Postales de la infancia perdida
Carme Riera evoca su ni?ez en Mallorca en el l¨ªrico ¡®Temps d¡¯innoc¨¨ncia¡¯
Recordar significa volver a pasar por el coraz¨®n, porque la memoria, cre¨ªan los antiguos, resid¨ªa en ¨¦l. Lo sabe Carme Riera (Barcelona, 1948), que tambi¨¦n evoca a Jaime Gil de Biedma, que aseguraba que a partir de los 12 a?os ya no nos sucede nada importante en la vida. Ella lo acorta hasta los 10 porque ¡°la intensidad con que se ha vivido hasta entonces ya no se repetir¨¢¡±. Con esa mirada sobre la vida y las letras, la autora de Dins el darrer blau y flamante acad¨¦mica de la Lengua Espa?ola s¨®lo necesit¨® el catalizador del nacimiento de su primera nieta, Marina, para escribir ¡°una serie de estampas sobre la Mallorca de mi infancia, la de los a?os 50¡±, que ha reunido con el ¨²nico t¨ªtulo posible: Temps d¡¯innoc¨¨ncia (Edicions 62 en catal¨¢n; Alfaguara en castellano, traducido por ella misma).
¡°Habla la ni?a que fue all¨ª con apenas dos semanas de vida¡±, resume Riera, que admite que ha mirado ¡°hacia atr¨¢s y hacia dentro¡± para evocar un mundo que en casi todos los sentidos ya ha desaparecido: ¡°S¨®lo hace falta mirar hoy el skyline de la capital que antes dominaban las iglesias; o oler donde antes notabas los estercoleros o el incienso de Semana Santa; o escuchar donde pod¨ªas o¨ªr las campanas o los reba?os¡±.
Con los mejores recursos que mostrara en obras tan capitales y emotivas como los relatos de Te deix, amor la mar com a penyora i Jo pos per testimoni les gavines, un cadencioso lirismo depositado en la experiencia vital, Riera va engarzando episodios de su vida, como si fueran cerezas. ¡°El alma de una persona reside en su memoria¡±, dice. ¡°No fue una infancia feliz¡±, enmarca las postales de la ni?ez perdida una escritora que quiz¨¢ naci¨® como tal gracias a las rondallas que le contaba, entre otros, su solterona y robusta t¨ªa Celestina, una de las forjadoras de su car¨¢cter y de su lengua, un mallorqu¨ªn bien enraizado en sus or¨ªgenes rurales y que ha utilizado como conjuro convocante para sus recuerdos.
Y as¨ª, por ah¨ª pulula la ni?a que lo que m¨¢s a?oraba eran los Reyes Magos, a los que escrib¨ªa recordatorios de juguetes olvidados pegados en el cristal del balc¨®n, como le suger¨ªa su padre, fil¨®sofo de instituto y disc¨ªpulo de Zubiri; o la que sufr¨ªa un fr¨ªo terror¨ªfico en ese cas¨®n de Mallorca donde viv¨ªa entre dos plantas (la de sus padres y la de la ¡°senyora-¨¤via¡± y su t¨ªa: ¡°Creo que esa sensaci¨®n de outsider que he tenido de mayor en mi vida, entre Palma y Barcelona, el catal¨¢n y el castellano, naci¨® en esa ni?a que se acurrucaba en la escalera¡±) y que hac¨ªa aflorar los temibles saba?ones (¡°les sedes¡±). Hab¨ªa miedos mayores, como el de su progenitor ¨Cque reun¨ªa, conspirador, a dem¨®cratacristianos en casa (¡°me pon¨ªa tras la puerta no para escuchar sino para ver si cuando se marchaban pod¨ªa comer los restos de las bandejas¡±) hacia una Guardia Civil a veces vinculada al contrabando de tabaco. ¡°Todo el mundo en la ¨¦poca lo sab¨ªa porque participaba de ello bastante gente; un poco como ahora¡±, ironiza.
Pero el miedo m¨¢s grande, personal e intransferible, lo provocaba la religi¨®n, esos cuadernos de la primera comuni¨®n que hablaban del descenso a los infiernos de Juanito, ni?o que muri¨® sin haberse arrepentido de sus pecados de impureza. La ni?a Riera, ya miedosa por la oscuridad o los ruidos, estaba atormentada por la culpa porque el azar la hab¨ªan llevado a descubrir unas postales de desnudos de un t¨ªo suyo; el aturdimiento y la verg¨¹enza hizo que decidiera confesarse al final por unos ¡°tocamientos¡± que insin¨²o el cura pero que ella nunca hab¨ªa cometido. as¨ª, pues, en el fondo, doble pecado¡
La an¨¦cdota de que Lloren? Villalonga hubiera escrito a?os antes en la que ser¨ªa su habitaci¨®n Madame Dillon o el trauma por el retraso en la lectura hasta que no alcanz¨® los siete a?os (¡°las monjas le dijeron a mis padres que era retrasada; mi padre me ley¨® la Sonatina de Rub¨¦n Dar¨ªo y me inocul¨® el virus de la lectura; luego un profesor particular hizo el resto¡±) marcan los recuerdos literarios de quien estos d¨ªas escribe ya su discurso de ingreso en la RAE para el sill¨®n ¡®n¡¯ y que, por ahora, descarta una segunda entrega evocativa (¡°ya me he desnudado suficiente¡±), si bien igual retoma el g¨¦nero para hacer memoria del grupo de la Escuela de Barcelona, de los Barral, Goytisolo, Costafreda¡ ¡°Tengo multitud de cintas grabadas y detalles y an¨¦cdotas¡ Eso quiz¨¢ s¨ª lo escriba¡±.
Tampoco es que Riera tenga mucho tiempo: hoy canta y convoca para su nieta al ¡°homonet de la son¡± para que se duerma dulce, la misma nana que la abuela de su abuela le cantaba a ¨¦sta en Palma hacia 1884 y que, en su momento, tambi¨¦n le susurraron a ella. Memoria. Alma.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.