Terence McKenna: el hongo, agente de feminizaci¨®n frente a la mecanizaci¨®n masculina del mundo
El etnobot¨¢nico y psiconauta se convirti¨® en uno de los pioneros del primer renacimiento psicod¨¦lico: promov¨ªa el uso de psicoactivos como un medio para explorar el misterio del mundo, estimular la imaginaci¨®n o restablecer la armon¨ªa con la naturaleza
En la narraci¨®n anida la fuerza del sentido. Quienes configuran sus vidas en torno a una narraci¨®n viven un mundo pleno de sentido. La narraci¨®n es lo opuesto a la informaci¨®n. Una buena narraci¨®n es aquella que no da explicaciones. La explicaci¨®n ha de busc¨¢rsela quien la escucha. No todas las narraciones son iguales, las hay vulgares y sofisticadas. Las buenas narraciones nos hacen creativos, mientras que las malas (como una avalancha de informaciones) sepultan nuestra creatividad.
Terence McKenna (1946-2000) fue etnobot¨¢nico y psiconauta. Interesado en la narraci¨®n cham¨¢nica y los invisibles paisajes de la mente, erigi¨® en Haw¨¢i un jard¨ªn para la preservaci¨®n de plantas en peligro de extinci¨®n. En ¨¦pocas de prohibici¨®n defendi¨® el uso responsable de sustancias psicoactivas como el c¨¢?amo indio, el LSD o el peyote. Cre¨® junto a su hermano una t¨¦cnica casera para cultivar hongos psilocibios, utilizando micelios sobre un sustrato de granos de centeno. El manual, publicado bajo seud¨®nimo, se convirti¨® en seguida en un bestseller. En los a?os ochenta, McKenna comenz¨® a hablar en p¨²blico de sustancias psicoactivas, convirti¨¦ndose en uno de los pioneros del primer renacimiento psicod¨¦lico (asoma ahora el segundo). Promov¨ªa en conferencias y talleres el uso de psicoactivos como un medio para explorar el misterio del mundo, estimular la imaginaci¨®n o restablecer la armon¨ªa con la naturaleza. Refractario a la New Age, insist¨ªa en la necesidad de no creer en nada y sentir la influencia de la experiencia directa. ¡°Mi estrategia es no creer en nada. Si crees en algo, autom¨¢ticamente quedas excluido de creer lo opuesto¡±, un ideal (inalcanzable) que ya hab¨ªa tentado el budista N¨¡g¨¡rjuna. McKenna, de hecho, cre¨ªa muchas cosas: hay un canal invisible que nos conecta con el esp¨ªritu vivo de la naturaleza. Un canal que se puede recorrer (los chamanes lo hacen) y cuyo itinerario facilitan las mutaciones en la dieta (ayunos) o la ingesti¨®n ritual de plantas psicoactivas. Para poder ver algo hay que creer en algo, y esas creencias se sustancian en el ritual (como la teor¨ªa en el instrumento de laboratorio). McKenna consideraba que la represi¨®n de estas v¨ªas de conocimiento por parte de la cultura dominante ten¨ªa relaci¨®n con el expolio del medioambiente y la explotaci¨®n indiscriminada de recursos animales. Mientras las culturas ind¨ªgenas mantienen una vinculaci¨®n simbi¨®tica y profunda con la naturaleza, el occidente industrializado tiene esa sensibilidad obturada, cegada por la ambici¨®n comercial. La ansiedad y angustia de nuestra ¨¦poca no es independiente de esa tendencia hist¨®rica y pol¨ªtica nacida con la revoluci¨®n cient¨ªfica y la matematizaci¨®n del mundo. McKenna tambi¨¦n cre¨ªa que el encuentro con las plantas alucin¨®genas pon¨ªa en jaque la visi¨®n de la cultura occidental, una cultura individualista y egoc¨¦ntrica. Nuestro ego experimenta terror al ver disueltos los l¨ªmites entre el yo y el mundo, que es precisamente lo que facilita el viaje psicod¨¦lico.
