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Jean-Paul Sartre, entrevista con la nada

El escritor franc¨¦s es el paradigma del fil¨®sofo comprometido y, sin embargo, su vida, como reconoce ¨¦l mismo, se encuentra marcada por la traici¨®n. En toda traici¨®n hay una suerte de liberaci¨®n

El escritor y fil¨®sofo Jean-Paul Sartre, en 1966.
El escritor y fil¨®sofo Jean-Paul Sartre, en 1966.Dominique BERRETTY (Gamma-Rapho via Getty Images)
Juan Arnau

¡°A los que ignoran su libertad con excusas deterministas los llamar¨¦ cobardes¡±

J.P.S.

Mientras Heidegger insiste en la autenticidad, el joven Sartre lo hace en la libertad. Hay que moverse, comprometerse, crear lo que uno va a ser. Pues uno no es nada hasta que existe y vive. La condici¨®n humana es eso, precisamente, hacerse uno mismo, viviendo, eligiendo, leyendo, escribiendo, enamor¨¢ndose, viajando, comprometi¨¦ndose (pol¨ªtica o familiarmente), imaginando, creyendo, descreyendo, observando, ralentizando la respiraci¨®n, escuchando m¨²sica. El v¨¦rtigo de la libertad puede ser molesto, puede generar angustia, pero es el precio que hay que pagar por ella. El existencialismo nunca pasar¨¢ de moda mientras est¨¦ vigente la lucha por la libertad. S¨®lo lo har¨¢ cuando los humanos renuncien definitivamente a la libertad, o la depositen en un algoritmo o un f¨¢rmaco. Lo que est¨¢ en liza no son los significantes, ni las etimolog¨ªas o hermen¨¦uticas. Lo que est¨¢ en juego es la vida genuina, de riesgo y compromiso con la libertad. Pero, para ello, lo primero es saber qu¨¦ es la libertad.

El padre de Sartre es un oficial de la marina (hijo de m¨¦dico rural), que ha contra¨ªdo las fiebres de la Conchinchina y muere al poco de nacer el fil¨®sofo. ¡°Al despedirse a la francesa, Jean Baptiste me hab¨ªa negado el placer de conocerle¡±. Hoy sabemos m¨¢s del padre de Sartre de lo que supo el propio fil¨®sofo. Tras su muerte se encontraron las cartas y fotos que Jean-Baptiste envi¨® a su hermana. ¡°No he tenido padre¡±, dir¨¢ en diversas ocasiones. ¡°Mi padre no es m¨¢s que una fotograf¨ªa en el dormitorio de mi madre¡±. Esa muerte es decisiva. ¡°Hizo que mi madre volviera a sus cadenas y a m¨ª me dio la libertad¡±. En su obra interminable, Sartre no dedica a su padre m¨¢s de una p¨¢gina. Se erige en hijo de nadie. No tener padre es muy conveniente para ser fil¨®sofo. Los grandes no lo tuvieron. H¨¢gase el examen. El conocimiento como ¨²nico padre verdadero.

La primera infancia de Sartre se encuentra dominada por la figura de su abuelo materno. Karl Schweitzer, catedr¨¢tico de alem¨¢n, alsaciano y anticlerical, naturalista y puritano, recupera a trav¨¦s del ni?o su propia infancia. Tiene arrebatos de majestad y orgullo, un gusto por lo sublime y cierta repugnancia por las vacas sagradas de su biblioteca. Desde que muri¨® Victor Hugo, ha dejado de leer. Su oficio es traducir. El abuelo hace de la formaci¨®n de su nieto un asunto personal. ¡°Poulou¡± no va a la escuela. Se cr¨ªa sin hermanos ni compa?eros, como un ni?o rey, a la sombra de un patriarca altivo y omnipotente. El infante, de rubia melena rizada, tiene algo de tirano. Con el tiempo dir¨¢ que ¡°mandar y obedecer es lo mismo¡±, que ¡°nunca ha dado una orden sin re¨ªr, sin hacer re¨ªr¡±. Tiene algo de ¨¢crata. ¡°No me corroe el chancro del poder, no me ense?aron a obedecer¡±. Con la naturalidad de un pr¨ªncipe, deja que lo calcen y perfumen, que lo cepillen y lo laven. No llora ni hace ruido. ¡°Me dicen que soy lindo y me lo creo¡±. Anne Marie, su madre, ¡°era m¨ªa, nadie me discut¨ªa su tranquila posesi¨®n¡±. La retirada de su padre le otorga un anti Edipo: ¡°no ten¨ªa supery¨®, tampoco agresividad¡±. ¡°Hasta los diez a?os me qued¨¦ solo, con un viejo y dos mujeres¡±. No ara?a la tierra ni busca nidos, no tira piedras a los p¨¢jaros. Vive entre libros. Le dejan vagabundear por la biblioteca y se lanza al asalto del conocimiento. ¡°Los libros fueron mis p¨¢jaros y mis nidos¡±. Tiene algo de plat¨®nico. Confunde el desorden de sus lecturas con el azaroso curso de los acontecimientos. ¡°Un idealismo del que me cost¨® treinta a?os deshacerme¡±. Le gusta la incertidumbre, que la historia se le escape por todas partes. Devora la Larousse, se deleita con los res¨²menes de las novelas y las obras de teatro. Relee veinte veces las ¨²ltimas p¨¢ginas de Madame Bovary, se aprende de memoria algunos p¨¢rrafos. Karl le ha ense?ado que las obras de Dios y las obras de los hombres est¨¢n moldeadas por un mismo soplo, que es posible alcanzar el lugar donde confluyen la Verdad, la Belleza y el Bien.

Si la infancia decide el resto de la vida, la de Sartre es un sexto piso parisino, con vistas a un mar de tejados, muy cerca del Luxemburgo. ¡°El universo se escalonaba a mis pies y todo, humildemente, solicitaba un nombre; d¨¢rselo era a la vez crearlo y tomarlo¡±. Sabe que, sin esa ilusi¨®n primera, nunca hubiera sido escritor. Ese es el origen de su familiaridad con los ilustres difuntos. ¡°Me expreso sin rodeos sobre Baudelaire o Flaubert y, cuando se me critica, tengo ganas de contestar: No se metan en nuestras cosas. ?Me voy a poner los guantes para tratarlos?¡±

Sabe retratarse. No es lo bastante rico como para sentirse predestinado, ni lo bastante pobre para sentir sus deseos como exigencias. Un ni?o mimado no es triste. Se aburre como un rey. Tiene o¨ªdo para la religi¨®n. Lo educan cat¨®lico, aunque Karl es protestante. Sabe que el Todopoderoso lo ha hecho para gloria suya. ¡°Cat¨®lico y protestante, un¨ªa el esp¨ªritu cr¨ªtico al esp¨ªritu de sumisi¨®n¡±. Esa doble pertenencia le impide creer en los santos, en la Virgen y, finalmente, en Dios. Discute interiormente los art¨ªculos de fe. Corre el riesgo de ser presa de la santidad, pero le aterrorizan el desprecio s¨¢dico del cuerpo, las excentricidades de los santos. ¡°Mantuve, durante varios a?os, las relaciones p¨²blicas con el Todopoderoso, pero en privado hab¨ªa dejado de visitarle¡±. Si le hubieran negado la fe, la hubiera inventado ¨¦l mismo. De hecho, es lo que har¨¢. Su fe en la libertad no tiene parang¨®n en la historia reciente del pensamiento. Una libertad singularmente comprometida y pol¨ªtica.

Sartre, inaccesible para lo sagrado, adora el cine, la magia de la imagen en movimiento. Sin embargo, las palabras son para ¨¦l la quintaesencia de las cosas, la realizaci¨®n de lo imaginario. El ni?o escribe sus novelas en un pupitre blanco ante la mirada de las visitas. El abuelo le palpa el cr¨¢neo y repite: ¡°tiene el bulto de la literatura¡±. Pero Karl desprecia a los escritores profesionales, ¡°taumaturgos risibles que ped¨ªan un luis de oro por mostrar la luna y que por cien mostraban el trasero¡±. Se ha criado entre dos lenguas, el alem¨¢n y el franc¨¦s, y tiene lagunas. ¡°Yo ser¨ªa el vengador de mi abuelo: era nieto de alsaciano y al mismo tiempo franc¨¦s de Francia. La Alsacia m¨¢rtir entrar¨ªa en la ?cole Normale Sup¨¦rieure, ganar¨ªa las oposiciones y me convertir¨ªa en ese pr¨ªncipe que es un profesor de letras¡±. Karl trata de persuadirle de que la literatura no da de comer, que si quiere mantener su independencia ha de elegir una segunda profesi¨®n. Sartre obedecer¨¢ y trabajar¨¢ un tiempo como profesor de instituto en Le Havre, pero tras la guerra se lanzar¨¢ a una carrera desenfrenada de escritor. ¡°Hoy me pregunto, cuando estoy de mal humor, si no he consumido tantos d¨ªas y tantas noches, llenado hojas de papel con mi tinta, lanzando al mercado tantos libros que nadie desea, con la ¨²nica y loca esperanza de gustar a mi abuelo¡±. Y se compara con Swann: ¡°Y pensar que he malgastado mi vida por una mujer que no era de mi estilo¡±. ¡°Me han cosido los mandamientos debajo de la piel y, si paso un d¨ªa sin escribir, me pica la cicatriz, y si escribo con demasiada facilidad, me pica tambi¨¦n¡±.

Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir en el Museo Egipcio, en El Cairo, en los a?os sesenta.
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir en el Museo Egipcio, en El Cairo, en los a?os sesenta.Keystone-France (Gamma-Keystone via Getty Images)

El Castor

En sus a?os en la ?cole Normale Sup¨¦rieure, orgullo de la naci¨®n, es el ineludible instigador de revistas, chanzas y esc¨¢ndalos. Animador, payaso, buf¨®n cruel que lee m¨¢s de trescientos libros al a?o. Espont¨¢neo y anarquizante, no se interesa por la pol¨ªtica institucional y encuentra en los pacifistas una violencia verbal que le complace. Utiliza el teatro y las canciones para ajustar cuentas con la autoridad, con la pedagog¨ªa vigente, con la generaci¨®n de su abuelo. Le fascinan los dada¨ªsta y los surrealistas. En 1926 es ya un escritor incontenible, compone canciones y poemas, escribe cuentos, novelas y ensayos literarios y filos¨®ficos. Descartes es su h¨¦roe filos¨®fico. Conoce a Simone de Beauvoir, el ¡°Castor¡±, alta, seria y de ojos azules. ¡°Simp¨¢tica y guapa, pero mal vestida¡±. Inicia una relaci¨®n que durar¨¢ cincuenta a?os. Cuando entra por primera vez en su cuarto queda un poco asustada por el desorden de libros, de papeles y colillas por todos los rincones, ¡°se pod¨ªa cortar el humo con un cuchillo¡±. Discuten a Leibniz y a Rousseau. En los debates, ¡°Sartre siempre sal¨ªa ganando. Imposible guardarle rencor: no escatimaba esfuerzos para hacernos aprovechar su ciencia¡±. A ella le gusta su generosidad, le parece divertido y servicial, y ¡°un maravilloso entrenador intelectual¡±. Es el compa?ero, el hermano mayor, el interlocutor de esta joven brillante. A Sartre le gustan las amistades femeninas. ¡°A partir de ahora la tomo entre mis manos¡±, le dice. Durante los quince d¨ªas que duran los ex¨¢menes orales s¨®lo se separan para dormir. ¡°Sartre nunca deja de pensar, pero aborrece la penater¨ªa. Su esp¨ªritu est¨¢ siempre alerta. Ignora las torpezas, las huidas, los regates, las treguas, las prudencias, el respeto¡±. Beauvoir le dedica unas hermosas p¨¢ginas en sus Memorias de una joven formal, lo describe fenomenol¨®gicamente: ¡°Frente a un objeto, en vez de escamotearlo en provecho de un mito, de una palabra, de una impresi¨®n, de una idea preconcebida, lo miraba; no lo abandonaba antes de haber comprendido sus circunstancias sus m¨²ltiples sentidos¡±. Hablan de todo, particularmente del tema que m¨¢s le interesa a Beauvoir, ella misma. Sartre trata de situarla en su propio sistema, la comprende a la luz de sus valores. Todo ello con ¡°una pasi¨®n tranquila y furiosa que lo arroja hacia los libros que escribir¨¢¡±. Si se compara con ¨¦l, ¡°?qu¨¦ tibieza en mis fiebres! Yo me hab¨ªa cre¨ªdo excepcional porque no conceb¨ªa vivir sin escribir: ¨¦l s¨®lo viv¨ªa para escribir¡±. Su nuevo amigo tiene tambi¨¦n su lado rom¨¢ntico. No ser¨¢ una rata de biblioteca, sue?a con viajar, entablar amistad con los estibadores de Constantinopla, emborracharse con rufianes de los bajos fondos. ¡°Ni los parias de la India, ni los popes del monte Atlas, ni los pescadores de Terranova tendr¨ªan secretos para ¨¦l. No echar¨ªa ra¨ªces en ninguna parte, ninguna posesi¨®n le resultar¨ªa embarazosa¡±. Quiere testimoniar acerca de todo y todas esas experiencias deber¨ªa plasmarse en sus libros. Beauvoir comparte esa fascinaci¨®n, ¡°al menos en teor¨ªa, por los grandes des¨®rdenes, las vidas peligrosas, los hombres perdidos, los excesos del alcohol, la droga y la pasi¨®n¡±, pero no con su intensidad. Sartre sostiene que, cuando uno tiene algo que decir, todo despilfarro es criminal. La obra literaria, la obra de arte, es a sus ojos un fin absoluto. En esa ¨¦poca Sartre es m¨¢s anarquista que revolucionario. Le parece detestable la sociedad burguesa, pero le viene bien para posicionarse frente a ella. Hace posible una ¡°est¨¦tica de la oposici¨®n¡±. La joven formal proyecta sobre su nuevo amigo cierto halo prof¨¦tico: ¡°?l no se dec¨ªa nunca, como yo a veces hab¨ªa hecho, que era ¡°algui¨¦n¡±, que ten¨ªa ¡°valor¡±; pero estimaba que importantes verdades, acaso hasta la Verdad, se le hab¨ªa revelado y que su misi¨®n era imponerlas al mundo¡±. Tampoco se hac¨ªa ilusiones con las pretensiones de la filosof¨ªa. Le gusta tanto Stendhal como Spinoza y se niega a separar la filosof¨ªa de la literatura. A sus ojos la contingencia no es una noci¨®n abstracta del mundo, sino su dimensi¨®n real.

Sartre es ese doble en el que Beauvoir encuentra, ¡°llevadas a la incandescencia¡±, todas sus man¨ªas. Con ¨¦l puede compartirlo todo. Cuando se separan a principios de agosto, ella sabe que ¡°nunca m¨¢s saldr¨ªa de mi vida¡±. Han quedado sentadas las bases de su futura relaci¨®n: viajes, poligamia y transparencia. Se lo contar¨¢n todo. Dividen los amores en ¡°necesarios¡± y ¡°contingentes¡± y establecen un contrato renovable cada dos a?os. Para Beauvoir, Sartre ser¨¢ su relaci¨®n afectiva privilegiada, sin que ello le impida tener otras. El Castor es la primera lectora de sus textos, la primera en comentarlos, corregirlos, editarlos. Es una interlocutora cr¨ªtica, audaz e infatigable. Lee, relee, aconseja, secunda. Disc¨ªpula convencida y feminista independiente. Ser¨¢ indispensable para el trabajo de Sartre, tanto en la rue Bonaparte como en Les Temps Modernes y encabezar¨¢ la ¡°familia¡± sartreana, compuesta de colegas, antiguos alumnos, incondicionales y amigos ¨ªntimos.

Berl¨ªn

La atracci¨®n por la fenomenolog¨ªa tiene que ver con algo que le ense?¨® su abuelo. No basta con tener ojos, hay que saber utilizarlos. Cuando Maupassant era peque?o, Flaubert lo instalaba delante de un ¨¢rbol y le daba dos horas para que lo describiera. ¡°Entonces fue cuando aprend¨ª a ver. Era un juego f¨²nebre y decepcionante: hab¨ªa que plantarse ante un sill¨®n de terciopelo e inspeccionarlo¡±. Descubre, como en una meditaci¨®n soleada, que es posible pintar objetos con palabras. Y m¨¢s a¨²n, hacer del color, sonido, y del sonido, evocaci¨®n, imagen mental en quien escucha, y de ah¨ª, significado. Le gusta la idea de Heidegger de que el Dasein est¨¢ metido en el mundo hasta las cejas. Es un error considerar que las cosas est¨¢n simplemente ¡°a la vista¡±, tambi¨¦n est¨¢n ¡°a la mano¡±, y su cuidado es esencial.

Sartre solicita una beca en Berl¨ªn en 1933. Quiere saber m¨¢s de la fenomenolog¨ªa, la nueva ciencia que desaf¨ªa lo consabido. Pasar¨¢ ese a?o y los siguientes absorto en la lectura de Husserl. Su fascinaci¨®n con Husserl se debe a Descartes, ese ¡°h¨¦roe que se abre camino contando s¨®lo con sus propias fuerzas¡± y sabe hacer tabula rasa de las creencias m¨¢s firmes. Un pensador ¡°explosivo¡± y ¡°revolucionario¡±, ontol¨®gicamente austero y de rigor extremo. La fenomenolog¨ªa le ayuda a pensar la ciencia, es el hallazgo de su vida. ¡°Husserl se hab¨ªa adue?ado de m¨ª¡±, dir¨¢ m¨¢s tarde. Necesit¨¦ cuatro a?os para agotarlo.

En Berl¨ªn, apenas repara en el antisemitismo ambiente, en la penuria y el desempleo, en las quemas de libros y el auge del nazismo. Hitler ya es el canciller del Tercer Reich. Sartre se abstrae. No quiere caer en esa entidad impersonal (el ellos: das Man) que roba la libertad de pensar por uno mismo. Heidegger lo ha advertido: si no pongo atenci¨®n das Man se hace cargo de las decisiones importantes. En ese cuidado descansa el aut¨¦ntico yo. Y en permanecer abierto a la realidad. Pero a veces, para hacerlo, uno ha de sumergirse en la lectura, olvidando la llamada ¡°realidad externa¡±.

Sartre regresar¨ªa a Francia en 1934 dispuesto a trabajar en su propia versi¨®n de la fenomenolog¨ªa. Sus lecturas de Kierkegaard y Hegel, sus fobias y obsesiones, las experiencias de la infancia, la relaci¨®n con Beauvoir y Merleau-Ponty, entran a formar parte del proyecto. La idea esencial es la intencionalidad, que puede rastrearse en la experiencia consciente, pero tambi¨¦n en los sue?os, las fantas¨ªas y las alucinaciones. En enero de 1935, bajo vigilancia m¨¦dica, se inyecta mescalina, un alucin¨®geno que se extrae del peyote. Un doctor supervisa su viaje mientras ¨¦l, como buen fenomen¨®logo, registra su experiencia en un cuaderno de notas. El viaje no es propicio. No repetir¨¢. No hay verdes praderas o seres celestiales, sino serpientes, cuervos, sapos y escarabajos que lo asedian y que, durante meses, acechar¨¢n su vigilia y sus sue?os. Teme perder la cabeza. Los ¨¢rboles vienen en su ayuda, son buenos asideros. Hasta en lo m¨¢s familiar hay algo desconocido. Considerar larga y atentamente un ¨¢rbol, descartando nociones de segunda mano (lo que nos han dicho que es un ¨¢rbol), puede revelar muchas cosas. El v¨ªnculo entre descripci¨®n y liberaci¨®n fascin¨® a Sartre. La gente com¨²n opina, el fenomen¨®logo describe. Siempre es m¨¢s dif¨ªcil lo segundo. La fenomenolog¨ªa es un arte descriptivo. Describir con exactitud y sin ostentaci¨®n fue una de las obsesiones de Flaubert, probablemente el maestro m¨¢s grande en el arte de la descripci¨®n. Quien sabe describir puede ejercer alg¨²n dominio sobre lo que aparece. Mostrar, no explicar. Sartre explor¨® el v¨ªnculo secreto entre escritura y libertad. La fenomenolog¨ªa desemboca en hermen¨¦utica l¨ªrica en Heidegger y en novela filos¨®fica en Sartre. La pregunta transforma al quien la formula, hab¨ªa dicho Heidegger, lo mismo pod¨ªa decirse del empe?o por describir. Poco despu¨¦s, Sartre acepta un puesto como profesor de instituto en Le Havre. En el aula se discute la lucha de clases, las jerarqu¨ªas artificiales, el racismo y el colonialismo. Se habla de la locura y las cadenas del matrimonio, el gran engendro burgu¨¦s.

