Merecer El Retiro
El autor repasa las maravillas del parque madrile?o y sus incuestionables atractivos para una mascota
La idea era traerlo a Madrid, considerando su muy avanzada edad. De sobrevivir al vuelo trasatl¨¢ntico transpiraba cierta ilusi¨®n imaginar su cara salivando ante tantas viandas que se presumen en las vitrinas de las pasteler¨ªas espa?olas, los jamones colgantes en museos de fiambres variados y el alivio de las fuentes con esa agua de Madrid que todo el mundo elogia. Se merec¨ªa el retiro voluntario de los largos paseos por las calles arboladas y la afortunada convivencia con sus semejantes. M¨¢s que en M¨¦xico, se asombrar¨ªa ante la higi¨¦nica cultura de tanta persona respetuosa que levanta despojos en bolsitas y los espacios arenosos reservados para tertulia entre sus semejantes. En realidad, se merec¨ªa El Retiro; el parque de El Retiro con sus caras cambiantes seg¨²n la estaci¨®n del a?o en esta ¨¦poca rara en que parecen borrarse primavera y oto?o porque se pasa directamente del verano al invierno, al ocaso de los seres cansados que merecen la tranquilidad y el sosiego de ese parque ir¨®nicamente poblado por tantos j¨®venes enamorados, rayos en patines, cantantes de utop¨ªas.
Hablo de un perro. Mi mascota Chesterton, que merec¨ªa El Retiro para intentar congraciarse con tanto caniche peque?o o alg¨²n ovejero inmenso de este lado del mar. Ser¨ªa fant¨¢stico verlo posar con el Palacio de Cristal al fondo y acercarse a la reja del Ahuehuete mexicano, ese ¨¢rbol viejo que vino en semilla y fue testigo de las balas francesas y luego, imaginarlo al trote en pos de los pasos de alguna de las muchas musas que hacen lo que aqu¨ª llaman footing a todas horas. Me imagino su azoro ante la diferencia en las ardillas, marrones roedores voladores que parecen primos lejanos de las negras ardillas de Coyoac¨¢n y supongo que habr¨ªa tenido que vivir un periodo de adaptaci¨®n a los ladridos con ce y con zeta, los madrile?¨ªsimos sonidos que significan s¨ª como silbato y no con un chasquido que mueve ligeramente la cabeza.
En verano, quiz¨¢ hubiese sido capaz de darse un chapuz¨®n en el inmenso estanque y so?ar que cruzaba el Atl¨¢ntico nom¨¢s por nostalgia y para el invierno le ten¨ªamos preparado un chaleco de lord ingl¨¦s con leontina como correa para que diera sus somnolientos pasos acompasados por los largos senderos de ese Retiro poblado de tantas almas que lo merecen: el sosiego y silencio de un parque donde hoy m¨¢s que nunca deambulan los fantasmas de todos mis muertos entra?ables, amigos y familiares que caminan all¨¢ adelante como si fueran al Jard¨ªn Bot¨¢nico o al Museo del Prado pasando por las tentaciones de los rosales y el ?ngel Ca¨ªdo. All¨ª donde Chesterton no lleg¨® a correr tras el vuelo de un ave de alas azules, aunque su sombra me espera ya todas las tardes de este oto?o para que no olvide que hay que merecer los privilegios por donde andamos vivos.
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