Por qu¨¦ juzgamos m¨¢s duramente las decisiones de los pobres
Una serie de estudios realizados en Harvard destapa un prejuicio: la gente con menos recursos deber¨ªa conformarse con menos, incluso si perjudica su salud o seguridad
¡°Para ustedes ser¨¢ basura, para esos padres no era basura. Cuando hablan de esa manera, no me ofenden a m¨ª, les ofenden a ellos¡±. Cuando Isabel D¨ªaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, defendi¨® con estas palabras los men¨²s de Telepizza para menores vulnerables, quiz¨¢ el debate de fondo no era sobre la calidad de la comida. Porque los especialistas no ten¨ªan dudas. Un estudio de la Universidad de Harvard reci¨¦n publicado se?ala que quiz¨¢ el debate era, en realidad, sobre lo que consideramos aceptable para las familias pobres. ?Est¨¢ ese list¨®n m¨¢s abajo para la gente con menos recursos? Unas investigadoras de la universidad estadounidense quisieron responder esa pregunta y las conclusiones de su trabajo son reveladoras: ¡°Tenemos un doble rasero preocupante¡±.
A trav¨¦s de 11 experimentos, las investigadoras muestran que las personas de bajos ingresos son juzgadas de manera m¨¢s negativa por consumir los mismos art¨ªculos que otras con mayores ingresos, lo que a?ade una presi¨®n social extra a las restricciones materiales que ya sufren. Pero no es porque tengan menos para gastar, sino porque se considera que sus necesidades deber¨ªan ser m¨¢s frugales. ¡°Descartamos la explicaci¨®n de que a las personas de mayores ingresos se les permite consumir socialmente m¨¢s simplemente porque pueden pagar m¨¢s; al contrario, observamos que a las personas de bajos ingresos se les permite socialmente consumir menos porque se supone que necesitan menos¡±, aclara Serena Hagerty, autora principal del trabajo. Seg¨²n Hagerty, las necesidades b¨¢sicas tienen que ser m¨¢s b¨¢sicas para los pobres.
¡°Una implicaci¨®n de este doble rasero es que la gente parece m¨¢s c¨®moda dirigiendo y limitando las decisiones de gasto de los pobres¡±Serena Hagerty, Universidad de Harvard
En una de las pruebas, se presenta la historia de Joe a dos grupos distintos: para uno este personaje tiene bajos ingresos, para otro tiene buena renta. A Joe le tocan 200 d¨®lares en una rifa, ?est¨¢ bien que los gaste en una televisi¨®n nueva? Si Joe tiene pocos ingresos, est¨¢ mucho peor visto que si tiene una vida acomodada. Curiosamente, hay un grupo de control al que no se le dice nada sobre la situaci¨®n econ¨®mica de Joe. Para este grupo, es igual de permisible que el Joe neutro se compre la tele que para el grupo del Joe rico. Solo est¨¢ mal visto para el pobre.
A medida que se profundiza en el estudio, publicado en PNAS, los experimentos se van complicando para perfilar mejor los mecanismos que juzgan a las personas seg¨²n sus recursos. Por ejemplo, en otro se pregunta qu¨¦ tarjeta regalo le regalar¨ªan al Joe pobre o al Joe rico, una de 100 d¨®lares para comprar comida o una de 200 para una tele. El Joe pobre recibe sobre todo la tarjeta para comida mientras el Joe rico recibe la que permite comprar una tele, que supone el doble de dinero. De promedio, finalmente, se le regalan 125 d¨®lares al Joe pobre y 152 al rico. Es decir, incluso cuando se trata de un regalo, quien tiene m¨¢s merece m¨¢s y quien tiene menos, obtiene un regalo inferior. Incluso si saben que Joe ha dicho expresamente que le gustar¨ªa una tele nueva, los participantes en el estudio le regalan mucho menos la tele al Joe pobre que al rico.
Se considera superfluo para una familia pobre que pretenda una casa cerca de un hospital o en un vecindario seguro, lo que implica que, con poca renta, incluso buscar seguridad se considera un capricho innecesario
¡°Una implicaci¨®n de este doble rasero es que la gente parece m¨¢s c¨®moda dirigiendo y limitando las decisiones de gasto de los pobres¡±, resume Hagerty. Este estudio es muy revelador en el contexto actual, como indican estas investigadoras, en el que se debate el desarrollo de rentas m¨ªnimas en pa¨ªses como Espa?a. ¡°Una cr¨ªtica potencial al ingreso m¨ªnimo vital puede ser que las personas de bajos ingresos gastar¨¢n el dinero en cosas equivocadas¡±, indica Hagerty sobre el caso espa?ol. ¡°Sin embargo, es probable que este miedo est¨¦ influido en primer lugar por una visi¨®n limitada de qu¨¦ productos se consideran necesarios para las personas de bajos ingresos¡±, apunta.
Es algo que queda claro en otros de sus experimentos, como en el que se muestran 20 objetos de consumo cotidiano que podr¨ªa comprar una familia: peri¨®dicos, mobiliario, relojes, ordenadores, material deportivo, etc¨¦tera. En todos est¨¢ peor visto que los compre una familia de ingresos menores, salvo en uno: los productos de higiene corporal. Con este mismo planteamiento, se proponen 20 criterios a tener en cuenta por una familia que busca una casa nueva: garaje, aire acondicionado, vecindario ruidoso, cercan¨ªa a zonas de ocio, etc¨¦tera. Todos est¨¢n peor vistos si los considera una familia de poca renta, salvo dos: que la casa est¨¦ cerca del supermercado y del transporte p¨²blico. Lo que es m¨¢s revelador: se considera superfluo para una familia pobre que pretenda una casa cerca de un hospital o en un vecindario seguro, lo que implica que, con poca renta, incluso buscar seguridad se considera un capricho innecesario.
