Era yo el equivocado
No me preocupa quedar en minor¨ªa, sino constatar que no soy el ¨²nico que piensa as¨ª pero esa coincidencia apenas tiene reflejo en la opini¨®n publicada
I?aki Gabilondo ha referido en alguna ocasi¨®n el comentario que le hizo a?os atr¨¢s Xabier Arzalluz cuando el periodista le manifest¨® alguna reserva respecto al dudoso carisma de determinado pol¨ªtico de la ¨¦poca: "El d¨ªa en que alguien aparece en TV y saluda diciendo ¡®buenas noches, soy el presidente del gobierno¡¯, ?se le pone una cara de carisma...!¡±. He vuelto a recordar el comentario del dirigente vasco al constatar c¨®mo ha cambiado el tratamiento que, particularmente en los medios de comunicaci¨®n, se les ha ido dedicando a los nuevos l¨ªderes pol¨ªticos a partir de que se conociera el resultado de la ¨²ltima contienda electoral, certificando de esta manera lo que podr¨ªamos llamar el efecto de realidad que este tipo de sanciones electorales genera sobre las opiniones de mucha gente.
Por supuesto que dicho efecto no necesariamente convierte en desacertada la valoraci¨®n anterior, pre-electoral. Que lo sea no es algo susceptible de quedar determinado de antemano, como si se tratara de un principio general indiscutible (como lo ser¨ªa tambi¨¦n aquel otro, de signo opuesto, ¡°la primera opini¨®n es la que vale¡±), sino que debe dilucidarse sobre el terreno, analizando los casos pr¨¢cticos. Me permitir¨¢n que ponga un ejemplo en primera persona. Sin duda, debo ser yo el equivocado a la vista de la casi absoluta coincidencia en las opiniones, opuestas a las m¨ªas, con las que me tropiezo por ah¨ª, tanto en diarios como en programas de radio y televisi¨®n de las m¨¢s variadas tendencias. La selecci¨®n de unas cuantas de esas opiniones ¡ªde desigual importancia, lo adelanto¡ª tal vez permita ilustrar lo que me interesa se?alar.
No deja de ser curioso que a una homogeneizaci¨®n en las opiniones que, de tener otro signo, muchos no dudar¨ªan en calificar como de pensamiento ¨²nico, esos mismos propongan en este caso interpretarla en t¨¦rminos de hegemon¨ªa.
As¨ª, veo repetido que se le atribuye un notable dominio de la oratoria a un joven pol¨ªtico que habla a gran velocidad, con un tono monocorde, como un opositor a notarias practicando un ejercicio del temario, sin la menor inflexi¨®n ni matiz en su voz. Compruebo, con cierto esc¨¢ndalo por mi parte (deformaci¨®n profesional, lo reconozco), que analistas presuntamente ilustrados no le conceden la menor importancia a los reiterados gazapos de cultura general, impropios de un profesor universitario, perpetrados por un l¨ªder emergente.
Constato asimismo que otro joven pol¨ªtico, orgulloso de pertenecer a un partido con larga historia, responde a los reproches relacionados con las posiciones program¨¢ticas que el mismo defend¨ªa durante la Transici¨®n con el displicente argumento de que en aquel entonces ¡°ni siquiera exist¨ªa Internet¡±, como si la Edad Media se hubiera prolongado hasta el nacimiento de Bill Gates. Certifico, en fin, que se saluda en t¨¦rminos casi sonrojantes (¡°ha nacido una estrella¡± le escuch¨¦ decir el otro d¨ªa a un tertuliano), como la gran promesa del municipalismo de este pa¨ªs, a una activista reconvertida en profesional de la pol¨ªtica cuya pr¨¢ctica m¨¢s habitual consiste en votar a favor (o, en su defecto, abstenerse) en asuntos respecto de los cuales a continuaci¨®n se apresura a declarar que est¨¢ en contra.
No vayan a pensar ustedes que me preocupa quedarme en minor¨ªa. En absoluto: no me preocupar¨ªa ni siquiera quedarme en minor¨ªa de uno solo (imagino que minor¨ªa absoluta debe ser el nombre de la figura). A fin de cuentas, cuando eso sucede, sin duda lo m¨¢s higi¨¦nico es proceder a una cura de humildad y recordar el viejo chiste del borracho en contradirecci¨®n por la autopista. Lo que de veras me preocupa es justo lo opuesto, es decir, la constataci¨®n de que no soy el ¨²nico que piensa este tipo de cosas, pero, sobre todo, la de que esta coincidencia no consigue tener pr¨¢cticamente reflejo alguno en lo que alguien llam¨® en su momento la opini¨®n publicada.
No deja de ser curioso que a una homogeneizaci¨®n en las opiniones que, de tener otro signo, muchos no dudar¨ªan en calificar como de pensamiento ¨²nico, esos mismos propongan en este caso interpretarla en t¨¦rminos de hegemon¨ªa, como si ley¨¦ndola a la luz del pensamiento de Gramsci cambiara su naturaleza real. Puestos a recurrir a avalistas cl¨¢sicos para entender la presente situaci¨®n, tal vez resultara de m¨¢s ayuda colocarse en la perspectiva de las propuestas de los fil¨®sofos de la escuela de Frankfurt y, en particular, del ¨²ltimo Marcuse. Claro que acogerse a estos otros avales dejar¨ªa en evidencia a algunos. Porque aquellos autores no fantasearon nunca un futuro en el que por fin los suyos tambi¨¦n pudieran modelar las conciencias ajenas, sino uno en el que nadie modelara a nadie.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB.
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