Isabel Allende Bussi: ¡°No pens¨¦ que el abrazo silencioso con mi padre en La Moneda ser¨ªa el ¨²ltimo¡±
La senadora socialista, hija del presidente Salvador Allende, muerto hace 50 a?os, concede a EL PA?S un relato ¨ªntimo de los hechos pol¨ªticos y familiares del 11 de septiembre de 1973
La casa de Guardia Vieja 392, en el municipio de Providencia, en Santiago de Chile, est¨¢ parcialmente suspendida en el tiempo. Est¨¢n los muebles, el jard¨ªn, las obras de arte, la salita de Salvador Allende donde recib¨ªa o conversaba con su esposa, Hortensia Tencha Bussi. Es una casa peque?a, de dos pisos, que hace medio siglo fue llamada La Moneda chica, cuando estaba rodeada de sitios vac¨ªos y ¨¢rboles. Ahora es una peque?a isla entre edificios que parece que la van a devorar.
Es el escenario de este di¨¢logo entre la hija del presidente, la senadora socialista Isabel Allende Bussi (78 a?os, Santiago), y el periodista Ascanio Cavallo. Es la cuarta y ¨²ltima entrega de la serie de conversaciones que Cavallo ha sostenido para EL PA?S en el marco de los 50 a?os del golpe de Estado en Chile, que se conmemoran hoy.
As¨ª fue la conversaci¨®n
Pregunta. Le¨ª tu libro 11 de septiembre. Esa semana, que acaba de publicarse, con mucha sorpresa. Es impresionante, muy emotivo. No es un libro de historia, sino una historia.
Respuesta. No, no es un libro de historia, ni un ensayo, ni una investigaci¨®n, sino como¡ sacar...
P. Volver a un momento particularmente duro. Yo no sab¨ªa, por ejemplo, que hab¨ªas pasado ese d¨ªa pr¨¢cticamente escondida, sin contacto con nadie. Y pones una frase tremenda: ¡°Esa noche est¨¢ borrada en mi memoria¡±¡
R. No me acuerdo de todo lo que pasaba. Tantas cosas...
P. Ven¨ªas llegando de M¨¦xico con tu madre. Y en la noche del domingo 10 vas a cenar a la casa presidencial de calle Tom¨¢s Moro.
R. Fui a cenar con mis padres. Yo viv¨ªa en [la casa familiar de calle] Guardia Vieja y fui en mi auto. Y es llamativo que mi padre insisti¨® dos veces en que me fuesen a dejar. Me llam¨® la atenci¨®n, porque ¨¦l sab¨ªa que yo conduc¨ªa sola. No le escuch¨¦ y es una de las cosas que me qued¨® grabada, porque si le hubiera hecho caso, a lo mejor no habr¨ªa podido llegar a La Moneda.
P. Quedabas atrapada all¨¢.
R. Mi padre nos hab¨ªa pedido, a mi madre y a m¨ª, que fu¨¦ramos a hacer un acto de solidaridad simb¨®lico a M¨¦xico, por el terremoto que hab¨ªan sufrido. Hab¨ªamos estado una semana en Guanajuato, en Irapuato, en fin. Y regresamos el nueve en la tarde. Mi padre nos va a buscar al aeropuerto. El 10 yo ceno con ellos en Tom¨¢s Moro y el 11 viene el golpe. El 15 salimos de nuevo a M¨¦xico y aterrizamos el 16 a las tres de la tarde. Esa es la semana entre el 9 y el 16.
P. Qu¨¦ semana. Llegas de un pa¨ªs y no imaginas que vas a volver unos d¨ªas despu¨¦s, exiliada. Semana inmensa.
R. Tremenda. Eso s¨ª es cierto.
P. La cena es bien crucial, porque se discute la posibilidad de que ocurra un golpe de Estado en los siguientes d¨ªas. No el 11, pero esa semana.
R. Efectivamente, llaman para avisar que hay un movimiento extra?o desde Los Andes, que les parece llamativo y vuelven a llamar con la misma informaci¨®n. El Perro [el periodista Augusto Olivares] se levanta dos o tres veces. Estaba inquieto. Pero yo me retiro temprano. Estaba cansada desde M¨¦xico, no hab¨ªa dormido bien. Los dem¨¢s iban a quedarse, claramente, a conversar sobre un eventual referendo que mi padre iba a convocar el martes.
P. El martes 11, en la Universidad T¨¦cnica del Estado (UTE). Ese referendo se ha convertido en un misterio como la Santa Trinidad.
R. No hay duda de que iba a referirse a las tres ¨¢reas. Era un tema que a la Democracia Cristiana (DC) le importaba much¨ªsimo¡
P. Yo creo que se hab¨ªa vencido el plazo, Isabel.
R. Creo que igual se iba a referir a eso. Pero, ?sabes?, nadie lo sabe a ciencia cierta, ni el propio [Joan] Garc¨¦s, que era muy bueno para tomar notas.
