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LECTURA / 'LOS ESPEJISMOS DE LA CERTEZA'
Opini¨®n
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretaci¨®n de hechos y datos

Las mujeres no pueden dedicarse a la f¨ªsica

La escritora estadounidense Siri Hustvedt publica el volumen ¡®Los espejismos de la certeza¡±, en el que re¨²ne sus reflexiones sobre la relaci¨®n entre el cuerpo y la mente. Adelantamos un ensayo que desmonta los intentos de demostrar la incapacidad femenina para la ciencia

La novelista y ensayista Siri Hustvedt posa en los pasillos de la FIL de Guadalajara (M¨¦xico) en 2019.
La novelista y ensayista Siri Hustvedt posa en los pasillos de la FIL de Guadalajara (M¨¦xico) en 2019.Gladys Serrano

Las declaraciones que con tanta seguridad se hacen sobre las diferencias psicol¨®gicas entre sexos siempre presentan a las mujeres m¨¢s en desventaja desde el punto de vista material, biol¨®gico e intelectual que a los hombres. Cada vez que doy con una afirmaci¨®n que asegura que las mujeres no son capaces de lograr algo por naturaleza, no puedo evitar recordar sentencias similares que se han hecho a lo largo del tiempo sobre la inferioridad femenina y las distintas maneras en que estas lamentables deficiencias han sido formuladas por sus defensores.

Lo cierto es que hay bastante amnesia hist¨®rica en la elaboraci¨®n de los argumentos contempor¨¢neos que defienden la incapacidad femenina para la f¨ªsica y las matem¨¢ticas. Durante siglos se ha considerado a las mujeres inadecuadas, ya fuera por naturaleza o por motivos biol¨®gicos, para todo tipo de actividad mental, y eso a pesar de que las materias que supuestamente se nos resisten han ido cambiando seg¨²n la ¨¦poca. En los siglos XVII y XVIII, por ejemplo, las matem¨¢ticas y la astronom¨ªa se consideraban ocupaciones adecuadas para las damas. Una revista inglesa llamada The Ladies Diary (publicada entre 1704 y 1841) se dedicaba a ense?arles ¡°Escritura, aritm¨¦tica, geometr¨ªa, trigonometr¨ªa; la doctrina de la esfera, astronom¨ªa, ¨¢lgebra, con sus subordinadas, a saber: agrimensura, medici¨®n de capacidad y con cuadrante, navegaci¨®n, y todas las dem¨¢s ciencias matem¨¢ticas. La revista fue un gran ¨¦xito, y uno de sus primeros editores, Henry Beighton, elogi¨® mucho ¡°el ingenio vivo, el genio penetrante¡± y las ¡°facultades de discernimiento¡± que ten¨ªan las mujeres que resolv¨ªan problemas matem¨¢ticos dif¨ªciles con una sagacidad que, a su juicio, era equiparable a la de los hombres.

Como se?ala Londa Schiebinger, la mayor¨ªa de las cient¨ªficas de renombre de la ¨¦poca eran ¡°matem¨¢ticas o trabajaban en disciplinas orientadas a las matem¨¢ticas como la f¨ªsica y la astronom¨ªa¡±. Luego nombra a las astr¨®nomas Maria Winckelmann, Maria Eimmart, Maria Cunitz y Nicole Lepaute, a las matem¨¢ticas Maria Agnesi y Sophie Germain, y a las f¨ªsicas Laura Bassi y ?milie du Ch?telet. Aunque la ¨¦poca toc¨® a su fin, hubo un momento en que las matem¨¢ticas, la f¨ªsica y la astronom¨ªa no se consideraban actividades poco femeninas, y, como era de esperar, las mujeres buscaron ansiosamente esa educaci¨®n. Algunas sobresalieron y marcaron la historia de sus disciplinas. Da que pensar que hasta el siglo XX eran pocas las mujeres que ejerc¨ªan la abogac¨ªa o la medicina. Cuando yo era ni?a no hab¨ªa una sola abogada o m¨¦dica en mi peque?a ciudad de Northfield, Minnesota. Ahora abundan.

