La influencia del dinero en la obra literaria
Javier Gom¨¢ reflexiona sobre la manera como los autores se ganan la vida y c¨®mo este hecho condiciona la identidad y la creaci¨®n
La manera en que un artista se gana la vida influye en su creaci¨®n. ¡°Ese sustento ayuda a constituir su identidad, su car¨¢cter y crea su mundo interior. Pero ese es un aspecto que suelen olvidar las enciclopedias o libros sobre los creadores. Pero saber c¨®mo se ganaron la vida esos artistas es una herramienta interpretativa esencial para conocer la obra de sus autores¡±. Es la reflexi¨®n y tesis del fil¨®sofo Javier Gom¨¢ en un libro que ha dirigido para el t¨ªtulo de Ganarse la vida en el arte, la literatura y la m¨²sica (Galaxia Gutenberg/C¨ªrculo de Lectores).
La historia de la literatura, agrega Gom¨¢, se centra en las influencias art¨ªsticas o geogr¨¢ficas de los creadores, las escuelas a las que pertenecieron o las disputas intelectuales. Y aunque el modo de subsistir es un elemento pragm¨¢tico y prosaico, o incluso de mal gusto hablarlo, es clave para terminar de entender a un autor y su obra. Desde esa esfera, la visi¨®n del autor sobre el mundo y su sensibilidad var¨ªa. Dickens, cita como ejemplo Gom¨¢, tiene un modo de sentir el mundo distinto a un contempor¨¢neo suyo como es Tolstoi, que es un arist¨®crata rentista y este de Dostoievski que ten¨ªa poco dinero y, por tanto, cada uno, en su forma de crear y producir? su creaci¨®n literaria.
La tesis del libro no es solo para los artistas "sino para todas las personas porque el modo en que uno se gana la vida es importante en la socializaci¨®n". El libro re¨²ne una serie de art¨ªculos surgidos de un ciclo de conferencias en la Fundaci¨®n Juan March, de Madrid. Un tema que, a su vez, naci¨® de un texto que public¨® Gom¨¢ en Babelia, el suplemento cultural de EL PA?S, en 2010.
Ante la idea popular de que un escritor produce su mejor obra o su inspiraci¨®n es m¨¢s fruct¨ªfera en ¨¦pocas de penuria, Gom¨¢ es tajante: ¡°Es una idea rom¨¢ntica. El arte ha sido un arte de encargo hasta el siglo XIX, y no pasaba nada, y todos admiramos esas obras. Ahora es distinto y no se concibe mucho a un autor as¨ª, y se nos llena la boca buscando al autor que se financie a s¨ª mismo. Es en los siglos XIX y XX cuando los creadores deciden emanciparse del encargo y entrar en el mercado. Pasan de depender de un se?or, del patrocinio, y empiezan a financiarse a trav¨¦s de la venta de sus obras al p¨²blico. Eso no es solo un factor externo sino que est¨¢ condicionado por un modo distinto de ganarse la vida. Eso de que el artista vive de su propia inspiraci¨®n es una forma entre otras, pero no la ¨²nica¡±.
Los impresionistas son el primer grupo, recuerda Gom¨¢, que toman como programa de vida el emanciparse de las academias y las administraciones y la iglesia y la aristocracia, con el fin de dirigirse a la b¨²squeda de un p¨²blico an¨®nimo, el mercado. "De ah¨ª el origen de la bohemia¡±.
Aunque en el caso de los escritores hoy no se suele ver con buenos ojos que se financie a un autor. Seg¨²n Gom¨¢, "aqu¨ª hay un elemento nuevo, y es el nacimiento y desarrollo de las industrias culturales, al punto de que hay productos que antes estuvieron al margen de la edici¨®n y la creaci¨®n de un mercado mundial. De autores y editoriales que planifican la creaci¨®n de un producto ideal de consumo¡±.
Una aproximaci¨®n a estos cambios es el fragmento de Ganarse la vida que publicamos con este art¨ªculo dedicado a la literatura y escrito por Jos¨¦-Carlos Mainer:
La dignificaci¨®n del escritor: de las Luces al Romanticismo
El siglo XVIII presenci¨® la confirmaci¨®n de estos augurios, a lo que no pudo ser ajeno que ¨Cjusto en el quicio de este y la pasada centuria¨C se librara la Querella de Antiguos y Modernos. Ganaran quienes ganaran, cualquiera de los argumentos que se utilizaron favorec¨ªa la dignidad de los escritores: si prevalec¨ªan los que se daban a favor de los Antiguos, aquella victoria era tambi¨¦n de los sabios que hab¨ªan preservado su legado; si correspond¨ªa a los Modernos, iba de suyo que la reafirmaci¨®n de un progreso intelectual indefinido daba ventaja a quienes buscaran la innovaci¨®n y la autonom¨ªa del mundo intelectual. No es casual que la Querella surgiera en el contexto del reinado de Luis XIV que, por s¨ª mismo, encarnaba la triunfante alianza del orden clasicista y de las nuevas tendencias.2 Y tampoco es casual que quien defini¨® el siglo de aquel monarca como una de las grandes ¨¦pocas de la Humanidad, solo comparable a las de Pericles, Augusto y la Edad del Humanismo, naciera como s¨²bdito del Rey Sol y acabara sus d¨ªas en 1778, en el comienzo de la era de las revoluciones: Fran?ois-Marie Arouet, llamado Voltaire, autor de El siglo de Luis XIV (1751). Por s¨ª solo, Voltaire encarn¨® el ¨¦xito econ¨®mico de un intelectual y la paralela obtenci¨®n de la respetabilidad ansiada. Y no le fue f¨¢cil ganarlos.
