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La vida en un pu?ado de versos

Sobre las arrugas insolentes de este hombre de 93 a?os se ha cincelado gran parte del activismo musical y pol¨ªtico del ¨²ltimo siglo. Pete Seeger, que habla en esta entrevista del enorme poder que conservan las canciones, publica un nuevo disco con algunos temas in¨¦ditos

El paso del tiempo es un dios insaciable que no hace distinciones entre seres humanos. Ni siquiera las leyendas pueden evitar su dictadura biol¨®gica. Por eso los 93 a?os de Pete Seeger se mueven lenta y cuidadosamente al bajar la empinada escalera que separa su comedor del altillo en el que est¨¢ ubicado su despacho. Icono del activismo pol¨ªtico y musical de Estados Unidos, su cuerpo es magro, enjuto, de brazos largos, manos con palmas anchas y dedos gruesos que en otros tiempos se movieron endiablados sobre un banjo y ahora se agarran tenaces al pasamanos. Sobre ese cuerpo se apoya un rostro de mejillas sonrosadas, de ojos peque?os que reflejan el cielo y una boca que muda en sonrisa con facilidad, dejando al descubierto su vieja dentadura. Sobre las arrugas insolentes que navegan a trav¨¦s de ese rostro amable y limpio se cincel¨® gran parte de la historia musical y pol¨ªtica del siglo XX estadounidense, de la que Seeger puede que sea el representante m¨¢s longevo.

Pete Seeger
Pete SeegerChristopher Felver/CORBIS Christopher Felver

Quiz¨¢s haya sobrevivido a muchos otros artistas de su generaci¨®n porque nunca coquete¨® con el alcohol, el tabaco o las drogas, sustancias que se entrometen a menudo en las vidas de los m¨²sicos. Resulta divertido imagin¨¢rselo bebiendo agua entre rudos obreros tras un concierto con The Almanac Singers, el grupo que mont¨® a principios de los cuarenta junto al gran maestro del folk Woody Guthrie (quien no sobrevivi¨® a sus propios excesos alcoh¨®licos) o cantando sereno junto a Lee Hayes, con quien comparti¨® fama en la m¨ªtica banda de folk The Weavers. ¡°Lee beb¨ªa toneladas de cerveza. Al pobre le entr¨® una diabetes terrible, yo creo que por eso se muri¨® tan joven. Pero yo aprend¨ª a comer poco y sano con mis padres, que en los a?os veinte ya practicaban yoga a diario y ten¨ªan mucha disciplina. Nunca prob¨¦ las drogas y nunca me interesaron el alcohol o el tabaco. Igual por eso tampoco me encontraba a gusto en los clubes nocturnos. Cuando mi amigo Woody Guthrie prob¨® la marihuana se sinti¨® como el que est¨¢ al borde de un precipicio. Yo prob¨¦ el tabaco a los 12 a?os, creo¡­ ?y no me gust¨® nada!¡±, recordar¨¢ entre carcajadas durante una larga conversaci¨®n salpicada de an¨¦cdotas en el comedor de su casa.

Situada a tres kil¨®metros de Beacon, en el valle del r¨ªo Hudson, al norte de Nueva York, su casa reposa sobre la cima empinada de un conjunto de ocho hect¨¢reas de colinas que el m¨²sico adquiri¨® por 1.700 d¨®lares que pidi¨® prestados a su familia y amigos en 1949. ¡°Nunca tuvimos mucho dinero. Durante los a?os cincuenta y parte de los sesenta, tras la censura impuesta por la persecuci¨®n anticomunista, viv¨ªamos con lo m¨ªnimo. Supongo que en el campo tampoco necesitas mucho, aunque durante casi diez a?os ni siquiera tuvimos agua corriente. Pudo haber ganado mucho dinero con The Weavers, pero decidi¨® abandonar el grupo despu¨¦s de que sus compa?eros aceptaran hacer un anuncio de cigarrillos. Mi padre es as¨ª¡±. Tinya Seeger, ceramista, es la menor de los tres hijos de Pete Seeger, casado con Toshi, la mujer con la que ha compartido vida durante 69 a?os. Hoy Tinya es quien se encarga de atender a ambos en esta casa apartada del mundo y repleta de historia en cuyas entra?as se conservan los recuerdos de una existencia excepcional. Es un laberinto de habitaciones y alturas envueltas en maderas c¨¢lidas donde se mezclan trastos centenarios con cajas desordenadas, cientos de libros, archivos personales y, por supuesto, los banjos que le han acompa?ado a lo largo de una vida dedicada por entero a popularizar la noci¨®n de que la m¨²sica puede ser uno de los motores para el cambio social. El comedor lo preside un mural con cerca de un centenar de fotos descoloridas por el paso del tiempo y colocadas con mimo cronol¨®gico por Toshi: arranca con im¨¢genes del propio Seeger de ni?o y terminan con la foto de una nieta embarazada de un bisnieto.