P. El ministro del Interior, Carlos Briones, tampoco. Muchos a?os despu¨¦s, habl¨¦ con ¨¦l y no logr¨¦ precisi¨®n mayor. Pero t¨² introduces una frase, que para m¨ª es completamente novedosa: ¡°Acortar el mandato¡±.
R. La verdad es que en ese momento no se toc¨®. ?Por qu¨¦ lo dije? Porque hay una versi¨®n, que es una carta que la Paya le dirige a Tati [hermana de Isabel, hija de Allende]. Ella ya estaba en un lugar seguro y hace como un recuento. Cuenta lo que pas¨® con su hijo, al que detienen en la Intendencia de Santiago, en fin. Y hace una cierta relaci¨®n de lo que habr¨ªan sido las respuestas del PC y PS a la propuesta del presidente. Y all¨ª hay una posibilidad, de ellos, para recortar el mandato.
P. Podr¨ªa haber sido ser un referendo sobre eso.
R. Podr¨ªa haber sido. No lo s¨¦ a ciencia cierta. Esa es la verdad.
P. Nadie lo sabe.
R. Nadie. Qu¨¦ bueno que lo dices, porque t¨² s¨ª has investigado¡
P. Es que no se encuentra ni un solo documento. ?T¨² ya militabas en el Partido Socialista?
R. Yo ingres¨¦ a la Brigada Universitaria Socialista cuando entr¨¦ a Sociolog¨ªa, a los 17 a?os.
P. O sea que llevabas unos 10 a?os en el partido.
R. Pero no era de primera l¨ªnea, ni mucho menos. En 1973, cuando ya hab¨ªa egresado, empec¨¦ a militar en el N¨²cleo Socialista, donde estaban Clodomiro Almeyda y varios connotados¡
P. ?Cu¨¢l era tu opini¨®n en esa ¨¦poca acerca de lo que el partido hac¨ªa en relaci¨®n con tu padre?
R. Mi militancia era, como te digo, muy de segundo nivel. Pero creo que sent¨ªa la tensi¨®n que hab¨ªa y que [el secretario general del PS] Carlos Altamirano era como el fiel de la balanza entre aquellos que estaban por ¡°avanzar sin transar¡± y los que dec¨ªan ¡°consolidar lo que tenemos¡±. Eso era notorio.
P. ?Ves a Altamirano en esa posici¨®n? ?Al centro?
R. Un poco en el fiel de la balanza, aunque su corazoncito a veces se inclinaba m¨¢s por ¡°avanzar sin transar¡±. Creo que ¨¦l tuvo un papel bien dif¨ªcil. Y yo, a diferencia de mucha gente, lo pongo ah¨ª. Creo que a Altamirano le doli¨®, porque se dio cuenta de que sus palabras sirvieron para encender m¨¢s una hoguera. Pero de ah¨ª a hacerlo responsable del golpe, como algunos han hecho...
P. ?Te parece que ser¨ªa un exceso?
R. S¨ª. A diferencia de otra gente, yo le ten¨ªa mucho cari?o a Carlos. En los 15 a?os que pasamos con Tencha [su madre] yendo de un punto a otro, India, Jap¨®n, Europa, lo que fuera, denunciando a la dictadura, pasaba bastante por Par¨ªs y siempre me ve¨ªa con Carlos. Y como le gustaba mucho caminar, sal¨ªamos, con una muy buena relaci¨®n personal, porque adem¨¢s lo vi tantas veces aqu¨ª. Mi padre lo quer¨ªa mucho. Ten¨ªan diferencias, pero se quer¨ªan mucho. Carlos ven¨ªa mucho a esta casa. El atentado del que habla John Dinges en su ¨²ltimo libro iba a ser en Par¨ªs¡
P. ?l vivi¨® con alg¨²n grado de culpa.
R. La verdad es que nunca profundizamos mucho. Sal¨ªamos, habl¨¢bamos un poco de todo, trat¨¢bamos de caminar como dos seres humanos, con cari?o. Para m¨ª era como un respiro. Pero creo que en su fuero interno, bueno, la que lo retrata bien es Patricia Politzer en su libro sobre ¨¦l. Est¨¢ un poco defendido, pero termina reconociendo que las cosas no fueron...
P. En tu libro, t¨² te fijas en una cosa que creo que nadie m¨¢s se hab¨ªa fijado, que es el final del discurso del Estadio Chile [de Altamirano], el d¨ªa 9, con una frase tremenda.
