Nicol¨¢s de Cusa, el tesoro de la ignorancia
El que fuera, quiz¨¢, el fil¨®sofo m¨¢s importante del siglo XV, cultiv¨® la teolog¨ªa y la investigaci¨®n de la naturaleza. Para ¨¦l, el m¨¢ximo absoluto es Uno, la unidad universal del Ser es indiscutible
Lejos de ser una ignominia, la ignorancia es un tesoro. Un valor precioso y siempre presente que se custodia estudiando. Lo ¨²nico que sabemos a ciencia cierta es que no sabemos. Nicol¨¢s de Cusa es quiz¨¢ el fil¨®sofo m¨¢s importante del siglo XV. Se forma como jurista, pero sus intereses desbordan el marco de las especialidades. Acaba en la teolog¨ªa, que entonces era la ciencia dominante. Cultiva las matem¨¢ticas y la astronom¨ªa. Estudia en la hermosa ciudad de Padua, desde donde se puede navegar hasta Venecia. Conoce los frescos de Giotto y, como el pintor, pretende reformar su disciplina. Escribe un libro inmortal donde esboza la nueva perspectiva. Un libro oriental donde se vislumbra una meta, tan antigua como la filosof¨ªa, la conciliaci¨®n de los opuestos.
Sus amigos italianos lo llamaban Cusanus, porque hab¨ªa nacido en Kues, junto al Mosela. Neg¨® que la Tierra estuviera en reposo en el centro del cosmos y ampli¨® el universo hasta el infinito, un siglo antes de que lo hiciera Giordano Bruno (de cuyas ideas beber¨ªan los j¨®venes rom¨¢nticos Hamann, Goethe y Schelling). En su biblioteca, que todav¨ªa puede visitarse, se encuentra una importante colecci¨®n de escritos de Ram¨®n Llull y buena parte de la obra del Maestro Eckhart. A los dos ley¨® e imit¨®. Lo inspiraron tambi¨¦n Proclo y Dionisio Areopagita (te¨®logo bizantino del siglo VI, traducido por Scotus Erigena), del que hered¨® la teolog¨ªa negativa. Fue hechizado por un motivo filos¨®fico, que es a la vez m¨ªstico, psicod¨¦lico y matem¨¢tico: la unidad de todas las cosas.
Nace en 1401. Una familia noble se ocupa de su educaci¨®n. Aprende el amor por el mundo greco-romano y por la m¨ªstica neoplat¨®nica, la idea de una fuerza vivificante informadora de todas las cosas. A los 15 a?os se matricula en la Universidad de Heidelberg como estudiante de artes liberales. Pero no encaja con el clima intelectual, dominado por los nominalistas. Dos a?os despu¨¦s inicia en Padua los estudios de derecho, doctor¨¢ndose en 1423. En 1425 se matricula en teolog¨ªa en la Universidad de Colonia, donde conoce las doctrinas de Alberto Magno y Raimundo Lulio. Al a?o siguiente es nombrado secretario del cardenal Orsini. Entra en contacto con la pol¨ªtica eclesi¨¢stica y los humanistas, descubre c¨®dices antiguos, in¨¦ditos de Cicer¨®n y comedias de Plauto, se gana fama de erudito. Se ordena sacerdote en 1430. Recibe el beneficio eclesi¨¢stico de una canonj¨ªa e inicia su actividad como predicador. Participa en el Concilio de Basilea y empieza a ganar prestigio. Nunca ser¨¢ un sabio de gabinete. Se implica en los grandes problemas de su ¨¦poca. Defiende la primac¨ªa del concilio sobre el Papa y luego lo contrario. Promueve una reforma del Imperio. Cultiva la teolog¨ªa y la investigaci¨®n de la naturaleza. Trabaja en la reforma del calendario lit¨²rgico y, como Leibniz, viaja constantemente, por el Imperio y por Italia, realizando tareas diplom¨¢ticas como legado pontificio. A pesar de todo ese ajetreo, sabe reservarse semanas para el estudio y la meditaci¨®n. En 1437 lo encontramos en Constantinopla con el encargo de negociar con el Emperador y las autoridades eclesi¨¢sticas griegas su participaci¨®n en el Concilio de Ferrara, donde se pretende sellar la uni¨®n con los ortodoxos y acabar con el cisma de Oriente. Una tentativa que finalmente fracasa.