Hoy Pete y Toshi viven con dos gatos y un perro y pasan las tardes sentados junto a la chimenea, o en el porche rodeados de ¨¢rboles centenarios. ¡°Lavo los platos, enciendo el fuego y cuando mi espalda me lo permite, corto le?a con un hacha¡±, explica sobre sus d¨ªas en Beacon, donde la edad impone una tranquilidad alejada de la intensidad de anta?o. ¡°Tenemos suerte de seguir vivos¡±, murmura casi entre dientes mientras se mueve despacio entre las paredes de un hogar que construy¨® ¨¦l mismo con la ayuda de muchos amigos.

¡°Lavo los platos, enciendo el fuego y, cuando mi espalda me lo permite, corto le?a con un hacha¡±

¡°Durante a?os aqu¨ª nadie ten¨ªa muy claro qui¨¦n era mi padre. Ni siquiera yo sab¨ªa que era famoso. En los setenta lo conoc¨ªan los ni?os porque sol¨ªa cantar en Barrio S¨¦samo. Creo que no recuper¨® la popularidad hasta que el Congreso le concedi¨® la Medalla de las Artes en los a?os noventa¡±, cuenta Tinya mientras prepara la comida. Para entonces hubo incluso campa?as para presentarle como candidato al Premio Nobel de la Paz, continuos homenajes desde todo el espectro musical estadounidense, incluido un disco de Bruce Springsteen titulado The Seeger sessions y hasta una invitaci¨®n para cantar en la investidura del presidente Barack Obama, actos a los que ¨¦l apenas concede importancia. ¡°Mi audiencia ideal siguen siendo los ni?os. Son divertidos y te hacen sentir optimista incluso cuando te invade el pesimismo. Son la esperanza del mundo¡±, dice de quienes pr¨¢cticamente fueron su ¨²nico p¨²blico durante las dos d¨¦cadas en que sus convicciones pol¨ªticas le convirtieron en proscrito musical.

A Seeger, con su largo cuerpo enfundado en unos vaqueros y una vieja camiseta verde, le cuesta contestar si tambi¨¦n le cantaba a sus hijos. ¡°Me averg¨¹enza reconocerlo pero no hice un buen trabajo en ese sentido. Cant¨¦ poco para ellos. A veces a mis hijas les gustaba poner una grabaci¨®n de una flauta que llam¨¢bamos ¡®la nada¡¯ y nos invent¨¢bamos letras¡­¡±. Y aqu¨ª Seeger entonar¨¢ desafinando alguna de las notas de ¡®la nada¡¯, tratando de cambiar de tema. No parece encontrarse a gusto hablando de asuntos personales, aunque m¨¢s tarde tambi¨¦n admitir¨¢ su arrepentimiento por haber dejado a su mujer sola con sus hijos peque?os en Beacon mientras ¨¦l viajaba en los a?os cincuenta. ¡°Sin la ayuda y la comprensi¨®n de Toshi, Pete Seeger no habr¨ªa sido Pete Seeger¡±, declara cabizbajo.

Todas las preguntas que se le hacen le llevan a describir con memoria prodigiosa detalles triviales de eventos en absoluto superfluos y que le despistan (o le ayudan a escabullirse) del hilo central de sus relatos, como a menudo ocurre con quienes acumulan ya d¨¦cadas de historia. Aunque eso tambi¨¦n propicia im¨¢genes extraordinarias como la del piano y el desierto. ¡°A los doce a?os mi madre viv¨ªa en un convento en T¨²nez a las puertas del desierto con mi abuela y su amante, el c¨®nsul de Francia. Era muy buena violinista y su profesor propuso comprar un piano para acompa?arla en las clases. As¨ª fue como una ma?ana mi madre se asom¨® al balc¨®n y vio un piano solitario movi¨¦ndose despacio a trav¨¦s del desierto. Cuando lleg¨® a las puertas del convento descubri¨® dos piernas que asomaban por debajo: un hombre lo hab¨ªa cargado sin ayuda para cobrar m¨¢s¡±.