La trascendencia del ego

El primer intento de una fenomenolog¨ªa sartreana aparece en La trascendencia del ego (1936), una obra que nos interesa especialmente por acercarse a algunos planteamientos del s¨¡?khya. Una hip¨®tesis de trabajo, la del s¨¡?khya, que siempre nos ha parecido tan fecunda como las de Arist¨®teles o Plat¨®n. Sartre dice que la conciencia no est¨¢ ni formal ni materialmente en el ego. Tambi¨¦n afirma que el ego no es algo interior, sino que est¨¢ en el mundo, que es un ¡°ser del mundo¡±, como el ego del otro. De ah¨ª que sea injusto acusar a la fenomenolog¨ªa de idealismo encubierto. El ego es un remolino en la mente del mundo. Y la conciencia es otra cosa (un no lugar). ¡°Desde esta perspectiva, mis sentimientos y mis estados, mi ego mismo, dejan de ser propiedad exclusiva m¨ªa¡±. Se desmonta as¨ª la distinci¨®n habitual entre la subjetividad de los estados ps¨ªquicos y la objetividad de la cosa espacio-temporal. La fenomenolog¨ªa ense?a que esos estados son objetos, un sentimiento particular como el amor o el odio es un objeto trascendente y no se limita a la interioridad de una mente. Una mente no podr¨ªa concebir otra mente que no fuera ella misma si no estuviera en el mismo elemento mental. Y a?ade: ¡°El ego no es propietario de la conciencia, es objeto suyo¡±, una frase que suscribir¨ªa el s¨¡?khya. Para la filosof¨ªa india, lo que llamamos ego son tres factores: inteligencia, sentido del yo y mente. Todos ellos cualitativos. La conciencia no est¨¢ en ellos, aunque ellos pueden ¡°captar¡± la conciencia, y traerla a este mundo desde su trascendencia. Pero s¨®lo aparentemente, pues ella no se implica y tampoco se contamina por las cualidades, luminosas u oscuras, del ego que est¨¢ en el mundo, que es mundo.

Sartre a?ade: la espontaneidad de la conciencia no puede emanar del yo. ¡°Va hacia el yo, se une a ¨¦l, lo deja vislumbrar bajo su l¨ªmpido espesor. Es decir, la conciencia es una espontaneidad individualizada e impersonal. La mente, cada mente egoica, la hace suya, aunque no la posea y no le pertenezca. La conciencia no es algo que sale del yo, sino algo de lo que se apropia el yo. Por supuesto, Sartre nunca dir¨¢ que la conciencia es un no lugar (pero la identifica con lo vac¨ªo) y su intuici¨®n fenomenol¨®gica parece sugerirlo. Formula su tesis sin rodeos: ¡°la conciencia trascendental es una espontaneidad impersonal. Se determina a la existencia a cada instante, sin que quepa concebir nada antes de ella. As¨ª, cada instante de nuestra vida consciente nos revela y una creaci¨®n ex nihilo.¡±

Esa es la magia de la creaci¨®n continua. Hay algo angustioso (y agotador) en esa incansable creaci¨®n de existencia cuyos creadores no somos nosotros. En este nivel, ¡°el hombre tiene la impresi¨®n de escapar sin tregua de s¨ª mismo, de sobrepasarse, de sorprenderse ante una riqueza siempre inesperada¡±. Reaparece el viejo tema del asombro, la perplejidad ante la creaci¨®n espont¨¢nea. Adem¨¢s, ¡°el yo no tiene poder alguno sobre esa espontaneidad, porque la voluntad es un objeto que se constituye para y por esa espontaneidad¡±. Aqu¨ª est¨¢ el meollo del asunto. La voluntad como modo de ¡°complacer¡± o ¡°recrear¡± a la conciencia. El mundo del deseo y las inclinaciones, el mundo del yo, como representaci¨®n escenificada para la conciencia. La voluntad se dirige hacia las cosas, pero no se vuelve hacia la conciencia (el olvido del ser, para Heidegger). Por eso no podemos ¡°querer¡± un estado de conciencia: quiero dormirme, quiero no pensar en eso¡­ Hay una tensi¨®n no resuelta entre voluntad y conciencia. No asumir esa espontaneidad de la conciencia es el origen de muchas neurosis y depresiones. ¡°La conciencia se asusta de su propia espontaneidad porque la siente m¨¢s all¨¢ de la voluntad¡±.

Sartre afina su intuici¨®n. ¡°Quiz¨¢ el papel esencial del ego sea ocultar a la conciencia su propia espontaneidad¡±. Toda actividad emana de una pasividad a la que trasciende. ¡°Todo sucede como si la conciencia constituyera al ego como una falsa representaci¨®n de s¨ª misma¡±. Esta ¨²ltima frase podr¨ªa haberla escrito un fil¨®sofo del s¨¡?khya. El error que nos hace sufrir es confundir la propia mente (el ego), que es un asunto natural, con la conciencia, que es un asunto trascendental, independiente del mundo natural. Nos parece que est¨¢ dentro del mundo natural, pero es un espejismo. Aunque tampoco est¨¢ fuera, pues las categor¨ªas espaciales no le conciernen, de ah¨ª que hablemos de ¡°no lugar¡±. Y parece como si la conciencia se ¡°hipnotizara¡± con este ego.

La distancia entre conciencia y mente puede asociarse con la epoj¨¦ fenomenol¨®gica. ¡°Basta un simple acto de meditaci¨®n para que la espontaneidad consciente se desprenda bruscamente del yo y se d¨¦ como independiente. La epoj¨¦ ya no es un m¨¦todo intelectual, un asunto de eruditos, es una meditaci¨®n (angustia) que se nos impone y que no podemos evitar¡±. Y parece hablar del despertar s¨²bito cuando a?ade: ¡°Es un acontecimiento puro de origen trascendental y un accidente siempre posible en nuestra vida cotidiana¡±. Entonces, ¡°mi yo no es m¨¢s cierto para la conciencia que el yo de los dem¨¢s, es tan s¨®lo m¨¢s ¨ªntimo¡±. El solipsismo que Husserl no logr¨® evitar queda superado. Nada hay aqu¨ª de idealismo, ¡°hace siglos que no se ve¨ªa una corriente tan realista¡±. El yo es un existente rigurosamente contempor¨¢neo del mundo y cuyas caracter¨ªsticas son las del mundo. ¡°El mundo no ha creado el yo, el yo no ha creado el mundo¡±. S¨®lo le falta decir que de la atracci¨®n de esa conciencia espont¨¢nea y original y el mundo natural surgi¨® el universo que conocemos. No lo dice, pero dice algo muy parecido: ¡°Esa conciencia absoluta, cuando se purifica del yo, ya no tiene nada de sujeto, y tampoco es una colecci¨®n de representaciones; es, sencillamente, una condici¨®n original y una fuente absoluta de existencia¡±.

El magnetismo de la traici¨®n

¡°A menudo he pensado contra m¨ª mismo¡±. Traicionar el propio pensamiento es un modo de mantenerlo activo. ¡°Escribir fue durante mucho tiempo pedir a la Muerte, a la Religi¨®n, con una m¨¢scara, que arrancase mi vida del azar. Fui a la Iglesia. Era militante y quise salvarme con las obras; m¨ªstico, intent¨¦ revelar el silencio del ser con un ruido encontrado de palabras y, sobre todo, confund¨ª las cosas con sus nombres.¡± Sartre se pregunta por qu¨¦ sigue escribiendo. Y responde con otra pregunta, ¡°?qu¨¦ otra cosa podr¨ªa hacer?¡± Rechaza el Premio Nobel (no quiere comprometer su independencia), como antes ha declinado otras distinciones institucionales (la Legi¨®n de honor o la c¨¢tedra del Coll¨¨ge de France). ¡°El escritor debe negarse a transformarse en instituci¨®n, incluso si ello tiene lugar bajo las formas m¨¢s honorables¡±. Una actitud que le protege contra las seducciones de la ¨¦lite, contra ¡°los fastos siniestros de la notoriedad¡±, y que, parad¨®jicamente, lo hace m¨¢s famoso.

Sartre es el paradigma del fil¨®sofo comprometido. Y, sin embargo, su vida, como reconoce ¨¦l mismo, se encuentra marcada por la traici¨®n. En toda traici¨®n hay una suerte de liberaci¨®n, de desprendimiento de viejas ataduras. Siempre he sospechado que la traici¨®n es la hermana oscura de la revelaci¨®n (luminosa, esclarecida). Los grandes profetas se erigen sobre la traici¨®n a un orden establecido. Sartre es ducho en quebrantar fidelidades. Sabe que toda lealtad es pasajera y que el fil¨®sofo debe acompa?ar el movimiento del mundo. Libertad es desprendimiento, traici¨®n. Traiciona su herencia burguesa, traiciona la literatura (entretenimiento banal frente al compromiso pol¨ªtico), traiciona las instituciones que lo forman y las que lo celebran. Traiciona a su antiguo compa?ero Raymond Aron, que fue quien le descubri¨® la fenomenolog¨ªa. Aron es el paradigma de profesor universitario. ¡°Un se?or que elabor¨® una tesis y la repite toda su vida. Alguien que posee un poder al que est¨¢ ferozmente apegado. El poder de imponer a los dem¨¢s sus propias ideas sin que los que le escuchan tengan derecho a discutirlas¡±. Traiciona finalmente al Castor y al c¨ªrculo de Les Temps Modernes, con su idilio crepuscular con Benny L¨¦vy.

Sartre tiene algo de Rousseau. ¡°Me volv¨ª traidor y nunca he dejado de serlo¡±. Por mucho que uno se entregue a lo que hace, sabe que en cualquier momento podr¨¢ renegar de su empresa. Una parte se queda dentro, comprometida, otra llama desde fuera. Sonr¨ªe, o r¨ªe a carcajadas de ese af¨¢n. Es constante en sus afectos y su conducta, pero infiel en sus emociones. ¡°Hubo un tiempo en el que me parec¨ªa m¨¢s hermoso el ¨²ltimo cuadro, monumento o paisaje que hubiera visto¡±. Aprecia la fidelidad que ciertas personas tienen por sus gustos y aspiraciones, su voluntad de seguir siendo los mismos, pero no la comparte. ¡°He conocido hombres que se acostaron ya tarde con la mujer envejecida que desearon en su juventud¡±. A Sartre no le duran esas fidelidades, tampoco los rencores. Est¨¢ muy dotado para la autocr¨ªtica, siempre y cuando no intenten impon¨¦rsela. ¡°Era dogm¨¢tico y dudaba de todo, excepto de ser el elegido de la duda: restablec¨ªa con una mano lo que destru¨ªa con la otra¡±. Ya viejo, dir¨¢: ¡°Solo pienso en huir de m¨ª¡±.

