Paul Feyerabend, el fantasma del anarquismo en la casa de la ciencia
El pensador fue el primero que desminti¨® la idea de la existencia de un m¨¦todo cient¨ªfico. No hay un m¨¦todo todoterreno y universal, porque las condiciones en las que se llevan a cabo los experimentos siempre est¨¢n cambiando
Los lenguajes, cuando se desarrollan de forma extraordinaria, cuando alcanzan altos grados de sofisticaci¨®n, inician un proceso de deconstrucci¨®n de s¨ª mismos. Las vanguardias art¨ªsticas y cient¨ªficas son un buen ejemplo. El arte abstracto de Hilma af Klint, la arquitectura visionaria de Hermann Finsterlin o la m¨²sica dodecaf¨®nica de Arnold Sch?nberg, cuya evoluci¨®n natural son los experimentos de m¨²sica aleatoria de John Cage (estudioso de la filosof¨ªa india y el budismo zen). En el ¨¢mbito de la filosof¨ªa, esa tendencia se expresa en la deconstrucci¨®n de Derrida, y en el de la l¨®gica con el teorema de incompletitud de G?del. En f¨ªsica fue la teor¨ªa cu¨¢ntica, que, pese al principio de correspondencia, es una impugnaci¨®n en toda regla del universo newtoniano. Esta reflexi¨®n de lo simb¨®lico sobre s¨ª mismo, ese echar la mirada atr¨¢s con la penetraci¨®n que da la experiencia y cuestionar los propios logros, puede decirnos (todav¨ªa) algo. Es como si estos lenguajes, el de la l¨®gica, la filosof¨ªa, la pintura o la m¨²sica, sospecharan que hay algo fuera del texto y sintieran el impulso de ir a su encuentro. Para ello deben despojarse de sus referentes, deshacer su atav¨ªo artificial y dar la espalda a la ficci¨®n que ellos mismos han creado, mostrando as¨ª su inanidad consustancial, su tendencia a declinar o apagarse, su necesidad de silencio.
Que el lenguaje ultradesarrollado sienta el impulso de volcar el tintero, de acabar con el juego que ¨¦l mismo ha creado, es un gesto del que podemos aprender algo, una suerte de revelaci¨®n. Como si el lenguaje descubriera finalmente qui¨¦n es (el gran embaucador) y su destino final fuera mostrar su ulterior nader¨ªa. Quiz¨¢ ocurra lo mismo con los lenguajes (nuevos, inocentes, impulsivos) de la llamada IA. O quiz¨¢ esa vocaci¨®n suicida sea catastr¨®fica para nosotros, sus creadores (no es descartable que esa inclinaci¨®n constituya un resquicio para nuestra liberaci¨®n de dichos entes de imaginaci¨®n sombr¨ªa, que con el tiempo ser¨¢n algo m¨¢s que engorrosos).
Walter Benjamin distingu¨ªa tres niveles de lo verbal: la narraci¨®n, la novela y la informaci¨®n. La primera es superior a las dem¨¢s porque ¡°no da explicaciones¡±, es el lector quien ha de buscarlas. La novela orienta sutilmente al lector (permite un sentido dirigido) y la informaci¨®n no deja respirar al pensamiento, lo aplasta, lo conduce irremisiblemente hacia determinadas conclusiones. La superioridad de la narraci¨®n radica en que, aunque no ofrece explicaciones, permite encontrarlas. Crea la posibilidad de que quien la escucha o lee la dote de sentido. La naturaleza es un hipertexto, admite numerosos lenguajes y responder¨¢ en aquel que elijamos para nuestras inquisiciones. Pero la creaci¨®n de sentido corre de nuestra parte.
La b¨²squeda de un lenguaje capaz de expresar una realidad metaf¨ªsica concluye en la reducci¨®n de ese mismo lenguaje al silencio. Plat¨®n, pese a toda la jerigonza de las Ideas eternas que moran en el alto cielo, expres¨® serias objeciones contra el pensamiento conceptual. Critic¨® la escritura misma, que debilita la memoria. Abog¨® por el uso del di¨¢logo. Emple¨® motivos mitol¨®gicos. Se neg¨® a erigir un sistema, a desarrollar un lenguaje perfectamente delimitado y estandarizado, sugiriendo que el destino inevitable del pensamiento conceptual ser¨ªa la esclerosis. Pese a ello, el h¨¢bito de la especulaci¨®n dar¨¢ lugar a esa tradici¨®n, inaugurada por su disc¨ªpulo, que hoy llamamos filosof¨ªa.