El factor qu¨ªmico
La sustancia psicoactiva siempre tiene un paisaje. Ya sea vital (un momento de la biograf¨ªa personal) natural o humano. La sustancia se experimenta en un momento del tiempo y desde una cultura, con sus valores, man¨ªas y tab¨²es. De ah¨ª que el an¨¢lisis qu¨ªmico sea siempre insuficiente. La biolog¨ªa molecular tiende a imponer la idea de que la sustancia tiene una esencia, que puede darse en un vac¨ªo abstracto (el tubo de ensayo). Pero la sustancia s¨®lo es psicoactiva si dialoga con un organismo vivo. De ah¨ª que las experiencias que produce, las conversaciones que suscita, sean innumerables y, en muchos sentidos, inclasificables. Se ha dicho que el objetivo final de la experiencia psicod¨¦lica ser¨ªa experimentar la profunda unidad de todas las cosas. No es una mala definici¨®n, siempre y cuando entendamos que esa experiencia puede darse desde diferentes disparaderos o circunstancias. Esa unidad, se a?ade, confirmar¨ªa que el amor es lo que mantiene esa uni¨®n. Y que hasta el insidioso odio procede de Eros (odiamos cuando atacan lo que amamos). Ahora bien, esa experiencia depende de la sensibilidad particular de la persona, de su momento vital, de su configuraci¨®n psicof¨ªsica y de sus expectativas y disponibilidad para acogerla. Catalogar la sustancia ¨²nicamente en funci¨®n de su an¨¢lisis qu¨ªmico o molecular es no entender la complejidad de estos di¨¢logos. Nuestra cultura sobrevalora la realidad objetivada del laboratorio, mientras ignora la experiencia imaginal. De ah¨ª que los psicoactivos sean un veneno propicio para mentes como las nuestras. Como dec¨ªa Berkeley, las cualidades del mundo no est¨¢n en los objetos (materialismo) y tampoco en los sujetos (idealismo), sino en el encuentro de ambos. Ese encuentro suscita un di¨¢logo incesante que llamamos experiencia consciente. El mundo no est¨¢ hecho de cosas, se entiende mejor como la integral de todas las experiencias.
Pero hay m¨¢s. Como dice una antigua upani?ad, hay cuatro estados de la mente: vigilia, ensue?o, sue?o profundo y di¨¢fana. Nuestra filosof¨ªa y nuestra ciencia atiende s¨®lo a uno de esos estados. Pensar que lo que vemos y sentimos en la vigilia es la ¨²nica realidad es caracter¨ªstico del reduccionismo occidental. Un enfoque que no s¨®lo va contra la experiencia psicod¨¦lica, sino que tambi¨¦n resulta insuficiente para entender el arte, las matem¨¢ticas y la f¨ªsica te¨®rica. De ah¨ª que resulte absurdo esperar que la ciencia dominante, que vive en el mito de la realidad objetivada en el laboratorio, pruebe la existencia de la conciencia. Sin duda ser¨ªan posibles otros enfoques de la pr¨¢ctica cient¨ªfica, pero est¨¢n todav¨ªa lejos de su completo desarrollo.
La sustancia psicod¨¦lica es una v¨ªa, como cualquier otra, para sintonizar con ciertos h¨¢bitos del cosmos. Me parece importante subrayar que los psicoactivos no son drogas. En primer lugar, porque sus efectos no est¨¢n garantizados. En segundo, porque no crean adicci¨®n ni dependencia. De hecho, se han mostrado efectivos como un modo de combatir las adicciones. Tampoco son, como a veces apunta McKenna, una v¨ªa de acceso al para¨ªso. No somos seres de para¨ªso. Nuestro destino es navegar en la mente del mundo. No asumirlo puede ser s¨ªntoma de ingenuidad o simplismo.
