La vida debajo de los mu?ecos de la Puerta del Sol
En la plaza del centro de Madrid conviven unos 30 hombres disfrazados que ganan alrededor de 50 euros al d¨ªa por dejarse hacer fotos que los turistas suben a Instagram
Enrique se levanta a las 6.30 todos los d¨ªas. Se machaca en el gimnasio durante dos horas. A las 9.00, duchado y vestido, llega a su lugar de trabajo, la plaza m¨¢s concurrida de toda Espa?a. Detr¨¢s de un ¨¢rbol, a escondidas, se enfunda un traje de Winnie The Pooh. Durante las pr¨®ximas nueve horas ser¨¢, por fuera, un lindo oso que se hace fotos con ni?os. Por dentro, un hombre en edad adulta que suda y sufre por el roce de su piel con el interior rugoso del disfraz.
Su competencia son otros personajes del mundo edulcorado de Disney como Mickey o Minnie Mouse. Tambi¨¦n Chucky, Mario?y Peppa Pig. Se disputan la Puerta del Sol. El mejor espacio. Los turistas m¨¢s codiciados. Son peluches que pelean por su terreno como animales salvajes. En total hay m¨¢s de 30 personas disfrazadas de mu?ecos. Al d¨ªa, seg¨²n cuentan, ganan alrededor de 50 euros.?
¡ª ?Nos podemos tomar una foto con ustedes!¡ª dice una turista que quiere una foto con dos chicos disfrazados de personajes de La casa de papel.
¡ªSi, claro. Son de uno a cinco euros, lo que ustedes quieran darnos ¡ª, advierte el hombre de la m¨¢scara de Dal¨ª.
¡ª Ahora un?selfi.
Esta escena se va a repetir diez veces en una hora. Debajo de los monos rojos y la m¨¢scara de Dal¨ª est¨¢n David y Ederson, de 41 y 35 a?os. Se han subido al carro del ¨¦xito de la serie de Netflix. Como nadie usaba esos trajes cuando se asomaron por aqu¨ª hace tres meses, los escogieron ellos.
¡°Estamos solicitando asilo pol¨ªtico. No tenemos papeles. Estamos trabajando de esto mientras tanto¡±. En Venezuela, David era agricultor y Ederson era profesor de educaci¨®n primaria. ¡°Aqu¨ª nuestros t¨ªtulos no valen nada¡±, dice David mientras se quita la m¨¢scara y deja ver las gotas de sudor. Su cara est¨¢ roja de calor.
A primera vista, los mu?ecos que deambulan por la Puerta del Sol resultan atractivos. Pero, de cerca, como en todo, hay clases. Los hay aseados, con el disfraz impecable. Podr¨ªan desfilar hoy mismo en Walt Disney World. Otros, en cambio, parecen salidos de una gresca de bar. Llevan los pantalones rotos, los guantes deshilachados y una maleta a la espalda. Entrar en su ficci¨®n es un acto de fe.
Son la principal atracci¨®n de los turistas que visitan la plaza, abarrotada de gente de noche y de d¨ªa. Casi todos cargan un accesorio que desentona: la mochila. Ah¨ª llevan la ropa para cambiarse: ¡°Nos toca cambiarnos en la calle Arenal, detr¨¢s de un peque?o ¨¢rbol¡±.
El m¨¢s veterano es Marcos Herrera, de 39 a?os. Est¨¢ disfrazado del fontanero Mario y lleva trabajando en el kil¨®metro cero cinco a?os. ¡°Yo no cobro. Es la voluntad de lo que los turistas me quieran dar¡±. El d¨ªa que m¨¢s dinero hizo fue la noche de la final de Champions. Aprovechando la ocasi¨®n se disfraz¨® de futbolista del Real Madrid. A un turista le hizo gracia la ocurrencia y le solt¨® 320 euros de golpe, por una foto. El recuerdo v¨ªvido le saca una sonrisa que no puede disimular.