Muchos cient¨ªficos se han dedicado con ah¨ªnco a buscar pruebas que demuestren la inferioridad femenina a lo largo de los siglos

Muchos cient¨ªficos se han dedicado con ah¨ªnco a buscar pruebas que demuestren la inferioridad femenina a lo largo de los siglos. Paul Broca, cuyo nombre permanece unido a la circunvoluci¨®n frontal inferior izquierda del cerebro, un ¨¢rea del lenguaje que ya se ha mencionado (la que Hughlings Jackson cuestion¨®), y cuyas contribuciones a la especialidad se mencionan merecidamente en todos los libros de texto y todas las historias de la neurolog¨ªa, dedic¨® un tiempo considerable a medir cerebros y cr¨¢neos femeninos. Los cerebros femeninos son m¨¢s peque?os que los masculinos y las disputas sobre por qu¨¦ es as¨ª todav¨ªa contin¨²an. No todos lo son, por supuesto, pero en general es cierto. Muchos creen que se debe simplemente a que las mujeres son, de media, m¨¢s menudas que los hombres. De su investigaci¨®n, Broca lleg¨® a la conclusi¨®n siguiente:

¡°Podr¨ªamos preguntarnos si el tama?o reducido del cerebro femenino depende en exclusiva del tama?o reducido de su cuerpo. Tiedemann ha propuesto esta explicaci¨®n. Pero no hay que olvidar que las mujeres son, de media, un poco menos inteligentes que los hombres, una diferencia que no debemos exagerar pero que, sin embargo, es real. Cabe suponer, por lo tanto, que el tama?o relativamente peque?o del cerebro femenino depende en parte de su inferioridad f¨ªsica y en parte de su inferioridad intelectual¡±.

Maria Agnesi, en un grabado de 1836.
Maria Agnesi, en un grabado de 1836.Wikimedia Commons.

En su ensayo Women¡¯s Brains [Cerebros de mujer?], Stephen Jay Gould coment¨® el trabajo de Broca en un inciso: ¡°Siento el mayor de los respetos por la meticulosidad de los procedimientos de Broca. Sus cifras son s¨®lidas. Sin embargo, la ciencia es un ejercicio de inferencias, no un cat¨¢logo de datos. Los n¨²meros, por s¨ª mismos, no especifican nada. Todo depende de lo que uno haga con ellos¡±. ?sa es la cuesti¨®n. Una cosa son los datos y otra interpretarlos.

¡°El hecho de que muchas de las diferencias entre los sexos tengan sus ra¨ªces en la biolog¨ªa ¡ªescribe Pinker en La tabla rasa¡ª no significa, por supuesto, que un sexo sea superior, que las diferencias se den en todas las personas y en todas las circunstancias, que la discriminaci¨®n basada en el sexo est¨¦ justificada, ni que las personas est¨¦n obligadas a hacer las cosas t¨ªpicas de su sexo. Sin embargo, las diferencias tampoco carecen de consecuencias¡± (la cursiva es m¨ªa). Pinker tiene cuidado en adoptar un tono ret¨®rico razonable. S¨®lo porque los hombres y las mujeres son psicol¨®gicamente diferentes, no puede decirse que uno sea mejor o peor. Edward H. Clarke, otro profesor de Harvard cuyas opiniones tuvieron una gran influencia, escribi¨® en 1873 un libro con el alegre t¨ªtulo de Sex in Education: A Fair Chance for Girls [El sexo en la educaci¨®n o una oportunidad justa para las ni?as], en el que tambi¨¦n declaraba que un sexo no era superior al otro: ¡°Tampoco existe inferioridad o superioridad en esta cuesti¨®n. El hombre no es superior a la mujer, ni la mujer es superior al hombre. La relaci¨®n entre sexos es de igualdad, ni mejor ni peor, ni por encima ni por debajo, pero con esto tampoco se pretende decir que los sexos sean iguales. Son diferentes, muy diferentes entre s¨ª¡±. Clarke no foment¨® la idea de que las mujeres eran intelectualmente inferiores a los hombres.