Las t¨¦cnicas arcaicas del ¨¦xtasis
El cham¨¢n es una persona con una sensibilidad particular. Fr¨¢gil y enfermiza, ha experimentado un episodio de muerte y renacimiento. Ha sido devorado por los esp¨ªritus y ha vuelto a unificarse, cubri¨¦ndose con una nueva piel. Esa muerte simb¨®lica supone una transformaci¨®n de un estado profano a un estado sagrado. El cham¨¢n es un enfermo que se ha curado a s¨ª mismo y se ha investido de un poder sagrado. Y debe ejercer de cham¨¢n para seguir sano. No siempre utiliza sustancias psicoactivas, puede entrar en trance mediante el ayuno, la respiraci¨®n o la percusi¨®n del tambor. A diferencia de la experiencia cl¨ªnica, es el cham¨¢n el que toma la medicina, no el paciente. Con ella se adentra en el drama interno de quien solicita su ayuda, viajando a un ¨¢mbito invisible donde el lenguaje, los s¨ªmbolos y la imaginaci¨®n son m¨¢s poderosos que la fisiolog¨ªa del organismo (que depende de aquellos). En este sentido, el cham¨¢n est¨¢ m¨¢s cerca del poeta que del m¨¦dico moderno, pues considera que el mundo natural est¨¢ hecho de palabras y s¨ªmbolos. Si el lenguaje es el sustrato del mundo natural, deber¨¢ ser capaz de entenderlo para conseguir la curaci¨®n efectiva. ¡°Para el cham¨¢n, el cosmos es un cuento que se hace realidad a medida que lo contamos y se cuenta a s¨ª mismo. Esta perspectiva implica que la imaginaci¨®n humana puede tomar el tim¨®n del estar en el mundo. Libertad, responsabilidad personal y una conciencia humilde de la verdadera dimensi¨®n de la inteligencia del mundo, se combinan en esta cosmovisi¨®n neoarcaica¡±. Como los antiguos bardos, el cham¨¢n venera y se sumerge en los poderes de la lengua secreta del mundo. Sus ¨¦xtasis son actos de entrega al misterio del ser, cuya naturaleza es ling¨¹¨ªstica.
La magia de las plantas
Las plantas son un dep¨®sito de conocimiento, de gnosis vegetal. Las hierbas est¨¢n llenas de luz. No deber¨ªa extra?arnos, pasan su vida recolectando luz. Son, adem¨¢s, un modo de curarnos de ese prejuicio tenaz de nuestra supremac¨ªa respecto al resto del mundo natural. Entrar en el ¨¢mbito de la inteligencia vegetal, dialogar con ella, es la misi¨®n del psiconauta. Las experiencias con estas plantas son transformadoras, tambi¨¦n puede despertar traumas, que se acabar¨¢n digiriendo con el tiempo. Frente a la cultura dominante, la gnosis cham¨¢nica es hoy una subcultura. Se podr¨ªa decir que una contracultura. Sus leyes no son las de la F¨ªsica o la Matem¨¢tica, se asemejan m¨¢s a las que rigen los mitos o los sue?os, al estado intermedio (bardo o barzaj), al ¨¢mbito imaginal de budistas y suf¨ªes, eje del mundo y pa¨ªs de las almas. El cham¨¢n utiliza las plantas para conversar con inteligencias no humanas. Su estado de intoxicaci¨®n es un modo de entablar un di¨¢logo con esp¨ªritus y ancestros. Nadie comprende plenamente los secretos de esta comunicaci¨®n. Todo el saber cham¨¢nico (como el cient¨ªfico) es tentativo, provisional, falsable.
McKenna tiene su primera experiencia psicod¨¦lica en el Amazonas. Toma un taz¨®n de un l¨ªquido negro y viscoso. La ayahuasca es salada, acre y amarga. Con los p¨¢rpados cerrados, fluye ante ¨¦l un r¨ªo de luz magenta. Insectos y agujas de afilada luz. Del regocijo pasa al terror. El espanto es una lecci¨®n de humildad. Existen fuerzas amistosas y fuerzas hostiles. La vieja chamana empieza a cantar. La canci¨®n le parece un pez tropical, un pa?uelo de seda multicolor. El canto es la manifestaci¨®n de un poder que lo envuelve y protege.