El mismo a?o de la muerte de Luis XIV, cuando contaba apenas 20 a?os, fue preso en la Bastilla por haber publicado una s¨¢tira contra el Regente, el duque de Orl¨¦ans. En 1725, siendo ya escritor reputado, tuvo una discusi¨®n con el duque de Rohan (ambos coqueteaban con la famosa actriz Adrienne Lecouvreur) y como este le preguntara por su nombre (?Arouet o Voltaire?), record¨® al arist¨®crata que je commence mon nom et vous finissez le votre. Pocos d¨ªas despu¨¦s, invitado a la casa de Rohan, fue apaleado por sus criados y no pudo obtener la satisfacci¨®n de un duelo, como reclam¨®. Fue encarcelado de nuevo y el resultado vino a ser un destierro de varios a?os en Gran Breta?a que fue fecundo para su formaci¨®n (all¨ª conoci¨® el alcance de la ciencia de Newton y la filosof¨ªa moral de John Locke), pero tambi¨¦n logr¨® que nunca m¨¢s volviera a sufrir una humillaci¨®n parecida. E hizo lo posible porque no la sufrieran otros, de la mano de la soberbia o del prejuicio... En 1761 viv¨ªa ya en Ferney, en Suiza, cortejado por los monarcas y gobernantes uropeos, cuando supo de una siniestra ¨Cpero modesta¨C historia ocurrida en Toulouse. Marc-Antoine Calas, hijo de un comerciante protestante, se hab¨ªa suicidado en su propio domicilio.
Un diputado local se empecin¨® en demostrar que hab¨ªa sido asesinado por su padre, Jean, al saber este que su hijo quer¨ªa hacerse cat¨®lico. Nada pudieron las pruebas en contra y Jean Calas fue torturado, ahorcado y quemado. A instancias de un hermano que hab¨ªa logrado escapar, Voltaire moviliz¨® toda su influencia y la fuerza de su prosa y, en 1765, consigui¨® la rehabilitaci¨®n de Jean Calas y el final de la carrera pol¨ªtica de su perseguidor. El hermos¨ªsimo Tratado sobre la tolerancia, de 1763, fue el inmortal resultado de la campa?a. El mismo camino se repiti¨® en otros muchos coet¨¢neos: or¨ªgenes burgueses, buena educaci¨®n, un largo noviciado de trabajos oscuros (como preceptores, a menudo), alguna publicaci¨®n duramente perseguida y, al cabo, la consagraci¨®n y la inmunidad. Desde 1750, la sociedad francesa (y algunas europeas tambi¨¦n) coloc¨® la estimaci¨®n del homme de lettres por encima de cualquier otra. El inicio del proceso fue paralelo de la fascinante historia de un t¨ªtulo del libro que dio nombre a una ¨¦poca: la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, obtuvo su privilegio de impresi¨®n en enero de 1746 pero hasta 1750 sus directores, Denis Diderot y D¡¯Alembert, no publicaron su primer prospecto y hasta 1751, el primero de los 17 vol¨²menes de texto, que llevaba un pr¨®logo general de D¡¯Alembert.
Entre aquella fecha y el final de la edici¨®n, en 1772, trabajaron para sus p¨¢ginas unas 160 personas que constituyen uno de los equipos m¨¢s admirables de la historia de la vida intelectual de la humanidad. Todos hubieron de romper con los prejuicios de su ¨¦poca, lo que inclu¨ªa a menudo alguna pauta moral que todav¨ªa pervive; quiz¨¢ algunos no fueron ejemplares en ese estricto sentido, pero todos sintieron la alegr¨ªa de trabajar por la libertad del g¨¦nero humano y el orgullo de vivir de unas rentas propias que, m¨¢s de una vez, fueron notables.1 La literatura de aquella ?Rep¨²blica de las Letras?2 fue, entre otras cosas importantes, un saneado negocio y conviene no olvidar que tal cosa empez¨® a dictar la norma en otros pa¨ªses: en la activa Inglaterra ¨Cdonde lograron su reputaci¨®n y ascendiente gentes como Daniel Defoe, Samuel Johnson o Alexander Pope¨C o en el mosaico de estados alemanes en los inicios de su efervescencia cultural; all¨ª, como en Austria, en Holanda o en Suecia, el cr¨¦dito y la admiraci¨®n por las grandes figuras convivi¨® con la estamentalizaci¨®n propia del Antiguo R¨¦gimen, la competencia y el recelo de los cleros respectivos y la ignorancia de los m¨¢s, pero el ?Siglo de las Luces? lo fue verdaderamente en toda Europa. Incluso lo fue en Espa?a, aunque se haya hablado, con alguna raz¨®n, de ?la Ilustraci¨®n insuficiente?.
Diego de Torres Villarroel no fue, sin duda, un ilustrado, incluso por razones de estricta cronolog¨ªa, pero s¨ª fue lo m¨¢s parecido a un ?libertino?, en el sentido que la palabra tuvo a comienzos de siglo: un hombre independiente, curioso y atrevido.
Babelia
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