R. Termina con una frase tremenda. Todos se quedaron con lo de Vietnam.
P. Todos nos quedamos con Vietnam, claro. No vimos esta parte que t¨² citas: ¡°El compa?ero Allende no traicionar¨¢, dar¨¢ su vida si es necesario en defensa de este proceso¡±. Y luego agregas: ¡°Estas palabras acompa?ar¨ªan a Altamirano a lo largo de su vida, puesto que ayudaron a precipitar todav¨ªa m¨¢s los acontecimientos tr¨¢gicos posteriores¡±. Qu¨¦ dif¨ªcil. No entiendo¡
R. ?No entiendes mis palabras??No entiendes a Carlos?
P. No entiendo nada. Me cuesta mucho entender qu¨¦ est¨¢ pensando Carlos Altamirano cuando ofrece la vida de otro por la revoluci¨®n. Y segundo, ?cu¨¢l es tu juicio? Dices ¡°acompa?ar¨ªa¡± a Altamirano¡
R. Yo creo que hab¨ªa en el fondo de Carlos una clara sensaci¨®n de la responsabilidad que le toc¨® a ¨¦l y de la conducta del Partido Socialista. No s¨®lo por las contradicciones, que es algo que afecta mucho a un Gobierno, hacia afuera y adentro de su coalici¨®n.
P. Sobre todo al presidente.
R. Claro, eso es por un lado. Pero, m¨¢s all¨¢, creo que tambi¨¦n se sent¨ªa responsable de que, habiendo la posibilidad de un golpe, se supusiera que iba a haber mejores condiciones para que no fuera tan vertical, con la totalidad de las Fuerzas Armadas. O sea, que siempre iba a haber una parte que iba a apoyar al Gobierno. Y entonces, ?cu¨¢l iba a ser la preparaci¨®n del Partido Socialista? Creo que ah¨ª tambi¨¦n Carlos pas¨® momentos muy dif¨ªciles. Finalmente, fue con la ayuda de Alemania Democr¨¢tica que logra salir de Chile. Entonces, creo que tambi¨¦n ten¨ªa conciencia que no s¨®lo hab¨ªa fallado durante el Gobierno, sino que en la hora de los qui¡¯ubo tampoco ten¨ªa muchas posibilidades. Mi padre no incit¨® a que la gente saliera a la calle irresponsablemente. Su preocupaci¨®n, tal como la tuvo en La Moneda, donde nos pidi¨® a todos los que ¨¦ramos civiles, o mujeres sin entrenamiento, que sali¨¦ramos, porque no quer¨ªa muertes in¨²tiles, era igual respecto del pa¨ªs. Lo ¨²ltimo que quer¨ªa era ver a los obreros desarmados enfrent¨¢ndose a un Ej¨¦rcito.
P. A?os despu¨¦s, Altamirano hizo otro libro con el historiador Gabriel Salazar, donde dice que ¨¦l cree que hab¨ªa un instinto de muerte en Salvador Allende.
R. No s¨¦ lo que quiere decir. Yo tengo claro, y siempre lo sent¨ª as¨ª, que mi padre no iba salir al exilio. Por eso llega a las 7.30 a La Moneda esa ma?ana. Ten¨ªamos esa claridad: mi padre iba a quedarse hasta el final, hasta donde fuera posible.
P. En el peor de los casos, podr¨ªa haber salido preso.
R. Pero no. Por suerte tuvo esa capacidad de darse cuenta y, al final, hacer que todos vayan bajando: los m¨¦dicos, los asesores, los amigos. Se va despidiendo uno por uno: ¡°Yo soy el ¨²ltimo¡±. Y ah¨ª se dispara. Y nunca, nunca va a haber un reproche m¨ªo sobre esto, porque me parece que la dignidad, el coraje de un presidente que nos muestra que ese es el lugar, lo va a acompa?ar para siempre.
P. O sea, t¨², tu madre, quiz¨¢ tus otras hermanas, ?sab¨ªan que pod¨ªa pasar de la manera en que pas¨®?
R. Claro. No ten¨ªamos la certeza, por supuesto. Nunca hubiera imaginado que iban a bombardear La Moneda. Nadie, ni mi propio padre. Y menos bombardear Tom¨¢s Moro [la casa del presidente]. De hecho, temprano le hab¨ªa dicho a mi madre: ¡°Llama a las ni?itas¡±, porque era un lugar seguro. El bombardeo demostr¨® la brutalidad, y al mismo tiempo, la verticalidad de las tres ramas de las Fuerzas Armadas.
P. La Moneda es un edificio que de todas maneras iba a caer.
R. Esa es la intenci¨®n que ten¨ªan. Probablemente pensaban que en alg¨²n momento mi padre iba a decir ¡°ya, avi¨®n y me voy¡±. Les habr¨ªa molestado mucho un Salvador Allende afuera, aunque yo no me imagino a mi padre as¨ª. Ellos quer¨ªan tomarse La Moneda. Nadie de nosotros pod¨ªa imaginar que la iban a bombardear.