Toda proposici¨®n puede ser negada, cambiando su valor de verdad, y obtener a partir de ella una nueva discriminaci¨®n. Esta doctrina tiene su origen en la l¨®gica de Charles Sanders Pierce y se llama fabilismo. Ser¨¢ un elemento fundamental en la visi¨®n de la ciencia de Popper: todo conocimiento es provisional y, por tanto, err¨®neo o falsable. Sin embargo, el falsacionismo considera que hay una verdad a la que nos estamos acercando, de discriminaci¨®n en discriminaci¨®n. S¨®crates se habr¨ªa alegrado de que lo refutaran, gracias a ello aprender¨ªa algo y estar¨ªa m¨¢s cerca de la verdad. Una postura que un relativista como Feyerabend no aceptar¨ªa, pues no hay tal punto de llegada, sino que ese supuesto objetivo es lo que va construyendo, pacientemente, la investigaci¨®n cient¨ªfica y la magia del lenguaje. El objetivo (la verdad) no est¨¢ ah¨ª fuera, como la cima de una monta?a. Sino que la ciencia es el escalador que levanta, piedra a piedra, dicha monta?a.
Sobre el m¨¦todo
Paul Feyerabend (1924-1994), fil¨®sofo de la ciencia que preconiz¨® el anarquismo epistemol¨®gico, formul¨® la tesis de la inconmensurabilidad. No es posible comparar dos teor¨ªas cuando no hay un lenguaje te¨®rico com¨²n. Una idea que vale tanto para las diferentes disciplinas cient¨ªficas como para diversas teor¨ªas dentro de una misma disciplina. Si dos teor¨ªas son inconmensurables, entonces no hay manera de decidir cu¨¢l es mejor. La idea la recoger¨¢ para la filosof¨ªa Richard Rorty. Nietzsche no puede refutar a Kant simplemente porque no hablan el mismo idioma. La filosof¨ªa, como la ciencia, no avanza por l¨®gica, sino por inspiraci¨®n.
Feyerabend fue el primero que desminti¨® la idea, tan difundida entre periodistas y publicistas de la ciencia, de la existencia de un m¨¦todo cient¨ªfico. Sus argumentos son hist¨®ricos y de sentido com¨²n. Los m¨¦todos solo funcionan en determinados ¨¢mbitos. No hay un m¨¦todo todoterreno y universal, porque las condiciones en las que se llevan a cabo los experimentos siempre est¨¢n cambiando. No hay un procedimiento ¨²nico o un conjunto de reglas que presidan todo trabajo de investigaci¨®n. Las razones para esta negativa son tambi¨¦n antropol¨®gicas. Los m¨¦todos est¨¢n asociados a formas de vida, tradiciones de conocimiento y recursos econ¨®micos y tecnol¨®gicos. ¡°La idea de un m¨¦todo universal y estable es tan poco realista como la idea de un instrumento de medici¨®n universal que pudiera medir cualquier magnitud¡±. Los m¨¦todos del esquimal no pueden coincidir con los del tuareg. Viven en mundos diferentes. Sus diferencias epistemol¨®gicas son las diferencias entre el hielo y la arena. Imaginemos por un momento los m¨¦todos de investigaci¨®n en un planeta gaseoso como J¨²piter, donde no es posible poner un pie a tierra. La idea de un m¨¦todo universal es tan provinciana como el imperativo categ¨®rico kantiano. Moral es forma de vida. Y las formas de vida son incontables. Reducirlas a una sola ha sido la ambici¨®n de todos los imperios que, convencidos de su supremac¨ªa, tratan de imponer su forma de vida (no sabemos si por convencimiento o cobard¨ªa). Un imperialismo epistemol¨®gico que el relacionista (generalmente viajado y sensible a las prescripciones de otros pueblos) no est¨¢ dispuesto a aceptar. La idea misma de un m¨¦todo en abstracto es un contrasentido. Separar los m¨¦todos de los ¨¢mbitos y formas de vida es demagogia o, simplemente, degeneraci¨®n democr¨¢tica. Frente a esos dogmatismos, el relativismo se alza como la ¨²nica filosof¨ªa posible para una sociedad libre. O mejor, como la ¨²nica filosof¨ªa civilizada. Y algo parecido se podr¨ªa decir del escepticismo.