Trabaja en Alemania por la unidad del occidente cristiano y, como reconocimiento a su intensa labor pol¨ªtica y diplom¨¢tica, es nombrado cardenal en 1448, dos a?os despu¨¦s, obispo de Brixen (Tirol). Todo ese ajetreo no le impide escribir De docta ignorantia (1440), De Deo abscondito (1445) y otras obras, entre las que destaca una apolog¨ªa de la docta ignorancia, donde se defiende de la acusaci¨®n de herej¨ªa por parte del rector de la Universidad de Heidelberg. En 1450 ven la luz varias obras matem¨¢ticas y los tres Libros del idiota, deliciosos di¨¢logos filos¨®ficos y teol¨®gicos.
De 1450 a 1452 viaja como legado pontificio por Europa Central, visita m¨¢s de cincuenta conventos y monasterios. Toma posesi¨®n de su sede episcopal en Brixen, donde no era el candidato del cap¨ªtulo catedralicio ni de la autoridad pol¨ªtica, por lo que le surgen numerosos enemigos. All¨ª se cumple lo que dec¨ªa Thomas De Quincey de los grandes fil¨®sofos. No eres uno de ellos si no han intentado asesinarte. El duque Segismundo atenta contra su vida y tiene que huir. Meses despu¨¦s la fortaleza en la que se encuentra es atacada por el duque. Firma la rendici¨®n. Renuncia a la di¨®cesis y se refugia en Roma. Pio II lo nombra camarlengo y vicario general para el Lazio. Desde entonces interviene activamente en la pol¨ªtica de los estados pontificios. En 1463 es nombrado por el papa gobernador de Orvieto. Mientras tanto, ha escrito De visione Dei y De pace fidei y De beryllo, tres obras fundamentales. Se confirma que los tiempos tumultuosos suscitan m¨¢s la creatividad que los tiempos de paz. Muere en 1464, en compa?¨ªa de P¨ªo II, cuando va al encuentro de la flota de la cruzada cristiana contra los turcos (tres d¨ªas despu¨¦s muere el papa). Cusa es enterrado en San Pietro in Vincoli, donde reposa su cuerpo, salvo su coraz¨®n, que quiso que fuera trasladado a su ciudad natal.
Saberse doct¨ªsimo en la ignorancia
Cusa explica de qu¨¦ manera saber es ignorar. Una postura que anticipa la de Popper: toda ciencia es falsable, antes o despu¨¦s se mostrar¨¢ falsa; y as¨ª, de falsedad en falsedad, vamos avanzando. De modo parecido a como la enfermedad enga?a al justo, el saber enga?a al inadvertido, inflando su ego, ceg¨¢ndolo al hecho de que lo ¨²nico que podemos saber es que no sabemos. Esa ignorancia es un tesoro que hay que custodiar celosamente. Y, ?c¨®mo hacerlo? Mediante el estudio y el aprendizaje, de modo que esa ignorancia sea docta (o enciclop¨¦dica, como dir¨ªa Huxley). En un mundo de expertos, vemos qu¨¦ poco espacio queda para esta perspectiva, humilde y ambiciosa al mismo tiempo.
