¡®Barnstormers¡¯ del siglo XXI
La competencia entre Richard Branson y Jeff Bezos por controlar el negocio del turismo espacial tiene un aire de circo a¨¦reo
Durante los a?os veinte del siglo pasado, se hicieron populares en Estados Unidos los festivales (algunos los llamaban ¡°circos¡±) a¨¦reos. Hac¨ªa poco que hab¨ªa terminado la Gran Guerra. Muchos j¨®venes pilotos que hab¨ªan ganado sus alas a los mandos de aquellos primitivos biplanos hab¨ªan vuelto a casa. Algunos buscaban una forma de ganarse la vida explotando sus reci¨¦n adquiridas habilidades. Al fin y al cabo, no hab¨ªa muchos que pudieran presumir de semejante experiencia que llevaba aparejada un aura de valor casi temerario.
Coincidiendo con el fin de las hostilidades, el ej¨¦rcito americano puso a la venta los excedentes del esfuerzo b¨¦lico, ya innecesarios, por un importe rid¨ªculamente bajo. Un biplano de entrenamiento Curtiss Jenny, cuyo precio original era de unos 5.000 d¨®lares se ofrec¨ªa por 200, todav¨ªa dentro de su caja original. Se dice que alguno lleg¨® a liquidarse por solo 50 d¨®lares.
La disponibilidad de aviones baratos y pilotos en paro hizo que los espect¨¢culos a¨¦reos se multiplicasen, d forma casi improvisada. Tras un masivo bombardeo de octavillas publicitarias, aparec¨ªan un par de aviones sobre el pueblo que aterrizaban en un campo de labranza (previamente apalabrado con su due?o). Se estacionaban a poca distancia del granero y al d¨ªa siguiente se organizaba el espect¨¢culo. Pod¨ªa incluir arriesgadas acrobacias a baja altura, equilibristas que paseaban sobre el ala, transferencias del copiloto de un avi¨®n a otro o incluso simulacros de duelos a¨¦reos. En alguna ocasi¨®n, en San Francisco se orquest¨® un bombardeo de un peque?o acorazado de madera anclado en el puerto ante el entusiasmo de la parroquia.
La mayor¨ªa de habitantes de los pueblos de las grandes llanuras del Medio Oeste nunca hab¨ªa visto un aeroplano de cerca. Y mucho menos, volado en ¨¦l. Ahora, por tarifas que iban de tres a cinco d¨®lares, cualquier granjero de Nebraska pod¨ªa volar un cuarto de hora sobre su pueblo. Cierto que la experiencia ten¨ªa su riesgo: En general aquellos aparatos estaban mal mantenidos (lo hac¨ªan sus propios pilotos, tratando de escatimar costes todo lo posible). Por otra parte, ya que aquellos vuelos carec¨ªan de la m¨¢s m¨ªnima norma o regulaci¨®n, los barnstormers eran libres de lanzarse a las m¨¢s arriesgadas maniobras. A veces, con resultados fatales.
Ya no se trata de aventureros individuales, jug¨¢ndose la vida para poder malvivir de su trabajo; ahora hay equipos de ingenieros, f¨ªsicos, t¨¦cnicos (y publicistas) en busca de las mejores soluciones a los problemas que plantea el vuelo
Un siglo despu¨¦s, parece que la historia se repite, pero no a cien metros de altura, sino a cien kil¨®metros. La competencia entre Richard Branson y Jeff Bezos tiene un aire de circo a¨¦reo, aunque las circunstancias son distintas. Ya no se trata de aventureros individuales, jug¨¢ndose la vida para poder malvivir de su trabajo; ahora hay equipos de ingenieros, f¨ªsicos, t¨¦cnicos (y publicistas) en busca de las mejores soluciones a los problemas que plantea el vuelo fuera de la atm¨®sfera. El objetivo, como entonces, es ofrecer la experiencia a un p¨²blico dispuesto a pagar por el privilegio de ¡°ir al espacio¡±. Pero, por supuesto, ya no se venden tickets a cinco d¨®lares.