P. Pero, ?ustedes pensaban que si se llegaba a una situaci¨®n muy sin salida, ¨¦l se iba a suicidar?
R. No s¨¦ si lo ten¨ªamos claro. Pero era una posibilidad. Adem¨¢s que, con cierta ingenuidad, o cierta necesidad de creer, no pens¨¦ que su ¨²ltimo abrazo silencioso era la ¨²ltima vez que lo iba a ver. No, yo llegu¨¦ con la idea de que a lo mejor era posible revertir esto, como el tancazo del 29 de junio.
P. Pero luego entiendes lo que puede ocurrir. Quiz¨¢s no lo tienes en el frente de tus pensamientos, pero s¨ª atr¨¢s, ?no?
R. Cuando me despido, que fue una despedida como muy silenciosa, un abrazo sin muchas palabras, no pens¨¦ que no iba a volver a verlo. No s¨¦ si es un bloqueo, no s¨¦ qu¨¦ sucede. Tampoco hab¨ªa mucho tiempo de pensar, porque nos estaba exigiendo que sali¨¦ramos de La Moneda, ya ven¨ªa el bombardeo. No quer¨ªamos irnos, porque cuando est¨¢s all¨ª la solidaridad es muy fuerte. Yo ten¨ªa dos hijos peque?os, pero no quer¨ªa irme.
P. Tu hermana Beatriz, Tati, tampoco.
R. No, de ninguna manera. Ya s¨®lo cuando Tati se da cuenta de que lo est¨¢bamos angustiando, dice: ¡°No, ya, hay que irnos¡±. Porque le est¨¢bamos poniendo una angustia adicional. Estaba muy sereno y muy firme. Pocas veces he visto una persona con esa doble conducta: serenidad y firmeza.
P. ?Por qu¨¦ Tati se extra?a de verte llegar??T¨² no ibas nunca?
R. Yo iba casi todos los d¨ªas a La Moneda a almorzar, porque trabajaba cerca, en la Biblioteca del Congreso. Pero no trabajaba con mi padre, como ella. Temprano, mi padre le dice a Tencha [Hortensia Bussi de Allende]: ¡°Llama a las ni?itas¡±. Y la idea era que nos junt¨¢ramos en Tom¨¢s Moro. ?l pensaba que pod¨ªamos estar all¨¢.
P. Por eso les extra?a tu llegada.
R. Claro. La diferencia es que Tati estaba ah¨ª en el d¨ªa a d¨ªa. Cuando subo las escaleras de Morand¨¦ 80, que llegaban directamente al despacho privado, me encuentro con [Eduardo] Coco Paredes, que estaba con una metralleta en la mano. Me queda mirando y dice: ¡°?Qu¨¦ haces aqu¨ª? Esto es a finish¡±. Es la primera vez que me lo dicen. Despu¨¦s aparece Tati y me pregunta lo mismo. Creo que ella estaba m¨¢s consciente. Pero hasta ese momento ninguno ten¨ªa en su cabeza que iban a bombardear. Era un combate desigual, se iban a tomar La Moneda, pero no con bombardeo.
P. Otra cosa es la casa, ?no?
R. Esa parte es tremenda. Es otra cosa. Creo que es algo que mi padre jam¨¢s se hubiera imaginado.
P. Pero hay un detalle. T¨² revelas una carta de tu madre a Tati, en la que dice que en Tom¨¢s Moro se gener¨® un caos y ¡°nadie obedec¨ªa¡±. Y luego agrega: ¡°Hubo precipitaci¨®n e indisciplina de la escolta y respondieron lo que consideraron un ataque¡±.
R. Claro, los guardias que se quedan ah¨ª, una docena, son atacados por Carabineros y ellos defienden. Hay un helic¨®ptero dando vueltas y act¨²an inmediatamente. Si eso motiv¨® el bombardeo, francamente, es bien dudoso.
P. Lo ¨²nico que da cierto pie para pensar eso, aunque tampoco es una evidencia, es que se equivocan y le dan con un cohete al hospital de la Fuerza A¨¦rea. Quiere decir que no la ten¨ªan muy calibrada.
R. No la ten¨ªan tan calibrada como La Moneda. Hay que reconocer que no se equivocaron: en pleno centro de Santiago y no erraron. Aqu¨ª s¨ª. Ellos responden. Eso es cierto. Mi madre se pone primero debajo de una mesa, hasta que el chofer la saca casi a la fuerza y la sube a un auto, en la parte de atr¨¢s, para salir por el colegio de las Monjas Inglesas.