Lo infinito, por escapar a toda proporci¨®n, nos es desconocido. Pero el infinito ha entrado en las matem¨¢ticas (fundamento de todas las ciencias), y ¨¦stas no saben vivir sin ¨¦l. Desde G?del lo sabemos. El infinito es indomable, sin embargo, resulta esencial para la creatividad matem¨¢tica. Pit¨¢goras pensaba que las cosas eran inteligibles debido al poder de los n¨²meros. La proporci¨®n indica conveniencia con algo ¨²nico, y a la vez, alteridad con lo plural. Para Cusa el m¨¢ximo absoluto es Uno. La unidad universal del Ser es indiscutible. Todas las cosas est¨¢n en ¨¦l, y ¨¦l mismo est¨¢ en todas las cosas. Esa es la magia rec¨ªproca de lo real. Un ej¨¦rcito de correspondencias. Pero hay m¨¢s. ¡°El universo no tiene subsistencia m¨¢s que contra¨ªdo en la pluralidad¡±. El m¨¢ximo es el Uno, a la vez contracto y absoluto, que llamamos persona.
Elevando el entendimiento sobre la gravedad de las palabras, Cusa espera abrir el camino a los ingenios corrientes, que el lector de su op¨²sculo ¡°ascienda¡± hacia el intelecto puro, a la inaprensible verdad. Para semejante ambici¨®n, los n¨²meros se muestran impotentes. No hay proporci¨®n alguna entre lo finito y lo infinito. Y, de un modo muy cu¨¢ntico, afirma: ¡°Siempre permanecer¨¢n diferentes la medida y lo medido¡±. Medir es confundir, perturbar lo medido. Kant lo dir¨¢ de otro modo. La cosa en s¨ª es inaccesible. Cusa insiste: ¡°La verdad no est¨¢ sujeta a un m¨¢s o un menos, es algo indivisible, no se puede medir con exactitud ninguna cosa que no sea ella misma lo verdadero¡±. Con otras palabras, eso afirman Nisargadatta y Maurice Frydman: s¨®lo se puede conocer lo falso, lo verdadero hay que serlo. Cusa pone como ejemplo el c¨ªrculo, de naturaleza indivisible, que s¨®lo puede medir torpemente el no-c¨ªrculo (mediante los infinitesimales). El pol¨ªgono se acerca al c¨ªrculo si se multiplican sus ¨¢ngulos, pero nunca lo suficiente. ¡°El entendimiento, que no es la verdad, no comprende la verdad con exactitud¡±. Cusa descarta que las ciencias, que se har¨¢n matematizantes con Galileo y Descartes, puedan conocer la verdad. ¡°La quididad de las cosas es inalcanzable. Y cuanto m¨¢s profundamente doctos seamos en esta ignorancia, tanto m¨¢s nos acercaremos a la misma verdad¡±.
La unidad no es un n¨²mero, es aquello que hace posible todos los n¨²meros. La unidad es Dios, y resulta innombrable. El n¨²mero, que es un ente de raz¨®n, presupone la unidad. La pluralidad de las cosas desciende de esa unidad infinita y ambas est¨¢n relacionadas de tal manera, que sin ella no podr¨ªa existir. Lo importante no puede decirse ni pensarse, trasciende el entendimiento, que es torpe a la hora de combinar contradicciones (Cusa anticipa a Wittgenstein). Y refuerza su apuesta contra el racionalismo: ¡°el m¨¢ximo no es posible alcanzarlo de otra manera que incomprensiblemente¡±. El entendimiento no sabe, pero la vida s¨ª. La docta ignorancia intuye que esa unidad existe necesariamente (aqu¨ª Spinoza). Adem¨¢s, el m¨¢ximo y el m¨ªnimo absoluto coinciden. ¡°Quitando el n¨²mero cesa la discreci¨®n, el orden, la proporci¨®n, la armon¨ªa y la misma pluralidad de los entes¡±. S¨®lo le falta citar a Averroes, cosa que no hace, pero est¨¢ en la misma danza.