¡°Definimos las necesidades a partir de los recursos que tiene la gente, porque lo que definimos como necesario o superfluo cambia seg¨²n los ingresos de la persona¡±, afirma el economista Luis Miller
La seguridad como un lujo para familias sin recursos tambi¨¦n aparece en otro de los experimentos del estudio, en el que se propone la compra de un coche con sistema de c¨¢mara trasera. Incluso cuando a la audiencia se le explica que es un extra importante para la seguridad del veh¨ªculo, se considera menos necesario para una familia de pocos recursos. Est¨¢ mal visto que el pobre compre un objeto que para el rico es b¨¢sico para su seguridad. De nuevo, no es que el pudiente se permita m¨¢s, es que el vulnerable no merece tanto, incluso si est¨¢ en juego su salud.
¡°La principal contribuci¨®n de este estudio es que definimos las necesidades a partir de los recursos que tiene la gente, porque lo que definimos como necesario o superfluo cambia seg¨²n los ingresos de la persona¡±, el economista Luis Miller, investigador del CSIC. Y a?ade: ¡°Esto tiene implicaciones importantes sobre todo en el ¨¢mbito de lo que llamamos la trampa de la pobreza, ese c¨ªrculo vicioso que niega los recursos necesarios para acceder a m¨¢s recursos¡±. Cuando se critica a un sin techo o un refugiado por tener un smartphone se considera que es un capricho innecesario, aunque para todos sea una herramienta imprescindible para relacionarnos con nuestros familiares, empleadores o clientes. Sin este tipo de recursos, es imposible romper el c¨ªrculo del que habla Miller: sin una casa, una ducha, un m¨®vil, etc¨¦tera, es imposible conseguir un trabajo que permita salir de esa trampa de la pobreza.
¡°Existe esta idea de que si das ayudas a una familia, haces que trabajen menos. No solo no les hace m¨¢s vagos, sino que les da un bienestar y una seguridad que les hace m¨¢s productivos¡±Esther Duflo, premio Nobel de Econom¨ªa
¡°Existe esta idea de que si das ayudas a una familia, haces que trabajen menos. Un proyecto de seguimiento estuvo analiz¨¢ndolo y no es as¨ª¡±, dec¨ªa recientemente Esther Duflo, premio Nobel de Econom¨ªa, ¡°no solo no les hace m¨¢s vagos, sino que les da un bienestar y una seguridad que les hace m¨¢s productivos¡±. Todas las personas necesitan salir de la ¡°visi¨®n de t¨²nel¡± que imponen las carencias, esas penurias que impiden tomar decisiones sosegadas, como explicaban Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir en su libro Escasez (Fondo de Cultura Econ¨®mica): ¡°La escasez captura nuestra atenci¨®n y esto nos proporciona un beneficio muy estrecho: tenemos un mejor desempe?o al ocuparnos de las necesidades m¨¢s apremiantes. Pero de manera m¨¢s amplia, pagamos un costo: descuidamos otros asuntos y somos menos eficientes en el resto de nuestra cotidianeidad¡±. Regalarle una tele al Joe pobre quiz¨¢ le proporciona el est¨ªmulo emocional que le permite amanecer con m¨¢s ¨¢nimo por la ma?ana. O no. Pero por lo general pensamos que deber¨ªa conformarse con lo que tiene y centrarse en comprar lo imprescindible para subsistir.
Miller cree que estos mecanismos se producen en Espa?a de una manera m¨¢s matizada, porque aqu¨ª las encuestas muestran unas preferencias claras por la redistribuci¨®n y no existe con tanto peso ¡°la figura del libertario estadounidense, ese que dice que cada cual tiene lo que se merece¡±. Y a?ade: ¡°Aqu¨ª esos mecanismos tienen m¨¢s que ver con la necesidad de diferenciarnos del pobre¡±. Seg¨²n explica Hagerty por email, la renta de los sujetos que participaron en el estudio no influ¨ªa en sus opiniones: al margen de sus ingresos, todos reduc¨ªan el c¨ªrculo de las compras aceptables para el Joe pobre, incluso si pon¨ªan en riesgo su salud, como una sillita para ni?os en el coche, un barrio sin delincuencia o un acceso cercano a un centro de salud, que se ven casi como caprichos solo si se tienen pocos ingresos. ¡°Que le demos menos margen de maniobra a las decisiones de los desfavorecidos econ¨®micamente parece expresar nociones m¨¢s b¨¢sicas de m¨¦rito y autonom¨ªa¡±, apunta la investigadora.
Volviendo al men¨² de Telepizza, Hagerty tiene una respuesta clara a la luz de su trabajo: ¡°Esta visi¨®n parcial de la necesidad tambi¨¦n puede explicar por qu¨¦ se les dio comida basura a los ni?os de bajos ingresos [en Madrid], cuando la misma comida puede no ser adecuada para los ni?os de mayores ingresos¡±. Y apunta que sus hallazgos sugieren que en debates como ese en realidad se est¨¢n haciendo dos preguntas distintas que tendr¨¢n dos respuestas sustancialmente diferentes: ?es necesario el acceso a alimentos saludables? y ?es necesario el acceso a alimentos saludables para las personas de bajos ingresos? ¡°Esto debe tenerse en cuenta en el debate pol¨ªtico: ?c¨®mo se realizan las preguntas relevantes en pol¨ªtica y qu¨¦ prejuicios impl¨ªcitos pueden influir en sus respuestas?¡±.
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