Por caros que sean los billetes, hay un mercado. No ya en los casi treinta millones de d¨®lares que pag¨® el an¨®nimo pasajero que acompa?ar¨¢ a Bezos el pr¨®ximo d¨ªa 20. Eso, a todas luces, parece una exageraci¨®n, aunque el importe se destine a una fundaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro. La oferta de Virgin, a poco m¨¢s de 200.000 euros es algo m¨¢s asequible. Y el viaje dura m¨¢s: una hora, desde despegue a aterrizaje, comparada con el cuarto de hora de Blue Origin, la empresa de Bezos. Cerca de una veintena de espa?oles ya han reservado plaza.
La viabilidad econ¨®mica de estas empresas reside en utilizar lanzadores y naves recuperables. El Unity de Virgin es un avi¨®n-cohete: despega colgado de la panza de otro transporte mucho mayor que lo libera a 15.000 metros y aterriza planeando como cualquier avi¨®n convencional. En tierra, salvo por su doble tim¨®n de cola podr¨ªa confundirse con cualquier jet privado. En cuanto al New Shepard que impulsa la c¨¢psula de Blue Origin, se trata de un cohete sin capacidad orbital, pero que una vez liberada su carga puede volver a posarse suavemente en el suelo frenando la ca¨ªda con su ¨²nico motor y desplegando cuatro peque?as patas que lo mantengan erguido. En ambos casos el veh¨ªculo puede reutilizarse docenas de veces.
Una de las claves es que ninguna de las dos naves alcanza velocidad de reentrada comparable a las de los astronautas de verdad. Una c¨¢psula orbital vuela a 27 Mach y al regresar a la atm¨®sfera la fricci¨®n del aire genera en su superficie temperaturas cercanas a los 3.000 ?C. Por el contrario, las de Virgin y Blue Origin no pasan de los 4 Mach y, por lo tanto apenas precisan protecci¨®n t¨¦rmica.
Distinto es el caso de las c¨¢psulas de Space X (la empresa de Elon Musk). Se lanzan mediante impulsores mucho m¨¢s potentes que s¨ª les permiten entrar en ¨®rbita, con todos los problemas y precauciones que ello implica. Cohetes y c¨¢psulas tambi¨¦n son reutilizables. De hecho, el env¨ªo de astronautas o cargo a la estaci¨®n espacial es ya casi rutina.
Musk tampoco ha querido perder el tren del turismo espacial. Para mediados de septiembre est¨¢ previsto el vuelo de una c¨¢psula Dragon tripulada (y financiada) por Jared Isaacman, que no solo es multimillonario (a sus 38 a?os se le estima una fortuna superior a los 2.000 millones de d¨®lares, sin haber terminado la escuela secundaria) sino tambi¨¦n un experimentado piloto, poseedor de un r¨¦cord de velocidad alrededor del mundo. Tanto que Elon Musk no ha tenido inconveniente en dejarle los mandos de una de sus naves espaciales. El sue?o de cualquier aficionado a la aeron¨¢utica. Aunque no es muy adecuado calificar de aficionado a alguien una de cuyas empresas posee un centenar de aviones militares.
Isaacman viajar¨¢ con cuatro acompa?antes, todos relacionados de una u otra forma con un hospital infantil en Memphis, que ya ha recibido otras donaciones del millonario. No se ha divulgado el precio de los cinco billetes, pero puede estimarse bas¨¢ndose en lo que SpaceX cobra a la NASA por cada astronauta que a la ISS: 55 millones de d¨®lares.
Los cinco, una semana en ¨®rbita. Al contrario de lo que sucedi¨® hace veinte a?os con Dennis Tito (el primer turista espacial de pleno derecho) y otros pioneros en este negocio, no visitar¨¢n la estaci¨®n espacial. Pero tendr¨¢n tiempo de sobra para disfrutar de unas vistas literalmente ¡°fuera de este mundo¡±.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ci¨¨ncia de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de Un peque?o paso para [un] hombre (Libros C¨²pula).
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