P. De todas ustedes, la que corr¨ªa m¨¢s peligro era Tati, ?no?
R. S¨ª, claro. Era la m¨¢s conocida. Estaba casada con un diplom¨¢tico cubano. Y estaba embarazada de siete meses. Cuando salimos de La Moneda, ¨¦ramos seis mujeres. El Chicho [Allende] cree que nos espera un jeep, pero no hab¨ªa nada. Ah¨ª se produce un cruce, que nunca entend¨ª, y de pronto desaparecieron las periodistas Ver¨®nica Ahumada y Cecilia Tormo. Quedamos cuatro¡
P. Espera. Antes hay un segundo muy dram¨¢tico: ustedes salen y se cierra la puerta ?no? No pueden volver.
R. Danilo Bartul¨ªn nos cierra la puerta, y por la mirilla nos pasa una llave y dice: ¡°Mi auto est¨¢ all¨ª¡±. Se niega a abrirnos. Entonces nos dirigimos hacia la Intendencia.
P. Esa negativa interpreta los deseos de tu padre.
R. S¨ª, claro. Nos estaba cuidando. Pero piensa t¨² que iba Tati, la m¨¢s conocida, con siete meses de embarazo; Frida Modak, que sal¨ªa casi todos los d¨ªas en la televisi¨®n (de hecho, despu¨¦s fue una de las primeras llamadas en los bandos militares); Nancy Jullien, cubana, que era la esposa de Jaime Barrios, presidente del Banco Central, que estuvo con mi padre y hasta hoy est¨¢ desaparecido. Yo era la menos peligrosa, por decirlo de alguna manera. Tratamos de llegar a la Intendencia, pero alguien nos dice: ¡°Tienen que irse de aqu¨ª inmediatamente, porque van a bombardear¡±. Entonces nos vamos, sin plan, sin destino, en el desconcierto total, por calle Moneda, instintivamente alej¨¢ndonos de La Moneda. Ah¨ª nos encontramos con el Hotel Albi¨®n. Rentamos dos piezas. El se?or de la recepci¨®n nos mir¨® raro, pero nunca nos pidi¨® carnet ni nada. Hab¨ªa una radio en la recepci¨®n y all¨ª escuchamos el bando que dice que se han visto obligados a atacar a Tom¨¢s Moro. Eso s¨ª que fue tremendo: se me ca¨ªan las l¨¢grimas, sorprendida, espantada. El tipo nos mir¨® raro y nosotros dijimos: ¡°Nos vamos¡±.
P. Muy peligroso. Hab¨ªa balazos en el centro de Santiago.
R. S¨ª, pero los tiros no eran contra nosotras. Debe haber habido algunos francotiradores en los techos, pocos, uno que otro tiro, pero no hacia nosotras. Hasta que llegamos al cerro Santa Luc¨ªa y pas¨® algo incre¨ªble: vemos un auto grande, un Impala, al que le hacemos se?as, ?y para! Muy raro: un se?or con una mujer al lado. Y cabemos las cuatro mujeres atr¨¢s. No nos pregunta nada. Llegamos hasta la Plaza Italia y ah¨ª fue muy fuerte, hicieron parar al auto. Es la primera vez que yo veo militares apuntando, gente detenida, un cami¨®n con prisioneros. Tati finge contracciones y el soldado le dice al superior: ¡°Mi teniente, aqu¨ª hay una mujer embarazada¡¡±. El otro pregunta: ¡°?Est¨¢n los documentos al d¨ªa?¡±. ¡°S¨ª¡±. ¡°Que sigan¡±. Y seguimos. El conductor y su acompa?ante segu¨ªan sin decir nada. No s¨¦ si est¨¢n vivos, pero me gustar¨ªa que supieran la gratitud que les tenemos. Nunca preguntaron nada. Y nosotras no sab¨ªamos a d¨®nde ¨ªbamos ni qu¨¦ ¨ªbamos a hacer.
P. Ya no podr¨ªan ir a la casa de Tom¨¢s Moro. ?Y a esta casa, de Guardia Vieja?
R. No, Guardia Vieja era la casa m¨¢s conocida, supusimos que estar¨ªa rodeada o tomada por militares. No s¨¦ qu¨¦ me pas¨®, pero de pronto les pido que paren, para bajarnos. Una cosa muy rara, porque yo era la menor, pero todas me obedecieron. La directora adjunta de mi oficina me hab¨ªa contado una vez que viv¨ªa en esas calles, en una casita blanca, al lado de otra donde viv¨ªa su mam¨¢. Dos casitas blancas juntas. Pero yo no hab¨ªa estado nunca, no las hab¨ªa visto, no ten¨ªa el n¨²mero, no sab¨ªa nada. Y de pronto veo dos casas blancas, toco el timbre y sale Alicia Rojas. Me podr¨ªa haber equivocado, podr¨ªa haber salido qui¨¦n sabe qui¨¦n. Pero sali¨® Alicia, que nos recibi¨® inmediatamente. Nos quedamos ah¨ª y en la tarde empezamos a tener las primeras noticias. M¨¢s tarde llama -no s¨¦ c¨®mo consigui¨® el tel¨¦fono- Danilo Bartul¨ªn y nos dice que La Moneda termin¨® y que ¡°el doctor muri¨®¡±. No da detalles. Entonces empieza esa noche que tengo confusa. Fue muy terrible. Tati, Frida y yo ¨¦ramos m¨¢s contenidas; Nancy, quiz¨¢s por venir de otra cultura, lloraba y lloraba en voz alta y hablaba sola. Nadie peg¨® un ojo.