De hecho, cre¨ªa que las mujeres pod¨ªan dominar con la misma competencia que sus colegas masculinos no s¨®lo las humanidades, sino tambi¨¦n las matem¨¢ticas, incluso en los niveles m¨¢s altos. Sin embargo, bas¨¢ndose en la biolog¨ªa evolucionista y en su experiencia m¨¦dica, se?al¨® la evidencia cient¨ªfica de que las ni?as que realizan un intenso trabajo intelectual sufren de ¨²tero encogido, aumento de masculinizaci¨®n, esterilidad, neuralgia, histeria y locura. Algunas, insisti¨®, incluso hab¨ªan muerto por esos esfuerzos. Sustentaba esa afirmaci¨®n con estudios cient¨ªficos sobre el tema, muchos de ellos llevados a cabo en Harvard. El libro de Clarke, como los comentarios de Summers, dio pie a una controversia enardecida. En la ¨¦poca de Clarke, en la que las mujeres ped¨ªan a gritos entrar en las universidades, la pregunta era: ?las mujeres no son biol¨®gicamente aptas para acceder a la educaci¨®n superior? Hoy d¨ªa, que el n¨²mero de mujeres dedicadas a las matem¨¢ticas y la f¨ªsica es bajo, la pregunta es: ?las mujeres no son biol¨®gicamente aptas para la tecnolog¨ªa y las ciencias?

Poco m¨¢s de 100 a?os despu¨¦s de Clarke, Donald Symons se hizo eco de sus teor¨ªas y se anticip¨® a Pinker en su libro The Evolution of Human Sexuality (1979): ¡°Respecto a la sexualidad humana, existen una naturaleza humana femenina y una naturaleza humana masculina, y las dos son extraordinariamente diferentes¡±. Tambi¨¦n se apresur¨® a aclarar que el hecho de distinguir entre ambas no ¡°indica inevitablemente que un sexo sea inferior o defectuoso¡±. Me pregunto en cu¨¢l de los dos sexos deb¨ªa de estar pensando Symons cuando us¨® las palabras inferior y defectuoso. Las cosas cambian y no cambian. Las ideas de Clarke suenan escandalosas hoy d¨ªa. Seg¨²n su teor¨ªa, mi consumo voraz de libros deber¨ªa haberme dejado inf¨¦rtil poco despu¨¦s de empezar a menstruar. Las ideas de Pinker, sin embargo, se cuelan a menudo en la prensa sin provocar comentarios. A pesar de que muchas de las numerosas rese?as que he le¨ªdo sobre La tabla rasa eran negativas, en ninguna se hac¨ªa referencia, por ejemplo, a la afirmaci¨®n de que el hecho de que haya ¡°m¨¢s hombres que mujeres con habilidades excepcionales para el razonamiento matem¨¢tico y la manipulaci¨®n mental de objetos tridimensionales basta para explicar una desviaci¨®n de 50/50 en la proporci¨®n de los sexos entre ingenieros, f¨ªsicos, qu¨ªmicos org¨¢nicos y profesores en algunas ramas de las matem¨¢ticas¡±. No fue hasta que Larry Summers repiti¨® los puntos de vista de Pinker sobre la diferencia de sexo y las ciencias cuando los medios de comunicaci¨®n de Estados Unidos repararon en ellos.

Las tempestades medi¨¢ticas van y vienen, con Edward Clarke, con Larry Summers o con quien sea que aparezca para elevar la temperatura pol¨ªtica. Fuera de Estados Unidos, pocas personas prestaron atenci¨®n a alguna de esas tormentas. Ahora bien, no hay duda de que tambi¨¦n han tenido sus propios alborotos. Lo que importa aqu¨ª es que una concepci¨®n dura de la biolog¨ªa, la naturaleza y las formas espec¨ªficas de las teor¨ªas evolucionistas han promovido durante mucho tiempo verdades sobre las diferencias psicol¨®gicas entre los sexos que, en realidad, no son verdades. Adem¨¢s, la respuesta al problema de las diferencias de sexo depende de marcos perceptuales y paradigmas que inevitablemente sesgan los resultados en una u otra direcci¨®n. Al fin y al cabo, los cient¨ªficos que Clarke menciona deben de haber establecido correlaciones entre ¨²teros secos, locura, esterilidad y mujeres muy cultas. Es dif¨ªcil creer que cada estudio que Clarke cita sea un fraude total. Los datos se han de interpretar. La ciencia debe sacar conclusiones, y algunas interpretaciones e inferencias son m¨¢s inteligentes y sutiles que otras, como sabe cualquiera que se dedique a leer publicaciones cient¨ªficas. Y la interpretaci¨®n sutil es el resultado de muchos factores, entre ellos la educaci¨®n, los prejuicios y los sentimientos de quien interpreta.