Unidad es trinidad. La idea la atribuye a Pit¨¢goras, el primero de los fil¨®sofos. Los tres mundos v¨¦dicos, los tres hilos del s¨¡?khya, la Trinidad cristiana. La desigualdad es posterior por naturaleza a la igualdad, nos dice, lo cual se prueba por deducci¨®n. Toda generaci¨®n, toda evoluci¨®n, es repetici¨®n del primer desdoblamiento de la unidad. El Uno se convierte en dos. Y juntos, el uno y el dos, forman el tres. Si se quiere ascender al conocimiento de lo divino (y profundizar en la docta ignorancia) hay que desembarazarse de c¨ªrculos y esferas (evitar la ¡°tentaci¨®n geom¨¦trica¡±). El Uno, m¨¢ximo simple, no es ni una voluminosa esfera, ni un tri¨¢ngulo plano, ni una recta simple.[1] ¡°Si hubiera una l¨ªnea infinita, ser¨ªa recta, ser¨ªa tri¨¢ngulo, ser¨ªa c¨ªrculo y tambi¨¦n esfera.¡± Cusa dedica tres cap¨ªtulos a demostrarlo. Y cita al Areopagita e Ibn Gabirol, un hispanojud¨ªo malague?o que armoniz¨® el pensamiento hebreo con el neoplatonismo. ¡°Todos los sabios convienen en que las ciencias no conocen al Creador y s¨®lo ¨¦l conoce lo que es¡±. Las palabras y los s¨ªmbolos son impotentes. S¨®lo la iron¨ªa permite el acercamiento a lo divino.
Decir la que unidad es trinidad es afirmar que el accidente es sustancia, el cuerpo esp¨ªritu, el movimiento quietud. Cualquier cosa es en s¨ª misma todas las cosas. El Uno no puede entenderse rectamente sino como trino: lo inteligente, lo inteligible y el entender mismo. Indivisi¨®n, discreci¨®n y conexi¨®n. M¨ªnimo, m¨¢ximo y uni¨®n. Para Dionisio, por otro lado, ¡°el concepto de Dios se aproxima m¨¢s a la nada que a algo¡±. La genuina ignorancia as¨ª lo ense?a: que parezca nada el m¨¢ximo incomprensible.
El hijo hace al padre tanto como el padre al hijo (la imagen es de N¨¡g¨¡rjuna). La criatura tambi¨¦n hace al creador, y por la criatura (por todas ellas), se puede intuir qu¨¦ ser¨ªa el Creador. La b¨²squeda de lo elemental es la b¨²squeda de lo m¨¢ximo. ¡°Si quisi¨¦ramos concebir las medidas de todas las cantidades mensurables por medio de la longitud, ser¨ªa necesario tener una l¨ªnea infinita m¨¢xima, con la que coincidiera el m¨ªnimo¡±.
Cusa se recrea en un motivo geom¨¦trico trinitario: centro, di¨¢metro y circunferencia. El centro es circunferencia. Un centro infinito que est¨¢ fuera de todas las cosas, porque es una circunferencia infinita, y penetra todas las cosas, porque es di¨¢metro infinito. Es principio de todas las cosas porque es centro, fin de todas las cosas porque es circunferencia, medio porque es di¨¢metro. Quien da el ser es el centro, quien gobierna el di¨¢metro y quien conserva la circunferencia. Resuena aqu¨ª la trinidad hind¨²: Brahm¨¡, ?iva y Vi??u.
Dios es la absoluta necesidad y esa necesidad se derrama en el universo en forma de amor. Por eso todos los seres, que nacieron de ella, tienden al amor. Respecto a su Nombre, ninguno le conviene, pues cada uno impone su singularidad. Ser¨ªa necesario designarlo con todos los nombres. O que todas las cosas se designaran con su nombre. Abolici¨®n del lenguaje (si todas las cosas se llaman igual, deja de haber nombres). Unidad radical de todas las cosas en Dios, por Dios, hacia Dios. Una unidad que desborda al entendimiento. No se puede pensar por ser ¡°elemental¡±. Si el an¨¢lisis es descomposici¨®n en elementos, el elemento es inanalizable. Una unidad que no se opone a la alteridad ni a la pluralidad, sino que las antecede, es previa a toda oposici¨®n y en ella no existe lo otro o lo diverso. Una fuerza que complica y explica las cosas. Y cita el nombre de cuatro letras de la m¨ªstica hebrea (YHVH), propio e inefable.