P. Una pesadilla.
R. Imag¨ªnate. Al otro d¨ªa, nos iban a autorizar para que acompa?¨¢ramos a mi madre al entierro obligado, en Vi?a del Mar, en la tumba de los Grove. Luis Fern¨¢ndez aparece en un jeep militar, para retirar a Tati, porque ya se hab¨ªa ordenado la expulsi¨®n de los cubanos despu¨¦s de un incidente a balazos en la embajada. Cuando se va, Tati me dice que llame al embajador de M¨¦xico, Gonzalo Mart¨ªnez Corbal¨¢, que en ese momento se me hab¨ªa borrado. Y fue maravilloso, porque inmediatamente me contesta: ¡°Isabel, ?d¨®nde est¨¢s?¡±. Le doy la direcci¨®n y al poco rato aparece en un auto gigante, diplom¨¢tico, negro, con banderas. Lo hizo con su qu¨¦, porque tra¨ªa un papel que dec¨ªa ¡°Autorizado a retirar a Isabel Allende e hijos menores¡±. Pero yo estaba con Frida y Nancy. Gonzalo no dud¨® y nos llev¨® a la embajada. Nos deben haber parado unas seis o siete veces en el camino. Gonzalo bajaba la ventana con gran tranquilidad: ¡°Soy el embajador de M¨¦xico, estoy autorizado a circular¡±. Nadie lo le¨ªa. En la embajada dejamos a Nancy y a Frida y decidimos ir a buscar a Tencha, que estaba en la casa de Felipe Herrera, a la que se le ocurri¨® ir tras salir de Tom¨¢s Moro.
P. ?Nunca hab¨ªan discutido eso?
R. Jam¨¢s.
P. ?No ten¨ªan un plan de salida, puntos donde juntarse?
R. Nada de nada. Nadie imaginaba a mi madre saliendo entre bombas. ?Viste c¨®mo qued¨® Tom¨¢s Moro? Un caos, el techo, todo en el suelo.
P. Me llama la atenci¨®n, porque al menos Luis Fern¨¢ndez ten¨ªa experiencia en seguridad.
R. Pero nunca nos imaginamos un plan de ese tipo.
P. Bueno, tampoco los militares parecen haber pensado mucho en ustedes.
R. Estaban m¨¢s preocupados de mi padre, dominar La Moneda. As¨ª que nosotras pasamos a ser, afortunadamente, algo m¨¢s secundario. Lo ¨²nico en que insist¨ªan era que abandonara el pa¨ªs en un avi¨®n y que se llevara a la familia. Y despu¨¦s ya ver¨ªan. Seguramente lo dejaban caer, no lo sabemos. ?O era fanfarroner¨ªa? No lo s¨¦. Conociendo lo criminales que fueron, todo es posible.
P. Esto era de primera l¨ªnea.
R. Si hubieran tenido m¨¢s ojos, se habr¨ªan dado cuenta. Imag¨ªnate, Frida Modak era un rostro que sal¨ªa todos los d¨ªas haciendo comentarios. Y con la verdadera xenofobia que se hab¨ªa desatado, Nancy Jullien pasaba a ser una cubana que no deb¨ªa estar ah¨ª.
P. A prop¨®sito de Cuba: si ustedes sab¨ªan lo que hab¨ªa ocurrido, si no ten¨ªan dudas, ?por qu¨¦ dejaron que despu¨¦s, Fidel Castro sobre todo, echara a correr la versi¨®n de que Allende hab¨ªa sido asesinado?
P. Ah¨ª pasan varias cosas distintas. Nosotras, en nuestro fuero interno, y aunque Danilo no dijo nada, lo supimos. Pero al otro d¨ªa entra a la embajada el m¨¦dico Oscar Soto. ?l nos dice con claridad que ha sido un suicidio y yo le creo absolutamente en ese momento. Sin embargo, despu¨¦s viene este otro cuento, ese supuesto GAP [Grupo de Amigos Personales, guardia del presidente] que sali¨® y estuvo hasta el final, y hace todo un cuento, una fantas¨ªa. Como a mi madre nunca le dejaron ver el caj¨®n, tuvo dudas. Estaban enterrando a Salvador Allende, pero al mismo tiempo nunca lo vio. No entiende muy bien por qu¨¦. Pero el edec¨¢n a¨¦reo, Roberto S¨¢nchez, que se port¨® maravillosamente, lo explic¨® muy bien. Empezaron las versiones contradictorias. Le cre¨ªmos a esa gente, lo que dijo Fidel. Yo misma tuve dudas durante un periodo, aunque en el fondo sab¨ªa.