La ciencia, cuando es excelente, necesita de todas las virtudes. Sentido cr¨ªtico y capacidad expresiva, inventiva en los m¨¦todos, irreverencia con la tradici¨®n, prejuicios y prudencia, honestidad y oportunismo, modestia y codicia, talento matem¨¢tico y sensibilidad art¨ªstica. Eso es lo que vemos en los or¨ªgenes de la ciencia moderna, en Galileo, Newton y Descartes. Todos ellos se inscriben en una situaci¨®n hist¨®rica compleja, vectores de fuerza, actitudes, instrumentos, ideolog¨ªas. El buen cient¨ªfico debe parecerse a un buen pol¨ªtico, con intuici¨®n para captar las dificultades que encontrar¨¢ su propuesta y con la fuerza persuasiva que permita que sea aceptada. Niels Bohr ser¨ªa un buen ejemplo. Tambi¨¦n debe parecerse a un boxeador, ser ¨¢gil y detectar con rapidez los puntos d¨¦biles de sus oponentes. Newton es aqu¨ª el ejemplo. Explica su m¨¦todo recurriendo a tres niveles: fen¨®menos, leyes e hip¨®tesis, que, como los tres poderes de una democracia, deben estar separados. Las hip¨®tesis no deben mezclarse con los fen¨®menos ni utilizarse para proponer leyes. Las leyes se deducen de los fen¨®menos y se explican con ayuda de las hip¨®tesis. Y consigue convencer a todos de la pulcritud del procedimiento que va de la recolecci¨®n de fen¨®menos a la elaboraci¨®n de leyes (como si se pudiera entender un fen¨®meno sin un marco te¨®rico previo). Todo es, claro est¨¢, mucho m¨¢s complejo. La idea misma del fen¨®meno o la experiencia puede expandirse tanto que acaba conteniendo cualquier ley o hip¨®tesis.
Feyerabend se har¨¢ c¨¦lebre por desmontar la idea misma de un ¡°m¨¦todo cient¨ªfico¡±, universal e invariable, un conjunto de reglas que presida toda investigaci¨®n. No hay una sola regla que no haya sido vulnerada en una ocasi¨®n u otra. De hecho, los grandes avances cient¨ªficos tuvieron lugar cuando algunos pensadores decidieron no someterse a ciertas reglas, consideradas inviolables, y optaron por quebrantarlas. El m¨¦todo cient¨ªfico es un mito, un eslogan propagand¨ªstico. Los grandes genios lo han sido precisamente por no ce?irse a los m¨¦todos que prescrib¨ªa su disciplina. ¡°En el ¨¢mbito de la vanguardia cient¨ªfica, no hay ning¨²n m¨¦todo ni ninguna autoridad¡±. La teor¨ªa cu¨¢ntica puso de manifiesto que una concepci¨®n del mundo grandiosa y llena de ¨¦xitos pod¨ªa ser falsa. La ciencia siempre progresa a base de cat¨¢strofes y revoluciones. Lo que s¨ª que pervive es una confianza en la posici¨®n privilegiada de la ciencia. Pero, y esa es la novedad que introduce Feyerabend, una sociedad libre debe tratar a esa fe como a cualquier otro credo. ¡°La sociedad libre permitir¨¢ que los adeptos a estas creencias se expresen libremente, pero no les conceder¨¢ ninguno de esos poderes especiales a los que aspiran¡±. Un cient¨ªfico no es m¨¢s que un ciudadano y, cualesquiera que sean sus derechos, ¨¦stos deben estar sometidos al juicio de otros ciudadanos, incluidos los que carecen de formaci¨®n cient¨ªfica.
Una regla elemental de la guerra es destruir al enemigo. ¡°Pero es posible que un guerrero salvaje cuide a su enemigo herido en lugar de dejarlo morir. Su acci¨®n queda justificada en el momento en que descubre que establecer v¨ªnculos entre culturas rivales conduce a mayores beneficios que la destrucci¨®n del enemigo¡±. Cualquier procedimiento, por rid¨ªculo que parezca, puede abrirnos mundos sorprendentes que nadie hubiera imaginado. Mientras que un ¨²nico procedimiento nos mantiene en una prisi¨®n sin que nos demos cuenta. En este punto, Feyerabend es m¨¢s razonable de lo que parece. La metodolog¨ªa cient¨ªfica no puede desvincularse del estudio de acontecimientos hist¨®ricos concretos.[1] ¡°La ciencia es mucho m¨¢s flexible y dif¨ªcil de lo que los racionalistas suponen. Un cient¨ªfico no solo inventa teor¨ªas, tambi¨¦n inventa hechos, normas, metodolog¨ªas y, dicho brevemente, formas de vida completas. Si en la ciencia puede aparecer cualquier forma de raz¨®n y no una forma especial de la racionalidad, el argumento seg¨²n el cual hay que preferir a la ciencia por su m¨¦todo se derrumba¡±.
