ha permanecido en los m¨¢rgenes de la literatura, como si, al igual que sus personajes, se hallara condenado al estatus de paria hist¨®rico, un texto que, pese a las declaraciones peri¨®dicas sobre su ¡°genialidad¡±, no puede integrarse en la gran narrativa de la literatura y sus ¡°grandes¡± autores. Un elemento de este exilio ha sido el simple sexismo. Aunque las mujeres fueron tan influyentes como esenciales para el modernismo, se vieron empujadas a la marginalidad. Como escribe Susan Stanford Friedman en su libro sobre la poetisa H. D., Penelope¡¯s Web, ¡°Los escritores quiz¨¢ tuvieron una experiencia de s¨ª mismos como individuos, pero las escritoras rara vez pudieron permitirse olvidarse de su g¨¦nero en un mundo literario que, a causa precisamente de ¨¦l, las idolatraba u olvidaba¡±.
Sin embargo, el sexismo y la homofobia s¨®lo explican en parte el destino que ha corrido la novela. Virginia Woolf y Oscar Wilde son h¨¦roes literarios de primera l¨ªnea. El lenguaje de El bosque de la noche es dif¨ªcil, pero no m¨¢s que el Ulises de Joyce, que fue un verdadero ladrillo en la construcci¨®n del pante¨®n literario. Djuna Barnes, sin embargo, no colg¨® su historia de un esqueleto hom¨¦rico. Si Ulises gener¨® una serie de concordancias, claves y gu¨ªas de lectura autorizadas, El bosque de la noche produjo desconcierto. Al igual que Joyce, Djuna Barnes mezcla lenguajes ¡ªarcaicos, dem¨®ticos, grandiosos y escatol¨®gicos¡ª y su novela est¨¢ llena de alusiones a otros textos, pero sus frases escurridizas no pueden desentra?arse a trav¨¦s de referencias. Cada frase cuestiona a la que la precede. As¨ª concluye un p¨¢rrafo: ¡°El mundo y su historia eran para Nora como un barco dentro de una botella; ella se hallaba fuera, sin identificar, eternamente enzarzada en una preocupaci¨®n sin problema¡±. Las dos primeras partes de la frase reducen ¡°el mundo¡± a un barco en miniatura encerrado en un cristal, con Nora Flood como espectadora an¨®nima que mira hacia dentro. Aunque ¡°preocupaci¨®n¡±, como lo hace tambi¨¦n ¡°problema¡±, implica atenci¨®n, no son t¨¦rminos intercambiables, y el lector quiz¨¢ tenga que hacer una pausa para digerir lo que se dice. Empieza un nuevo p¨¢rrafo: ¡°Luego conoci¨® a Robin¡±.
Robin es el problema itinerante no s¨®lo de Nora sino de la novela, una id¨¦e fixe para tres de los cuatro personajes principales del libro, una cifra errante del flujo heracliteano que escapa a toda definici¨®n. Robin Vote ¡ªvote del lat¨ªn votum¡ª, para formular un deseo, hace un voto. Su deseo es deambular a su aire y no verse frustrada en su camino sin rumbo. Son los votos, los deseos, los anhelos y las historias de los dem¨¢s los que llenan el vac¨ªo del objeto de amor casi mudo, una criatura liminal que no es ni lo uno ni lo otro, sino que est¨¢ en el umbral de lo humano y lo animal ¡ª¡±una mujer que es bestia volvi¨¦ndose humana¡±¡ª, del sue?o y la vigilia ¡ªel son¨¢mbulo¡ª, y del g¨¦nero, ¡°una chica alta con un cuerpo de muchacho¡±. Es la amante de Nora, pero tambi¨¦n su ¡°hijo¡± y, como tal, un tab¨²: ¡°incesto¡±. Es ilimitada, de ella emana lo micol¨®gico y lo que Freud llam¨® lo ¡°oce¨¢nico¡±: ¡°El perfume que su cuerpo exhalaba ten¨ªa la calidad de esa carne de la tierra, la seta, que huele a humedad capturada y sin embargo es tan seca, envuelto en el aroma del aceite de ¨¢mbar, que es una ¨ªntima enfermedad del mar, y que le daba ese aire de haber invadido un sue?o temerario y absoluto¡±. (?!) Robin es un c¨²mulo de confusi¨®n pronominal: ella, ¨¦l, pero tambi¨¦n ello. ¡°He sido amada por algo extra?o ¡ªdice Nora¡ª que me ha olvidado¡±. Ese ?algo? es oscuro, plural e ilocalizable.