La magia de la comida. Ingerir ciertos alimentos nos agrada, otros nos duermen o inquietan, otros nos vuelven atentos. Los alimentos son mediadores entre la cultura y la naturaleza. Una idea frecuente en las culturas ind¨ªgenas es que las plantas nos protegen. Median en nuestras relaciones con el resto de la naturaleza y, sobre todo, en las relaciones con nosotros mismos. Somos (s¨®lo en parte) lo que comemos. Comer una planta o un animal es un modo de reivindicar su poder.
Una tesis audaz e incomprobable
Un animal y un hongo pueden establecer una relaci¨®n de beneficio mutuo. Las hormigas han sido capaces de transformar vegetaci¨®n fresca en hongos. McKenna lanza su hip¨®tesis, audaz, incomprobable. El primer encuentro entre los hom¨ªnidos y los hongos se produjo en ?frica hace un mill¨®n de a?os. Los hongos (que brotan en los excrementos del ganado) alcanzaron entonces un estatus de culto. Con ellos naci¨® el ritual religioso. No fue el lenguaje o la raz¨®n, sino los hongos, los que hicieron humano al humano, desarrollando sus capacidades simb¨®licas y ling¨¹¨ªsticas. La tesis de McKenna puede enunciarse as¨ª: la mutaci¨®n producida por los componentes psicoactivos en la dieta de los hom¨ªnidos produjo una reorganizaci¨®n en sus capacidades cognitivas. Los alcaloides de los hongos psilocibios fueron los factores qu¨ªmicos que catalizaron el surgimiento de la autoconciencia humana. McKenna, que quiere salir del paradigma del pensamiento moderno, cae de nuevo en ¨¦l: justifica lo acontecido mediante transformaciones qu¨ªmicas en el cerebro, que decantan un nuevo modo de procesar la informaci¨®n. La psilocibina como estimulante del sistema nervioso central y factor para el desarrollo de las capacidades ling¨¹¨ªsticas. La ingesta de hongos como primer paso hacia la religi¨®n y el ritual. El ¨¦xtasis cham¨¢nico como intoxicaci¨®n por psilocibina. El cuerpo se acomoda al nuevo r¨¦gimen qu¨ªmico y transforma sus patrones de comportamiento. Ciertas plantas abren umbrales olvidados a mundos de experiencia inmediata que pueden ayudarnos a averiguar qui¨¦nes somos. Las aminas psicoactivas y los alcaloides tienen la capacidad de recordarnos nuestra fragilidad y nuestra tendencia a lo extraordinario, a hollar los misterios del ser, a reconectar con la mente femenina del planeta (la gran Diosa paleol¨ªtica). La naturaleza no es la naturaleza de u?as y dientes del neodarwinismo, ¡°sino una danza diplom¨¢tica sin fin, y la diplomacia es un asunto de lenguaje¡±. Para Gordon Wasson los hongos nos hicieron religiosos. Para McKenna, m¨¢s radical, nos hicieron humanos.
El curso de la civilizaci¨®n occidental est¨¢ gobernado por el ego y la dominaci¨®n tecnol¨®gica. Dos efectos de una misma causa: las pasiones humanas. Los estoicos, hoy tan en boga, lo sab¨ªan bien. De ah¨ª que las soluciones a los problemas generados por la t¨¦cnica tengan que porvenir de los humanistas, que son quienes mejor conocen dichas pasiones. El valor de la emoci¨®n ha sido desplazado por la fascinaci¨®n por lo abstracto. McKenna, de un modo un tanto ingenuo, considera que el pr¨®ximo paso evolutivo no ser¨¢ el di¨¢logo con una inteligencia mec¨¢nica o artificial, sino un regreso a la antigua conversaci¨®n con lo vegetal, esa inteligencia que encapsulan las plantas, que pueden considerarse como luminosidad organizada. Un renacimiento de la conciencia de la diosa, un revival de lo arcaico.