¡°Mi audiencia ideal siguen siendo los ni?os. Son divertidos y te hacen sentir optimista incluso cuando te invade el pesimismo¡±

Historias como esta a veces impiden interrumpirle, aunque haya muchas cosas que uno quiera saber. ¡°He contado mi vida cientos de veces y me s¨¦ de memoria muchas an¨¦cdotas. Es un peligro, quiz¨¢s puedan sonar falsas¡±, se excusa. Entonces, ?qu¨¦ le preguntar¨ªa Pete Seeger a Pete Seeger?

¡°Le preguntar¨ªa por su infancia, porque yo tambi¨¦n quise ser periodista, pero nunca consegu¨ª encontrar trabajo. Como nadie me dej¨® hacer pr¨¢cticas nadie me quiso contratar. Qui¨¦n sabe, quiz¨¢s habr¨ªa sido bueno¡±. Su capacidad para describir el mundo nunca lleg¨® a los diarios, pero s¨ª al imaginario de millones de personas a trav¨¦s de cientos de canciones con mensaje que o escribi¨® ¨¦l mismo, como Turn, turn, turn o la antib¨¦lica Waist deep in the big muddy, o contribuy¨® a popularizar rescat¨¢ndolas del pasado. Seeger fue el culpable de que parte de su pa¨ªs cantara al un¨ªsono el tema We shall overcome, un g¨®spel de principios de siglo que acab¨® convertido en el emblema extraoficial de la lucha contra el racismo encabezada por Martin Luther King. ¡°Aquella fue la protesta m¨¢s musical de la historia americana. Y es que lo que importa no es el virtuosismo sino la musicalidad de la gente como un todo, seg¨²n dec¨ªa mi padre. Por eso estoy seguro de que a los esclavos lo que les salv¨® fue la m¨²sica¡±.

Nacido en Nueva York en 1919, Seeger dirigi¨® peri¨®dicos en el colegio hasta los 17 a?os y luego consigui¨® una beca para estudiar en Harvard, universidad que abandon¨® en los a?os treinta porque se enamor¨® de la pol¨ªtica, cambiando los estudios por los m¨ªtines de las juventudes comunistas y las bibliotecas por los trenes en los que recorri¨® la geograf¨ªa estadounidense impregn¨¢ndose de la m¨²sica tradicional americana. ¡°Tras dejar la universidad mi t¨ªa me ofreci¨® cinco d¨®lares por ir a tocar al colegio en el que ense?aba. Primero me pareci¨® como robar porque eso era mucho m¨¢s de lo que ganaba una persona en un d¨ªa, pero as¨ª descubr¨ª que pod¨ªa ganarme la vida tocando para los ni?os¡±.

¡°Quise ser periodista, pero nunca consegu¨ª encontrar trabajo. Como nadie me dej¨® hacer pr¨¢cticas nadie me quiso contratar¡±

Era casi imposible que no ocurriera: su padre, music¨®logo, y su madre, violinista, (ambos contribuir¨ªan a?os despu¨¦s a la fundaci¨®n de la c¨¦lebre escuela Juilliard de Nueva York) ten¨ªan la casa llena de instrumentos. ¡°Obligaron a mis hermanos a aprender m¨²sica, pero como yo era el peque?o decidieron dejarme libre a ver qu¨¦ hac¨ªa. Tocaba a mi aire lo que encontraba por casa, pero fue durante un viaje con ellos cuando descubr¨ª el banjo de Kentucky. Y me enamor¨¦¡±.

Ahond¨® en la historia del folk trabajando precisamente en el Archivo de M¨²sica Folk de la Biblioteca del Congreso junto a Alan Lomax, un hombre hoy venerado porque gracias a su labor se recuper¨® y se conserva la historia musical de Estados Unidos anterior a los a?os treinta, de la que no hab¨ªa testimonio escrito y sin la que ser¨ªa imposible comprender todo lo que lleg¨® despu¨¦s.