Una de las m¨²ltiples iron¨ªas de la novela es que el bar¨®n Felix Volkbein (su apellido significa literalmente ¡°pierna del pueblo¡±), cuya historia da comienzo a la novela, se casa con Robin en su af¨¢n de conseguir exactamente lo que ella no puede darle: estabilidad y claridad. Hijo de un jud¨ªo vien¨¦s que se hace pasar por bar¨®n y de la gentil Hedwig (descrita como un ideal de masculinidad fascista, ¡°una mujer de gran vigor y belleza militar¡±, cuyas ¡°zancadas a paso de ganso¡± su marido intenta en vano imitar), Felix est¨¢ fascinado con el fastuoso boato y las insignias de la nobleza, como si una actitud reverente hacia el espect¨¢culo de la aristocracia pudiera asegurarle un lugar leg¨ªtimo en un relato patrilineal de la procreaci¨®n narrado por los ganadores de la historia, y no por sus perdedores, un espejismo que tiene c¨®micamente sus fundamentos en lo un¨ªvoco. ¡°Mi familia se ha preservado porque s¨®lo estoy unido a ella por el recuerdo de una ¨²nica mujer, mi t¨ªa; por este motivo es singular, clara e inalterable¡±. Felix quiere un hijo para mantener vivo ese pasado inmutable aunque ficticio. Robin da a luz a un ni?o, tras lo cual pronuncia uno de sus raros parlamentos: ¡°?Yo no lo quer¨ªa!¡±. Los abandona a ¨¦l y a su marido y conoce a Nora, con quien inicia una intensa y atormentada relaci¨®n amorosa que acaba cuando se escapa con Jenny Petherbridge, una mujer que, como Felix, va acumulando accesorios de la vida de otros y personajes ficticios del teatro en su b¨²squeda de un Yo. No es Robin lo que Jenny quiere, sino un espect¨¢culo de amor: quiere lo que Robin tuvo con Nora.
Las iron¨ªas en El bosque de la noche, aunque feroces, nunca son fr¨ªas. Son apasionadas. La novela es un canto a la gente que el mundo desecha: los despose¨ªdos, los descarriados, los herejes y los rebeldes.
El doctor Matthew O¡¯Connor sirve de testigo y comentarista de la sarta de calamidades que la olvidadiza Robin deja tras de s¨ª al pasar de una persona a otra. Su verbosidad desatada, en contraste con el silencio de ella, lo convierte en la Sherezade grandilocuente del libro con pene y barba: ¡°He dilapidado mi destino por garruler¨ªa¡±. ?l/ella, la ginec¨®loga-reina pontificante y sin t¨ªtulo, hombre de d¨ªa/mujer de noche, funciona como la parodia de la novela del coro y el or¨¢culo griegos en un solo ser trans: ¡°la mujer que Dios olvid¨®¡±. La intenci¨®n de Matthew no es poner al descubierto a Felix como un falso bar¨®n sino la farsa del linaje patriarcal en s¨ª. ¡°Nobleza, de acuerdo ¡ªle dice Matthew a Felix¡ª, pero ?qu¨¦ es la nobleza?¡± El m¨¦dico responde por ¨¦l: ¡°?Un momento! Ya lo s¨¦: son los pocos acerca de los cuales muchos han mentido m¨¢s que hablado, y con toda la barba, hasta hacerlos inmortales¡±. Pero Felix no puede escucharlo. Y Nora, que busca el consejo de O¡¯Connor sobre el significado de ?la noche¡±, tampoco puede escuchar al doctor. ¡°?Es que no puedes dejarlo correr??, le pregunta Matthew a Nora mientras escribe a Robin una carta que ella sabe que no recibir¨¢ respuesta. ¡°?Por qu¨¦ no descansas, ahora que ya sabes de qu¨¦ se trata en este mundo, ahora que ya te has enterado de que no se trata de nada?¡± Tampoco Jenny puede asimilar el evangelio seg¨²n el imp¨ªo Matthew, que rechaza cruelmente como las palabras de ¡°un hombre¡±: ¡°?Qu¨¦ sabr¨¢ usted del amor? Los hombres nunca saben nada del amor, no tienen por qu¨¦ saber nada. En cambio, una mujer deber¨ªa saber... son m¨¢s sutiles, m¨¢s sagradas; ?mi amor es sagrado, y mi amor es grande!¡±. En boca de Jenny, el t¨®pico heterosexual victoriano de que las mujeres son moral y sentimentalmente superiores a los hombres es m¨¢s que hueco. Unos momentos despu¨¦s golpea y ara?a a su gran amor sagrado hasta que la sangre corre por la cara de Robin.
