El arte del remordimiento espa?ol
Usando la fotograf¨ªa y la arquitectura, ?lvaro Perdices se adentra en el Museo del Ej¨¦rcito de Madrid y en una c¨¢rcel de Toledo para cuestionar el pasado reciente del Estado en su nueva exposici¨®n en el CA2M de M¨®stoles
Bastantes ni?os de la Transici¨®n recordaremos alguna visita borrosa al Museo del Ej¨¦rcito. Se iba de la mano de alg¨²n adulto difuminado a partir del codo, en ma?anas de domingo lluviosas, con el Retiro impracticable y una vez agotados los museos m¨¢s pintones. Era a la vez un rollo absoluto y un sitio rar¨ªsimo: estaban la espada del Cid y la tienda de campa?a de Carlos V, y montones de lanzas oxidadas y panoplias de pendones con polilla. Se olisqueaba un moho de glorias rancias que ni los mayores tomaban en serio. Hab¨ªa maquetas hechas con primor deprimente por coroneles retirados, pero no colaban: cualquier ni?o sospechaba que aqu¨¦l no era un museo ni un mundo para ni?os. Fue para muchos el primer contacto con nuestro revival m¨¢s mortecino, estilo franquista y de decadencia por excelencia (o de Su Excelencia): el Remordimiento Espa?ol. El museo mismo se aparec¨ªa de lejos como uno de esos mueblotes de madera renegrida y cabecitas con yelmo y barba pinchuda, entre trasto y trofeo, estorbando en pleno Madrid como en medio del sal¨®n de las visitas.
Da casi apuro este recuerdo. Preferir¨ªamos sepultarlo y blanquear su sepulcro con lujosas remodelaciones, y sin embargo su olvido es justo el lujo nacional que no podemos permitirnos. ?lvaro Perdices lo repiensa y lo exorciza en su proyecto para el CA2M a partir precisamente de ese ¡°lugar ¨ªntimo, emocional y personal¡± reconocible para muchos que lleguen hasta la sede del museo en M¨®stoles. Es un trabajo con cimientos te¨®ricos s¨®lidos, como todos los suyos. Al dialogar con la comisaria Mar¨ªa Virginia Jaua, con los arquitectos del estudioHerreros y con Manuel Segade, director del CA2M, enlaza con una tradici¨®n jugosa de cr¨ªtica institucional, ir¨®nica y hasta gamberra a ratos: m¨¢s en la l¨ªnea de Paul McCarthy o Marcel Broodthaers que de Hans Haacke. Tambi¨¦n reflexiona sobre los l¨ªmites y metas de la arquitectura p¨²blica en democracia.
Pero antes o despu¨¦s de todo esto es un ejercicio de memoria personal ¡ªy aun corporal¡ª y una invitaci¨®n al autorretrato colectivo. En 2016 el Sal¨®n de Reinos del palacio del Buen Retiro, antigua sede del Museo del Ej¨¦rcito, llevaba casi 10 a?os vac¨ªo, tras la decisi¨®n pol¨ªtica del traslado de sus fondos a Toledo y la ampliaci¨®n prevista por Norman Foster y Carlos Rubio. Perdices trabajaba justo entonces para el Prado y se inspir¨® al visitar las salas tras la mudanza. ¡°Esto me pone¡±, se dijo. Y se entiende muy bien al ver las fotos y v¨ªdeos que aprovech¨® para hacer en el momento. Son a la vez poderosas y po¨¦ticas, catas en los sucesivos estratos del edificio y de este pa¨ªs: los muros despojados de insignias como un sargento de sus galones, el bar con su barra de zinc y su mostrador de raciones y tapas, la siniestra y casi inveros¨ªmil Delegaci¨®n de Homicidios. Y muchos perifollos platerescos de escayola repintada, mangarriegas flojas, bombillas peladas en despachos como de Forges, pladures reguleros, baldosines cutres, cercos de mugre.