Janet Shibley Hyde descubri¨® que el sexo ten¨ªa un efecto nulo o muy peque?o en las cualidades psicol¨®gicas. Tambi¨¦n descubri¨® que incluso las diferencias estad¨ªsticamente significativas, como la agresividad (los hombres ten¨ªan m¨¢s), desaparec¨ªan seg¨²n el contexto.

En 2005, Janet Shibley Hyde public¨® en American Psychologist un art¨ªculo titulado ¡°The Gender Similarities Hypothesis¡± [La hip¨®tesis de las similitudes de g¨¦nero], una revisi¨®n de 46 metaan¨¢lisis de estudios sobre las diferencias de sexo realizados desde la d¨¦cada de 1980. El metaan¨¢lisis es un m¨¦todo estad¨ªstico que re¨²ne datos a partir de muchos estudios sobre la misma cuesti¨®n y que obtiene un resultado combinado. Hyde descubri¨® que, con unas pocas excepciones, el sexo ten¨ªa un efecto nulo o muy peque?o en las cualidades psicol¨®gicas. Tambi¨¦n descubri¨® que incluso las diferencias estad¨ªsticamente significativas, como la agresividad (los hombres ten¨ªan m¨¢s), desaparec¨ªan seg¨²n el contexto. En un estudio en el que los participantes deb¨ªan lanzar bombas en un videojuego interactivo, los investigadores advirtieron que cuando los hombres sab¨ªan que los estaban mirando, arrojaban muchas m¨¢s bombas que las mujeres. En cambio, cuando las mujeres cre¨ªan que no las observaban, lanzaban m¨¢s bombas que los hombres. ?Es eso una prueba firme de que los hombres y las mujeres son igual de agresivos? No, pero no hay duda de que desenfoca el problema.

Al menos cabe fantasear con que las mujeres en cuesti¨®n, creyendo que nadie pod¨ªa verlas, se sintieron liberadas de la imposici¨®n de contener a diario los impulsos hostiles en nombre de la feminidad y fueron capaces de soltar una r¨¢faga de agresividad reprimida y disfrutar de un rato de diversi¨®n descargante. Hyde tambi¨¦n cita varios estudios en los que se realiz¨® un examen a estudiantes universitarios con la misma formaci¨®n en matem¨¢ticas. En unos casos se comunic¨® a los participantes que la prueba hab¨ªa mostrado diferencias de g¨¦nero en el pasado, y en otros, que la prueba era ¡°neutra desde la perspectiva de g¨¦nero¡±. Bajo la primera condici¨®n, a las mujeres les fue peor que a los hombres. En la segunda, hombres y mujeres se desenvolvieron igual de bien. Los poderes de la sugesti¨®n no est¨¢n limitados a la hipnosis o al placebo.

Seg¨²n una revisi¨®n m¨¢s reciente de la literatura sobre las diferencias cognitivas entre sexos llevada a cabo en 2014 por David Miller y Diane Halpern, en la d¨¦cada de 1970 los ni?os superaban a las ni?as en una proporci¨®n de ¡°13 a 1 entre los estudiantes estadounidenses con una habilidad excepcional para las matem¨¢ticas. Sin embargo, esta relaci¨®n se ha reducido a 2-4 a 1 en los ¨²ltimos a?os¡±. Si el razonamiento matem¨¢tico excepcional y la manipulaci¨®n de objetos tridimensionales explican la mayor presencia de los hombres en la ingenier¨ªa, la f¨ªsica, la qu¨ªmica org¨¢nica y ¡°algunas ramas de las matem¨¢ticas¡±, pues tiene ¡°sus ra¨ªces en la biolog¨ªa¡± (sin¨®nimo de b¨¢sicamente innato), ?c¨®mo, en unas pocas d¨¦cadas, podr¨ªan haber cambiado tan dr¨¢sticamente las cifras citadas por Miller y Halpern? Confieso haber pensado que la atenci¨®n obsesiva que se presta a la manipulaci¨®n de objetos tridimensionales, tambi¨¦n conocida como habilidades de rotaci¨®n mental y una de las pocas diferencias entre los sexos que se ha documentado de forma consistente, empieza a parecer un poco desesperada. Adem¨¢s, establecer una l¨ªnea directa entre la capacidad de rotaci¨®n espacial y el n¨²mero de mujeres dedicadas a la f¨ªsica, las matem¨¢ticas o cualquier otro campo me parece muy sospechoso.