Experiencia y experimento
Feyerabend pudo haber sido alumno de Wittgenstein (que muri¨® antes de que llegara a Inglaterra) y acab¨® si¨¦ndolo de Popper (que le consigui¨® una plaza de profesor en Bristol). Su evoluci¨®n intelectual experimenta numerosos giros. Empez¨® siendo popperiano, para luego asumir el antirracionalismo, el empirismo, el antipositivismo y el relativismo, siempre con un alto grado de anarqu¨ªa. ¡°Descubr¨ª que las hip¨®tesis de la f¨ªsica descansan sobre presupuestos que se vulneran siempre que la f¨ªsica avanza: la f¨ªsica obtiene su autoridad de ideas que propaga pero que nunca respeta en la investigaci¨®n real y concreta. Los metod¨®logos son como publicistas contratados por los f¨ªsicos para que les den a sus empresas cierto brillo, pero a los que no se les deja tomar parte en las decisiones de las empresas mismas¡±. Esos publicistas son a menudo periodistas que nunca han pisado un laboratorio y que no sabr¨ªan resolver una ecuaci¨®n diferencial de segundo grado. Feyerabend entiende muy bien la vanguardia cient¨ªfica: ¡°a una persona que se ocupa de la soluci¨®n de problemas concretos hay que dejarle en entera libertad¡±.
Para el empirismo radical (al que en ocasiones parece apuntar), resulta decisivo distinguir la experiencia del experimento. La experiencia es el experimento con uno mismo. No requiere del laboratorio. Su aparato de medida es el propio cuerpo, la propia sensibilidad, con su caudal de premoniciones, intuiciones, temores y expectativas. Para el empirista radical el mundo est¨¢ hecho de experiencias (de hecho, es la integral de todas las experiencias), mientras que para la fe cient¨ªfica interpreta el mundo mediante el experimento (la sensibilidad de un laboratorio combinada con la humana). O mejor, de las deducciones que se extraen de los experimentos. Lo que nos dice el cuerpo frente a lo que nos dice un instrumento de medida. Algunos incautos, y en general nuestro tiempo, consideran con suspicacia este tipo radical de empirismo. Y lo hacen por las mismas razones por las que Galileo rechaz¨® la explicaci¨®n de las mareas por influencia de la Luna: porque huele a astrolog¨ªa, a magia esot¨¦rica. En este punto el pisano se aleja de Arist¨®teles, para quien la experiencia deb¨ªa ser el fundamento del conocimiento. ¡°La experiencia es veraz porque el hombre y el universo est¨¢n en consonancia. La experiencia es la v¨ªa m¨¢s clara y segura para juzgar¡±. El hombre no debe delegar en la m¨¢quina si sus sentidos funcionan bien y puede describir su experiencia en un lenguaje comprensible.
Expertos
El experto ha sustituido las experiencias por experimentos. El experto es un animal de laboratorio, un ser alienado por su disciplina. Feyerabend expone su libelo contra los expertos en una conferencia en Chicago. Glosamos aqu¨ª sus argumentos, pero adelantamos la idea central: el experto carece de madurez y, sobre todo, de una visi¨®n panor¨¢mica de la realidad. El experto no vive en una torre de marfil, vive en un pozo, el de su propia disciplina, que pacientemente ha cavado. Los expertos no son de fiar y suelen ser m¨¢s peligrosos que los idiotas. Y, del mismo modo que se niega al ni?o el derecho al voto, deber¨ªa negarse al experto el derecho a decidir. Los expertos son una amenaza para la sociedad libre y democr¨¢tica.
El ataque de Feyerabend se realiza en varios frentes. El experto es aquel que ha decidido llegar alto en un ¨¢mbito muy delimitado, comprometiendo su propio equilibrio como persona. Para ello, se somete a determinadas normas, en su manera de pensar y su manera de hablar. Deshumaniza su mente y la entrega a los tecnicismos de la profesi¨®n. Asume el aparato de su disciplina, interioriza sus reglas y fortalece la fe en sus fundamentos. El experto extiende la plaga del profesionalismo. Sus informes hablan de una naturaleza fr¨ªa, inanimada, que funciona por s¨ª misma, al margen de la experiencia del observador (reduciendo esa experiencia a la de su laboratorio particular). Una experiencia distante y, a ser posible, mec¨¢nica. Por sus palabras los conocer¨¦is. El lenguaje de los expertos ya no es un lenguaje humano, ha abandonado su plasticidad, el poder evocador de la palabra. Es un idioma feo y desarticulado, sin ritmo ni sonoridad. Esa fealdad resulta esencial para que el discurso suene profesional. ¡°Algunos expertos han perdido la capacidad de hablar¡±.
