La ovulaci¨®n oculta humana cuestiona que nuestros antepasados fueran como un chimpanc¨¦
Las mujeres no sienten cu¨¢ndo ovulan, mientras que las chimpanc¨¦s lucen una gran hinchaz¨®n genital. Los motivos de esta diferencia siguen siendo un misterio evolutivo
Hay d¨ªas en los que una mujer se mira al espejo y el reflejo le sonr¨ªe, cosa que no siempre es as¨ª. Sin motivo aparente, esos d¨ªas se ve m¨¢s guapa, m¨¢s feliz. Ha empezado a prepararse antes de tiempo para salir a la calle porque le apetece recrearse en el acicalamiento, escoger bien la ropa que se va a poner y probar distintos pintalabios. Todo esto mientras ella baila La dolce vita de Fedez que suena en su m¨®vil. Consciente de su buen humor, podr¨ªa preguntarse: ?estar¨¦ ovulando?
Si se lo pregunta, es porque no lo sabe. Podr¨ªa intentar recordar el ¨²ltimo d¨ªa que le vino la regla y hacer cuentas, pero ni siquiera as¨ª estar¨ªa segura, pues el ciclo tiene sus irregularidades. Y eso que vivimos en un tiempo en el que existe bastante conocimiento sobre lo que ocurre cada mes en el ¨²tero de las mujeres. En el siglo XIX, era com¨²n pensar que el per¨ªodo m¨¢s f¨¦rtil se daba durante la menstruaci¨®n.
Si fu¨¦semos chimpanc¨¦s o bonobos (g¨¦nero Pan), nuestros parientes m¨¢s pr¨®ximos, no tendr¨ªamos ninguna duda. Con la ovulaci¨®n, a estas primates se les llena de agua la zona externa de los genitales creando una protuberancia tan llamativa que es imposible no mirarla. Su cuerpo anuncia por todo lo alto su pico de fertilidad, tanto a ellas mismas como a los machos.
Pero nosotras, las hembras de Homo sapiens, tenemos la ovulaci¨®n oculta. Esto no quiere decir que nuestro cuerpo sea totalmente indiferente a los cambios hormonales del ciclo menstrual. Varios estudios han demostrado que, durante la ovulaci¨®n, desprendemos un olor corporal m¨¢s atractivo, la piel y el pelo tienen mejor aspecto y nuestros movimientos son m¨¢s sensuales. Pero son cambios tan sutiles que suelen pasar desapercibidos.
Durante la segunda mitad del siglo pasado, especialmente en los a?os ochenta y noventa, la comunidad cient¨ªfica estuvo especulando sobre los or¨ªgenes evolutivos de la ovulaci¨®n oculta en los humanos y su valor adaptativo. Se defendieron un sinf¨ªn de hip¨®tesis en un acalorado debate que no acab¨® de llevar a ning¨²n lado. La mayor¨ªa de propuestas part¨ªan de la idea de que los chimpanc¨¦s eran f¨®siles vivientes de nuestros antepasados. Es decir, que proven¨ªamos de un simio que ten¨ªa hinchaz¨®n genital durante la ovulaci¨®n, pero que, en alg¨²n momento de nuestra evoluci¨®n, esta caracter¨ªstica dej¨® de ser adaptativa y pasamos a tener la ovulaci¨®n oculta.
El zo¨®logo americano Richard D. Alexander propuso en 1979 la hip¨®tesis de la inversi¨®n del hombre. Seg¨²n ¨¦l, las hembras que ocultaban la ovulaci¨®n consegu¨ªan que los machos las protegieran y vigilaran durante todo el ciclo, no solo durante la ovulaci¨®n. Los machos no ten¨ªan m¨¢s remedio que estar pendientes todo el tiempo de la hembra si quer¨ªan asegurarse la paternidad. Ya no eran suficientes unas pocas c¨®pulas en el momento oportuno. Para otros autores, como el et¨®logo brit¨¢nico Desmond Morris, perdimos la hinchaz¨®n simplemente cuando nos volvimos una especie mon¨®gama y el sexo pas¨® a tener la funci¨®n de fortalecer los v¨ªnculos de pareja. Empezamos a mantener relaciones durante todo el ciclo menstrual y ya no ten¨ªa sentido anunciar nuestro pico de fertilidad.
