Legitimidad rota
La crisis de legitimidad no se resolver¨¢ simplemente removiendo figuras pol¨ªticas. El ¡°que se vayan todos¡± es una expresi¨®n de frustraci¨®n, pero no aporta soluciones
La pol¨ªtica, pese a su apariencia de fortaleza y relevancia, es una actividad profundamente fr¨¢gil. Su vulnerabilidad radica en que gran parte de su poder descansa en la aceptaci¨®n ciudadana, una confianza peculiar en nuestros representantes que les confiere la autoridad para gobernar y, a la vez, nos inclina a acatar sus decisiones. La carencia de este elemento, conocido como legitimidad pol¨ªtica, parece ser uno de los componentes centrales en la compleja coyuntura social y pol¨ªtica que atravesamos desde hace ya varios a?os.
Se puede teorizar indefinidamente sobre qu¨¦ abarca exactamente esta legitimidad, y no es descartable que contenga un componente misterioso, esquivo a las ciencias sociales. Es, de hecho, lo que ha ocupado buena parte de la filosof¨ªa pol¨ªtica a lo largo de la historia. Pero podemos distinguir dos hilos fundamentales de los que depende: por un lado, la justificaci¨®n de las decisiones; por otro, los resultados concretos que estas generan. Dicho de otra forma, la legitimidad pol¨ªtica se forja en la confluencia de lo normativo y lo funcional. Pensemos en el manido concepto de meritocracia: si se proclama como ideal, pero en la pr¨¢ctica est¨¢ ausente, el sistema ver¨¢ erosionada su credibilidad. Algo similar ocurre con los discursos en materia de seguridad: se habla mucho, pero se muestra poco. La experiencia cotidiana no confirma lo que se sostiene en el espacio p¨²blico.
Esa disonancia entre el discurso y la realidad es el caldo de cultivo del desencanto ciudadano que hoy permea nuestras democracias. Y s¨ª, debemos decirlo en plural, porque el proceso de deslegitimaci¨®n no es solo chileno. Aunque cada pa¨ªs lidia con sus propias dolencias, la crisis de las democracias liberales es un fen¨®meno global.
Este es uno de los factores que explica el auge de los l¨ªderes que prometen barrer con ¡®la casta¡¯, ya sean de derecha o de izquierda. El fen¨®meno del outsider ¡ªmucho m¨¢s relevante que el de la ultraderecha¡ª se relaciona con el desgaste de sistemas que, aunque nos cueste admitirlo, crujen. Esto no implica ignorar a l¨ªderes que, lejos de resolver los problemas, a menudo los agravan y generan otros nuevos. Pero s¨ª obliga a buscar la causa en un lugar que, por comodidad o ceguera, se ha preferido no mirar.
En Chile, este desencanto se manifiesta con particular virulencia. Aunque el sistema de partidos ha mostrado cierta resiliencia, la pregunta sobre la posibilidad de un outsider sigue en el aire, cargada de incertidumbre. El segundo proceso constituyente, con sus 2,5 millones de votos nulos y blancos, fue una prueba tangible de la creciente desafecci¨®n pol¨ªtica. Parece que la brecha entre lo prometido y lo cumplido, entre los valores pregonados y la realidad percibida, ha abierto una grieta cada vez m¨¢s profunda entre la ciudadan¨ªa y sus instituciones. Chile enfrenta as¨ª un desaf¨ªo may¨²sculo: corregir el rumbo a tiempo para evitar un desacople institucional que amenaza a la democracia.
Veamos esto m¨¢s de cerca. Los vaivenes recientes ¡ªagudizados por una avalancha de acusaciones constitucionales contra ministros de la Corte Suprema, ministros de Estado y el propio presidente de la Rep¨²blica, m¨¢s o menos justificadas seg¨²n el caso¡ª revelan un peligro claro: que el juego pol¨ªtico se desconecte cada vez m¨¢s de la ciudadan¨ªa, convirti¨¦ndose en una pantomima que alimenta el comidillo en redes sociales, sin mayor capacidad de gestionar o dirigir la realidad. No es una novedad, especialmente a la luz de las advertencias que han se?alado distintos informes y dos procesos constitucionales fallidos.
Los signos de desgaste y la falta de respuestas son alarmantes. Llevamos cerca de una d¨¦cada de crecimiento econ¨®mico mediocre, con el empleo ¡ªformal e informal¡ª estancado, proyectos importantes paralizados temporal o definitivamente, y un Gabinete Pro Crecimiento y Empleo que no ha mostrado avances significativos. El sistema pol¨ªtico est¨¢ trabado, incapaz de gestionar el conflicto o impulsar una agenda concreta. Los problemas en educaci¨®n, pensiones y salud se acumulan sin soluciones a la vista. El Ejecutivo, por su parte, no ha logrado recomponerse tras el Rechazo a la primera propuesta constitucional ¡ªla suya, en rigor¡ª, mientras que la oposici¨®n, m¨¢s all¨¢ de vociferar, no consigue ofrecer salidas claras a la crisis ni capitalizar la baja popularidad del gobierno. La conversaci¨®n p¨²blica, cada vez m¨¢s estridente, no augura una salida f¨¢cil a estos problemas.
La crisis de legitimidad no se resolver¨¢ simplemente removiendo figuras pol¨ªticas. El ¡°que se vayan todos¡± es una expresi¨®n de frustraci¨®n, pero no aporta soluciones. El verdadero desaf¨ªo es reconstruir un sistema pol¨ªtico funcional en un contexto de desconfianza generalizada. Esto requiere algo m¨¢s que cambiar a los actores: implica, en gran medida, reformular las reglas del juego pol¨ªtico ¡ªy actores dispuestos a cumplirlas¡ª. Sin una reestructuraci¨®n profunda de las instituciones y las pr¨¢cticas, corremos el riesgo de perpetuar una democracia que, aunque formalmente existe, termine vi¨¦ndose como vac¨ªa, in¨²til, prescindible.
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