En 1940 Seeger mont¨® su primer grupo, The Almanac Singers, con el que rebusc¨® en la tradici¨®n oral del movimiento obrero y donde se empap¨® del talento y el legado musical del maestro Woody Guthrie. La banda se disolvi¨® cuando Estados Unidos entr¨® en la II Guerra Mundial y Seeger fue llamado a filas. ¡°Woody era un tipo extraordinario. Inventaba canciones a todas horas. En un vuelo que hicimos a Pittsburgh para cantar junto a unos huelguistas se pas¨® el viaje escribiendo sobre una bolsa de las que te dan para vomitar. Se le ocurrieron varias canciones: qu¨¦ se imaginar¨ªan desde el suelo al ver ese gran p¨¢jaro, qu¨¦ planes tendr¨ªa la azafata por la noche¡­ Al bajar se dej¨® el papel en el asiento. Le daba igual porque para ¨¦l componer era facil¨ªsimo¡±.

A finales de los cuarenta, de vuelta en Nueva York, Seeger fund¨® The Weavers, un cuarteto que sigui¨® la estela de The Almanacs y rebusc¨® en el blues, el g¨®spel, y las baladas folk tradicionales. Contra todo pron¨®stico The Weavers alcanz¨® la cima del ¨¦xito con un cl¨¢sico de otro gran maestro del folk: Lead Belly, a quien Seeger frecuent¨® a menudo ya que ¡°la m¨²sica era de los pocos espacios donde los negros y los blancos nos relacion¨¢bamos de forma natural¡±. Good night Irene vendi¨® cuatro millones de copias y son¨® imparable en radios y televisiones en 1950, mientras la obsesi¨®n anticomunista se apoderaba del pa¨ªs. Finalmente, la persecuci¨®n iniciada por el senador McCarthy tambi¨¦n alcanz¨® a Seeger, que tuvo que declarar ante el Comit¨¦ de Actividades Antiamericanas, y fue condenado a un a?o de c¨¢rcel por negarse a admitir su relaci¨®n con el partido comunista y reivindicar su derecho a la primera enmienda (libertad de asociaci¨®n). La sentencia fue revocada a?os despu¨¦s, pero ¨¦l y The Weavers ya hab¨ªan entrado en la lista negra, as¨ª que su m¨²sica se transform¨® en herej¨ªa.

Sin embargo, para la generaci¨®n de Joan Baez y Bob Dylan, Seeger se convirti¨® en h¨¦roe y figura ejemplar. ?l fue el influyente padrino del revival folk que puso banda sonora a las revoluciones sociales del 68 y tambi¨¦n protagonista de incidentes que han pasado al anecdotario universal de la m¨²sica, como el que le acusa de haber querido cortar con un hacha la corriente de la guitarra el¨¦ctrica con la que Dylan ¡°electrocut¨® simb¨®licamente¡± el Newport Folk Festival de 1965, marcando un antes y un despu¨¦s en la historia de la m¨²sica. ¡°Bob Dylan es uno de los mejores compositores de la historia, un tipo extraordinario¡±, se limita a decir sobre un incidente que ha explicado as¨ª en docenas de entrevistas: ¡°Estaba cantando Maggie¡¯s farm y no se entend¨ªa nada porque el micr¨®fono distorsionaba su voz. Le dije al t¨¦cnico de sonido que lo arreglara y dijo que no. Yo solo quer¨ªa que se escuchara la letra, pero no ten¨ªa nada en contra de su guitarra el¨¦ctrica¡±.

Los sesenta fueron tambi¨¦n a?os dif¨ªciles marcados por el asesinato pol¨ªtico de l¨ªderes como JFK, el senador Bobby Kennedy, Martin Luther King o Fred Hampton. Y Seeger tambi¨¦n sufri¨® amenazas de muerte, aunque dice no haber sentido nunca miedo, a pesar de que lleg¨® incluso a conocer a un hombre que fue a uno de sus conciertos para matarle y acab¨® enamor¨¢ndose de su m¨²sica y abortando su plan. ¡°A veces me he re¨ªdo pensando en lo cerca que he estado de la muerte porque s¨¦ que hasta lo han discutido a escasos kil¨®metros de mi casa (un grupo del Ku Klux Klan a¨²n est¨¢ activo cerca de Beacon). Si no lo hicieron yo creo que fue porque conmigo muerto m¨¢s gente habr¨ªa cantado mis canciones. Y esa idea no les hac¨ªa gracia¡±. Es decir, ?la m¨²sica le salv¨® la vida? ¡°Es muy posible. La m¨²sica es poderosa. Mira lo que ocurri¨® hace poco en Oslo. Es una de las cosas m¨¢s emocionantes que se han hecho con mis canciones¡±. El pasado abril Anders Behring Breivik, autor confeso de la masacre de la isla de Utoya (donde murieron 69 personas), declar¨® ante un juez que la versi¨®n local de la canci¨®n de Seeger My rainbow race ¡°es un instrumento marxista para lavarle el cerebro a los ni?os¡±. La respuesta de los noruegos fue contundente: 40.000 personas acudieron a las puertas de la prisi¨®n de Oslo donde est¨¢ encerrado Breivik y cantaron al un¨ªsono aquel tema que ahora Seeger vuelve a tararear para recordarle a la periodista una letra que habla de la necesidad de aprender a compartir.