En su texto para el cat¨¢logo, la historiadora del arte Lola Jim¨¦nez-Blanco recuerda que ya el original palacio del Buen Retiro era endeble, que los fastos de su Sal¨®n de Reinos tapaban tabiques de panderete y pacotilla. Nac¨ªa con Felipe IV, que por mucho que se autobautizase Rey Planeta apenas pod¨ªa taponar los boquetes de su imperio. Despu¨¦s, desde Godoy hasta Franco, pasando por Espartero y la II Rep¨²blica, sus reencarnaciones como museo militar siempre fueron espectrales, invocaciones al pasado heroico para maquillar el presente maltrecho, montones de despojos como puro trampantojo.
La muestra funciona como un ejercicio de memoria personal y una invitaci¨®n al autorretrato colectivo
Perdices no s¨®lo muestra muros desnudos: tambi¨¦n lo est¨¢ ¨¦l en algunas fotos, reflejado tras el tr¨ªpode de su c¨¢mara, y uno piensa en los salones de espejos regios y sus reyes desnudos en sus miserias que pint¨® Vel¨¢zquez. Cuenta que se sinti¨® ¡°como una especie de animal¡± intruso y nombra a las nutrias, bichos ¨¢giles y peludos que se adaptan al medio y fluyen con ¨¦l para colarse por los resquicios. Plane¨® una primera exposici¨®n en la a?orada galer¨ªa Casa Sin Fin y al final el tr¨ªpode de su c¨¢mara tiene su eco en las tres patas del proyecto para el CA2M.
Por un lado est¨¢ la sala en penumbra donde cuelgan las fotograf¨ªas del viejo museo, superpuestas en capas en torno a la arquitectura ef¨ªmera del estudioHerreros. Es un pabell¨®n de vidrios y espejos opacos, que replica la forma del Sal¨®n de Reinos original y evoca los sucesivos museos militares y el proyecto de su futura ampliaci¨®n. Dentro se amontonan algunos muebles Remordimiento del taller de carpinter¨ªa de la c¨¢rcel de Oca?a: Perdices investig¨® y descubri¨® que los presos republicanos trabajaron en ¨¦l para abastecer el museo de Franco tras la guerra. Los ha rescatado y tra¨ªdo hasta aqu¨ª para apilarlos como antimonumentos y reivindicar su memoria. Por otro, el libro excelentemente dise?ado por This Side Up, con los textos muy trabajados de Jau¨¢, Jim¨¦nez Blanco y Juan Herreros y una conversaci¨®n franca a tres bandas de artista, comisaria y director. Y al final, de la suma de todo resulta el edificio mental y memorioso que el visitante se lleva en la imaginaci¨®n: un museo de fantasmas y ecos que no podemos dinamitar ni borrar sin m¨¢s de la memoria colectiva.
Frente a la en¨¦sima reforma integral, eso que tanto gusta en Espa?a y blanquear¨¢ el pasado del viejo museo, este proyecto en equipo propone un ejercicio arqueol¨®gico que desentierra las huellas, heridas y muescas que le fueron dando forma y ahora pasar¨¢n por la piqueta.
Perdices ya trabaj¨® antes en torno al Museo del Prado, recorriendo sus salas de noche o reinterpretando El jard¨ªn de las delicias, del Bosco, pero menciona aqu¨ª en particular sus fotograf¨ªas de cuartos oscuros de los clubes gay de los noventa. Y es verdad que se le dan un aire la gran sala medio a oscuras y las arquitecturas de Herreros: zonas en penumbra y sin embargo reveladoras donde los relatos los arman los cuerpos y las memorias de muchos y dejan de ser impuestos por las armas de la autoridad competente (¡°militar, por supuesto¡±, como dijo en su d¨ªa Tejero con candidez espeluznante). La quincalla imperial y colonial, los empapelados isabelinos, los retratos franquistas del viejo Museo del Ej¨¦rcito y su Sal¨®n de Reinos no son pegotes que irse arrancando: fueron ornamentos, y huellas de delitos, que merecen quedar consignados.
¡®Espejo y reino / Ornamento y Estado¡¯. ?lvaro Perdices. CA2M. M¨®stoles (Madrid). Hasta el 21 de agosto.
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