En 1953 publica Las palabras, probablemente su mejor obra. Un texto enmendado, recortado, rumiado, corregido hasta la saciedad con la paciencia de un artesano. All¨ª dice: ¡°Nada era superior ni m¨¢s hermoso que el hecho de escribir¡±. Escribir es crear obras que deben perdurar y la vida del escritor debe entenderse a partir de su escritura. Posteriormente comprende que ese es un punto de vista absolutamente burgu¨¦s, que ha ca¨ªdo en el s¨ªndrome Flaubert, que hay muchas otras cosas adem¨¢s de escribir y que la literatura puede ocupar perfectamente un lugar secundario. Nunca romper¨¢ su compromiso con la escritura, y seguir¨¢ ejerci¨¦ndola incluso ciego, aunque sin esa voluntad de estilo. Sus textos se ponen al servicio de los oprimidos. Trabaja con un horario estricto, de austeridad mon¨¢stica. Sesi¨®n matinal y vespertina en la rue Bonaparte, interrumpida solo por citas concertadas por su secretario y una comida de dos horas, reloj en mano, con su c¨ªrculo m¨¢s pr¨®ximo. Acumula p¨¢ginas y p¨¢ginas. Pero entonces son sus ojos los que le traicionan y tiene que dejar la escritura. Benny L¨¦vy, l¨ªder de los mao¨ªstas de Par¨ªs de origen egipcio, que acabar¨¢ convirti¨¦ndose al juda¨ªsmo y la c¨¢bala, viene al rescate. Le propone una escritura oral, a base de conversaciones, h¨¢bilmente dirigidas por el joven secretario.

La guerra

En 1940, Alemania ataca a Francia. Sartre es movilizado. Soldado de segunda clase, sirve en el cuerpo de meteor¨®logos, como apoyo a una divisi¨®n de artiller¨ªa. Mide con un globo sonda la intensidad y direcci¨®n del viento. La espera es interminable y absurda. Se aburren, juegan a los naipes, leen. Cada d¨ªa escribe tres o cuatro cartas al Castor y a otras mujeres. Simone de Beauvoir lo visita. Trae un cargamento de cuadernos, tinta y libros. En mayo el enemigo se acerca, a las pocas semanas su destacamento cae prisionero. Los alemanes han llegado a Par¨ªs. La guerra est¨¢ perdida. Permanece cautivo ochos meses, junto con otros 14.000 soldados. Este primer encuentro con la historia y con lo social marca su trayectoria. El campo est¨¢ en lo alto de una colina. Se alojan en barracones de madera de tres pisos, con cuarenta soldados por unidad. Prolifera el trueque y el tejemaneje. Se permiten la m¨²sica y el teatro. Sartre, ap¨®stol de la libertad, encuentra un encanto oculto en su vida de prisionero, a pesar de los trabajos forzados, las privaciones, los piojos y el invierno glacial. ¡°Puedo decir que me sent¨ªa feliz all¨ª¡±. El confinamiento dilata su mente. El hijo ¨²nico queda hechizado por el ¡°sentimiento de formar parte de una masa¡±. Consigue un enchufe en la enfermer¨ªa, trapichea con cigarrillos y terrones de az¨²car. Hace el payaso, no le importa ser el buf¨®n del barrac¨®n. Entre las alambradas despierta su vocaci¨®n teatral. Escribe un Misterio de Navidad, distribuye los papeles, consigue telas para los trajes y dirige los ensayos. Se trata de las aventuras de Bariona, hijo del trueno, en la ¨¦poca en que los romanos someten a Judea. Tras la representaci¨®n corre a cantar en la misa del gallo, con el coro del campo.

Le complace el ambiente de compa?erismo y solidaridad que se respira en el campo, tan alejado de la vida burguesa. No disponen de mucho espacio, por lo que puede sentir mientras duerme el brazo o la pierna de un compa?ero. No le disgusta. El otro es parte de uno mismo y hasta ahora no hab¨ªa descubierto la proximidad f¨ªsica. Empieza a escribir un tratado metaf¨ªsico, que con el tiempo se convertir¨¢ en El ser y la nada. Un impulso suscitado por la lectura de Ser y tiempo, obra de otro fil¨®sofo de una naci¨®n derrotada. Traba amistad con un abad. Por las ma?anas leen juntos a Heidegger durante dos horas, cerca de la estufa. Fraterniza con los curas, discuten sobre la fe. ¡°?Tiene usted la fe como yo tengo esta pipa?¡±.

La evasi¨®n tiene poco de ¨¦pica. Lo llevaron al campo en un vag¨®n de ganado, saldr¨¢ gracias a una falsificaci¨®n. Le duelen los ojos y logra un pase m¨¦dico para visitar a un oftalm¨®logo. Le dejan salir y ya no regresa. La exotrop¨ªa le ha salvado dos veces. Primero eximi¨¦ndolo del combate en primera l¨ªnea, despu¨¦s como coartada para escapar del campo. Sale del Stalag XII D en marzo de 1941. Diez d¨ªas despu¨¦s est¨¢ en Par¨ªs, epicentro de la Francia ocupada. Trabaja en el caf¨¦ del viejo Boubal, el Flore, detr¨¢s de unas cortinas gruesas, al albur de una estufa de carb¨®n. Ser¨¢ el templo de los intelectuales en el margen izquierdo del Sena. Sartre y el Castor tienen una mesa asignada, el caf¨¦ es frecuentado por los existencialistas, los soldados alemanes no frecuentan. ¡°Durante cuatro a?os, los caminos del Flore fueron para m¨ª los caminos de la libertad¡±.

Se impone el imperativo de actuar. Forma con unos amigos un grupo de la resistencia: ¡°Socialismo y libertad¡±, alternativa a los de gaullistas y comunistas. Carecen de experiencia y son poco eficaces. Pegan carteles, redactan panfletos y octavillas que incitan al sabotaje. Intentan con poco ¨¦xito la adhesi¨®n de Gide y Malraux. El grupo acaba deshaci¨¦ndose por falta de apoyo y objetivos. Nunca contaron con apoyo exterior ni con una organizaci¨®n consolidada. Poco despu¨¦s del desembarco en Normand¨ªa, Gallimard se ofrece a financiar una revista que proporcione una ideolog¨ªa para la posguerra. Nace Les Temps Modernes. Sartre est¨¢ decidido a dirigir la revista en equipo. Camus, Merleau-Ponty, Aron, Paulhan y Beauvoir formar¨¢n parte del proyecto. El pa¨ªs est¨¢ agotado por la guerra. S¨®lo Sartre parece no estar cansado. La revista no hace aminorar su producci¨®n literaria. Desde que lleg¨® a Par¨ªs, dos novelas, un ensayo filos¨®fico, dos obras de teatro, cinco guiones, quince art¨ªculos y ocho reportajes, sin contar la correspondencia, las notas y los cuadernos.

Martin Heidegger con su mujer, Elfride Petri, en su caba?a de la Selva negra.
Martin Heidegger con su mujer, Elfride Petri, en su caba?a de la Selva negra.Rep

El ser y la nada

En la Francia ocupada bajo el dominio nazi ha encontrado su gran tema: la libertad. El ser y la nada, un tomo de 700 p¨¢ginas se publica esquivando la censura. El libro pesa un kilo y resulta muy ¨²til para pesar frutas y verduras en una balanza. El t¨ªtulo es un gui?o a la obra de Heidegger, por sus p¨¢ginas desfilan, adem¨¢s el mago de Messkirch, Husserl, Hegel y Kierkegaard, junto con numerosas an¨¦cdotas y situaciones de la vida cotidiana. Se trata, como la obra que imita, de un texto inacabado. Crea la expectativa de una segunda parte que nunca ver¨¢ la luz. Mientras Heidegger se propone mostrar que el sentido del Ser es el Tiempo, Sartre busca un fundamento para la ¨¦tica existencialista. Ninguno de los dos logra su prop¨®sito. El an¨¢lisis sartreano de la libertad se basa en una idea sencilla. Tenemos miedo a la libertad. Sin embargo, no podemos escapar de la libertad, pues ella nos constituye, somos libertad. Cualquier otra visi¨®n es una distorsi¨®n de la condici¨®n humana. Heidegger distingue lo ¨®ntico de lo ontol¨®gico, Sartre el ¡°en s¨ª¡± (las cosas) del ¡°para s¨ª¡± (la libertad). Ambos versionan, cada uno a su modo, la partici¨®n cartesiana del mundo en pensamiento y extensi¨®n. Para Sartre las cosas no tienen que tomar decisiones, simplemente tienen que ser ellas mismas. El ¡°para s¨ª¡± se distingue del ¡°en s¨ª¡± en que no es un ser en absoluto, sino un vac¨ªo en el mundo, una entidad sin contenido que, sin embargo, participa del mundo y toma decisiones. Una ausencia que est¨¢ de alg¨²n modo presente en nuestras expectativas. Como cuando esperamos encontrar a un amigo en un caf¨¦ o esperamos llevar la cartera en el bolsillo. Esa expectativa hace aflorar la ausencia, la nada. Una nueva versi¨®n de la intencionalidad, factor esencial de la fenomenolog¨ªa de la conciencia. El ¡°para s¨ª¡± no es nada, por eso es libre. Sartre, retorciendo la m¨¢xima cartesiana, llega a afirmar: ¡°No soy nada, luego soy libre¡±.

Hay algo muy liberal en todo esto. No somos sino lo que decidimos ser. Esa libertad radical puede producir cierta angustia y ansiedad. El existencialista nos dice: el hombre es angustia. Y los que no est¨¢n angustiados es porque enmascaran su propia angustia. Hay que asumirlo, hay un v¨¦rtigo e inquietud constante sobre uno mismo. Pero. Negar la libertad, considerar que estamos condicionados por circunstancias externas, es actuar de ¡°mala fe¡±. Esto no es en absoluto excepcional, la mayor¨ªa de nosotros act¨²a de mala fe la mayor parte del tiempo, como si estuvi¨¦ramos sometidos a la responsabilidad y las circunstancias. No s¨®lo tenemos miedo a la libertad, sino que tendemos a demonizar y culpar a los dem¨¢s. Cada vez que nos vemos a nosotros como seres pasivos, v¨ªctimas de las circunstancias, actuamos de mala fe.

