Un hombre serio
El m¨ªtico l¨ªder de The Jam y The Style Council concede muy pocos cl¨¢sicos y un repertorio con altibajos ante una Riviera llen¨ªsima y expectante
A Paul Weller se le blanque¨® el pelo hace ya unos cuantos a?os, pero ¨¦l sigue entregando discos y conciertos como si tal cosa. Vitam¨ªnicos, energ¨¦ticos, con chicha y colmillo, respaldado por cinco muchachos que podr¨ªan ser sus v¨¢stagos y que probablemente se destetar¨ªan escuchando canciones de The Jam. Dos de ellos golpean sendas bater¨ªas, o bater¨ªa y percusiones, para que el resultado sea m¨¢s demoledor. Y lo es, aunque la seriedad del oficiante, un casi sexagenario m¨¢s bien circunspecto, convierte la experiencia en una ceremonia solemne. Se llen¨® a reventar este viernes La Riviera, pero en la pista se mascaba m¨¢s expectaci¨®n y respeto que efervescencia.
Con justicia o sin ella, el de Surrey acumula casi tres d¨¦cadas y 13 discos en solitario, pero sigue asociado a su condici¨®n de l¨ªder de dos bandas remotas, The Jam y The Style Council. Seguro que no le agrada demasiado, por pura l¨®gica creativa, y as¨ª lo transluce cuando presenta el primer tema a?ejo de la noche como ¡°una vieja canci¨®n del siglo pasado¡±. Pero sucede que esa supuesta antigualla responde al t¨ªtulo de My ever changing moods y resiste a los a?os como uno de los hitos de los Council, banda desconcertante en su d¨ªa y absolutamente ejemplar con la perspectiva de las d¨¦cadas.
El resto de incursiones en aquella etapa (With everything to lose, Shout to the top!) se salda casi bordeando la euforia, como el desagravio definitivo hacia un grupo que le cambi¨® el paso a los a?os ochenta, a veces tan sint¨¦ticos, y hoy suena a pura elegancia y fascinante carnalidad. En contraste, el repertorio m¨¢s pr¨®ximo en el tiempo se desgrana con tanta curiosidad como atenci¨®n intermitente. Del reciente A kind revolution merece un monumento su pieza inaugural, Woo s¨¦ mama, poderos¨ªsima intersecci¨®n de rock y soul para o¨ªdos educados en el acervo de los setenta. En cambio, baladas como Long long road, con un punto negroide, parecen una prolongaci¨®n inferior de ese You do something to me, que sonar¨ªa media hora m¨¢s tarde.
Weller se ha vuelto un maestro tan austero como esa camiseta gris marengo de mangas largas que tantas veces le acompa?a. Seduce el gui?o juguet¨®n al funk de She moves with the fayre igual que nos deja a medias la psicodelia medio deslavazada de Saturns pattern y, durante gran parte de la noche, esa ecualizaci¨®n permanentemente saturada. Whirlpool¡¯s end constituye un gran revent¨®n final antes de los bises, pero el primero de ellos, These city streets, se antoja lineal, irrelevante e incomprensiblemente extenso. La primera canci¨®n de The Jam, la rotunda Start!, no llega hasta el puesto n¨²mero 23, cuando las manecillas acarician las dos horas. Y el personal reacciona con m¨¢s agotamiento que alboroto. Claro que al final, como nos cae Town called Malice, se nos pasan todos los males. Toditos. Una amable concesi¨®n de nuestro ¨ªdolo mod, un tipo tan grande como seriote.
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