P. El problema es que pon¨ªan en duda el testimonio de personas confiables.
R. Con el tiempo, un d¨ªa vino el doctor Patricio Guij¨®n. Yo hab¨ªa regresado del exilio, era la primera vez que nos encontr¨¢bamos y tuve la posibilidad de decirle: ¡°Patricio, lo siento, porque hubo un momento en que dud¨¦. Me pareci¨® raro esto de que todos iban bajando y t¨² te devuelves, el ¨²nico que se devuelve¡±.
P. Es raro, en verdad. Se devuelve por un motivo rid¨ªculo.
R. A buscar la m¨¢scara de gas, porque quiere dej¨¢rsela de recuerdo a su hijo. Le dije: ¡°Y justo te toca ver la muerte de mi padre, es como dif¨ªcil¡±.
P. Con esas dudas, el doctor Guij¨®n lo pas¨® bastante mal.
R. No con nosotras, pero lo pas¨® mal. Entonces fue bonito hablarlo, estar con ¨¦l. Despu¨¦s, ya en democracia, vino la exhumaci¨®n ordenada por los tribunales, con los mejores expertos del mundo, y ah¨ª ya no queda ninguna duda.
P. Y ahora que ha pasado medio siglo, ?c¨®mo definir¨ªas la muerte de tu padre: una protesta, una salida desesperada, un reclamo contra los tiempos que le toc¨® vivir?
R. Fue una lecci¨®n, como ¨¦l dice, contra la traici¨®n y la felon¨ªa. Creo que es exactamente eso. Es la dignidad de un Presidente que no acepta rendirse, que no quiere ser humillado, que no va a aceptar que lo tomen preso o salir al exilio. Por lo tanto, se queda. En las ¨²ltimas palabras lo dice con toda claridad. Incluso lo que va a seguir.
P. Ese es un mensaje a sus adversarios, a quienes lo est¨¢n llevando a este momento. Pero no es exactamente una venganza.
R. Es una lecci¨®n moral, dicha con ¡°el metal tranquilo de mi voz¡±. Creo que han sido de las palabras m¨¢s escuchadas en el mundo, que provocan m¨¢s impacto. Cuando uno se imagina a una persona en ese contexto, est¨¢n avisando que van a bombardear y est¨¢ todo el ataque de los tanques, cuando se da cuenta de que est¨¢n las tres ramas de las Fuerzas Armadas unidas, y que por lo tanto es un golpe vertical total, y tiene la serenidad y la preocupaci¨®n de que nos vayamos los que no tienen armas, los que no saben usarlas, en fin. Y adem¨¢s, c¨®mo se va despidiendo de la mujer, de su pueblo y de su lealtad y va a pagar con su vida esa lealtad, es po¨¦tico y nos da tambi¨¦n una salida muy importante: ese otro momento en que se superar¨¢ este momento amargo¡
P. No llama a salir a la calle, pero llama a confiar en el futuro.
R. Exactamente.
P. ?T¨² piensas que ese discurso estaba m¨¢s o menos ideado? Era un gran orador, pero esto es otra cosa.
R. Era muy buen orador. Le gustaba mucho improvisar. No era bueno leyendo, as¨ª que le gustaba improvisar. Trabajaba mucho con Pepe Toh¨¢, con el Perro Olivares, pero despu¨¦s dejaba a un lado sus textos y hablaba. Es probable que algo de eso lo tuviese en la cabeza, pero era bueno para improvisar. Claro que, en esas condiciones, hacer un discurso as¨ª...
P. Usa t¨¦rminos muy singulares. M¨¢s que estructura, hay una selecci¨®n de t¨¦rminos. Y sabe que esa es la ¨²ltima vez.
R. Habla como cuatro veces, eso est¨¢ claro. En esta ¨²ltima ya lo tiene claro: ¡°El metal tranquilo de mi voz no ser¨¢ acallado¡±. Y tiene claro que su recuerdo va a seguir ah¨ª, en su pueblo y en su gente. Y eso es muy bonito, porque ha sido as¨ª. Cr¨¦eme que eso ayuda en la vida.
P. Tu volviste a Chile y te metiste en la pol¨ªtica, de la que hab¨ªas estado lejos.
R. Lo hab¨ªa estado, s¨ª, pero en esos 15 a?os de exilio hab¨ªa estado muy en primera l¨ªnea en la denuncia. Y cuando volv¨ª, bueno, era obvio que iba a volcarme a la actividad pol¨ªtica, volver a mi condici¨®n militante. El partido se hab¨ªa dividido y me margin¨¦ porque no pensaba estar en la disputa de las dos grandes corrientes de ese momento, porque mi rol de solidaridad afuera ten¨ªa que estar por encima. Al volver retom¨¦ mi papel militante y creo que el mejor lugar fue el Parlamento, al que llegu¨¦, no en el primer per¨ªodo, sino en el segundo, desde 1994. Fui elegida cuatro veces diputada y dos veces de senadora. Ya lleg¨® la hora de retirarse.