Previamente Sartre ha discutido el origen de la Nada. Coincide con Heidegger en que la nada no es un efecto del lenguaje, de nuestras proposiciones negativas, sino algo mucho m¨¢s consustancial a nuestra condici¨®n. La nada hace aparecer la idea de la ¡°destrucci¨®n¡±, que es un asunto puramente humano. Un terremoto, un volc¨¢n o una tempestad no destruyen, simplemente modifican las masas. ¡°Despu¨¦s de la tormenta no hay menos que antes, hay otra cosa¡±. El ser humano es fr¨¢gil y porta en s¨ª la posibilidad de no ser. ¡°Es el hombre mismo el que destruye sus ciudades por intermediaci¨®n de los sismos y destruye sus barcos por intermediaci¨®n de ciclones¡±. Y, de modo muy heideggeriano, a?ade: ¡°La condici¨®n necesaria para que sea posible decir no, es que el no-ser sea una presencia perpetua, en nosotros y fuera de nosotros: es que la nada infeste el ser¡±.

La cuesti¨®n es c¨®mo esa nada se relaciona con la libertad. Es claro que la nada es la condici¨®n primera de la conducta inquisitiva y, en general, de toda indagaci¨®n. Tras descartar la interpretaci¨®n hegeliana de considerar complementarios al ser y al no-ser (como sombra y luz) y recatar la idea de Spinoza de la preeminencia l¨®gica del ser ante la nada (la nada toma su eficacia del Ser, por eso lo infesta), la nada s¨®lo puede tener una existencia prestada: ¡°toma su ser del ser¡±, ¡°no se encuentra sino dentro de los l¨ªmites del ser¡±. La desaparici¨®n completa del ser no supondr¨ªa el advenimiento del reino del no-ser sino al contrario, supondr¨ªa el desvanecimiento total de la nada. ¡°No hay no ser sino en la superficie del ser¡±. Tras rescatar, como dijimos, estas ideas de Spinoza, Sartre se adentra en el an¨¢lisis de la concepci¨®n fenomenol¨®gica de la nada (que atribuye a Heidegger). Si puede darse una nada, es en el meollo mismo del ser, como un gusano. ¡°El hombre es el ser por el cual la nada adviene al mundo¡±.

La realidad humana segrega la nada. Y la nada es como una invenci¨®n libre. Y se dice, respecto a la libertad, lo mismo que dice Heidegger respecto al lenguaje. La libertad no es una facultad del alma, que pueda encararse o describirse aisladamente. No es una propiedad que pertenezca, entre otras, a lo humano. No hay diferencia entre el ser del hombre y el ser-libre. La libertad humana precede a la esencia del hombre y la hace posible. Y, de un modo muy fenomenol¨®gico, afirma: ¡°La esencia del hombre est¨¢ en suspenso en su libertad¡±. En el ejercicio de la libertad, el pasado queda en suspenso (entre par¨¦ntesis), como en la epoj¨¦ fenomenol¨®gica. Esa es la magia de la libertad. ¡°La libertad es el ser humano en cuanto pone su pasado fuera de juego, segregando su propia nada¡±.

La mala fe

Hay gentes instaladas en el No. Guardianes, carceleros y vigilantes viven en la negaci¨®n perpetua. Como un No capta el esclavo a su amo, el prisionero a su guardi¨¢n. Hay seres d¨¦biles, flojos y cobardes, que se enga?an a s¨ª mismos, que se enmascaran la verdad, que atribuyen su miseria a un determinismo org¨¢nico o social. ¡°Lo que la gente quiere es que se nazca cobarde o h¨¦roe¡±. Es falso. El existencialismo sostiene que el cobarde se hace cobarde, el h¨¦roe se hace h¨¦roe. Hay siempre una posibilidad para el cobarde de no ser por m¨¢s tiempo cobarde y para el h¨¦roe de dejar de serlo. De ah¨ª que esta filosof¨ªa no sea quietista ni pesimista. En la mala fe el enga?ador y el enga?ado se hacen uno. Actuamos de mala fe cada vez que nos definimos como creaciones pasivas de la raza, la clase social, la naci¨®n, la familia, los traumas de la infancia o la influencia del inconsciente. Tales factores constituyen las circunstancias que hacen posible la libertad. Que se act¨²e de buena fe significa no buscar excusas para uno mismo. Cuando nos justificamos en las circunstancias, obramos de mala fe.

Las circunstancias hacen posible los movimientos de la libertad, que nunca se mueve sin coacci¨®n. No debemos confundir las circunstancias que nos permiten ser libres con los factores que suprimen nuestra libertad. Ni siquiera la violencia, la prisi¨®n o la inminencia de la muerte pueden arrebatarnos la libertad. Por muy dif¨ªcil que sea nuestra situaci¨®n, siempre es posible el ejercicio de la libertad. ¡°Todo hombre que se refugia detr¨¢s de la excusa de sus pasiones, todo hombre que se inventa un determinismo, obra de mala fe¡±. No se le puede juzgar moralmente (pues no hay un c¨®digo universal), pero se puede decir que obrar de mala fe es un error, una mentira que oculta su libertad. Tambi¨¦n es de mala fe afirmar que hay ciertos valores que existen antes que yo (de nuevo el cielo plat¨®nico). La libertad no tiene otro fin que el quererse a s¨ª misma. La libertad es el fundamento de todos los valores, cualquiera que ¨¦stos sean. Obrar de buena fe es buscar la libertad. La libertad de los otros depende de la propia. La libertad hay que tom¨¢rsela y, al hacerlo, se hace m¨¢s libre no s¨®lo al individuo sino a toda la humanidad (que, por otro lado, no existe como algo dado, sino que est¨¢ siempre en construcci¨®n). ¡°A los que oculten su libertad total por esp¨ªritu de seriedad o por excusas deterministas, los llamar¨¦ cobardes¡±.

Am¨¦rica

Sartre viaja con un grupo de ocho periodistas invitado por el gobierno de Roosevelt. Cansados y escu¨¢lidos tras a?os de guerra, se encuentran con el nuevo mundo en el Waldorf-Astoria, el hotel m¨¢s grande conocido, epicentro de todos los lujos. Suntuosos desayunos, s¨¢banas de Holanda, smokings, vestidos de gala, bailes y diamantes. Es como estar en un sue?o. En una tienda de la Quinta avenida compra la c¨¦lebre cazadora que inmortalizar¨¢ a?os despu¨¦s Cartier Bresson en un puente de Par¨ªs. Aturdidos por la opulencia, disfrutan de la hospitalidad americana. Reciben masajes en la peluquer¨ªa del s¨®tano. Sartre se enamora de Dolores Vanetti, se escapan para asistir a un pase privado de Citizen Kane. Se siente libre entre las multitudes neoyorquinas. Visitan los clubes de jazz. ¡°Una m¨²sica que te reclama, no te mece, que rechaza la melancol¨ªa y se dirige a lo mejor de uno mismo, a lo m¨¢s libre¡±. Nueva Orleans, Filadelfia, San Francisco, Detroit, Nuevo M¨¦xico. Visitan los estudios de Fox en Hollywood. Pasean en las lanchas que desembarcaron en Normand¨ªa y finalmente son recibidos en la Casa Blanca por el presidente Roosevelt, ¡°un rostro largo, profundamente humano, duro y delicado a la vez¡±. Dedica sus reportajes m¨¢s vehementes a los problemas raciales del sur. No tiene ninguna prisa en volver a Francia y se queda unos d¨ªas m¨¢s en Nueva York. ¡°En Par¨ªs es raro ver aparecer un piel roja¡±. A la vuelta se entera de que su padrastro ha fallecido. Con cuarenta a?os, regresa a vivir con su madre en un piso antiguo de la rue Bonaparte. Tiene una habitaci¨®n propia, con cama individual y una estanter¨ªa, una peque?a mesa y una ventana que da a Saint Germain des Pr¨¦s, la abad¨ªa donde est¨¢ la falsa tumba de Descartes. Juntos interpretan a Schubert al piano, mientras una criada lava y plancha las camisas de Poulou. Sigue siendo ese chiquillo seguro de s¨ª, ¡°con una madre llena de ternura que le dio todo el amor que necesita un ni?o para individualizarse y construirse un yo firme¡±.

La maquinaria Sartre

A finales de los cuarenta, Sartre publica a ritmo desenfrenado: filosof¨ªa, novela, teatro, periodismo, teor¨ªa pol¨ªtica. ¡°Se puede ser fecundo sin trabajar mucho. Tres horas por las ma?anas y tres horas por las tardes. Esa es mi ¨²nica regla..., incluso en vacaciones¡±. Toma somn¨ªferos en grandes dosis para asegurarse el sue?o, abusa del caf¨¦ y el whisky, se atiborra de corydrane (aspirina con anfetamina), un f¨¢rmaco popular entre estudiantes e intelectuales, que calma los dolores, suprime la fiebre y estimula la lucidez. En 1971 ser¨¢ declarado t¨®xico y prohibida su venta.

A primera hora de la ma?ana, tras despertar despu¨¦s de una copiosa cena y una noche marcada por los somn¨ªferos, se toma un caf¨¦ y empieza a trabajar mientras mastica pastillas de corydrane. Al final del d¨ªa, el tubo de veinte pastillas se ha esfumado, quedan en su lugar veinte o treinta p¨¢ginas. Qu¨ªmica por palabras. Fuma dos paquetes de cigarrillos, varias pipas de tabaco negro y bebe m¨¢s de un litro de alcohol diario. As¨ª escribe su Cr¨ªtica de la raz¨®n dial¨¦ctica. Un ¡°oleaje ingente de palabras enloquecidas e ideas yuxtapuestas¡±, como dice una de sus bi¨®grafas (Cohen-Solal). El fil¨®sofo hiperl¨²cido se hunde de vez en cuando en crisis de ausencia, aunque enseguida recupera su vitalidad y orgullo.