La cr¨ªtica no es nueva. Arist¨®teles ya advirti¨® del peligro de los especialistas. El hombre libre no ha perdido el equilibrio. Puede entender de pol¨ªtica, ciencia, artes y sentimientos. Concede a cada ¨¢mbito un lugar en su vida y deja que todos influyan en ella. Ninguno de esos intereses merece una atenci¨®n exclusiva. ¡°Toda actividad, arte o ciencia que hace al cuerpo, al alma o al esp¨ªritu, poco aptos para el ejercicio o la pr¨¢ctica de la virtud, es vulgar; por eso decimos que son vulgares aquellas artes que desfiguran el cuerpo, as¨ª como las actividades pagadas porque devoran y rebajan el esp¨ªritu. Hay algunas artes cuyo ejercicio es conveniente, pero si el hombre libre se aplica a ellas con excesivo fervor para alcanzar la perfecci¨®n, las consecuencias son perniciosas¡±. Feyerabend asocia el dictum aristot¨¦lico con el academicismo, ¡°que convierte a sus miembros en esclavos¡±.[2]
La mayor¨ªa de los expertos apenas se distinguen de las m¨¢quinas. Son ¡°esp¨ªritus inexpresivos que han convencido a casi todos de que no solo est¨¢n en posesi¨®n de la verdad para gobernar en sus propios castillos de arena, sino tambi¨¦n en amplios sectores de la sociedad, de tal manera que se les debe asignar la educaci¨®n de los ni?os y concederles el poder de llevarla a cabo sin ning¨²n control externo y sin someterse a la vigilancia de los profanos". Una pol¨ªtica basada en los expertos aboca al totalitarismo. Ser¨ªa lamentable ¡°que un grupo de esclavos, estrechos de miras y presuntuosos, digan a personas libres c¨®mo deben organizar su vida en com¨²n [...] Una democracia es una asamblea de personas maduras y no un reba?o de ovejas que tienen que ser guiadas por un peque?o grupo de sabelotodos¡±. Esa madurez no se aprende en las escuelas. Hay que alcanzarla. Llegar a ella mediante la participaci¨®n activa, y no repitiendo decisiones caducas que se tomaron en el pasado (que se ense?an en las escuelas). Son los ciudadanos los que tienen que decidir c¨®mo se tienen que aplicar las formas de saber especializado. ¡°Los cient¨ªficos parten de la idea de que no hay nada mejor que la ciencia, pero los ciudadanos no tienen que darse por satisfechos con esa fe tan piadosa e interesada. A menudo la opini¨®n de los expertos est¨¢ sujeta a prejuicios, no es digna de confianza y necesita de un control externo. Con relativa frecuencia la unanimidad entre los cient¨ªficos responde a prejuicios comunes y decisiones interesadas". Los profanos han de vigilar este conocimiento especializado. Al menos eso es lo que se espera de una sociedad libre.
Ciencia y libertad
Feyerabend no propone que en los modernos hospitales haya, adem¨¢s de m¨¦dicos, brujas, espiritistas o chamanes. Lo que discute es que decisiones importantes para la salud se dejen en las manos exclusivas de los m¨¦dicos (o de los que venden remedios), dado que no son imparciales en estas cuestiones. ¡°Los m¨¦dicos aspiran a tener trabajos reconocidos y bien pagados, por ello se alaban a s¨ª mismos con perfecta naturalidad mientras condenan a otros. De ah¨ª que sus opiniones se tengan que equilibrar con las de observadores ajenos¡±. No todo son inconvenientes en este di¨¢logo abierto. ¡°La necesidad de hablar con legos, de explicarles la propia profesi¨®n y sus convicciones, obligar¨¢ a los expertos a aprender de nuevo un lenguaje que ya casi hab¨ªan olvidado y sustituido por un idioma feo y estrecho de miras. Esto har¨¢ a su lenguaje y a ellos mismos m¨¢s humanos. Todos estos son desarrollos deseables, que solo tendr¨¢n lugar si superamos la absurda veneraci¨®n, casi temor, que tenemos a los expertos, que pueden producir ideas inteligentes, pero tambi¨¦n cometer graves errores¡±.