Otra diferencia de sexo que se ha documentado de forma consistente y que puede encontrarse en muchos libros de texto y art¨ªculos es que la fluidez verbal, la comprensi¨®n lectora y las dotes para escribir son superiores en las personas de sexo femenino. Por el contrario, Hyde se?al¨® que estas diferencias son min¨²sculas

Otra diferencia de sexo que se ha documentado de forma consistente y que puede encontrarse en muchos libros de texto y art¨ªculos es que la fluidez verbal, la comprensi¨®n lectora y las dotes para escribir son superiores en las personas de sexo femenino. Por el contrario, Hyde se?al¨® que estas diferencias son min¨²sculas. Ahora bien, si se aplica la misma l¨®gica que se ha utilizado para vincular la rotaci¨®n espacial a varias profesiones, cabr¨ªa esperar que la mayor fluidez verbal de las mujeres las catapultara a la cima del mundo literario. Y, sin embargo, a pesar de esta ventaja femenina observada tan a menudo, el ¡°genio literario¡± se asigna con mayor frecuencia al lado masculino de la divisi¨®n. Si las lumbreras literarias masculinas no triunfan por sus capacidades ling¨¹¨ªsticas superiores, quiz¨¢ su ¨¦xito se base en que son mejores rotando sus personajes tridimensionales en el espacio mental, que ven desde todos los ¨¢ngulos posibles: colgados del techo, suspendidos de lado o caminando sobre las manos. El razonamiento que alienta el argumento (que unas habilidades de rotaci¨®n espacial inferiores tienen una relaci¨®n causal con el n¨²mero de mujeres en matem¨¢ticas, f¨ªsica, etc.) presenta serias inconsistencias.

Se han realizado innumerables estudios sobre las habilidades de rotaci¨®n mental y el sexo. ?De verdad se les da mejor a los hombres girar mentalmente un objeto tridimensional? Y de ser as¨ª, ?qu¨¦ significa eso? Este hallazgo, junto con la prueba ya obsoleta que mostraba que los ni?os superaban en n¨²mero a las ni?as en una proporci¨®n de trece a uno en habilidades matem¨¢ticas excepcionales, respalda la explicaci¨®n de Pinker de por qu¨¦ hay m¨¢s hombres en las disciplinas de la ciencia dura. Seg¨²n el argumento evolucionista, los hombres conciben el espacio mejor que las mujeres porque eran cazadores all¨¢ en las sabanas en tiempos pasados y necesitaban esas habilidades para acechar a sus presas y apuntar sus armas mort¨ªferas. Las mujeres, en cambio, buscaban tub¨¦rculos y bayas, y al parecer no necesitaban mucha capacidad espacial para ello, aunque esta afirmaci¨®n tambi¨¦n podr¨ªa revisarse. Stephen Jay Gould se?al¨® hace a?os que este tipo de explicaci¨®n es equiparable a uno de los Cuentos de as¨ª fue de Kipling: ¡°D¨¦jame contarte c¨®mo al tigre le salieron rayas¡±. ¡°D¨¦jame contarte por qu¨¦ las mujeres no pueden girar mentalmente objetos. Hab¨ªa una vez.. Hay estudios en los que se han observado v¨ªnculos entre los niveles de andr¨®genos en el ¨²tero, durante la pubertad y en la edad adulta, y esas habilidades espaciales rotativas. Otro estudio concluy¨® que la testosterona que circula en los j¨®venes de ambos sexos no tiene ning¨²n efecto en las aptitudes espaciales. Otros cient¨ªficos han se?alado un v¨ªnculo entre los ni?os que juegan a videojuegos y sus habilidades espaciales.

Los estudios experimentales demuestran que las mujeres obten¨ªan peores resultados en las pruebas de rotaci¨®n tridimensional si se les dec¨ªa de antemano que los hombres eran superiores en ello. Este descenso en las puntuaciones femeninas refleja la ¡°amenaza del estereotipo¡±.