La inversi¨®n del hombre
Sarah Hrdy fue muy cr¨ªtica con estas ideas. Esta primat¨®loga americana, cansada de que siempre se presentase a la mujer como un ser mon¨®gamo, pasivo y al servicio del hombre, sugiri¨® que la ovulaci¨®n oculta beneficiaba a las hembras al permitirles confundir la paternidad. Al aparearse con distintos machos a lo largo del ciclo, estos no pod¨ªan saber si eran los padres de las cr¨ªas y se reduc¨ªa la probabilidad de infanticidio.
A Nancy Burley tampoco le convenc¨ªan las hip¨®tesis de Morris y Alexander, ya que no se estaba dando importancia al hecho de que la ovulaci¨®n tambi¨¦n est¨¢ oculta para nosotras. Los humanos nos caracterizamos por tener partos especialmente peligrosos. Seg¨²n Burley, en cuanto ganamos inteligencia empezamos a evitar copular en los d¨ªas f¨¦rtiles para no quedarnos embarazadas. Las hembras que ten¨ªan m¨¢s dificultad para detectar estos d¨ªas acababan teniendo m¨¢s hijos y, con el tiempo, se fue perdiendo la capacidad de saberlo.
?Y si no ten¨ªa nada que ver con el comportamiento sexual? Para el bi¨®logo polaco Bogus?aw Paw?owski, la ovulaci¨®n oculta en nuestra especie fue una consecuencia del bipedismo y del incremento de grasa en la zona del gl¨²teo. La postura erecta cambi¨® la posici¨®n de los genitales externos femeninos, ocult¨¢ndolos entre las piernas. La hinchaz¨®n se volvi¨® in¨²til y un estorbo para caminar.
Por ¨²ltimo, existe la posibilidad de que todos los simios de nuestro linaje tuviesen la ovulaci¨®n m¨¢s o menos oculta. Son varios los cient¨ªficos, como el profesor de anatom¨ªa Andrew F. Dixon, que se han decantado por esta opci¨®n, ya que ni los gorilas, ni los orangutanes ni los gibones presentan hinchazones como la de los chimpanc¨¦s. En este caso, tendr¨ªamos que enfocarnos en explicar por qu¨¦ en el g¨¦nero Pan ha evolucionado esta caracter¨ªstica y en los humanos no.
La rivalidad femenina
Poco a poco, el debate se fue enfriando sin sacar nada en claro y en lo que llevamos de siglo, apenas se ha tratado este asunto. Hay alguna excepci¨®n. En 2021, un art¨ªculo en Nature propuso la hip¨®tesis de la rivalidad femenina. Las hembras de muchos primates tienden a ser m¨¢s agresivas con aquellas que muestran signos de ovulaci¨®n, ya que esto las hace m¨¢s atractivas para los machos. Por tanto, la ovulaci¨®n oculta pudo ser una ventaja porque nos permiti¨® librarnos de estas agresiones.
Con los nuevos avances en investigaci¨®n y tecnolog¨ªa, se han ampliado los horizontes del conocimiento y tiene sentido reavivar el debate. Ya sabemos que el sexo fuera del per¨ªodo f¨¦rtil no es exclusivo de los humanos, como se pensaba, sino que se da en m¨¢s especies de primates. Justamente, est¨¢ documentado que los chimpanc¨¦s copulan aunque no tengan hinchaz¨®n genital. La ovulaci¨®n oculta tampoco es una cualidad de la que nos podamos apropiar. Este rasgo ha aparecido varias veces en primates que tienen comportamientos sexuales y sociales muy diferentes. Por ejemplo, se da tanto en los tit¨ªes que son mon¨®gamos, como en los monos vervet, que son promiscuos.
Conforme la paleoantropolog¨ªa avanza, se pone m¨¢s en cuesti¨®n la idea de que provengamos de un simio cuadr¨²pedo. Los ¨²ltimos hallazgos indican que nuestro antecesor com¨²n con los chimpanc¨¦s era un braquiador b¨ªpedo como los gibones, que se cuelgan de las ramas cuando est¨¢n en los ¨¢rboles, pero andan con dos piernas cuando bajan al suelo. Probablemente, nunca anduvimos como los chimpanc¨¦s y los gorilas.
Estos hallazgos apoyan la perspectiva expuesta por Dixon, en la que encaja muy bien la visi¨®n de Pawlowsky. Es l¨®gico que provengamos de un simio sin hinchaz¨®n genital o con una hinchaz¨®n muy peque?a si se desplazaba de forma b¨ªpeda. Cuando miramos a un chimpanc¨¦, nos estremecemos sintiendo que estamos viendo nuestro pasado. Y cuando un chimpanc¨¦ nos mira a nosotros, ?est¨¢ viendo el suyo?
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