La experiencia, nuevo tratamiento para la salud mental
Una asociaci¨®n de Alicante contrata a dos enfermos recuperados para que lideren grupos de apoyo y aporten sus conocimientos
Modesto y Chus reciben uno a uno a los miembros de un Grupo de Apoyo Mutuo (GAM) del que son responsables. Los conocen a todos, los saludan por su nombre, los abrazan, besan o chocan sus manos. Son una veintena de personas. Poco a poco, van acomod¨¢ndose en las sillas de la amplia y luminosa sala, dispuestas en un c¨ªrculo cuyo centro ocupar¨¢n Chus y Modesto, una vez que est¨¦n todos sentados. Todos los integrantes de este grupo est¨¢n diagnosticados con alguna enfermedad mental. Modesto y Chus, trabajadores contratados de la Asociaci¨®n para la Defensa e Integraci¨®n de las personas con Enfermedad Mental (Adiem), tambi¨¦n. Ambos padecen un Trastorno L¨ªmite de la Personalidad (TLP).
Tanto uno como la otra forman parte del proyecto Goreprovi, desarrollado por Adiem en sus cuatro sedes repartidas por la provincia de Alicante. Seg¨²n Francisco Canales y Nuria D¨ªaz-Rega?¨®n, gerente y psic¨®loga de la asociaci¨®n, respectivamente, se trata de ¡°una apuesta por dar voz y protagonismo a los verdaderos expertos en salud mental, los propios usuarios de recursos de rehabilitaci¨®n psicosocial y sanitaria¡±. La finalidad es ¡°apoyar y orientar a aquellas personas que est¨¢n empezando su proceso de recuperaci¨®n tras un diagn¨®stico de enfermedad mental¡±. ¡°Es un proyecto transversal a toda la entidad¡±, explica Canales. Modesto y Chus participan en todos los servicios de la casa. Incluso dan charlas fuera, en institutos, universidades y asociaciones de padres.
¡°La conexi¨®n emocional entre personas que han vivido una situaci¨®n similar es mucho m¨¢s potente que si media un profesional¡±, asevera Canales. De las charlas iniciales, han pasado tambi¨¦n a ¡°la acogida de la gente que viene por primera vez a acceder a nuestros recursos¡±, indica D¨ªaz. Su presencia facilita la ¡°adhesi¨®n a los tratamientos¡±. ¡°Los nuevos usuarios se encuentran con alguien que les trata de igual a igual¡±, contin¨²a la psic¨®loga, ¡°alguien que sabe lo dif¨ªcil que es hablar de la enfermedad¡±. As¨ª, Modesto y Chus se sienten ¡°super¨²tiles¡±. Y el contrato ¡°les dignifica, afrontan sus necesidades b¨¢sicas sin ayuda de terceros¡±.
A ninguno de los dos les ha resultado f¨¢cil llegar hasta este puesto. Modesto Cidoncha (Lieja, 1970) ya ten¨ªa ¡°problemas de comportamiento y agresividad¡± antes de los 19 a?os, cuando su familia decidi¨® regresar a Espa?a desde B¨¦lgica. Al llegar, comenz¨® a trabajar en el sector de la hosteler¨ªa, donde fue demostrando su incapacidad para someterse a la autoridad, viniera de donde viniera. ¡°Hice el servicio militar en Zaragoza¡±, recuerda, ¡°y me pas¨¦ seis meses en los calabozos por mala conducta¡±. ¡°Todos me dec¨ªan que deb¨ªa ir al psic¨®logo, pero yo lo ve¨ªa como uno de esos manicomios antiguos de las pel¨ªculas en los que te atan y maltratan¡±. ?l no ten¨ªa conciencia de estar tan enfermo.
Sin embargo, su agresividad no hac¨ªa m¨¢s que crecer. Incluso en el ¨¢mbito familiar. As¨ª que, con 22 a?os, se convirti¨® en un ermita?o en Cazorla, donde pas¨® unos meses viviendo solo. ¡°Me llev¨¦ sedal, ropa y unos machetes¡±. Com¨ªa de lo que pescaba y algo de caza. ¡°Hasta que me sent¨ª recuperado¡±, se?ala, ¡°y decid¨ª volver a la civilizaci¨®n¡±. Fue en ese momento cuando decidi¨® dejar de consumir todo tipo de drogas, desde coca¨ªna y speed, hasta peyote¡±. ¡°Lo dej¨¦ todo, menos el hach¨ªs, que me daba sensaci¨®n de libertad¡±.
