La er¨®tica del dato conduce a la robotizaci¨®n de las personas
El predominio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo uniformiza el pensamiento y convierte a los individuos singulares en prescindibles
Los datos tienen su er¨®tica (medio mundo vive de ellos), pero tambi¨¦n provocan cierta ceguera. Apantallan la realidad, tanto en sentido literal como figurado. El asunto m¨¢s acuciante hoy no es la contaminaci¨®n ambiental, sino la contaminaci¨®n mental. Los nuevos vampiros tienen rostro luminoso y caras bonitas. Sus im¨¢genes apantallan la luz interior de cada cual (ll¨¢mese como se quiera y no se confunda con el ego, codicioso y soberbio), que es aliento vital y conciencia. Sin esa luz propia somos pasto para uso y desecho de las grandes estructuras tecnol¨®gicas, que ambicionan hacerse con nuestro espacio interior. Es grave porque, seg¨²n algunos sabios, ese espacio interior coincide con el universo. El nuevo colonialismo ya no desembarca henchido de fe y ambici¨®n (aunque persista el deseo de riquezas), es m¨¢s sutil, nos seduce con su er¨®tica, y vamos entreg¨¢ndole, con cada clic, el alma. Un alma que el algoritmo sabr¨¢ alimentar y complacer, hasta quedar ciega y apagada, a merced de quien la alimenta.
La humanizaci¨®n de las m¨¢quinas evoluciona a la par que la robotizaci¨®n de las personas. Eso dice Jordi Pigem en un reciente libro sobre la amenaza del totalitarismo cibern¨¦tico. Sostiene que hay un intento deliberado, por parte de los tecn¨®cratas, de destruir la libertad y dignidad humanas. Una amenaza que ya fue avistada por Hannah Arendt y Simone Weil. El car¨¢cter ¨²nico de cada ser humano est¨¢ en peligro. Vamos hacia la uniformizaci¨®n del pensamiento, que es el fundamento de todo proyecto totalitario. La estrategia consiste en que las personas se vuelvan superfluas y piensen de forma parecida.
Para lograrlo, como hizo Goebbels, la herramienta es la propaganda, cuyo fin es atraer adeptos o compradores. Esa propaganda (hoy en manos de Harari, un lacayo de los tecn¨®cratas) nos dice que el mundo (nosotros incluidos) es b¨¢sicamente informaci¨®n. Los medios de informaci¨®n se hacen eco del mensaje y lo diseminan por todas las esquinas del planeta. Esa es la buena nueva que tratan de hacernos tragar las grandes tecnol¨®gicas, legisladoras de la verdad, la posverdad y las fake news.
La nueva er¨®tica y ceguera del dato es promovida por los gigantes tecnol¨®gicos, los gobiernos y las instituciones globales, que han decidido (con criterio muy dudoso) que la realidad es un vasto sistema de informaci¨®n. ?De d¨®nde procede esta superstici¨®n?
Galileo, en una obra titulada El ensayador, que cumple ahora 400 a?os, dice una frase que marca el inicio de la ciencia moderna y del culto al dato. ¡°La naturaleza habla el lenguaje de las matem¨¢ticas¡±.
Descartes remata la apuesta asegurando que, si una ciencia quiere ser ciencia, tiene que ser matem¨¢tica. Y con ese postulado se inicia la Revoluci¨®n cient¨ªfica, que va estar dominada por la F¨ªsica de Newton.
El dato no es algo neutral, sino algo ¡°cocinado¡±. No es algo que est¨¢ ah¨ª fuera, sino que depende de nuestras intenciones. Esta es la conclusi¨®n a la que llegar¨¢ el f¨ªsico dan¨¦s Niels Bohr con el principio de complementariedad: la naturaleza puede hablar muchos lenguajes, de hecho, hablar¨¢ el lenguaje que le propongamos. Si le preguntamos matem¨¢ticamente, responder¨¢ con el lenguaje matem¨¢tico. Si lo hacemos po¨¦ticamente, responder¨¢ con el lenguaje de la poes¨ªa. Lo mismo puede decirse del lenguaje de la qu¨ªmica, la biolog¨ªa o el arte.
La naturaleza es poli¨¦drica. Esa es su magia. Pensar que hay un lenguaje privilegiado, que nos dice lo que ella es, esa es la superstici¨®n moderna. La matematizaci¨®n es una opci¨®n que tom¨® la civilizaci¨®n occidental y que ahora culmina con el culto al dato. Pero para tener un dato hace falta un instrumento de medida. Para tener un instrumento hace falta una teor¨ªa. Y para tener una teor¨ªa (nueva o revolucionaria) hace falta la imaginaci¨®n creativa de un genio, de un investigador brillante. El dato es el producto final de todo ese proceso, que arranca con la imaginaci¨®n.
Lo verdadero
La lucha por el estatuto de lo verdadero es tan antigua como la filosof¨ªa. Pero ahora las armas ya no son el talento narrativo, la persuasi¨®n o la habilidad dial¨¦ctica, sino los robots. Los razonamientos se han transformado en toneladas de datos. Lo cuantitativo predomina sobre lo cualitativo. Los datos sepultan la creatividad, son un aserto irrebatible, de corte absolutista, que proh¨ªbe la excepci¨®n y no deja respirar a quien no se ajusta a ellos. F¨ªjense ustedes que las personas menos creativas que existen, los pol¨ªticos, siempre recurren a la ret¨®rica de los datos. Los datos (junto con la gesti¨®n del miedo) son el primer paso hacia la uniformizaci¨®n del pensamiento, para hacer que los individuos singulares se vuelvan prescindibles y esclavizables.
La luz interior, destello del origen, es nublada por la angustia, el miedo y el c¨¢lculo. La abrillantan la confianza y el amor. Los fil¨®sofos antiguos dec¨ªan que el mundo se mueve gracias a la oposici¨®n de los contrarios. Por eso tiene que haber bien y mal, fr¨ªo y calor, atracci¨®n y repulsi¨®n.
S¨®lo hay una cosa que no tiene opuesto: el amor. El amor no tiene opuesto porque el odio es convocado cuando vemos atacado lo que amamos. El odio es una creaci¨®n del amor. La ira aparta obst¨¢culos y acalla impertinentes. Jes¨²s lo sab¨ªa bien. Cuando Montaigne, Voltaire o Nietzsche nos convencen, no lo hacen con informaci¨®n, sino mediante un estilo (narrativo, aleg¨®rico o metaf¨®rico), que nos inspira, que nos convierte por un momento, como lectores, en seres creativos. Por eso los amamos. De hecho, escribir bien es eso. Hacer que el lector se sienta creativo. Que pueda crear a partir del texto, desvincularse de ¨¦l, incluso refutarlo. Separarse, aunque sea moment¨¢neamente, de la tenaza ling¨¹¨ªstica. Esa distancia es el aliento de la creaci¨®n, incluso de la tecnocr¨¢tica.
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