Unidad y presencia m¨¢xima: el m¨¦todo de la docta ignorancia
El dios escondido se alcanza mejor con la docta ignorancia. Es decir, ¡°creyendo que ¨¦ste, a quien adoran como uno, es todas las cosas¡±. Ese uno es una luz que no es una luz. ?Qu¨¦ se quiere decir? Que no es una luz en el sentido corporal, como algo que se opone a las tinieblas. Sino que las tinieblas mismas albergan esa luz. De ah¨ª que nuestra ignorancia, que puede compararse a las tinieblas, sea sagrada.
En las tinieblas de la ignorancia hay siempre una luz. Y esa luz se advierte mejor mediante una teolog¨ªa negativa, que es un modo de ir apartando obst¨¢culos. ¡°Hablamos con m¨¢s verdad mediante la remoci¨®n¡±, nos dice, siguiendo al Areopagita. ¡°?l no es verdad, ni entendimiento, ni luz, ni cualquier otra cosa que pueda ser dicha¡ No es ni Padre, ni Hijo, ni Esp¨ªritu Santo. Tampoco es, en cuanto infinidad, ni creadora, ni engendrada.¡± Esa eternidad no puede entenderse como generadora sino como ¡°afirmativa de la unidad o presencia m¨¢xima¡±. Aqu¨ª Cusa anticipa a Spinoza y Nishida, cuyas filosof¨ªas orbitan en torno a la unidad. Una unidad inaprensible intelectualmente, pero experimentable con la navaja de la intuici¨®n. Presencia frente a causalidad. Y dice, al modo oriental, que esa unidad o presencia m¨¢xima es un ¡°principio sin principio¡±.
En este punto, Cusa establece el nexo con la teolog¨ªa cristiana. Esa infinidad pertenece a una persona tanto como a las otras. Y, en tanto que ¡°una¡±, es cosa del Padre. Y, en tanto que igualdad de la unidad, pertenece al Hijo. Y, en cuanto v¨ªnculo y conexi¨®n de todas las cosas, pertenece al Esp¨ªritu Santo. Unidad, igualdad (entre los seres: eso eres t¨²) y correspondencia. ¡°Y esa infinidad y eternidad es cualquiera de las tres personas y viceversa, cualquier persona es infinidad y eternidad.¡± Seg¨²n la teolog¨ªa negativa no se halla en Dios otra cosa que infinidad. Una infinidad ¡°que no es cognoscible en el siglo, ni en el futuro, ya que toda criatura est¨¢ en tinieblas respecto a ella, la cual s¨®lo es conocida por s¨ª misma¡±. Para conocer lo real hay que desconocerse. Parece aludir a la desnudez de la que hablar¨¢ Fray Juan de la Cruz. En cierto sentido, hay que dejar de ser criatura para ser simplemente lo que es, el S¨ª mismo, para decirlo al modo hind¨². Imponente desaf¨ªo. Soluci¨®n radical.
Las negaciones son verdaderas, las afirmaciones insuficientes. Y la negaci¨®n es m¨¢s efectiva porque quita obst¨¢culos, porque no crea los ¨ªdolos del culto, y evita los del lenguaje y el pensamiento. Esa iron¨ªa respecto a lo simb¨®lico es la llave de la teolog¨ªa negativa. ¡°No es esto, no es aquello¡±, como dicen las upani?ad. Esa es la docta ignorancia. ¡°La exactitud de la verdad luce incomprensiblemente en las tinieblas de nuestra ignorancia.¡± Una ignorancia, eso s¨ª, confiada.