Hoy estamos muy lejos de ese posible di¨¢logo. ¡°Los cient¨ªficos se comportan como los antiguos obispos. La doctrina de la Iglesia es la verdadera y todo lo dem¨¢s es desvar¨ªo pagano¡±. Actualmente la Iglesia y el Estado est¨¢n cuidadosamente separados. Feyerabend considera que ha llegado el momento de que el Estado se separe de la Ciencia. Los Estados gastan enormes sumas de dinero en Ciencia. Las asignaturas cient¨ªficas son obligatorias en las escuelas. Los padres pueden elegir la religi¨®n que estudia su hijo, o si prefieren prescindir de toda religi¨®n, pero no pueden elegir entre qu¨ªmica y alquimia, o entre astronom¨ªa y astrolog¨ªa. En este asunto no hay democracia ni libre elecci¨®n. Marx y Engels estaban convencidos de que la ciencia ayudar¨ªa a los trabajadores en lugar de esclavizarlos. Incluso los pensadores m¨¢s osados como Kropotkin, Ibsen o Levi-Strauss, excluyen a la ciencia del relativismo caracter¨ªstico de su pensamiento y consideran la ciencia como la norma de la verdad.
La ciencia logr¨® anta?o importantes cotas de libertad, pero ahora constituye una amenaza para la libertad. Fue una fuerza inigualable de liberaci¨®n durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Entonces el Estado todav¨ªa no se hab¨ªa pronunciado a su favor. ¡°Era un poder liberador, no porque hubiera encontrado la verdad o el m¨¦todo correcto, sino porque pon¨ªa un l¨ªmite al influjo de otras ideolog¨ªas y con ello dejaba al individuo espacio para pensar¡±. El mismo espacio del que hablaba Hannah Arendt en su cr¨ªtica del totalitarismo. La ciencia no tiene hoy el mismo efecto liberador. De hecho, es el arma m¨¢s eficaz para cualquier proyecto totalitario. ¡°Nada en la ciencia ni en ninguna otra ideolog¨ªa hacen de ellas de por s¨ª algo liberador. Las ideolog¨ªas pueden degenerar y convertirse en religiones dogm¨¢ticas. Ese proceso comienza en el instante mismo en que tienen ¨¦xito. Se convierten en dogmas en cuanto la oposici¨®n queda anulada: su triunfo es el comienzo de su decadencia¡±. No conviene dejarse enga?ar por la ret¨®rica liberal y la aparente tolerancia de los propagandistas de la ciencia. Pregunt¨¦mosles si estar¨ªan dispuestos a que la cosmolog¨ªa hopi se ense?ara en las escuelas en lugar del big bang y la expansi¨®n del universo. Entonces ver¨ªamos cu¨¢n estrechos de miras son.
Pero Feyerabend va m¨¢s all¨¢. Llega a afirmar que el predominio de la ciencia constituye una amenaza para la democracia. La ciencia es la nueva religi¨®n del intelectual liberal. Y esa religi¨®n convierte la sociedad en una sociedad cerrada, regida por un ¨²nico paradigma. El pluralismo radical de Feyerabend sostiene que ¡°una sociedad libre puede existir sin una verdad y una moral comunes¡±. Una sociedad abierta no necesita del racionalismo, ni de la ciencia, ni de ning¨²n otro mito particular. La sociedad libre ha de ejercitarse en el relativismo. ¡°Los intelectuales lo temen porque amenaza su posici¨®n en la sociedad, de la misma manera que, en su tiempo, la Ilustraci¨®n constituy¨® una amenaza para cl¨¦rigos y te¨®logos". De ah¨ª que asocien el relativismo con la ruina social.
Unidad de las artes y las ciencias
En el fondo de todos estos asuntos hay una cuesti¨®n ling¨¹¨ªstica. No solo las ecuaciones, los mitos y leyendas pueden tambi¨¦n tener un contenido emp¨ªrico. Son ¡°c¨¢psulas¡± de experiencia, como tambi¨¦n lo son los refranes y las historias populares. El objetivista busca la verdad, mientras que el relativista busca la transformaci¨®n de los puntos de vista. Para el primero hay ideas verdaderas e ideas falsas, para el segundo todas son igualmente verdaderas, aunque no igualmente convenientes o queridas. La sensibilidad de las ostras o los tub¨¦rculos a las fases de la luna puede ser una idea querida. Una idea que trabaje por la unidad de las artes y las ciencias, escindidas tras la pol¨¦mica plat¨®nica entre filosof¨ªa y po¨¦tica (Rep¨²blica 670 b6). Feyerabend insistir¨¢ en rescatar formas de conocimiento que apelen al sentimiento. Recurre a Arist¨®teles, para quien la poes¨ªa es m¨¢s filos¨®fica y elevada que la historia, pues la primera expresa lo universal, mientras que la segunda ha de contentarse con lo particular (Po¨¦tica 1451?, 36¡). La poes¨ªa, cuando se expresa de un modo adecuado, trasmite conocimiento. No habiendo un solo m¨¦todo en ciencia, la actividad cient¨ªfica no deber¨ªa distanciarse tanto de la art¨ªstica.