Por otra parte, los estudios experimentales demuestran que las mujeres obten¨ªan peores resultados en las pruebas de rotaci¨®n tridimensional si se les dec¨ªa de antemano que los hombres eran superiores en ello. Este descenso en las puntuaciones femeninas refleja la ¡°amenaza del estereotipo¡±. El t¨¦rmino se introdujo en estudios sobre los prejuicios raciales y sus efectos, pero enseguida se hizo extensible al sexo. Un estudio mostr¨® que cuando se realizaba la prueba, no en dos dimensiones con l¨¢piz y papel, sino en tres dimensiones en un entorno virtual, las diferencias de sexo se desvanec¨ªan. Otro corrobor¨® que las mujeres se desenvolv¨ªan tan bien como los hombres en la prueba tridimensional, y, en ambas circunstancias, bastaba un breve curso de capacitaci¨®n para que el desempe?o de las mujeres alcanzara el nivel del de los hombres.

Los t¨ªtulos de algunos art¨ªculos dan una idea de la diversidad: ¡°Sex Differences in Parietal Lobe Morphology: Relationship to Mental Rotation Performance¡± [Diferencias sexuales en la morfolog¨ªa del l¨®bulo parietal: relaci¨®n con el rendimiento de la rotaci¨®n mental], ¡°Playing an Action Video Game Reduces Gender Differences in Spatial Cognition¡± [Jugar a un videojuego de acci¨®n reduce las diferencias de g¨¦nero en la cognici¨®n espacial], ¡°Mental Rotation: Effects of Gender, Training, and Sleep Consolidation¡± [Rotaci¨®n mental: los efectos del g¨¦nero, el entrenamiento y la consolidaci¨®n del sue?o], y ¡°Nurture Affects Gender Differences in Spatial Abilities¡± [La crianza afecta las diferencias de g¨¦nero en las capacidades espaciales]. La investigaci¨®n es extensa, y despu¨¦s de leer decenas y decenas de documentos sobre la rotaci¨®n espacial tridimensional, empec¨¦ a sentirme como Alicia.

¡ªPero yo no quiero estar entre locos ¡ªse?al¨® Alicia.

¡ªOh, no puedes evitarlo ¡ªdijo el gato¡ª, aqu¨ª todos estamos locos. Yo estoy loco, t¨² est¨¢s loca.

¡ª?C¨®mo sabes que estoy loca? ¡ªpregunt¨® Alicia.

¡ªDebes de estarlo ¡ªdijo el gato¡ª. De otra forma no habr¨ªas venido aqu¨ª.

La escritora Simone de Beauvoir leyendo en su apartamento en Par¨ªs, 1968.
La escritora Simone de Beauvoir leyendo en su apartamento en Par¨ªs, 1968.Jacques Pavlovsky ((Sygma via Getty Images))

?Qu¨¦ conclusi¨®n puede sacarse de las innumerables investigaciones que se han llevado a cabo sobre esta cuesti¨®n en particular, aparte de que no hay una respuesta definitiva? Quiz¨¢ que en todas las habilidades ¡°cognitivas¡± humanas interviene una confluencia de factores, en particular el contexto y la sugesti¨®n, que incluyen las relaciones entre el ¡°sujeto¡± de un ensayo y las personas que lo llevan a cabo. Pocos cient¨ªficos discrepar¨ªan. Las discrepancias llegan con el ¨¦nfasis y la persistencia obstinada en presentar la naturaleza y la crianza como polos opuestos incluso entre aquellos que afirman saber m¨¢s. Yo no creo que haya ninguna raz¨®n para rehuir las diferencias sexuales. Muchas de ellas (las barbas, los senos, los penes, los cl¨ªtoris, las vulvas, el timbre de voz) son obvias. La pregunta es: ?qu¨¦ cambios entra?an esas diferencias y c¨®mo debemos entender las diferencias psicol¨®gicas entre sexos? Pinker admite que muchas diferencias de sexo no tienen ¡°nada que ver con la biolog¨ªa¡± y que las ¡°diferencias de sexo actuales¡± pueden resultar tan ef¨ªmeras como la vestimenta, los peinados o las tasas de asistencia a la universidad. Esto lo dice justo antes de soltar una larga lista de pruebas adicionales de las diferencias que, seg¨²n da a entender, est¨¢n profundamente arraigadas en nuestra ¡°biolog¨ªa¡±. Una vez m¨¢s, el problema es c¨®mo enmarcar la distinci¨®n te¨®rica entre biolog¨ªa y cultura.