Desde que comenz¨® hasta ahora las cosas han cambiado mucho. Un d¨ªa apareci¨® un chico bravuc¨®n que pretend¨ªa organizar el trabajo, es decir, que ¨¦l pusiera orden a la plaza distribuyendo las zonas y los d¨ªas. Por supuesto, tendr¨ªan que pagar un impuesto. ¡°Me tuve que pelear con ¨¦l y echarlo¡±, recuerda vestido del fontanero italiano con bigote. El disfraz le cost¨® 200 euros hace un a?o.
Una tradici¨®n de Per¨²
Herrera reivindica que fueron los peruanos quienes inventaron este negocio en Madrid. Para explayarse en esta explicaci¨®n se quita la cabeza gigante y aparece un se?or de unos 50 a?os de piel trigue?a. Sostiene que la idea de disfrazarse la importaron de Lima, donde esto se lleva haciendo desde hace dos d¨¦cadas en el Parque Central. Tambi¨¦n hay varias reglas no escritas que los trabajadores cumplen a rajatabla:
¡ª No colocarse cerca de otro.
¡ª Ni delante ni detr¨¢s.
¡ª No taparse ni obstaculizar a los compa?eros.
A veces se unen en parejas. Se echan una mano cuando un grupo pide una foto de recuerdo. Ahora se estila el selfi, de todos modos.
Salido de los sue?os m¨¢s tenebrosos, por aqu¨ª tambi¨¦n anda Freddy Krueger. Debajo est¨¢ Ronald, tambi¨¦n peruano. Lleg¨® hace dos a?os. Un amigo le recomend¨® dedicarse a esto. Sin embargo, lo suyo es vocacional: ¡°lo que m¨¢s me gusta es hacer re¨ªr a la gente¡±.
En este mes de agosto, cuando la ciudad se vac¨ªa y la vida se queda en suspenso, muchos de ellos se van de ruta por los pueblos de la Comunidad de Madrid. De feria en feria. Ronald no se lanza a estas aventuras y prefiere aguantar esta solana, a 40 grados. ¡°Ya no estoy para esos trotes¡±.
Venezuela, Colombia, Per¨² y Ecuador son las principales nacionalidades de estos mu?ecos con vida. Sin embargo, entre ellos tambi¨¦n hay una peque?a comunidad banglades¨ª que cruz¨® el Mediterr¨¢neo. Se les reconoce porque no saben espa?ol. Se defienden solo con dos palabras: dinero y foto. No hace falta mucho m¨¢s.
El mundo de los mu?ecos de la Puerta del Sol ha sido noticia m¨¢s de una vez. En noviembre del a?o pasado la polic¨ªa municipal le pidi¨® a los tres personajes que se disfrazan de Winnie the Pooh que no fueran a trabajar al kil¨®metro cero porque si no los iban a retirar para evitar ofender al presidente chino, Xi Jinping, durante su visita a Madrid.
Muchos a?os antes, en 2012 se hizo viral en internet una pelea por el mejor sitio para tomarse fotos con los turistas entre Bob Esponja y Hello Kitty que grab¨® un turista aficionado en pleno kil¨®metro cero.
Las risas despertadas ante estos surrealistas episodios tropiezan con las historias escondidas debajo del disfraz de estos personajes. Como la de Juan, ecuatoriano, de 71 a?os que lleg¨® como turista hace cinco a Madrid. Le gust¨® y se qued¨®. Se disfraza de Chucky porque es un personaje reconocido, seg¨²n explica el ecuatoriano. Vive en Vallecas y es pensionista. Los adolescentes a veces no lo reconocen, la pel¨ªcula les queda muy atr¨¢s. A los ni?os les da miedo y huyen de ¨¦l a la carrera. Su p¨²blico son los mayores. Al ni?o diab¨®lico el calor le va mermando las energ¨ªas. Por fin, el sol cae y el cielo se pone del color de una sand¨ªa. Los comercios empiezan a cerrar sus puertas. Se quita la m¨¢scara. Aparece entonces un anciano derrotado despu¨¦s de un d¨ªa agotador. Cuelga su disfraz.?
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