Conviene ser doctos en alguna ignorancia
Saber que no se sabe ya es algo. El proceso de conocer es un proceso interminable y sembrado de conjeturas. De hecho, lo que hacen las ciencias es eso, sembrar conjeturas, y ver si fructifican. El planteamiento se encuadra tambi¨¦n en la intuici¨®n socr¨¢tica. Lo divino no puede alcanzarse mediante el entendimiento, tampoco con el lenguaje. Pero esa Trascendencia may¨²scula se ha hecho min¨²scula y se da en todas las cosas vivientes. Est¨¢ contra¨ªda en ellas (lo que explicar¨ªa su dinamismo). De ah¨ª que las cosas mismas sean tambi¨¦n inalcanzables y nunca las podamos comprender plenamente. En ellas reside algo que se nos resiste. Reconocerlo es docta ignorancia. Sin embargo, eso irreductible que hay en todas las cosas se puede experimentar es uno mismo. Esa ser¨ªa la soluci¨®n india al problema que platea Cusa y que parece acariciar cuando se pone m¨ªstico. En ese sentido, experiencial, algo se puede saber (experimentar) del infinito divino.
No hay dos cosas iguales. Dos cosas no pueden convenir en n¨²mero, composici¨®n, y proporci¨®n. De ah¨ª que haya que renunciar a la ret¨®rica de lo elemental, a la idea atomista de que hay unos ¡°ladrillos¡± de lo real. Tambi¨¦n, como hemos visto, a la ¡°tentaci¨®n geom¨¦trica¡±. Cada cosa es ¨²nica. Las matem¨¢ticas son impotentes ante ese car¨¢cter singular de las cosas. ¡°La criatura ha sido hecha por Dios para que sea una, discreta y unida al universo, y cuanto m¨¢s sea una, m¨¢s semejante a Dios ser¨¢¡±. Y cita a un sabio que no identifica: ¡°Dios es oposici¨®n a la nada por medio del ente¡±. La criatura es creada por el ser m¨¢ximo, y en el m¨¢ximo, es lo mismo ser, hacer y crear. ?C¨®mo se podr¨ªa entender que la criatura no sea eterna siendo Dios eterno y, m¨¢s a¨²n, la misma eternidad? La misma criatura es el ser de Dios. De lo cual se infiere que toda criatura es perfecta, aunque parezca menos perfecta en relaci¨®n a otras. Pero, ?c¨®mo entender que Dios es la forma del ser y, sin embargo, no se mezcla con la criatura? (por ser imposible la proporci¨®n entre lo finito y lo infinito). ¡°Todo ser creado se aquieta en su perfecci¨®n¡±. Cusa parece aqu¨ª un maestro de yoga. ¡°Qu¨ªtese a Dios de la criatura y no quedar¨¢ nada¡±.
Nuestro fil¨®sofo acaricia el pante¨ªsmo (coqueteo que le procura una acusaci¨®n de herej¨ªa). ¡°Dios es inmenso, no est¨¢ en el Sol, ni en la Luna, aunque sea en ellos. Dios es la absoluta quididad del mundo. Y el universo es esta misma quididad contracta.¡± Cusa comenta la famosa sentencia de Anax¨¢goras (¡°aquella verdad¡±): Todo est¨¢ en todo. ¡°Dios est¨¢ en las cosas de manera tal, que todas las cosas est¨¢n en ¨¦l mismo. El universo, que es unidad, precedi¨® a todas las cosas, para que cualquier cosa pudiera estar en cualquier otra¡±. Y siguiendo al Plat¨®n del Timeo afirma: ¡°Pues el universo es la misma criatura, y cada cosa recibe todas las cosas.¡±
El dios escondido quiere ser buscado
De la b¨²squeda de Dios es un op¨²sculo escrito en 1445. Dios quiere algo, y ese algo es ser buscado (a ser posible encontrado). Esa b¨²squeda no es f¨¢cil, pero disponemos de una ventaja: somos atra¨ªdos por su gracia. La vida es como el juego del escondite. Dios es como ese ni?o que se esconde, pero deja indicios para que lo encuentren. Ha concedido un tiempo a cada uno para que lo rastree y, si es posible, se adhiera a ¨¦l. Todo otro prop¨®sito vital es vano. Aunque est¨¢ oculto, Dios no est¨¢ lejos de nadie, ya que ¡°en ¨¦l somos, vivimos y nos movemos¡±.
