Los cuentos que cont¨® Disney
La factor¨ªa de animaci¨®n inspir¨® buena parte de sus producciones en la tradici¨®n oral y los cuentos populares
Los relatos orales, los cuentos populares, siempre han estado ah¨ª, cabalgando las generaciones humanas y transmitiendo conocimientos, historias y lecciones morales sobre el mundo. Se contaban alrededor de hogueras, los contaban las abuelas a las ni?as, los compart¨ªan los amigos; eso hasta la llegada del siglo XX, cuando el mayor transmisor de estos relatos fue un hombre singular y su compa?¨ªa de animaci¨®n: Walt Disney (1901-1966).
Es dif¨ªcil saber a cu¨¢ntos les resultar¨ªan familiares personajes como la Cenicienta, Blancanieves o Robin Hood si no fuera por Disney. El arte de contar historias, organizada por la Walt Disney Animation Research Library (ARL) y la Obra Social La Caixa, hace hincapi¨¦ en este punto y, despu¨¦s de visitar varias ciudades espa?olas, llega al CaixaForum.
¡°Walt Disney sab¨ªa que la animaci¨®n pod¨ªa ser una buena herramienta para contar historias¡±, dice Mary Walsh, una de las comisarias, ¡°y encontr¨® la primera inspiraci¨®n en esos relatos cl¨¢sicos¡±. Algunos de los ejemplos m¨¢s antiguos son Los tres cerditos y El flautista de Hamel¨ªn (ambos de 1933) u otros basados en mitos como El rey Midas (1935) o La diosa de la primavera (de 1934 y basado en el mito del rapto de Pers¨¦fone).
La exposici¨®n, que recoge 215 piezas entre dibujos, pinturas, impresiones digitales, guiones y storyboards, se divide en cinco secciones: los mitos (en una sala que imita a los primeros estudios de Disney, llenos de mesas inclinadas para los dibujantes), las f¨¢bulas, las leyendas, los cuentos estadounidenses (relatos humor¨ªsticos o exagerados que reflejan el esp¨ªritu fundacional del pa¨ªs) y los cuentos de hadas. Por ah¨ª pasean La bella durmiente (1959, muy antigua pero recogida por Perrault), Merl¨ªn el Encantador (1963, basado en el ciclo art¨²rico) o el popular El sastrecillo valiente (1938), basado de la adaptaci¨®n de los hermanos Grimm. Y se hace evidente que el trabajo para levantar una de estas producciones es un trabajo colectivo realizado al alim¨®n por cientos de artistas an¨®nimos.
Es curiosa la carta expuesta de la que fue primera dama estadounidense Eleanor Rooselvet, de 1934 y con membrete de la mism¨ªsima Casa Blanca, donde confiesa el amor del matrimonio presidencial por el cine de animaci¨®n y sugiere unas ideas que no fueron adoptadas del todo. Tambi¨¦n el breve v¨ªdeo de 1938 en el que se explica c¨®mo hacer dibujos animados. ¡°En realidad¡±, explica Walsh, ¡°la t¨¦cnica para hacer animaci¨®n es casi la misma, lo ¨²nico que ha cambiado son las herramientas que utilizamos para hacerlo: antes hab¨ªa pinceles y l¨¢pices, ahora tambi¨¦n hay ordenadores¡±. En su instituci¨®n, la ARL, conservan 65 millones de piezas art¨ªsticas f¨ªsicas y 40 millones de piezas digitales, que sirven como legado de la empresa desde los a?os veinte, como modo de divulgaci¨®n y como fuente de inspiraci¨®n para los artistas actuales.
En Robin Hood (1973), basado en la narraci¨®n ¨¦pica La gesta de Robin Hood, del siglo XV, vemos un ejemplo de antropomorfizaci¨®n de personajes: el protagonista es un zorro, Little John es un oso. Disney ha sido objeto de cr¨ªticas por adjudicar conductas humanas a los animales (el le¨®n noble, el lobo malvado) y por hacer que los ni?os conozcan m¨¢s los biomas lejanos (selvas y desiertos) que la fauna local, seg¨²n se public¨® en la revista Biological conservation. Algunos lo han llamado efecto Disney.
Es sabido, y muchas veces tambi¨¦n se ha criticado que Disney elimine o haya eliminado las partes m¨¢s conflictivas o macabras de los cuentos populares (muchas veces crueles) e impuesto con frecuencia el happy ending, cosa que se se?ala sin demasiada pasi¨®n en algunos puntos de la muestra, como en Blancanieves y los siete enanitos (1937). La versi¨®n Disney se dulcific¨® y difer¨ªa de la versi¨®n de los hermanos Grimm, en la que la madrastra es torturada hasta morir con unos zapatos de hierro ardiendo.
La sirenita (1989), en su versi¨®n original de Hans Christian Andersen, tampoco acaba bien: la sirena muere con el coraz¨®n roto y se convierte en espuma del mar. Hay ejemplos abundantes, aunque no se cumple siempre: Frozen (2013) tiene final feliz, como el cuento original, La reina de la nieves, de Andersen. ¡°Walt Disney era una persona muy optimista y siempre quiso ofrecer un producto con finales felices, para las familias y para el p¨²blico en general¡±, concluye Walsh.
El arte de contar historias. Paseo del Prado, 36. Hasta el 4 de noviembre.
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