Solo es septiembre
Nos quieren asustados, deprimidos, nubes al viento sin control de nuestra existencia
No puedo evitarlo. Veo a cada persona con un nubarr¨®n sobre su cabeza, una sombra triste que se desplaza a su ritmo, que dibuja sombras de apat¨ªa en los gestos, que impide que los colores sean claros y los movimientos precisos. Algunas llevan nubarrones amplios, de trazos oscuros y otros una montera m¨¢s liviana, pero percibo en todas partes las malditas sombras que ocultan la luz.
El lunes cada persona y su sombra volver¨¢n a sus quehaceres pero la alegr¨ªa del retorno ha desaparecido. Quien tiene un puesto de trabajo fijo sabe que su trabajo ser¨¢ m¨¢s duro e ingrato, sus retribuciones m¨¢s magras, su estima profesional m¨¢s baja; el que trabaja en el sector privado se pregunta si ser¨¢ ella la pr¨®xima v¨ªctima del ERE que se rumorea, o si solo se trata de una amenaza para rebajar salarios, aunque tambi¨¦n pueden suceder las dos cosas consecutivamente. Los que no tienen trabajo, volver¨¢n a las colas del paro, m¨¢s largas y silenciosas, m¨¢s r¨¢pidas porque al final solo hay un rotundo NO que el funcionario anuncia cada vez con m¨¢s tristeza.
Quienes tienen m¨¢s de 40 a?os barruntan que son inc¨®modos en la empresa. Las peque?as ventajas conseguidas tras decenios de buen trabajo son ahora una pesada carga para su continuidad. La experiencia, la profesionalidad no valen nada en un pa¨ªs que ha perdido los puntos de referencia. Los m¨¢s j¨®venes son ahora un ej¨¦rcito de outsiders que miran con desconcierto una sociedad extra?a. Los que tienen mayor titulaci¨®n buscan en Internet ofertas de trabajo en el extranjero. Se estima que en noviembre esta sangr¨ªa interminable de talentos alcanzar¨¢ su cenit y miles de j¨®venes se nos ir¨¢n muy lejos.
Dicen que para reconocer la existencia de una depresi¨®n, basta con experimentar durante dos o tres semanas, cinco o seis s¨ªntomas claros: sentimientos de tristeza, disminuci¨®n del inter¨¦s o del placer en actividades habituales, alteraciones del sue?o, sensaci¨®n de debilidad f¨ªsica, sentimientos de culpabilidad o inutilidad, disminuci¨®n de la capacidad intelectual¡ El nubarr¨®n que se cierne sobre nuestras vidas nos produce estas mismas sensaciones: agudiza todos los pensamientos negativos y pone un velo a nuestra alegr¨ªa.
Ya no est¨¢ de moda la psicolog¨ªa de masas, pero es evidente que todo un pa¨ªs puede tener un estado de ¨¢nimo, unas sensaciones sobre su val¨ªa, su estima y sus capacidades. Y en nuestro caso, el estado de ¨¢nimo es p¨¦simo. En ese sentido la nube individual que arrastramos y nos pesa, es colectiva, tiene nombres y fechas, responsables y culpables cuyos nombres se han disuelto hasta hacerse irreconocibles, hasta que individualmente hemos interiorizado nuestras culpas y desaciertos, hasta que no saber siquiera contra qui¨¦n o contra qu¨¦ dirigir nuestras quejas.
Nos quieren como peque?as nubes al viento de la crisis, mecidas por las jaculatorias de un lenguaje tecnocr¨¢tico que nos paraliza, que nos amenaza con males mayores, que nos priva del control de nuestras vidas. Dicen que la capacidad de pensar a largo plazo muestra el control de nuestra existencia. Pues bien, prueben a imaginar el futuro y si pueden hacerlo, ver¨¢n lo dif¨ªcil que es desprenderse de los tonos sombr¨ªos, del miedo y la incertidumbre. Nos quieren asustados, deprimidos, nubes al viento sin control de nuestra existencia. Han conseguido convertir los problemas reales del paro, la desesperanza, la falta de oportunidades para la juventud en nuestra nube particular mientras que convierten en fetiche de nuestros tiempos sus problemas financieros o especulativos y nos mecen al vaiv¨¦n de sus intereses. Pero es justo al rev¨¦s de esta terrible pesadilla: nuestro trabajo, nuestra preparaci¨®n, nuestra profesionalidad, produce bienes f¨ªsicos o inmateriales que existen realmente mientras que su mercado del dinero es pura ficci¨®n. Somos necesarios y ellos in¨²tiles. Si nos sacudimos la nube que nos impide pensar con claridad y recuperamos nuestra autoestima, es posible cambiar la situaci¨®n o, al menos, no ser v¨ªctimas en este oto?o que nos han dibujado con todos los colores de la desolaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.