Octubre es un espejo
El autor rememora el Madrid de hace tres d¨¦cadas
?se que lleg¨® a Madrid hace treinta a?os ven¨ªa de M¨¦xico con el recuerdo en cicatriz de un terremoto devastador, todos los afectos resguardados en un ba¨²l de memoria y una m¨¢quina de escribir Olivetti. A los veinticinco a?os, Madrid era la nebulosa feliz de un libro al d¨ªa y caminatas interminables por la madrugada de toda su historia en aceras intemporales, sin tel¨¦fonos m¨®viles ni correos electr¨®nicos; las anclas eran tel¨¦fonos de cabina o de barra de bar repiqueteando sus contadores como tax¨ªmetros que tragaban monedas de cien pesetas y las cartas eran de papel cebolla, envueltas en sobres con los colores de banderitas y sellos como timbres que se pegaban con saliva. ?se que lleg¨® a Madrid hace treinta a?os asist¨ªa a c¨¢tedras de viejos fantasmas que dictaban desde la tarima lo que luego se podr¨ªa discutir, previa cita, entre los terciopelos de la Academia y en los archivos de la memoria se usaban guantes blancos y tapabocas como rescatistas entre los escombros del pret¨¦rito en ese ayer sin esc¨¢ner y tan s¨®lo algunos microfilmaciones extra¨ªdas directamente de una pel¨ªcula de esp¨ªas.
Para ver jugar al f¨²tbol hab¨ªa que asistir o jugar a la loter¨ªa del ¨²nico partido que transmit¨ªa la tele de dos canales o dos cadenas, que a la medianoche cerraban la cortina con el himno y la cara de un rey hoy em¨¦rito. Era un Madrid de siesta obligatoria al son del documental de la nutria o los gritos despistados de alg¨²n motorista en desesperada renuncia a los bandos que hab¨ªa proclamado un viejo alcalde que bailaba schotis y en los bares el sonsonete de las m¨¢quinas tragaperras cantaba Pajaritos a bailar ad nauseam y se fumaba en los cines y en el metro y en los autobuses campeaban carteristas medievales que s¨®lo iban a por el dinero y luego depositaban las billeteras en los buzones de correos para que los incautos llegaran a Nuestra Se?ora de Correos en Cibeles para reclamarlas por el valor sentimental de las peque?as fotograf¨ªas o la utilidad sin caducidad de los carnets que se plastificaban en peque?os hornos de papeler¨ªa donde nadie entend¨ªa al melenudo joven que ped¨ªa ¡°enmicar la credencial¡±.
?se que lleg¨® a Madrid hace exactamente treinta a?os es la sombra joven y delgada que quiere dejarse crecer la barba y el pelo como naufrago asido a los propios inventos que va dibujando en una libreta que quiz¨¢ se convierta en novela, recargada de letras diminutas como laberintos donde alguien podr¨¢ leer en el espejo de octubre ¡ªcon canas, muchos kilos de m¨¢s y otro terremoto en cicatriz¡ª la promesa inexplicable de que quien llega a Madrid, sea de paso o de vuelta, por unos d¨ªas que son d¨¦cadas o por libros que podr¨ªan confundirse con mero placer¡ quien llega a Madrid, se queda.
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