?Por qu¨¦ nos pegan?
El Gobierno, lejos de investigar y sancionar los excesos policiales, elabora un decreto para evitar que se grabe a los agentes
Muchos alumnos de mi instituto han ido por primera vez a una manifestaci¨®n. Volvieron entusiasmados con la experiencia pero preocupados porque en otras ciudades hab¨ªan pegado a los j¨®venes.
?¡ª?Por qu¨¦ nos pegan?, me pregunta uno de ellos con desparpajo.
La pregunta me rebot¨® en el cerebro. Pertenezco a una generaci¨®n que asimil¨®, a fuerza de palos ¡ªnunca mejor dicho¡ª, que la expresi¨®n pac¨ªfica en las calles de nuestras demandas era contestada por las porras de los polic¨ªas. Recuerdo todav¨ªa la primera vez que contempl¨¦ los antidisturbios en acci¨®n: era un d¨ªa nublado y las luces azules de los coches policiales parec¨ªan rel¨¢mpagos de un mundo fantasmal. El regimiento de antidisturbios de Linares parec¨ªa directamente trasplantado de Blade Runner. Portaban cascos, escudos, chalecos reforzados y exhib¨ªan la incomprensible muestra de coqueter¨ªa de un peque?o pa?uelo atado al cuello. Cuando termin¨® su actuaci¨®n, la calle parec¨ªa m¨¢s ancha y el suelo estaba repleto de zapatos desparejados, bolsos y paraguas. De repente, todo estaba desierto y en silencio. Eran los a?os finales de la dictadura y los j¨®venes intent¨¢bamos construir nuestro sue?o de libertad.
Los golpes injustificados, las cargas contra manifestantes pac¨ªficos, ese '?por qu¨¦ nos pegan?' suponen un acta de acusaci¨®n contra un Gobierno que tiene ¨²ltimamente las manos muy largas frente a las protestas populares. Es rara la semana en la que no contemplamos la imagen de un polic¨ªa pegando a un quincea?ero o una carga policial contra personas inermes. Parece que el binomio manifestaci¨®n-represi¨®n vuelve a funcionar como una moneda com¨²n de nuestro imaginario. Y, por favor, interpr¨¦tenme bien: me refiero a manifestaciones pac¨ªficas, a ciudadanos que no portan piedras ni palos, sino solo sus cuerpos indefensos.
Gracias a los m¨®viles, cualquier ciudadano puede dar constancia de estas actuaciones y las palabras de los delegados gubernativos se desmienten f¨¢cilmente con cientos de grabaciones an¨®nimas que dan fe de los abusos. El Gobierno, lejos de investigar y sancionar los excesos policiales, elabora un decreto para evitar que se grabe a los agentes. Se pondr¨¢ en marcha as¨ª una censura colectiva, indiscriminada en la calle y en las redes sociales.
En Sevilla, algunos agentes han tomado la delantera al Gobierno y, adem¨¢s de efectuar una carga policial sin raz¨®n alguna (y hay muchas evidencias al respecto), realizaron varias detenciones, entre ellas la de una periodista a la que requisaron la inc¨®moda c¨¢mara. Al parecer, un polic¨ªa, al ser interpelado sobre la ilegalidad de sus actuaciones proclam¨®: ¡°?La ley soy yo!¡±, una reedici¨®n de la monarqu¨ªa absoluta de Luis XIV, una afirmaci¨®n de 'yo soy el Estado', que no los ciudadanos. Posteriormente, la periodista Ana Garc¨ªa ha sido acusada de cinco delitos, entre ellos ocupaci¨®n ilegal, atentado a la autoridad y da?os y lesiones. Por lo visto, la libertad de expresi¨®n y el derecho a la informaci¨®n tienen un nuevo l¨ªmite y un tab¨²: los excesos policiales.
Es muy dif¨ªcil creer que, de repente, los polic¨ªas de Sevilla, de Valencia, de Madrid o de Barcelona se hayan vuelto agresivos y abusones. M¨¢s bien, debe de haber una orden gubernativa que alienta estas conductas y que aconseja ¡°mano dura¡± contra lo que ellos llaman ¡°manifestaciones callejeras¡± (por cierto, ?es que existe una manifestaci¨®n que sea casera y no callejera?).
Pegar, en Espa?a, est¨¢ de moda. Gran parte de las m¨¢s prestigiosas televisiones del mundo han denunciado los abusos y la represi¨®n policial de las manifestaciones en nuestro pa¨ªs. La marca de Espa?a no logra deshacerse de su pasado dictatorial. Por eso, los ciudadanos no podemos regresar a una etapa en la que era ¡°normal¡± que te pegasen porque en ese caso retrocederemos a los tiempos oscuros del aparato del Estado, de las zonas prohibidas, de la libertad vigilada. Prefiero el candor de mis alumnos, por los que solo corre democracia en sus venas, que se preguntan por qu¨¦ nos pegan.
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