Para Feyerabend, la ciencia no es necesariamente preferible por sus resultados. Y esto, claro est¨¢, suena escandaloso en una era cient¨ªfica como la nuestra. No es cierto que no haya nada comparable a la ciencia y tampoco que los resultados de las ciencias sean aut¨®nomos y no hayan dependido de otras formas del saber. La ciencia ha hecho aportaciones maravillosas a nuestra concepci¨®n del mundo y espectaculares conquistas pr¨¢cticas. De ah¨ª que la mayor¨ªa de las otras formas de saber hayan ido desapareciendo. Las religiones se han desmitologizado para hacerlas aceptables a la sensibilidad cient¨ªfica. Los mitos se han reinterpretado eliminando sus implicaciones ontol¨®gicas. ¡°Actualmente la ciencia no es superior a otras ideolog¨ªas gracias a sus m¨¦ritos, sino porque el show est¨¢ preparado a su favor¡±. Feyerabend asocia este poder al colonialismo. ¡°Los ap¨®stoles de la ciencia eran los conquistadores m¨¢s decididos y oprimieron materialmente a otras alternativas culturales¡±. La superioridad de la ciencia no es una cuesti¨®n de argumentos, sino el resultado de la presi¨®n pol¨ªtica, institucional y militar. Y pone como ejemplo la relaci¨®n del Estado chino con la medicina tradicional, primero condenada, luego restaurada.
Con todas estas ideas, no es de extra?ar que Feyerabend haya sido tachado de p¨ªcaro y de loco, de eterno abogado del diablo, de polemista irredento. Uno de sus maestros, Ehrenhaft, no se mord¨ªa la lengua a la hora de criticar los fundamentos de la F¨ªsica cl¨¢sica. Hab¨ªa que desechar el principio de inercia y la suposici¨®n (provinciana) de que los cuerpos aislados se mov¨ªan en l¨ªnea recta (cuando de hecho lo hacen en espiral). Feyerabend hered¨® ese car¨¢cter polemista. Le divert¨ªa defender los puntos de vista m¨¢s disparatados, lo consideraba un entrenamiento intelectual. Lleg¨® a proponer que la astrolog¨ªa o la alquimia ten¨ªan el mismo derecho a ense?arse en las universidades y las escuelas p¨²blicas que la astronom¨ªa y la qu¨ªmica. Su razonamiento es sencillo. Las universidades y escuelas p¨²blicas est¨¢n financiadas por los contribuyentes y por tanto deben someterse al juicio de los contribuyentes. ¡°Si los contribuyentes de California quieren que es sus universidades se ense?e vud¨², astrolog¨ªa o danzas de la lluvia, entonces las universidades p¨²blicas tendr¨ªan que hacerlo¡± (las privadas podr¨ªan seguir con Von Newmann o Popper). Los expertos tienen un inter¨¦s muy claro en sus propios juegos por eso insisten con naturalidad en que sin ellos no es posible formaci¨®n alguna (?pueden imaginarse a un fil¨®sofo de Oxford o a un f¨ªsico capaz de pensar m¨¢s all¨¢ de un puesto bien remunerado?)¡±. Adem¨¢s, los expertos no suelen someter a examen ninguna alternativa a la ciencia con el mismo cuidado con que tratan los problemas de su especialidad. ¡°Act¨²an de forma parecida a la Iglesia romana: denuncian las supersticiones imp¨ªas y les niegan el derecho a contribuir a la verdadera religi¨®n. En cuanto pueden aplastan las ideas paganas para sustituirlas por ideas ilustradas. Puesto que se comportan como la Iglesia deber¨ªan ser tratados como una iglesia, es decir, su actividad tendr¨ªa que ser separada del Estado¡±, lo mismo que hace la sociedad laica con otras iglesias.
