Por qu¨¦ la desigualdad es un problema
Hay buenos argumentos morales para convencerse de que la desigualdad no solo es un problema, sino que arroja externalidades nocivas sobre formas de vida a las que una mayor¨ªa termina condenado para siempre
Se est¨¢ haciendo cada vez m¨¢s com¨²n en Chile, leer y escuchar que la desigualdad no es un problema, especialmente la desigualdad de ingresos. El argumento es usual en el liberalismo m¨¢s radical, ese que aborrece del Estado y sus intervenciones en todo tipo de mercados bajo el supuesto de sesgar sus equilibrios espont¨¢neos. De modo m¨¢s general, este argumento se inscribe en la ¡°batalla cultural¡± que la derecha est¨¢ intentando impulsar, alentada por el entusiasmo y la ret¨®rica de las pol¨ªticas de Javier Milei en Argentina, un pa¨ªs en el que, efectivamente, la desigualdad no es el problema para quienes lo gobiernan.
Pues bien, en una reciente entrevista del director ejecutivo de la Fundaci¨®n para el Progreso (FPP) Fernando Claro, el caballo de batalla de la desigualdad en formato de no problema adquiere centralidad. Se trata de un think tank chileno con alta visibilidad, especialmente a trav¨¦s de las intervenciones destempladas en redes sociales de su presidente Axel Kaiser, cuyo financiamiento es considerable (tiene cuatro sedes en distintas ciudades de Chile) y originado en el empresariado m¨¢s ideol¨®gico, adem¨¢s de estar muy vinculado a la Sociedad Mont Pelerin. A decir verdad, este nivel de franqueza se agradece, ya que permite explicitar la concepci¨®n de la vida buena que se encuentra contenida en esta derecha liberal, as¨ª como en su antagonista de izquierda (desde el liberalismo igualitario hasta todo tipo de variantes socialdem¨®cratas) que sostiene muy en serio por qu¨¦ la desigualdad es un problema, y de los grandes.
M¨¢s all¨¢ de sostener, con alg¨²n grado de raz¨®n, que las personas comunes y corrientes tienden a confundir la desigualdad con la v¨ªa inicua que conduce a ella (es decir, con problemas de justicia), Fernando Claro no proporciona ning¨²n elemento normativo ni de juicio sobre las razones de por qu¨¦ la desigualdad no es un problema. Tan solo se puede inferir de su entrevista que en la desigualdad hay algo virtuoso, tal vez mediante la justificaci¨®n meritocr¨¢tica del logro individual, sin detenerse en los efectos tir¨¢nicos del m¨¦rito que recaen en los perdedores, y que Sandel desarroll¨® brillantemente en su libro La tiran¨ªa del m¨¦rito.
Pero como no es justo inferir lo que no se dice en una entrevista atrevida, pero tambi¨¦n muy confusa sobre Bolsonaro (¡°se fue con esc¨¢ndalos, pero sin destruir al pa¨ªs¡±, como si el asalto a los poderes del Estado hubiese sido un acto gracioso), Trump (¡°que ya no s¨¦ si es de derecha o qu¨¦¡±) y sus ideolog¨ªas (lo que ambos hicieron fue ¡°una verg¨¹enza, pero eso no est¨¢ en ninguna de sus ideolog¨ªas¡±), entonces m¨¢s vale argumentar sobre por qu¨¦ la desigualdad es un problema.
No es una sorpresa para nadie que en los ¨²ltimos 50 a?os la desigualdad de ingresos y de patrimonio ha aumentado a niveles astron¨®micos: desde la publicaci¨®n del libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI en 2013 y de su mentor Anthony Atkinson en 2015, los datos comparados no cesan de acumularse, a lo cual habr¨ªa que sumar ese ¨¢ngulo muerto de los para¨ªsos fiscales sobre los cuales sabemos muy poco (lo poco que sabemos se lo debemos al economista Gabriel Zucman).
?Cu¨¢l es el problema? La respuesta se sit¨²a en varios niveles.