Las iron¨ªas en El bosque de la noche, aunque feroces, nunca son fr¨ªas. Son apasionadas. La novela es un canto a la gente que el mundo desecha: los despose¨ªdos, los descarriados, los herejes y los rebeldes. Tambi¨¦n es una acusaci¨®n contra las llamativas certezas que acompa?an la propia representaci¨®n, la ilusa noci¨®n de que el mundo se detendr¨¢ si lo denominamos como es debido, de que son posibles las identidades puras, no mezcladas ni mancilladas, y que pueden clasificarse por calidad en una cadena del ser. Al fin y al cabo ¨¦se era el sue?o fascista, un sue?o de pureza estrictamente codificada en la ideolog¨ªa racial y sexual nazi que estaba en auge en Alemania cuando Djuna Barnes empez¨® a escribir El bosque de la noche en 1927. A los jud¨ªos y a los ¡°desviados sexuales¡± hab¨ªa que asesinarlos en masa en nombre de dicha clasificaci¨®n. La ideolog¨ªa purista vuelve a estar en auge, transmutada por el tiempo pero igual de peligrosa y sangrienta en potencia. Es a Matthew a quien Djuna Barnes da la ¨²ltima palabra, pero no la ¨²ltima escena del libro. Suelta una perorata de borracho a ¨²ltima hora de la noche en un caf¨¦, ante un p¨²blico que lo escucha divertido pero sin comprender. ¡°Ahora ¡ªdice¡ª, es el fin¡ fijaos en mis palabras¡ ?ahora nada m¨¢s que c¨®lera y llanto!¡±
Cuando T. S. Eliot quiso eliminar el ¨²ltimo cap¨ªtulo del libro, ¡®¡®Las pose¨ªdas¡¯, Djuna Barnes le plant¨® cara. No se pronuncia ni una palabra en esas cuatro p¨¢ginas, que acaban con ladridos y gemidos caninos. Robin es una humana que se convierte en bestia. El cap¨ªtulo ha horrorizado tanto como desconcertado a los cr¨ªticos, que parecen olvidar que los seres humanos tambi¨¦n son animales, que nacen mudos e indefensos, y forman parte del mundo natural, no est¨¢n fuera de ¨¦l. Es una conclusi¨®n a la vez ¡°obscena y tr¨¢gica¡±, por citar el ¨²ltimo p¨¢rrafo de la novela. Los dos adjetivos sirven para describir El bosque de la noche.
Siri Hustvedt, 2022
¡®El bosque de la noche¡¯. Djuna Barnes. Pr¨®logos de Siri Hustvedt y T. S. Eliot. Traducci¨®n de Traductor: Maite Cirugeda y Aurora Echevarr¨ªa P¨¦rez. Seix Barral, 2002. 232 p¨¢ginas. 18,50 euros. Se publica el 19 de enero.
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