Una sociedad libre puede desarrollarse sin estar unificada por un mito com¨²n, sin tener obligaciones o compromisos con ¡°la verdad¡±. Que ciertas pr¨¢cticas cient¨ªficas puedan constituir una amenaza para la democracia, para la salud o la libertad individual, es algo que no hemos asumido. Y no lo hemos hecho precisamente porque vivimos en el mito de la ciencia. Ese que nos hace creer que la ciencia es una, que siempre es beneficiosa y que se ajusta a los valores democr¨¢ticos. La ciencia de vanguardia siempre cruzar¨¢ l¨ªneas rojas para la ¨¦tica. Lo exige la naturaleza misma de la ambici¨®n cient¨ªfica. Hay que estar muy ciego para no ver que los grandes problemas que afrontaremos en el futuro estar¨¢n relacionados con algunas pr¨¢cticas cient¨ªficas, sobre todo en biotecnolog¨ªa (eugenesia) y la manipulaci¨®n de datos (la llamada inteligencia artificial).
Stuart Mill fue una influencia decisiva para Feyerabend. ¡°Puso al racionalismo en su sitio: ser una entre muchas opiniones posibles (y no necesariamente la mejor)¡±. Imre Lakatos fue otra. Hizo que volviera a interesarse por el estudio abstracto de la ciencia en un momento en que estaba a punto de abandonar la disciplina. Desde su anarquismo epistemol¨®gico, defender¨¢ formas de vida mucho menos especializadas, que incorporen no solo el pensamiento, sino tambi¨¦n el sentimiento, la osad¨ªa o la devoci¨®n. ¡°Hay muchas tradiciones que superan a la ciencia occidental: el tao¨ªsmo, la m¨ªstica hebrea y la cristiana, la cosmolog¨ªa dogo, azanda, o hopi. Cada tribu tiene su propia cosmolog¨ªa. En el tratamiento de enfermedades tienen mejores m¨¦todos de diagn¨®stico y terapia. Ninguna de estas ha mandado hombres a la Luna, pero han hecho cosas m¨¢s interesantes. Han adiestrado al individuo para que, meditando, se acerque a Dios atravesando todos los ¨¢mbitos de la materia. Algo mucho m¨¢s impresionante que esa excursi¨®n rara que unos cuantos analfabetos hicieron a una piedra reseca, que cost¨® billones de d¨®lares y ha necesitado de la ayuda de miles de personas¡±. Ser¨ªa absurdo pedir a los hopi que estudiaran historia occidental y no sus propias tradiciones. Y eso se hace en nombre de la ciencia.
Del mismo modo que los curas y los te¨®logos viven en mundos petrificados, con ideas que han dejado de ser fecundas, los modernos liberales, llenos de temor, aceptan la ciencia como si fuera una religi¨®n. En su anarquismo, Feyerabend no salva ni siquiera a la filosof¨ªa, ¡°que hace tiempo que ha dejado de ser una disciplina unificadora que penetra en todas las disciplinas, creando interrelaciones entre ellas, para convertirse en una especializaci¨®n m¨¢s, y de las m¨¢s aburridas¡±. Repite una y otra vez su admonici¨®n: ¡°No os fieis de los cient¨ªficos, no os fieis de los intelectuales, tanto si son marxistas como si son cat¨®licos de derechas, todos ellos persiguen sus propios intereses, todos aspiran a alcanzar un poder espiritual y material sobre los dem¨¢s¡±.
El inter¨¦s de Feyerabend hoy reside es que su pensamiento puede ayudarnos equilibrar (y replantear) nuestras relaciones con ciertas epistemolog¨ªas dominantes. No se trata tanto de alcanzar ¡°una sociedad realmente libre¡± como de aproximarnos a una sociedad m¨¢s plural y equilibrada. Un planteamiento que se parece al del budista m¨¡dhyamika, un tipo de pensador que aspira al abandono de todas las opiniones, en la creencia (velada) de que cualquier tipo de sistema filos¨®fico o ling¨¹¨ªstico es una traici¨®n a la naturaleza de lo real. Siempre hay algo fuera del texto.
[1] Arist¨®teles introdujo un m¨¦todo m¨¢s bien emp¨ªrico que fue sustituido por la matematizaci¨®n de Galileo y Descartes, hasta que lleg¨® la escuela de Copenhague, cuyos miembros combinaron esos m¨¦todos con un empirismo radical.
[2] Feyerabend cita a Robert Merton: ¡°La ciencia act¨²a como un sistema de vigilancia institucionalizada que incluye relaciones de cooperaci¨®n determinadas por la competencia. Existe la obligaci¨®n, y la consiguiente recompensa, de descubrir los errores de otros. Los cient¨ªficos est¨¢n preparados para desmenuzar y evaluar toda tesis cient¨ªfica nueva. Este incesante intercambio de valoraciones cr¨ªticas (que puede convertirse en algo verdaderamente sucio), de alabanza y castigo, se desarrolla hasta el punto de que a su lado el control de la conducta de un ni?o es un juego¡±.
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