A partir del 1947, Sartre apela a una literatura comprometida. No se calla nunca. Cada vez que algo le indigna se siente en la obligaci¨®n de responder. Su escritura empieza a verse cada vez m¨¢s condicionada por la circunstancia y por una agenda irrenunciable: la defensa de los oprimidos. Se mantiene al margen de la burbuja acad¨¦mica. Los fil¨®sofos acad¨¦micos tienen poco que ofrecer al mundo de la posguerra. En los a?os cincuenta, se prodiga de modo alarmante. Teme bajar el pist¨®n. ?No hay tiempo! Abandona el cine, el teatro, las novelas, y dedica todo su tiempo a escribir. El estudioso de Flaubert empieza a publicar sin revisar lo escrito. ¡°Corregir es burgu¨¦s¡±. Llena p¨¢ginas y m¨¢s p¨¢ginas. La escritura como ¨²nica misi¨®n y justificaci¨®n de la vida. Le disgusta dormir. El sue?o s¨®lo es la parada necesaria para que su escritura siga a pleno rendimiento. Barbit¨²ricos, alcohol y tabaco. Le gusta trabajar en esa neblina. Poco de esa actividad procede de la vanidad o de la voluntad de erigir una ¡°obra¡±. Aunque es posible reconocer cierta ceguera en su defensa de los oprimidos, cierto impulso desesperado. ¡°Si algo no es cierto a ojos de los desfavorecidos, es que no es cierto¡±. Denuncia el racismo, el colonialismo, la pobreza y la exclusi¨®n social. Promociona a otros escritores comprometidos, entre ellos Franz Fanon. Esa generosidad hay que recordarla cuando se mencionan otros desvar¨ªos, la condescendencia eventual con mao¨ªstas o estalinistas, por ejemplo. Sabe que, debajo de su inter¨¦s por la violencia, subyacen impulsos personales (experiencias de acoso durante la adolescencia en La Rochelle). En los a?os de la guerra de Argel, recibe amenazas de muerte de reservistas del ej¨¦rcito franc¨¦s. Lo persiguen y se enfrenta a la prisi¨®n por incitar a la desobediencia de los soldados. Alguien pone una bomba en el apartamento superior al suyo, donde vive junto a su madre. Por casualidad nadie result¨® herido.

Dinero

El tiempo tambi¨¦n es un lujo burgu¨¦s, se mantiene permanentemente ocupado (aqu¨ª su herencia protestante). Le disgustan las posesiones. Se contenta con su pipa y su pluma. Regala los libros despu¨¦s de leerlos. Con los amigos es generoso. Su ¨¦xito editorial le brinda un suculento contrato y hace un uso del dinero personal y ¨²nico. Lo reparte tan pronto como le llega, para liberarse de ¨¦l, como si le quemara en las manos. Lleva fajos de billetes en los bolsillos y los tira a pu?ados sobre la mesa cuando hay que pagar la cuenta. No s¨®lo invita a todos, sino que ofrece generosas propinas. En un pater familias de un grupo singular (colaboradores, adolescentes, amigos, amantes). Tiene protegidos con mensualidad asignada. Obsequia con art¨ªculos, charlas o pr¨®logos a quien se lo pida. Es dispendioso con sus palabras, resulta abrumadora la cantidad de palabras pronunciadas en caf¨¦s y conferencias, o escritas en peri¨®dicos, diarios, cartas, art¨ªculos y libros.

Hoy vivimos en un mundo burgu¨¦s y tecnocr¨¢tico. El error burgu¨¦s consiste en no entender que somos esencialmente vagabundos, que nunca podemos poseer nada. Homo Viator. Los ordenadores son malos fenomen¨®logos, no saben intoxicarse con las palabras ni re¨ªrse de los conceptos. Las ideas pueden ser interesantes, pero las personas, con sus contradicciones, lo son mucho m¨¢s. Sartre vivi¨® valientemente, no en el frente, sino en los caf¨¦s. A socaire de su pluma, que es escudo y lanza. Ha defendido reg¨ªmenes execrables y fomentado el culto a la violencia. Nunca ha acatado la disciplina de ning¨²n partido. ¡°Siempre he sido un anarquista¡±. Los que lo amaron admiten que fue bueno, o que al menos quiso hacer el bien.

La aventura fracasada (de la conciencia)

La libertad es una necesidad vital, f¨¢ctica. El hombre mantiene las cosas como objetos para que no se le vengan encima. Pone distancia entre ¨¦l y las cosas. Pero, adem¨¢s, el hombre mantiene en vilo su propio ser. Un ser inestable, que no es lo que es, como la piedra, sino que tiene que mantenerse a flote, angustiosamente, pues lleva en s¨ª la nada de la conciencia. ¡°La angustia como temple fundamental para hacer metaf¨ªsica¡± (Garc¨ªa Bacca). El hombre no es como el astro, que sigue inmutable su ¨®rbita. Sino que es una sustancia radiactiva que carece de esencia. El existencialismo es esa filosof¨ªa que no admite esencias, o mejor, que las subordina a la existencia. Esa inestabilidad tiene su raz¨®n de ser. La estructura ontol¨®gica humana se desdobla en ser ¡°en s¨ª¡± y ser ¡°para s¨ª¡±. Se encuentra sometida a una tensi¨®n ineludible y fundamental, la tensi¨®n entre el ser y la nada (entre materia y conciencia). Para Sartre, estos dos elementos son los m¨¢s opuesto que pueda existir. En este sentido, reedita el platonismo (hay otra opci¨®n, que no contempla, que estos dos elementos se sientan atra¨ªdos por un magnetismo er¨®tico y l¨²dico). E incluso va m¨¢s all¨¢ y acaba subordinando la conciencia a la materia (en este sentido es moderno). La tendencia del universo es que la materia engulla y reabsorba la conciencia. La conciencia fracasa en la aventura del ser y acaba siendo asimilada por la materia.

Una de las primeras obsesiones de Sartre era que las cosas se volvieran viscosas, pegajosas. Ciertos objetos que nos adhieren. Lo untuoso que provoca la n¨¢usea y el v¨®mito. La conciencia viene al rescate y pone distancias. Es una nada que se introduce en las cosas, que las ahueca y aligera, las nihiliza, como agujeros en un queso. La segunda y tercera parte de El ser y la nada (1943), desarrollan esta idea, que ya se adelant¨® en Lo imaginario (1940). La conciencia, para ser lo que es, tiene que estar siendo otra cosa (algo que no es ella). Esto supone una violaci¨®n del principio de identidad. La conciencia es como una burbuja en el ser. Para ver tenemos que ver algo que no es la vista, para o¨ªr tenemos que escuchar algo que no es el o¨ªdo, para pensar tenemos que pensar algo que no es el pensamiento. Ese ser otra cosa introduce la inestabilidad en algo que en principio era estable (el ¡°en s¨ª¡±). De ah¨ª que para Sartre la conciencia introduzca negaciones, filtrando en las cosas un conjunto de nadas. Ser consciente de un objeto consiste precisamente en advertir que no es yo. Esa es la singularidad de la conciencia, distinguirse del resto de las cosas, tenerlas a distancia. De ah¨ª que se asocie al silencio, a la oscuridad (o la plena luz) donde no hay distingos, porque lo que hace la conciencia es introducir la nada en el ser. Es lo que Sartre denomina acto ontol¨®gico. Un acto mediante el cual el ser se desdobla en ser ¡°en s¨ª¡± y ser ¡°para s¨ª¡±. El ¡°en s¨ª¡± es lo perfectamente s¨®lido y coherente, de una pieza, sin huecos, una identidad firme. El ¡°en s¨ª¡± son las cosas antes de que entre en ellas el factor nihilizante de la conciencia. De ah¨ª que la conciencia (introduciendo sus nadas) vaya contra el principio sacrosanto del pensamiento: el principio de identidad. Sartre plantea una nueva versi¨®n de la intencionalidad de Husserl: la conciencia es un modo de ser extra?o, para ser lo que es, tiene que ser otra cosa.

El existencialismo es un humanismo

El origen de este texto es una conferencia en el Club Maintenant el 29 de octubre de 1945. El evento se anuncia en Le Monde, Figaro y Lib¨¦ration. Una muchedumbre invade la sala. Atropellos, golpes y desmayos. Sartre acude solo en metro. A su llegada ve de lejos la multitud. Piensa que se trata de los comunistas que se manifiestan en su contra. Se abre paso a codazos hasta llegar a la tribuna del orador. Habla sin notas, con las manos en los bolsillos. Hace un alegato en defensa del existencialismo, frente a las cr¨ªticas de cat¨®licos y comunistas. La prensa celebra su valor y sangre fr¨ªa, el magnetismo de su personalidad. Louis Nagel publica esta conferencia-manifiesto que conserva hoy toda su fuerza y que ayuda a consolidar el movimiento. Un libro barato, con una generosa sangr¨ªa y en el que cada p¨¢rrafo lleva un subt¨ªtulo para hinchar un volumen que de otro modo hubiera sido demasiado delgado. En cuarenta a?os se vender¨¢n centenares de miles de ejemplares. Sus principios son sencillos. Las ideas hay que vivirlas, comprometerse con ellas. La vida humana es singular, no se parece a ninguna otra cosa del orden natural que conozcamos. Es concreta, nunca abstracta. No existe ¡°el hombre¡±, existen los hombres, cada uno con sus circunstancias y ¨¢ngulos sobre lo real. Todos tienen su biolog¨ªa, su raza, su lugar particular en la geograf¨ªa y la historia, pero, por encima de todo, tienen su libertad. La vida parece a veces encerrada en l¨ªmites muy estrechos, pero es trascendente y jubilosa, dram¨¢tica, si se ejerce la libertad.