Cuando di a luz a mi hija en 1987, me vi inmersa en una experiencia ¨²nica para las mujeres, pero ni siquiera este suceso natural se presta a las severas divisiones entre la naturaleza y la crianza, lo biol¨®gico y lo cultural. La edad que yo ten¨ªa entonces, 32 a?os, mis deseos, mi historia personal, tanto consciente como inconsciente, la presencia de mi marido en la sala, el semblante franco y serio de mi obstetra, que me gustaba much¨ªsimo, la mujer que aullaba al fondo de la sala de maternidad como si la estuvieran torturando, el Pitocin, una forma sint¨¦tica de la hormona oxitocina, que convirti¨® el preparto en una larga contracci¨®n... Nada de todo eso puede disociarse de la experiencia corporal del parto ni analizarse como algo distinto.

Si se saca un cuerpo de su mundo particular y se le trata sin m¨¢s como un objeto diferenciado, como una rana muerta, compuesto por una serie de mecanismos que pueden desmontarse y volver a montarse, se perder¨¢ una parte de su realidad

En El segundo sexo, Simone de Beauvoir afirma: ¡°Sin embargo, se dir¨¢ que, desde la perspectiva que adopto ¡ªla de Heidegger, Sartre y Merleau-Ponty¡ª, si el cuerpo no es una cosa, es una situaci¨®n; es nuestra forma de aprehender el mundo y el esbozo de nuestros proyectos¡±. No dice que el cuerpo est¨¢ siempre en una situaci¨®n o contexto. Sostiene que es una situaci¨®n. Se trata de una concepci¨®n din¨¢mica de una persona como sujeto corporal. En la ciencia, el cuerpo es ante todo una cosa, un objeto de estudio que hay que diseccionar, medir y analizar. Es una cosa vista desde una perspectiva en tercera persona. No hay nada de malo en ello porque los descubrimientos interesantes han procedido, proceder¨¢n y deben proceder de esta perspectiva, pero las realidades y las diferencias subjetivas se eliminan inevitablemente, y ¨¦stas tambi¨¦n tienen algo que ense?arnos. Si se saca un cuerpo de su mundo particular y se le trata sin m¨¢s como un objeto diferenciado, como una rana muerta, compuesto por una serie de mecanismos que pueden desmontarse y volver a montarse, se perder¨¢ una parte de su realidad. El cuerpo como situaci¨®n se elimina del paradigma que anima lo innato frente a lo aprendido o el binomio naturaleza/ crianza. Es una forma de pensar que no divide a las personas por la mitad como mentes y cuerpos o incluso como sujetos frente a los otros y los objetos que los rodean. Adopta una posici¨®n profundamente anticartesiana.

Al mismo tiempo, la idea de que mi mente no era mi cuerpo, que de alguna manera yo, la oradora, era testigo de las contorsiones extra?as de mi ser corp¨®reo, fue particularmente potente mientras daba a luz. Mi narradora interna, ocupada formando frases en mi cabeza, era una comentarista en lugar de una participante en los procedimientos. Esta realidad tambi¨¦n ha de tenerse en cuenta en el dilema mente/cuerpo. Esa criatura iba a nacer le gustara o no a mi narradora interna. Por otra parte, mi narraci¨®n de los acontecimientos y mi comprensi¨®n de ellos no pueden considerarse fen¨®menos psicol¨®gicos puramente flotantes, ?no? Yo quer¨ªa ese beb¨¦, esperaba con impaciencia la llegada de esa peque?a persona y, a pesar del suplicio del Pitocin, la expuls¨¦ de m¨ª en un paroxismo de alegr¨ªa. Pero mi experiencia no es ni mucho menos universal. Era espec¨ªfica para m¨ª, para mi cuerpo como y en una situaci¨®n. Es f¨¢cil cambiar la historia y la experiencia: la ni?a asustada de 12 a?os que da a luz, la mujer violada que da a luz, o la que ya tiene cinco hijos y no puede tener otro y da a luz, por no hablar de la mujer que parece, se siente y quiere estar embarazada pero no lleva ning¨²n feto en sus entra?as y no dar¨¢ a luz. ?Qu¨¦ hay exactamente de psicol¨®gico y de biol¨®gico en estas narraciones de ¡°parto¡±?

Ensayo incluido en ¡®Los espejismos de la certeza. Reflexiones sobre la relaci¨®n entre el cuerpo y la mente¡¯. Siri Hustvedt. traducci¨®n de Aurora Echevarr¨ªa P¨¦rez. Seix Barral, 2021. 400 p¨¢ginas. 21,50 euros.

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