Posteriormente, prob¨® el sector del transporte y se convirti¨® en camionero por toda Europa. ¡°El trabajo me gustaba, pero hay veces que las empresas se comportan como mafias y t¨² conduces de m¨¢s y descansas de menos¡±, asegura. Y la situaci¨®n no hac¨ªa m¨¢s que alimentar su ¡°rebeld¨ªa¡±. Con el fin de ¡°hacer recorridos m¨¢s cortos para poder descansar¡±, decidi¨® dejar el transporte internacional y pasar al local. ¡°Pero un d¨ªa¡±, relata, ¡°me pas¨¦ 36 horas conduciendo para cubrir un refuerzo¡±. Y estall¨®. En 2008, estamp¨® el cami¨®n contra las paredes de la f¨¢brica en que trabajaba. Los due?os, un grupo familiar, intentaron agredirle. ¡°Por suerte, un polic¨ªa pas¨® por all¨ª y medi¨®¡±, evoca Modesto, ¡°me aconsej¨® visitar a un m¨¦dico porque dec¨ªa que estaba muy alterado¡±.
Modesto pas¨® un a?o en casa, sin salir. Pero, poco a poco, los psic¨®logos de la sede de Torrevieja (Alicante) de Adiem consiguieron recuperarle. Hasta ha dejado de consumir hach¨ªs. M¨¢s o menos, el mismo trayecto seguido por Mar¨ªa Jes¨²s Rodrigo (Burgos, 1966), Chus, quien acab¨® al cuidado de la asociaci¨®n despu¨¦s de haber pasado por la anorexia, la bulimia, la ansiedad y la agorafobia desde los 18 a?os. ¡°Me he pasado toda la vida en ambulancias¡±, se lamenta, ¡°y la ¨²nica soluci¨®n que me daban los m¨¦dicos eran las pastillas, me daban un par de trankimazines sin contar conmigo¡±. ¡°En los hospitales, lo ¨²nico que hac¨ªan era engordarme como a los cerdos¡±, insiste. ¡°Primero llegu¨¦ a pesar 36 kilos, era un esqueleto viviente¡±, cuenta. Despu¨¦s, lleg¨® a ¡°dejar sin comida¡± a sus padres por la bulimia, que la obligaba a ¡°vomitar sin parar, hasta sangre¡±.
Ella no era consciente de su delgadez extrema. ¡°Con la anorexia, los espejos se vuelven como los de las ferias, yo me miraba y la percepci¨®n era de que mis caderas aumentaban¡±, dice. Como no com¨ªa, su cuerpo le ped¨ªa ¡°algo¡±. Y ella sustitu¨ªa las prote¨ªnas y vitaminas ¡°por alcohol y drogas¡±. ¡°Tambi¨¦n era una desbocada con el dinero¡±, reconoce, ¡°iba de compras compulsivamente, era un monstruo, me sent¨ªa como un monstruo¡±. Tras sufrir una braquicardia y despu¨¦s de que los m¨¦dicos tardaran ocho horas en reanimarla, en 2006 comenz¨® un periodo de dos a?os en los que se encerr¨® en casa y desarroll¨® la agorafobia. ¡°Solo hablaba con la perra, no quer¨ªa saber nada de nadie, no pod¨ªa ni salir al balc¨®n¡±, relata, ¡°ni me levantaba de la cama, ni com¨ªa, ni me aseaba¡±. ¡°Se me olvid¨® hasta hablar¡±, confiesa.
Su condici¨®n de mujer agravaba, adem¨¢s, la situaci¨®n. ¡°Con un hombre no pasa lo mismo, nosotras llevamos la carga familiar de casarnos, tener hijos y cuidar una casa, tienes el doble de presi¨®n pese a estar enferma¡±, denuncia. La intervenci¨®n de los psic¨®logos y la ayuda de sus padres la salvaron. Progresivamente, fue aceptando el tratamiento hasta acabar en una vivienda tutelada, donde ¡°empec¨¦ a coger la carne y a cocinar¡±. Le dieron las llaves de su casa ¡°y ah¨ª empec¨¦ a madurar¡±. ¡°Ahora s¨¦ lo que soy, conozco mis s¨ªntomas, s¨¦ que no soy un bicho raro¡±, declara. De monstruo, ha pasado a ¡°marujilla¡±, suelta, con una carcajada.
Tanto Modesto como Chus firmaron sus contratos laborales hace un a?o. Ahora ponen su experiencia al servicio de otras personas con enfermedades mentales ¡°para que los dem¨¢s no tengan que pasar lo mismo¡±, dice Chus. ¡°El GAM es un grupo donde se puede hablar, donde la gente se suelta, donde nadie te juzga ni se r¨ªe de ti¡±, apunta Modesto. Ning¨²n profesional les acompa?a. Y solamente hay una norma, ¡°la confidencialidad¡±. Nada de lo que se comenta durante la sesi¨®n atraviesa la puerta de salida. El aforo se ha duplicado, de diez personas que asist¨ªan el a?o pasado, se ha pasado a veinte. La reuni¨®n en la que reciben la visita de EL PA?S da comienzo. Tres usuarios solicitan no ser fotografiados, pero todos hablan sin importarle la presencia de periodistas. Modesto y Chus les preguntan y les aconsejan. ¡°Saben que no est¨¢n solos¡±, afirma Modesto. ¡°Por donde pasan ellos, nosotros ya hemos estado¡±, zanja Chus.
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