El primer paso es asumir que ning¨²n argumento puede probarlo. Intelectualmente es inconcebible. La abstracci¨®n intelectual no puede asirlo. No es posible concebir nada semejante a Dios. Entonces, ?cu¨¢l ser¨¢ nuestro punto de apoyo para iniciar la b¨²squeda? Su propio nombre, ¡°theos¡±, nos da una pista. Cusa hace una curiosa etimolog¨ªa: ¡°Theoro quiere decir veo y corro. As¨ª, el que busca debe correr por medio de la vista, de forma que en todas las cosas pueda percibir al ¡°theon¡± vidente.¡± Parece sugerir una suerte de meditaci¨®n soleada. La visi¨®n muestra los primeros pasos, mediante ella podemos avanzar ¡°para luego ampliar la visi¨®n sensible a la intelectual, que sirve de escalera de ascenso.¡± Veamos c¨®mo.
La visi¨®n ¡°se produce mediante un cierto esp¨ªritu l¨²cido y claro que desciende de lo alto del cerebro al ¨®rgano del ojo¡±. La visi¨®n en s¨ª no pertenece al ¨¢mbito de las cosas visibles. La vista no tiene color y, para ver el color y que su juicio sea libre, no debe estar restringida por ning¨²n color. Pero, cuando contemplamos con el intelecto el mundo de lo visible, vemos que los colores desconocen la vista, pues que no pueden entender nada que no est¨¦ coloreado. Y entre todos los nombres que pueden darse en el ¨¢mbito del color, ninguno conviene a la vista. Y se dir¨¢ que la vista es m¨¢s bella que cualquier color, pues ella puede captar la belleza. De d¨®nde todas las cosas visibles afirmar¨¢n que su rey no es ning¨²n color particular, sino la vista misma.
Si proseguimos hacia arriba, vemos que el intelecto est¨¢ por encima de todas las cosas inteligibles. Las cosas razonables son aprehendidas por el intelecto, pero el intelecto no se encuentra en el ¨¢mbito o nivel de las cosas razonables. Ya que el intelecto viene a ser como el ojo y las cosas razonables como los colores. El intelecto juzga una raz¨®n necesaria, otra contingente. Otra posible, otra imposible, la de m¨¢s all¨¢ sof¨ªstica, aparente o t¨®pica (como la vista discrimina los colores). As¨ª pues, en la regi¨®n de las razones no se encuentra el intelecto, sino por encima de ella.
Las naturalezas intelectuales no pueden negar que por encima de ellas hay un rey. Y se le da el nombre de ¡°theon¡± o dios. ¡°Sin embargo, en todo el nivel de las potencias intelectuales no hay nada que se asemeje el rey mismo¡±. Su naturaleza es antecedente a toda operaci¨®n intelectual. Aqu¨ª Cusa se rinde al platonismo, aunque, en buena l¨®gica, podr¨ªa no haberlo hecho. Simplicidad, belleza, virtud y bondad, ¡°ya que todo lo que habita en una naturaleza intelectual es, comparado con ¨¦l, sombra y vacuidad de potencia, groser¨ªa y peque?ez.¡±
Es posible recorrer el camino a trav¨¦s del cual se encuentra a Dios por medio de la vista, la sensaci¨®n, la raz¨®n y el intelecto. ¡°Es rey de la naturaleza intelectual, que tiene su reino en lo racional. Y lo racional, a su vez, reina en lo sensual, y lo sensual en el mundo de las cosas sensibles, al frente del cual est¨¢n otros reyes como la vista y el o¨ªdo. Todos estos reyes tienen como misi¨®n el discernir, observar o contemplar (¡±theorizar¡±), hasta llegar al rey de reyes, que es la misma contemplaci¨®n y el mismo ¡°theos¡±, que tiene bajo su poder todos los reyes, y de quien todos los reyes tienen lo que tienen, poder, belleza, entidad, apacibilidad, alegr¨ªa, vida y bien¡±.