Desde esta perspectiva, los alcaloides ser¨ªan los mensajeros qu¨ªmicos entre las especies. Los hongos hablan a trav¨¦s del cham¨¢n, cuya funci¨®n (esencial para la comunidad) es escuchar y tratar de entender su lenguaje. El chamanismo no s¨®lo es religi¨®n, es comunicaci¨®n din¨¢mica con la totalidad de la vida en el planeta. Adem¨¢s, es un agente de feminizaci¨®n. Sirven para disolver, o sacarnos provisionalmente, de ese fragmento de la psique que denominamos ego.
Plantas que enriquecen el lenguaje e introducen innovaciones narrativas
Cada planta tiene sus dominios. Tambi¨¦n su propio estilo y modos de expresi¨®n. Unas intoxican, otras provocan visiones o frenes¨ª. El peyote es afilado y geom¨¦trico, como el cactus que lo contiene. La atm¨®sfera de la psilocibina es distinta a la del LSD. Las alucinaciones se producen con m¨¢s frecuencia y, sobre todo, la sensaci¨®n de estar navegando no s¨®lo en la propia mente, sino en la mente del mundo. Sobre este tema no hay conocimiento acumulativo posible. Probablemente no sabemos m¨¢s que nuestros ancestros. Pero es evidente que todas estas plantas enriquecen el lenguaje. Los espacios interiores se multiplican con cada experiencia. El sue?o del opio es un teatro despierto de la imaginaci¨®n. La hoja de coca no es una droga, es comida. Suprime el apetito. Contiene una dosis significativa de vitaminas y minerales. Se a¨ªsla por primera vez en 1859 y se utiliza como cura para la adicci¨®n a la morfina. El uso de las psilocibes en Oaxaca es antiguo. La palabra ayahuasca es quechua. Combina plantas que contienen DMT con plantas que contienen inhibidores MAO. Los temas y motivos de la ayahuasca est¨¢n orientados al mundo org¨¢nico y natural, en comparaci¨®n con los motivos tit¨¢nicos, c¨®smicos y extraterrestres que caracterizan el flash de DMT.
La experiencia con ayahuasca produce la visualizaci¨®n de tapices y formas geom¨¦tricas susceptibles de ser conducidas por el sonido, especialmente por la voz humana y el canto del cham¨¢n, experto en tonalidades m¨¢gicas. En las sesiones destinadas a la curaci¨®n, tanto el cham¨¢n como el paciente beben la ayahuasca. El canto es una experiencia compartida que en su mayor parte es visual. Los ayahuasqueros y tabaqueros utilizan el sonido y la sugesti¨®n para dirigir la energ¨ªa sanadora a la parte del cuerpo o de la historia ps¨ªquica del individuo donde todav¨ªa existen nudos o problemas no resueltos. Esa tensi¨®n ps¨ªquica es la que produce la enfermedad. La sustancia favorece la salud y la integraci¨®n con el medio natural. Tambi¨¦n funciona como ant¨ªdoto contra los valores dominantes de las sociedades occidentales (voluntarismo, puritanismo y tecnolatr¨ªa) y las propias limitaciones ling¨¹¨ªsticas que generan estos valores. De ah¨ª que sea no s¨®lo curativa sino regenerativa y, en muchas ocasiones, exija un cambio de vida.
El doctor Kurt Beringer, disc¨ªpulo de Louis Lewin y amigo de Hermann Hesse y Carl Jung, puede considerarse el padre de la psiquiatr¨ªa psicod¨¦lica y de la farmacolog¨ªa visionaria. Su enfoque fenomenol¨®gico potenciaba la narraci¨®n de las visiones interiores. En la narraci¨®n radica el sentido. Pero ese sentido no es algo dado sino algo que cada cual debe crear. Los relatos de sus experimentos con mescalina son tan fascinantes como los del artista Henri Michaux, que hizo sus inmersiones por libre.
