Los derechos humanos y sus due?os
La verdad es que lo que dijo Patricio Fern¨¢ndez tiene poca importancia para quienes lo ten¨ªan ya juzgado por adelantado. De alguna forma, esta pol¨¦mica viene a decirle que no forma parte de ¡®la familia¡¯
Las redes sociales logran cosas imposibles, aunque ya no sorprendentes. As¨ª, dos personas pueden estar perfectamente de acuerdo, y decir b¨¢sicamente cosas con la que estamos casi todos de acuerdo tambi¨¦n, y provocar una pol¨¦mica dura con petici¨®n de renuncia y gritos y susurros de todo tipo. Es m¨¢s o menos lo que sucedi¨® con la conversaci¨®n entre nuestro mejor soci¨®logo, Manuel Antonio Garret¨®n, y el escritor y encargado presidencial de la conmemoraci¨®n de los 50 a?os del golpe de Estado, Patricio Fern¨¢ndez.
Escuchada en su totalidad, es dif¨ªcil encontrar algo especialmente pol¨¦mico en el di¨¢logo, a no ser por la expresi¨®n corporal de Garret¨®n, que suele hablar con apasionado dramatismo, que quiz¨¢s le falt¨® a Fern¨¢ndez.
Para las redes eso basta. La gestualidad lo es todo, el subrayado vale sin importar qu¨¦ subraya. En los hechos, incluso si se interpreta lo dicho por Fern¨¢ndez de la manera m¨¢s antojadiza, y m¨¢s sesgada, no deja de ser exactamente lo mismo que opinaba Jaime Castillo Velasco o M¨¢ximo Pacheco, fundadores de la comisi¨®n de derechos humanos. Es lo que pensaban figuras tan pocos negacionistas como Nicanor Parra, Jorge Millas o Eugenio Velasco. Si la lucha contra la dictadura y su estela de muerte y dolor consigui¨® acabar con el dictador en el poder fue justo porque pudo poner de acuerdo en torno a los derechos humanos y su irrevocabilidad, a quienes el 10 de septiembre 1973 no estaban del mismo lado y lo estaban de modo apasionado. Por lo dem¨¢s, los derechos humanos no eran tampoco parte del vocabulario de los partidarios de la Unidad Popular de Salvador Allende: vestigio burgu¨¦s de la revoluci¨®n francesa, imposici¨®n imperialista absolutamente superada por la historia, se sol¨ªa decir por entonces.
La verdad es que lo que dijo Patricio Fern¨¢ndez tiene poca importancia para quienes lo ten¨ªan ya juzgado por adelantado. Nada distinto a los que ya vivi¨® Ricardo Brodsky en el Museo de la Memoria, Lorena Fries y Sergio Micco en el Instituto Nacional de Derechos Humanos, le pod¨ªa esperar a Fern¨¢ndez. De alguna forma esta pol¨¦mica viene a decirle que no forma parte de la familia de los derechos humanos. Familia en el sentido siciliano del t¨¦rmino familia.
Esta sensaci¨®n de propiedad sobre los derechos humanos, ese instinto de exclusi¨®n que suele ejercer el Partido Comunista y sus sat¨¦lites es especialmente dolorosa para quienes sabemos que nuestra identidad hist¨®rica, pol¨ªtica, familiar, y en el caso m¨ªo, literaria, est¨¢ enraizada en el dolor de 1973 y en la lucha contra la dictadura que es tambi¨¦n la lucha por la democracia.
Mi nombre, el de mi madre y el mi hermano Ignacio estuvieron alguna vez en las paredes del Museo de la Memoria. ?ramos parte de una lista, a los 14 yo y 12 mi hermano, de chilenos que no pod¨ªan volver a Chile. Ya est¨¢bamos aqu¨ª, lo que nos oblig¨® a meses de clandestinidad. Mi madre y varios t¨ªos est¨¢n entre los que dieron su testimonio en el informe Valech. El padre de mis hermanos trabaj¨® muchos a?os en esa misma comisi¨®n de derechos que se dedica hoy a la defensa del octubrismo, es decir, la justificaci¨®n de la violencia pol¨ªtica como v¨ªa leg¨ªtima para derrocar un Gobierno democr¨¢ticamente elegido.
El uso y el abuso de un pasado de innegable dolor para justificar cosas tan dis¨ªmiles como esta justificaci¨®n la ya mentada violencia callejera, el apoyo absolutamente acr¨ªtico a la causa Palestina, o el coqueteo con Maduro, Ortega o Bashar al Assad, obliga a que gran parte de quienes sufrieron y vivieron la dictadura se sientan apartados, insultados incluso, por los organismos y museos que deben guardar su memoria. Porque el dolor no es una patente diplom¨¢tica como piensa la diputada Carmen Hertz, verdadera Pen¨¦lope de la lucha por los derechos humanos, maestra en deshacer con sus modales tir¨¢nicos, y sus frecuentes juicios sumarios, todo lo que valientemente teji¨® en lo que parece una vida anterior. Algo o mucho de lo anterior se le podr¨ªa endilgar a Hugo Guti¨¦rrez, o, en otra dimensi¨®n, a V¨ªctor Chanfreau.
La palabra memoria, en bocas de quienes viven de ella, me aleja instintivamente de ella. La beater¨ªa teatral, la falta de humor, de ambig¨¹edad, de complejidad, es para mi una se?al de que el que dice haber vivido la dictadura, no la vivi¨® o al menos no la entendi¨®. Porque si algo ense?aron esos a?os es justamente la complejidad, y si algo nos permiti¨® sobrevivir fue el humor. Por lo dem¨¢s, lo que me aleja de la memoria es el hecho de que tengo memoria y no puedo olvidar que lo que hizo que la izquierda volviera a los derechos humanos fue justamente la sensaci¨®n de que, de no mediar esos derechos y los deberes que implican, tambi¨¦n nosotros podr¨ªamos ser los monstruos que nos torturaban, mataban o exiliaban.
Porque lo que nos separaba de esos verdugos no era una superioridad moral o f¨ªsica, o racial de ning¨²n tipo, sino la conciencia que el poder ejercido sin control termina siempre en el crimen. Saber que pod¨ªamos ser Manuel Contreras fue lo que nos llev¨® a buscar leyes que nos evitaran poder serlo, aunque quisi¨¦ramos. Siento que esto es lo que han olvidado los due?os de los derechos humanos. El Nunca m¨¢s no se aplica solo al otro que cometi¨® los cr¨ªmenes que cometi¨®, sino a nosotros mismo que podr¨ªamos, si nos dejan, si nos dejamos, ser tambi¨¦n esos criminales.
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