Theos, como se dijo, es contemplaci¨®n y carrera, ve todas las cosas, est¨¢ en todas las cosas y discurre por todas las cosas. A ¨¦l se?alan todas las cosas. Es el principio del flujo en el que nos movemos, su medio y su fin. Y Cusa anima al lector a que se esfuerce en su contemplaci¨®n, ¡°ya que no puede no ser encontrado, si es rectamente buscado, el que est¨¢ en todas partes¡±.
Sobre las cosas del mundo concurre una doble luz. Una luz interna a las cosas mismas, que permite ver, y una luz que las ilumina desde fuera. Ambas son divinas. La luz de los diferentes ¨®rganos de los sentidos es una y la misma luz, y es tambi¨¦n la luz del intelecto, que permite discernir las cosas. De modo que esa misma luz, que es la luz del conocimiento. Y, de un modo muy hind¨², afirma que ¡°no somos nosotros los que conocemos, sino m¨¢s bien ¨¦l mismo el que conoce a trav¨¦s nuestro¡±. El universo como el conocimiento que se conoce a s¨ª mismo. Una tarea que se lleva a cabo a trav¨¦s de cada uno los seres. Y, aunque sea para nosotros desconocida la resultante de todo ese conocimiento, somos movidos por su luz. Simplemente hay que ser hospitalarios con esa luz, dejarse llevar por ella con la sensaci¨®n, siempre presente, de que no es nuestra. Participando de esa simplicidad divina, se van quitando obst¨¢culos, apartando egos, man¨ªas, obsesiones. Por eso los soberbios y presuntuosos, los que ocupan las c¨¢tedras del saber, los que conf¨ªan en su propio ingenio y desconocen el tesoro de la ignorancia, son los que est¨¢n m¨¢s lejos de ¨¦l. ¡°Ese esp¨ªritu ascendente, contemplativo, tiene la virtud del fuego. Ha sido enviado por Dios para que arda y crezca su llama. Y crece cuando es excitado por el asombro¡±. Ese fuego es avivado por el viento exterior de la diversidad de las cosas, ¡°haciendo crecer nuestro amor, admiraci¨®n y sorpresa por esa sabidur¨ªa que orden¨® maravillosamente las cosas¡±.
El op¨²sculo se cierra con una ¨²ltima propuesta, con otra v¨ªa para esa ascensi¨®n the¨®rica. La v¨ªa de la sustracci¨®n. Al igual que el escultor rechaza del trozo de madera todo lo que no convenga al rostro del rey, el buscador rechazar¨¢ todo lo que no convenga a ese ser de ¡°admirable sutileza¡± que est¨¢ buscando. Rechaza el cuerpo diciendo que dios no es el cuerpo. Rechaza los sentidos. Rechaza el sentido com¨²n, la fantas¨ªa y la imaginaci¨®n. Rechaza incluso el intelecto, que tiene l¨ªmites en su virtud. Y busca m¨¢s all¨¢. Dicho al modo hind¨², el S¨ª mismo no es ni el cuerpo ni la mente. Hay que desactivar la mente para que el S¨ª mismo resplandezca en su luminosidad. ¡°Te gozar¨¢s de haberlo encontrado m¨¢s all¨¢ de toda tu intimidad como fuente del bien, de quien fluye hacia ti todo lo que tienes.¡± Y parece hablar de la meditaci¨®n cuando afirma: ¡°te vuelves hacia ¨¦l mismo dentro de ti, entrando en ti cada d¨ªa m¨¢s profundamente, dejando todas las cosas que est¨¢n fuera, a fin de que puedas aprehenderlo.¡±
[1] M¨¢s tarde, concibe a Dios como una esfera. Los monjes de Tegernsse se quejaron de que no pod¨ªan verlo de ese modo y le pidieron una lente con la cual hacerlo. Entonces escribi¨® De beryllo, un libro que puede servir de lente. Esta obra antecede a sus grandes obras de madurez: Lo no otro (1462), El juego del globo (1463) y La caza de la sabidur¨ªa (1463).
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