La triste vida del no futbolero
Eso de ver el partido en el bar es lo ¨²nico que me gusta del f¨²tbol, aunque por el bar, no por el f¨²tbol
En los proleg¨®menos del partido, en los aleda?os del estadio, en un marco incomparable y en un mont¨®n de t¨®picos m¨¢s me vi envuelto el s¨¢bado pasado: el Santiago Bernab¨¦u parec¨ªa un enorme castillo medieval, iluminando la noche, al que los campesinos se acercaban con rastrillos y antorchas para matar al marqu¨¦s. O una inquietante nave extraterrestre que hab¨ªa aterrizado en la Castellana para conquistar lo que queda del planeta Tierra. Dentro, adem¨¢s de los aliens viscosos, ocurr¨ªa otro t¨®pico: 22 hombres en calzones (aunque millonarios) persiguiendo un bal¨®n. No sab¨ªa qui¨¦n jugaba.
No soy futbolero: ni pr¨¢ctico este deporte, ni lo veo por la tele, aunque a veces acompa?o a un amigo al grasabar a ver el partido: eso de ir al bar es lo ¨²nico que me gusta del f¨²tbol, aunque por el bar, no por el f¨²tbol. Me gustar¨ªa que me gustase el f¨²tbol: querr¨ªa sentir los colores, vibrar balomp¨¦dicamente, discutir con la pe?a, hablar en primera persona del plural y llorar cuando perdiera mi equipo (llorar sabiendo que la derrota es irrelevante y que mi vida permanecer¨¢ inmutable, tirando a mal).
"Jugaban el Real Madrid y el Bar?a, me dice Google, era el partido por antonomasia, la Idea plat¨®nica del partido, el evento irrepetible que se repite varias veces al a?o"
De ni?o, para no ser outsider, intent¨¦ aficionarme: intercambi¨¦ cromos y compr¨¦, exactamente, cuatro n¨²meros de la prensa deportiva. Recuerdo un titular de portada: "Dubo lleva veneno", por uno que se llamaba Dubovsky y que muri¨® joven. Es triste vivir afutbol¨ªsticamente, como estar sobrio en una rave: desde ni?o nos acompa?a ese continuo rumor que sale de las radios y las televisiones, sobre todo en domingo, esa parte incomprensible de los peri¨®dicos y de los telediarios, esas conversaciones impenetrables en las barras y en los taxis, esas bengalas, esas euforias, esos c¨¢nticos, esos disturbios que nunca protagonizaremos.
Nunca he estado en un partido, exceptuando aquella vez en Oviedo que me llev¨® mi t¨ªa Vicen, que descansa en paz desde hace poco, a ver al jugar al Celta contra el Real Oviedo, en los a?os 90. El ni?o y la vieja que ¨¦ramos quedamos atrapados en un intercambio parab¨®lico de pedradas entre aficiones delante del antiguo estadio Carlos Tartiere. Por donde el Bernab¨¦u, el s¨¢bado, se vend¨ªan bufandas, bufandas y m¨¢s bufandas, m¨¢s por s¨ªmbolo que por abrigo, y banderas rojigualdas con un toro impreso: ya dijo Manuel Vicent en una columna que era absurdo enorgullecerse de simbolizar a Espa?a con un animal, el toro, que es continuamente derrotado en las plazas, como si este fuera un pa¨ªs abocado a la derrota.
Jugaban el Real Madrid y el Bar?a, me dice Google, era el partido por antonomasia, la Idea plat¨®nica del partido, el evento irrepetible que se repite varias veces cada a?o. Sent¨ª, por un momento, la llamada desde dentro del estadio, una voz que me llegaba desde el c¨¦sped y que se dirig¨ªa solo a m¨ª, una fuerza invisible que me agarraba del bajo vientre y me atra¨ªa. Estuve a punto de ser abducido por la Liga de F¨²tbol Profesional. Me emocion¨¦. Pero pronto aquel impulso desapareci¨® y me alej¨¦ cabizbajo mientras media Espa?a era feliz siguiendo la trayectoria del esf¨¦rico.
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