P. ?Te has sentido como la portadora del apellido? En el PS llamarse Allende tiene otro peso, uno que no tuvo antes.
R. Bueno, l¨®gicamente siempre te observan. Puedes decir lo que digas, pero siempre eres la hija de Salvador Allende. Es inevitable. Hay una suerte de responsabilidad de llevarlo. D¨¦jame contarte algo: creo que M¨¦xico me salv¨®. Viaj¨¢bamos y viaj¨¢bamos, pero cuando volv¨ªa a M¨¦xico era un ser absolutamente normal, nadie me conoc¨ªa, nadie me atajaba en la calle, nadie me molestaba, pod¨ªa ir a un supermercado y nadie sab¨ªa qui¨¦n era. Eso fue lo que no le pas¨® a Tati: t¨² no puedes ser s¨ªmbolo los 365 d¨ªas del a?o. Y en Cuba ella lo era.
P. ?Y qu¨¦ le pas¨®, se deprimi¨®? [se quit¨® la vida en 1977]
R. Claro, porque la gente que llegaba a Cuba y que hab¨ªa sido torturada, violentada, encarcelada, llegaba y le contaba todo y empezaban a hacer el Libro negro de la dictadura, con estos testimonios. Entonces fue muy fuerte. Cuba recib¨ªa muchas visitas de jefes de Estado, y Tati ten¨ªa que estar ah¨ª. Una vida muy distinta de la que nosotras llev¨¢bamos en M¨¦xico. Incluso hubo momentos en que yo decid¨ª parar y hacer una maestr¨ªa en Flacso. Me hizo muy bien, me dediqu¨¦ durante dos a?os a ser estudiante.
P. Tati no pudo hacer nada de eso.
R. Siempre le doli¨® terriblemente haber dejado La Moneda. Pero estaba embarazada de siete meses. Alejandro naci¨® en Cuba, el 3 de noviembre. Y luego ten¨ªa que recibir todos los relatos de las torturas m¨¢s atroces, de los sobrevivientes. Yo creo que eso la fue consumiendo, y no nos dimos cuenta. En alg¨²n momento nos dijo que se ve¨ªa en un t¨²nel sin salida, porque hab¨ªa dejado la medicina hac¨ªa muchos a?os. Volver a ella implicaba estudiar por lo menos un par de a?os. Estaba atrapada, porque ya no era m¨¦dico.
P. ?Cu¨¢ndo la viste por ¨²ltima vez?
R. Como a fines de septiembre de 1977, yo ten¨ªa que acompa?ar a Tencha a un viaje en el que ¨ªbamos a llegar hasta Mosc¨², porque le hab¨ªan dado un premio Lenin. No s¨¦ por qu¨¦, no viajamos juntas y yo ped¨ª pasar por La Habana. No la vi bien, pero tampoco med¨ª la profundidad del problema. Estuvimos juntas muy poco, unas pocas horas de una tarde, porque al otro d¨ªa yo segu¨ªa el viaje. De sus cartas nos hab¨ªamos dado cuenta de que estaba empezando a plantearse qu¨¦ hacer, como cansada de este papel agobiante. Ella se mata el 11 de octubre. Con Tencha viajamos desde Mosc¨² a Par¨ªs y all¨¢ nos pill¨® la noticia.
P. ?Por qu¨¦ nunca se fue de Cuba, por ejemplo a M¨¦xico, donde habr¨ªa estado con ustedes?
R. Estaba atrapada en el buen y el mal sentido. Ten¨ªa amistades, gente que la quer¨ªa mucho, y la familia. Su marido era cubano, despu¨¦s se separaron, pero sus dos hijos hab¨ªan nacido all¨¢. Su mundo de alguna manera ya lo hab¨ªa hecho en Cuba.
P. Despu¨¦s se suicid¨® tambi¨¦n tu t¨ªa Laura. Este caso lo explicas como un acto de protesta, porque no la dejaron volver a Chile.
R. Ten¨ªa un c¨¢ncer muy avanzado y pidi¨® volver a morir a Chile. No la dejaron. Entonces para m¨ª est¨¢ clar¨ªsimo. Es la misma Laura que el 11 trat¨® de llegar a Tom¨¢s Moro y no pudo. Mi padre adoraba a su hermana m¨¢s peque?a. Bueno, pero al menos ella logr¨® acompa?ar a Tencha en ese helic¨®ptero donde las llevaron al entierro del Chicho. Despu¨¦s nosotros la vimos en Cuba, en M¨¦xico. ?Te das cuenta lo miserables que fueron? Lo ¨²nico que quer¨ªa Laura era llegar a Chile y morir.
P. A morir, tambi¨¦n¡
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