En primer lugar, la desigualdad de ingresos y patrimonios es un problema porque esta se traduce en formas de captura del poder pol¨ªtico y medi¨¢tico mediante el financiamiento de campa?as electorales y en la adquisici¨®n de imperios comunicacionales que sesgan la informaci¨®n que alimenta a la esfera p¨²blica. En tal sentido, la desigualdad alcanza su m¨¢xima expresi¨®n cuando se configuran concentraciones econ¨®micas y pol¨ªticas y monopolios que alteran el funcionamiento de la democracia representativa. Llamar¨¦ a esta primera raz¨®n una raz¨®n pol¨ªtica.
En segundo lugar, porque en no pocas situaciones la concentraci¨®n de la riqueza y la desigualdad que esta origina se produce mediante ventajas injustas: de cuna, de corrupci¨®n (varias de las privatizaciones de empresas p¨²blicas chilenas bajo la dictadura de Pinochet constituyen buenos ejemplos) o en arreglos sesgados de la competencia de mercado. En tal sentido, hay buenos argumentos morales para convencerse de que la desigualdad no solo es un problema, sino que arroja externalidades nocivas sobre formas de vida a las que una mayor¨ªa termina condenado para siempre: esto es lo que explica la emoci¨®n producida por historias personales y trayectorias vitales admirables, en las que se superaron las condiciones de origen. Lamentablemente, en reg¨ªmenes de desigualdad creciente, se trata de historias excepcionales que no configuran una regularidad colectiva. Son accidentes biogr¨¢ficos virtuosos, que no quiebran el poder de las regularidades y de las estructuras de dominaci¨®n.
En tercer lugar, porque la desigualdad es generadora de percepciones. Este elemento de la desigualdad como problema es esencial: al haber percepciones de por medio, no estoy diciendo que la desigualdad produce ese pecado capital que es la envidia. Pudiendo existir esa percepci¨®n y la consiguiente experiencia de la desigualdad, me parece que no es relevante. Lo esencial radica en c¨®mo el infortunio es experimentado y, a partir de ¨¦l, puede generar percepciones sobre s¨ª mismo, el lugar que uno ocupa en el mundo y acerca de la realidad. Es a eso que se refiere, por ejemplo, la investigaci¨®n en ciencia pol¨ªtica y en sociolog¨ªa sobre la politizaci¨®n de la desigualdad, cuya experiencia est¨¢ haciendo estragos en el moldeamiento de actitudes y conductas pol¨ªticas.
Puede entonces entenderse la raz¨®n de ser de la izquierda socialdem¨®crata, cuyas pol¨ªticas buscan responder a la desigualdad mediante formas de igualdad de oportunidades, pero tambi¨¦n a trav¨¦s de pol¨ªticas de igualdad de resultados (es todo el tema de los derechos sociales universales en educaci¨®n, salud y pensiones), esto es sobre c¨®mo debi¨¦semos enfrentar algunas desgracias esenciales como iguales. En efecto, el dinero no puede ni debe intervenir en todas partes: esta prohibici¨®n debe descansar en justificaciones morales y objetivarse en instituciones.
El problema de la desigualdad es especialmente complejo cuando no pocos economistas se interrogan acerca de posibles beneficios que la desigualdad puede aportar, lo que se traduce en la pregunta ?cu¨¢nta desigualdad es necesaria? Es imposible responderla en tan poco espacio: lo que no hay que perder de vista es la cohesi¨®n de la sociedad y su cemento com¨²n, esto es el conjunto de los elementos que nos permiten vivir juntos sin monopolios ni formas tir¨¢nicas de justicia (por ejemplo cuando el dinero permite comprar poder en distintas esferas, como bien lo hab¨ªa visto Walzer en su libro Esferas de la justicia de 1983).
Las razones sobran para convencerse de que la desigualdad, de ingresos y patrimonio, pero tambi¨¦n del estatus que se encuentra asociado a ellas, es un problema. Por muy virtuosos y bellos que puedan parecer los triunfos biogr¨¢ficos a los ojos de quienes son los vencedores.
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