Mientras que el poder del ¨¢tomo puede utilizarse en la construcci¨®n armas de destrucci¨®n masiva, la experiencia psicod¨¦lica tiende a disolverse en su propio abismo. La humilde ciencia de la bot¨¢nica no es suficiente para mejorar nuestra comprensi¨®n de las plantas psicoactivas. Tampoco en an¨¢lisis qu¨ªmico, como hemos visto. S¨®lo desde una antropolog¨ªa participativa, s¨®lo desde la propia experiencia, uno puede acercarse a este mundo. Si los m¨¦dicos quieren hacerlo, deber¨¢n aventurarse a probarla ellos mismos antes de recetarla a sus pacientes. Un chiste que escuch¨¦ recientemente de un profesor de yoga da cuenta de la situaci¨®n actual. ¡°?Cu¨¢l es la diferencia entre el neur¨®tico, el psic¨®tico y el psiquiatra? El neur¨®tico construye un castillo en el aire. El psic¨®tico se va a vivir en ¨¦l. Y el psiquiatra cobra el alquiler¡±. La psiquiatr¨ªa, si quiere avanzar, no puede nadar y guardar la ropa. Es hora de que se adentre en los abismos de la psique, si pretende rescatar a quienes han quedado atrapados en ellos.
El inter¨¦s farmacol¨®gico de reducir la mente a una maquinaria molecular o qu¨ªmica confinada en el cerebro es la miop¨ªa interesada en la que ha ca¨ªdo nuestra cultura. Es el paradigma dominante de una civilizaci¨®n orientada al controlo tecnol¨®gico, que es una de las enfermedades del ego. No es de extra?ar que sea temerosa de su disoluci¨®n. Quiz¨¢ todas estas sustancias nos ayuden a ampliar la visi¨®n. ¡°Tomar contacto con la mente gaica de un planeta vivo¡±, como dice entusiasmado McKenna. En todo caso, el desaf¨ªo que plantean es fascinante.
La psicodelia y el pensamiento indio
La experiencia filos¨®fica de la India puede ayudarnos a iluminar estos asuntos. M¨¢s que un poder superior, lo que el pensamiento indio postula es un poder interior. De ah¨ª la arrogancia aparente de la postura meditativa, con la espalda erguida, no postrada, arrodillada o humillada ante un dios todopoderoso. La divinidad es innata a todo lo que est¨¢ vivo. Suele decirse que la experiencia psicod¨¦lica activa la comunicaci¨®n entre el cerebro y lo divino. Pensar que la mente est¨¢ en el cerebro es el mito moderno. El ¨®rgano decisivo aqu¨ª no est¨¢ en la cabeza, sino en el pecho. Se trata del coraz¨®n. Un coraz¨®n que no necesariamente coincide con el ¨®rgano del mismo nombre, sino que es m¨¢s bien un ¨®rgano espiritual. Un ¨®rgano fuera del alcance del ojo y de cualquier instrumento de laboratorio, ya sea un microscopio o un esc¨¢ner. Seg¨²n algunos contemplativos, este ¨®rgano puede verse en ciertos estados meditativos y hay quien afirma haberlo visto con la experiencia psicod¨¦lica. Tanto la meditaci¨®n como las sustancias psicoactivas pueden llevar a estados elevados de contemplaci¨®n, hacernos atisbar el estado de liberaci¨®n (mok?a, nirvana, kaivalya), pero, como apunta ?scar Pujol, ¡°s¨®lo el conocimiento conduce a esa liberaci¨®n, pero ese conocimiento no es producible (no est¨¢ en manos del sujeto hacerlo posible), no es realizable, no es un producto. Es innato, existe siempre y est¨¢ siempre disponible, pero oculto bajo el manto de nuestra identidad. S¨®lo la desidentificaci¨®n con nuestro ego y el reconocimiento de nuestra propia naturaleza nos puede llevar a ¨¦l¡±.