Toda verdad y toda acci¨®n implica un medio y una subjetividad humana. Partir de la subjetividad es inevitable, pues la existencia precede a la esencia, tanto en sentido secuencial como l¨®gico. Los ilustrados creyeron en una ¡°naturaleza humana¡±, que cada persona era un ejemplo particular de un concepto universal. Sartre declara falso ese supuesto. Y, dado que su existencialismo es ateo, lo m¨¢s razonable es prescindir de todas las esencias. La persona empieza a existir, surge en un mundo, y despu¨¦s se define. Empieza por no ser nada, s¨®lo ser¨¢ despu¨¦s. No hay ¡°naturaleza humana¡± porque no hay dios para concebirla. Nih-svabhava, dir¨¢n los budistas del mah¨¡y¨¡na. El individuo es un ser que, no siendo nada en concreto, se lanza hacia el porvenir. Es un proyecto. No existe m¨¢s que en la medida en que se realiza, ¡°no es sino un conjunto de sus actos¡± (parece hablar del karma). No hay otro amor que el que se construye, no hay otro genio que el que se manifiesta en las obras de arte. El hombre sabe, consciente o inconscientemente, que su ser consiste en esa proyecci¨®n (no en su querer, que es consciente). El querer es posterior a lo que el hombre ha hecho de s¨ª mismo. ¡°Yo no puedo querer adherirme a un partido, escribir un libro, casarme, todo esto no es m¨¢s que la manifestaci¨®n de una elecci¨®n m¨¢s original, m¨¢s espont¨¢nea de lo que se llama voluntad¡±. Si verdaderamente la existencia precede a la esencia, la persona es responsable de lo que es (de nuevo el karma). Esto no quiere decir que sea responsable de todas las personas. Dicha subjetividad no se puede sobrepasar. Cada uno de nosotros elige ser esto o aquello y, al hacerlo, afirma el valor de lo que elige, de ah¨ª que no se pueda elegir ¡°mal¡± (aqu¨ª Spinoza). Tampoco es posible no elegir, rehusar elegir es tambi¨¦n una elecci¨®n. Nuestra responsabilidad es grande porque compromete al resto del g¨¦nero humano. Esa elecci¨®n supone una suerte de legislaci¨®n, contribuye a crear las ¡°leyes¡± del comportamiento humano. Si Dios no existe, no es posible encontrar los valores en un cielo inteligible, no est¨¢ escrito en ninguna parte que el bien exista y que deba de ser cultivado. Sartre se opone a esa moral laica que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible. Todo est¨¢ permitido. Ese es el punto de partida del existencialismo ateo. No hay nadie al mando. El hombre queda abandonado a su suerte, no encuentra ni en s¨ª ni fuera de s¨ª un asidero al que agarrarse. Ninguna moral general puede indicar lo que hay que hacer. Los vendedores de mandamientos dir¨¢n que hay signos en el mundo, pero la responsabilidad final de descifrarlos pertenece al hombre. Ese es su desamparo. Hay que ¡°obrar sin esperanza¡±, sin apego a los frutos de la acci¨®n, nos dice evocando (quiz¨¢ sin saberlo) la Bhagavadg¨©t¨¡. Al no haber ¡°naturaleza humana¡±, tampoco hay, claro est¨¢, determinismo (un determinismo de la pasi¨®n o la fatalidad). La persona es libertad. ¡°El hombre inventa al hombre y est¨¢ condenado a ser libre. Condenado porque no se ha creado a s¨ª mismo y, sin embargo, libre porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace.¡±

A diferencia de Heidegger, Sartre no teme la interculturalidad radical. ¡°Todo proyecto, el del chino, el del hind¨² o el del negro, puede ser comprendido por un europeo¡±. ?ste puede lanzarse y rehacer en s¨ª esos caminos ex¨®ticos. Hay universalidad en todo proyecto. Todo proyecto es comprensible para todo hombre (se reconstruye dios). Hay una ¡°universalidad del hombre¡±, pero no est¨¢ dada, se encuentra perpetuamente en construcci¨®n. No le importa contradecirse. ¡°Construyo lo universal al comprender el proyecto de cualquier otro hombre, sea de la ¨¦poca (o lugar) que sea¡±. Para un relacionista (como el que escribe estas l¨ªneas), esta es la idea fundamental del proyecto sartreano. No hay una soluci¨®n general a los problemas que plantea la etnograf¨ªa. Hay que ir caso a caso. La posibilidad intelectual y afectiva de ponerse en la piel del otro. Un desplazamiento af¨ªn a nuestra condici¨®n itinerante, al Homo Viator. Hay una naturaleza humana, pero es caminera, desprendida. Una posibilidad que no supo o no quiso ver el Heidegger campesino, atado al terru?o.

Todo esto parece conducir a cierta anarqu¨ªa epistemol¨®gica, a una falta de m¨¦todo. O a la asunci¨®n de todos los m¨¦todos. No hay razones para preferir un proyecto u otro pues no hay un cielo plat¨®nico donde est¨¦n escritas. Eso s¨ª, al elegir, comprometemos a todo el g¨¦nero humano. Pues, para obtener una verdad sobre m¨ª es necesario que pase por otro. El otro es indispensable para mi existencia, tanto como el conocimiento que tengo de m¨ª mismo. El otro es una libertad colocada frente a m¨ª. El existencialista no toma a la persona como un fin, porque siempre est¨¢ por realizarse. Y no cree que haya una humanidad a la que se pueda rendir culto, a la manera de Compte. Ese culto conduce al humanismo cerrado de los positivistas, al culto al progreso y a los logros tecnol¨®gicos, que conduce al fascismo.

Montgomery Clift y Susannah York en 'Freud' (1962), de John Huston.
Montgomery Clift y Susannah York en 'Freud' (1962), de John Huston.

Huston-Freud

John Huston encarga a Sartre un guion sobre Freud. Sartre responde con un texto de 300 p¨¢ginas, como si una pel¨ªcula pudiera durar cinco horas. No se entienden. Finalmente, el fil¨®sofo pide que su nombre no aparezca en cr¨¦ditos. Lo mejor del desencuentro son las descripciones que hacen uno del otro. ¡°Sartre era rechoncho, bajito y tan feo como pueda serlo un ser humano. Un rostro a la vez arrugado e hinchado, con los dientes amarillos y, por si fuera poco, bizco. Lleva invariablemente un traje gris y una corbata que no se quita desde primera hora de la ma?ana hasta la noche¡±. ¡°Huston ni siquiera es triste, es vac¨ªo, salvo en los momentos de vanidad infantil en que se pone un esmoquin rojo, o monta a caballo (no muy bien), o recuenta sus cuadros y dirige a sus obreros. Imposible retener cinco minutos su atenci¨®n: no sabe trabajar, evita razonar. Es el vac¨ªo puro, m¨¢s que la muerte tal vez¡­ Huye del pensamiento porque entristece¡±. ¡°Nunca trabaj¨¦ con nadie tan testarudo y categ¨®rico como Sartre. Mientras hablaba, tomaba notas de lo que ¨¦l mismo dec¨ªa. Imposible mantener una conversaci¨®n con ¨¦l. Imposible interrumpirle. Sin tomar aliento, me agotaba bajo un torrente de palabras¡­ A veces, agotado por el esfuerzo, ten¨ªa que salir de la habitaci¨®n. El zumbido de su voz me segu¨ªa y, cuando regresaba, ¨¦l ni siquiera se hab¨ªa enterado de que hab¨ªa salido¡±. ¡°Nos reunimos en el sal¨®n de fumar, hablamos todos y de pronto, en plena discusi¨®n, Huston desaparece. Suerte si se lo vuelve a ver antes del almuerzo o la cena¡±. Am¨¦rica y Europa.

Jacques Lacan, C¨¦cile ?luard, Pierre Reverdy, Louise Leiris, Zanie Campan, Pablo Picasso, Valentine Hugo, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Michel Leiris, Jean Aubier y Brassa?, fotografiados por este en 1944.
Jacques Lacan, C¨¦cile ?luard, Pierre Reverdy, Louise Leiris, Zanie Campan, Pablo Picasso, Valentine Hugo, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Michel Leiris, Jean Aubier y Brassa?, fotografiados por este en 1944.FUNDACI?N BANCAJA

El embajador de los pobres

Sartre se implica en organizaciones pol¨ªticas como el RDR, en busca de una democracia intelectual-libertaria, pero el proyecto fracasa y acaba renunciando a toda actividad pol¨ªtica. A partir de entonces se desvincula de la militancia integrada y se convierte en un simpatizante que, desde fuera, da su apoyo a los diversos partidos y organizaciones pol¨ªticas. En la redacci¨®n de Les Temps Modernes se debate la situaci¨®n de la URSS. Se denuncian los campos de trabajo y la falta de libertades, pero se evita caer en un anticomunismo indiscriminado. Albert Camus denuncia sin paliativos los cr¨ªmenes del estalinismo, que equipara al fascismo. Para Sartre hay ciertos atenuantes, hay que hablar de la opresi¨®n en Rusia, pero tambi¨¦n en el resto de los pa¨ªses. Una postura que se agravar¨ªa con la guerra de Indochina o la batalla de Argel. Sartre viaja a la URSS y participa en numerosos congresos del movimiento por la paz y su rechazo de la pol¨ªtica de bloques. En julio de 1954 regresa euf¨®rico de la URSS, publica cinco art¨ªculos elogiosos con el r¨¦gimen, donde defiende la filosof¨ªa sovi¨¦tica y asegura que la libertad de cr¨ªtica es completa. Su idilio con la URSS culmina con el nombramiento de vicepresidente de la asociaci¨®n franco-sovi¨¦tica. En 1955 se crea un comit¨¦ de intelectuales contra las intervenciones coloniales y la prolongaci¨®n de la guerra de Argelia. Denuncia saqueos y torturas, la corrupci¨®n del ej¨¦rcito franc¨¦s. Viaja a Pek¨ªn, como invitado de la conmemoraci¨®n de la Rep¨²blica Popular de China. Saluda a Mao Ts¨¦-tung con aire ceremonioso. ¡°El muro de la soledad se ha roto ¡ªdice a su regreso¡ª, en ninguna parte he visto esa atenci¨®n por los dem¨¢s, en ninguna parte hay una solidaridad semejante¡­ Cada chino que aprenda a leer ense?ar¨¢ a su vez a otro chino. Esas masas se educan a s¨ª mismas, profundizan en sus relaciones, aumentan su nivel de producci¨®n y amistad, se emancipan¡±. Un proyecto de alcance mundial que arrastra en su estela a los hermanos de Asia y ?frica, explotados e ignorados. El viaje le sensibiliza para futuros combates contra el colonialismo, el gaullismo y el imperialismo norteamericano. A?os despu¨¦s conocer¨¢ a Fidel Castro y Che Guevara. Sus abrazos y apretones de manos se ver¨¢n en todo el mundo. Le conmueve la euforia revolucionaria cubana, que describe con lirismo. En 1971 romper¨¢ oficialmente con el r¨¦gimen cubano y empezar¨¢ a comprometerse con la cr¨ªtica antiestalinista.

El desenlace (in)esperado

El Sartre crepuscular se rodea de j¨®venes. En 1965, adopta a Arlette Elka?m, una joven de origen argelino que se convierte en su secretaria y albacea. Tentado por el psicoan¨¢lisis, inicia un registro de sus sue?os, que dicta a Arlette nada m¨¢s despertar. La mayor¨ªa de los sue?os giran en torno a la inmortalidad, a lo inacabado, al reconocimiento. Sue?os de grandeza que contrastan con su supuesta indiferencia ante la fama. Posteriormente tendr¨¢ un ¨²ltimo secretario, un joven mao¨ªsta de origen egipcio, Benny Levy.