El ser humano est¨¢ hecho de libertad. Y esa libertad atroz es lo que asoma en ocasiones en la aventura psicod¨¦lica. Oigamos de nuevo a Pujol. Que la ciencia pueda probar la existencia de Dios es una broma. Es como pensar que los cirujanos puedan descubrir el alma. El conocimiento cient¨ªfico no puede ocuparse de lo inmensurable, de lo que escapa al reino de la cantidad. La ciencia no puede convertirse en un gur¨² espiritual. La experiencia religiosa no necesita el sello de calidad de la ciencia. ¡°El fisicalismo cient¨ªfico se basa en la perceptibilidad de los fen¨®menos y no en la misma perceptibilidad como funci¨®n de la conciencia¡±. La ciencia se ocupa de lo real, la experiencia directa de la realidad de lo real. En la India, esa realidad de lo real se llama conciencia, que puede definirse como el conocimiento que se conoce a s¨ª mismo. Por definici¨®n, esa conciencia es eterna e inmutable, ubicua y simult¨¢nea, no secuencial, intransferible. ¡°A diferencia del conocimiento ordinario, el conocimiento de la consciencia no es ni espacial ni temporal. Ciertamente la mente, que no el cerebro, es un instrumento mediante el cual esta consciencia ubicua se manifiesta en modo espacial y temporal. Por lo tanto, la mente, m¨¢s que un amplificador de la consciencia es un condensador que la manifiesta en un punto del espacio y en un momento del tiempo. Una buena parte del pensamiento indio antiguo insiste en la separaci¨®n entre mente y consciencia. En Occidente creemos que la consciencia es una propiedad de la mente que se manifiesta cuando estamos despiertos y desaparece en el coma y en el sue?o profundo. Decimos entonces que estamos inconscientes. Por el contrario, el pensamiento indio considera que la consciencia perdura durante el sue?o profundo y en los estados de coma, aunque no se manifieste. La mente es simplemente un instrumento de esa consciencia. Nuestro gran error es identificarnos con ese instrumento, y no con el verdadero actor: la consciencia. Es como pensar que la raqueta de tenis es la que gana los partidos y no el tenista. Nuestro yo es una funci¨®n mental y como tal forma parte del instrumento y no del sujeto. La identidad es un accidente¡±.
A modo de conclusi¨®n
El poder de manipular s¨ªmbolos nos confiere una posici¨®n privilegiada. Huxley dec¨ªa que har¨ªamos bien en concebir el cerebro, el sistema nervioso y la sensibilidad como una funci¨®n del organismo no productiva, sino principalmente eliminativa. El cerebro se parecer¨ªa entonces m¨¢s a una antena selectiva que a un ordenador, a un filtro o v¨¢lvula reductora de conocimientos que a una fuente productora de los mismos. Las sustancias psicoactivas abrir¨ªan los poros de ese filtro, permitiendo ver o escuchar cosas que habitualmente no percibimos debido a nuestro sesgo evolutivo y la exigencia de la supervivencia.
Pero hay m¨¢s. ¡°El efecto sinerg¨¦tico de la psilocibina parece estar en el dominio del lenguaje, excita la vocalizaci¨®n, refuerza la articulaci¨®n, trasmuta el lenguaje en algo visible. Todos estos factores pudieron tener un impacto en la emergencia de la conciencia y el uso del lenguaje de los humanos primitivos¡±. La iron¨ªa es contundente: el culto actual a la tecnolog¨ªa y los algoritmos mec¨¢nicos de procesamiento de informaci¨®n (mal llamados inteligencia artificial), como resultado de la ingesti¨®n de hongos nacidos del esti¨¦rcol del ganado salvaje. El lenguaje, una donaci¨®n del hongo, evoluciona y se transforma en m¨¢quina. Lo org¨¢nico se hace mec¨¢nico. La vida, cad¨¢ver.
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