En mayo del 68, nueve millones de ciudadanos secundan una huelga general, m¨¢s de un mill¨®n se manifiestan por las calles de Francia. Estudiantes muy politizados por las guerras de Argelia y Vietnam. Anarquistas, anarcosindicalistas, mao¨ªstas, marxistas-leninistas se oponen con violencia al comunismo a la occidental y toman como modelos los proyectos revolucionarios de Mao, Castro o la revoluci¨®n permanente de los trotskistas. Un ataque frontal a los ¡°perros guardianes¡± de la burgues¨ªa, a la izquierda establecida, a los traidores comunistas y la putrefacci¨®n capitalista. Entretanto, Sartre anda inmerso en la escritura de su Flaubert, aunque manifiesta su solidaridad con los movimientos estudiantiles que se est¨¢n produciendo en todo el mundo.

A pesar de su edad y problemas de salud, Sartre ha aceptado una alianza coyuntural con los mao¨ªstas. Se compromete en sus causas y, aunque no es militante, desfila, escribe art¨ªculos, secunda iniciativas, entra en las f¨¢bricas. Acepta dirigir su revista para evitar que el gobierno la cierre. Una asociaci¨®n que compromete a la ¡°familia¡± sartreana, que no comparte el radicalismo extremo ni el activismo violento de los mao¨ªstas. Es la ¨²ltima de sus traiciones, en un intento desesperado de mantener la marcha del pensamiento. Milita con unos j¨®venes que pueden ser sus nietos. Es posible que esa relaci¨®n con los mao¨ªstas sea m¨¢s una necesidad afectiva que ideol¨®gica, una necesidad de cercan¨ªa y camarader¨ªa que un proyecto pol¨ªtico. Pronto se ver¨¢.

En los ¨²ltimos a?os, Sartre est¨¢ enfermo y aturdido. Su capacidad de trabajo se ve seriamente disminuida. Pasa meses enteros sin escribir (algo que no ha hecho en su vida). No tiene ¨¢nimos para hacerlo y teme no recuperar ya el viejo entusiasmo. En 1973, pierde la visi¨®n de su ojo bueno y queda pr¨¢cticamente ciego. ¡°Mi oficio de escritor est¨¢ acabado. La ceguera me despoja de mi raz¨®n de ser¡±. Acostumbrado a leer y escribir en soledad, ahora necesita ayuda, alguien que le lea, alguien a quien dictar. Su ¡°hija¡± y su ¡°mujer¡±, Arlette y el Castor, se turnan para acompa?arlo por las noches. La ¡°familia¡± decide contratar un nuevo secretario para que trabaje con ¨¦l por las ma?anas. Benny Levy es un ap¨¢trida de familia jud¨ªa oriental, que ha tenido que exiliarse de El Cairo. Sin papeles, contratarlo de secretario y darle un sueldo permite proteger a este joven mao¨ªsta cuyo car¨¢cter e inteligencia parece convenir a todos. Podr¨¢ ayudar al maestro a terminar su Flaubert.

Benny L¨¦vy ser¨¢ la Eve Harrington de Sartre. Su influencia sobre el fil¨®sofo empezar¨¢ a incomodar al Castor y a Arlette. Apasionado de su identidad jud¨ªa, se resiste a adquirir un perfil bajo en su relaci¨®n con el maestro. En los ¨²ltimos d¨ªas de vida de Sartre se publican sus conversaciones. En La esperanza ahora aparece un Sartre contrito por sus antiguas opiniones prosovi¨¦ticas y mao¨ªstas, por sus opiniones sobre el antisemitismo y su antigua fascinaci¨®n por la violencia. Una confesi¨®n en toda regla (la ¨²ltima traici¨®n) en la que la fe religiosa se mira con mayor benevolencia, aunque sigue sin ser creyente y se considera un so?ador en temas pol¨ªticos.

Ahora tiene que trabajar en equipo o no hacerlo. Prefiere lo primero y sus ideas son ideas creadas por dos personas. Simone de Beauvoir consideraba que L¨¦vy se aprovechaba de la debilidad de Sartre, que le hac¨ªa decir lo que quer¨ªa o¨ªr. Para Aron, las ideas de La esperanza ahora eran tan razonables que no pod¨ªan ser de Sartre. Es sensato, pierde su intensidad y atractivo, o, elogia la no violencia y las relaciones pac¨ªficas. Muchos coinciden en que quien habla en esas conversaciones no es Sartre. Irrita tambi¨¦n su camarader¨ªa. Un joven de menos de treinta a?os, que no ha escrito nada, juega a la fraternidad intelectual con uno de los fil¨®sofos del siglo. No obstante, sigue siendo un rebelde, contin¨²a cambiando de idea hasta el ¨²ltimo momento.

Las conversaciones con Benny L¨¦vy suponen una aut¨¦ntica ¡°confesi¨®n¡±. Sartre culmina su obra con el mismo g¨¦nero que encumbr¨® a Rousseau o Agust¨ªn de Hipona. Un ¨²ltimo giro (o traici¨®n) que indignar¨¢ a la ¡°familia¡± sartreana. Reconoce a su interlocutor que ¡°era preciso que medit¨¢ramos juntos¡±. Un pensamiento que se forma entre dos. L¨¦vy se ha formado desde los quince a?os con los libros de Sartre y los recuerda mejor que el propio fil¨®sofo. En las conversaciones de 1980 se habla de esperanza y fraternidad, m¨¢s que de dial¨¦ctica y revoluci¨®n. Entre las confesiones, llama la atenci¨®n el hecho de que nunca estuvo desesperado y nunca experiment¨® la angustia, un estado que Kierkegaard y Heidegger hab¨ªan considerado indispensable para el proyecto existencialista. Sartre hab¨ªa dicho que de esa angustia toma el hombre la conciencia de su libertad, y ahora vemos que no la sinti¨®. ¡°Eran palabras que me parec¨ªa que para otros pod¨ªan ser una realidad, por lo que quer¨ªa tenerlas en cuenta en mi filosof¨ªa¡±. Adem¨¢s, eran palabras de moda en la filosof¨ªa de su tiempo, que prefer¨ªa hablar de la desesperaci¨®n (m¨¢s filos¨®fica) que de la esperanza (m¨¢s parroquial). Sartre sab¨ªa que la esperanza no es una mera ilusi¨®n l¨ªrica, sino un tema esencial de la filosof¨ªa, pero se abstuvo h¨¢bilmente de mencionarla. Que la desesperaci¨®n es m¨¢s l¨²cida que la esperanza hab¨ªa sido uno de los prejuicios en El ser y la nada. Ahora, gracias a la influencia ¡°mesi¨¢nica¡± de L¨¦vy, es capaz de reconocerlo. Tambi¨¦n trata de escapar de una idea que siempre ha estado presente en su filosof¨ªa: que la vida de un hombre se manifiesta como un fracaso. Un pesimismo absoluto que ahora se revela afectado, pues la esperanza est¨¢ en la naturaleza misma de la acci¨®n: ¡°no puedo emprender una acci¨®n con contar con que voy a realizarla¡±. Sartre reconoce tambi¨¦n a L¨¦vy que ha apoyado incontables causas perdidas sobre cuyos fines se mantuvo desconfiado. Fue s¨®lo compa?ero de viaje pues ¡°la idea misma de la pertenencia a un partido me repugna desde los veinte a?os¡±.

Muchas son las novedades que destilan estas conversaciones: Del humanismo odia la manera que tiene el hombre de adorarse a s¨ª mismo. Toda conciencia se construye a s¨ª misma como conciencia de otro. El pr¨®jimo est¨¢ siempre ah¨ª, aunque no est¨¦ presente, aunque s¨®lo sea un recuerdo. ¡°La radicalidad me ha parecido un elemento esencial de la actitud de izquierdas¡­ Por otro lado, la radicalidad, lo reconozco, conduce a un callej¨®n sin salida¡±. El final no es la toma del poder, como pensaba Lenin. Ah¨ª es donde empieza todo. Marx se equivocaba. La relaci¨®n m¨¢s profunda entre los hombres no son las relaciones de producci¨®n, sino la fraternidad. ¡°En cierto modo, formamos todos una familia. En cierto sentido somos hermanos.¡± Habr¨ªa que recuperar la verdadera fraternidad. La revoluci¨®n es eso, la supresi¨®n de la sociedad presente y su sustituci¨®n por una sociedad m¨¢s justa donde los hombres podr¨¢n tener buenas relaciones unos con otros. En este sentido la revoluci¨®n puede emparentarse con el mesianismo jud¨ªo, que es un tema que fascina a L¨¦vy.

A los veinte a?os, su ¨²nica reacci¨®n pol¨ªtica era el asco hacia la colonizaci¨®n. Y le parec¨ªa que la ¨²nica v¨ªa para lograr salir de ella era la violencia. El colonizado es hijo de la violencia, su humanidad bebe de ella a cada instante. Esa violencia, a del colonizado ante el colono, podr¨ªa llamarse justa. Fanon era profundamente violento. Los muertos, un mal necesario. Siempre es m¨¢s f¨¢cil vivir con una misi¨®n. Reconoce haber tenido una vida no siempre feliz, pero marcada por debates y causas que defender. El mundo de hoy es feo y malo, pero todav¨ªa es capaz de sentir la esperanza respecto al porvenir. Sartre muere poco tiempo despu¨¦s de haber mantenido estas conversaciones.

En marzo de 1980 sufre un colapso y es ingresado. Los periodistas tratan de colarse en su habitaci¨®n disfrazados de enfermeros. Muere a los pocos d¨ªas. El Castor anota: ¡°Su muerte nos separa. Mi muerte no nos volver¨¢ a reunir. As¨ª son las cosas. Es espl¨¦ndido que hayamos podido vivir en armon¨ªa tanto tiempo¡±. Lo entierran en el cementerio de Montparnasse, no muy lejos de Baudelaire. Ha ocupado el siglo, como hicieron Voltaire y Hugo. M¨¢s de cincuenta mil personas salen a la calle para dar el ¨²ltimo adi¨®s al fil¨®sofo. El f¨¦retro recorre las calles de Par¨ªs, los lugares donde transcurri¨® su vida. Al pasar por el restaurante La Coupole, algunos camareros se inclinan ante el cortejo f¨²nebre. El escritor, reacio a los honores, recibe el ¨²ltimo adi¨®s de los parisinos. Millones de telegramas, discursos y art¨ªculos de prensa, pero ninguna oda, ninguna eleg¨ªa como las que ¨¦l hab¨ªa escrito de sus amigos desaparecidos. Nadie se atrevi¨® a tomar la palabra.

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