No recuerda cu¨¢ntas canciones ha escrito, ni los conciertos que ha protagonizado, ni muchos de los discos que ha publicado (m¨¢s de un centenar), ni siquiera el que propicia esta entrevista: The Complete Bowdoin College Concert 1960, cuya grabaci¨®n hom¨®nima acaba de editarse en Espa?a, con dos canciones in¨¦ditas, Al Smith holds the bottle y I had a dream. ¡°No suelo escuchar discos¡±, se excusa. El motivo es solo uno: ¡°Todav¨ªa tengo demasiada m¨²sica en la cabeza¡±. Tanta que incluso acuciando el cansancio de las casi dos horas de conversaci¨®n, Seeger decide cantar el ¨²ltimo tema que ha compuesto, ¡°el m¨¢s breve de mi repertorio, escrito hace unas semanas mientras pasaba la tarde en el sill¨®n junto a Toshi¡±. Y es que aunque haya tenido una existencia apasionante, a los 93 a?os las cosas que realmente importan se reducen a la sencillez de un pu?ado de versos: ¡°Afuera llueve, afuera hay niebla, afuera hay viento, pero no importa porque estamos juntos frente al fuego¡±.

The Complete Bowdoin College Concert 1960 est¨¢ distribuido en Espa?a por Karonte.

El primer ecologista

Los a?os setenta le vieron alejarse del activismo tradicional para concentrarse en una forma nueva de hacer pol¨ªtica: las reivindicaciones ecologistas y la lucha a peque?a escala, como la que le llev¨® a construir el velero Clearwater, una r¨¦plica de los barcos que recorr¨ªan el r¨ªo Hudson en el siglo XIX y con la que inici¨® una campa?a para descontaminar las aguas de aquel r¨ªo, una quimera que cuarenta a?os despu¨¦s es una realidad. Seeger concienci¨® a los vecinos del valle del Hudson de la necesidad de limpiarlo y de exigir a las autoridades locales mano dura contra las industrias que lo contaminaban, obligando con la presi¨®n ciudadana ¡ªy un festival anual, el Clearwater¡ª a cambiar las leyes. En tiempos tan necesitados de sue?os como los que vivimos, sin duda un ejemplo inspirador de c¨®mo la lucha de David contra Goliat no es necesariamente una f¨¢bula. ¡°Yo me atrevo a decir que la gente con dinero desear¨ªa que el partido comunista renaciera porque era mucho m¨¢s f¨¢cil de controlar. Ahora sabemos c¨®mo atacarles. Miles de peque?os grupos aqu¨ª y all¨¢. Es imposible controlarlos a todos. Y cuando sepamos usar a¨²n mejor Internet ya ver¨¢s¡­¡±. ?l no utiliza la Red, pero es consciente de c¨®mo la est¨¢n utilizando movimientos como Ocupa Wall Street, para el que cant¨® en las calles de Nueva York el pasado oto?o. ¡°No creo que la juventud de este pa¨ªs est¨¦ adormecida. Al contrario. Creo que hoy se escriben m¨¢s canciones protesta que nunca. El trabajo m¨¢s importante de mi vida ha sido ense?arle a la gente que no tienes que ser rico y famoso para hacer una canci¨®n que invite a otra gente a cantar. El poder de la m¨²sica est¨¢ en la gente¡±. Con su aire risue?o asegura que la edad le ha convertido en un tipo m¨¢s optimista. ¡°Sigo escuchando a la gente cantar conmigo y eso me sube la moral¡±. Durante sus a?os marxistas crey¨® ciegamente en el dicho ¡°la religi¨®n es el opio del pueblo¡±. ¡°Hoy creo que dios es la eternidad y que en la eternidad hay m¨²sica¡±. Y sorprendentemente en su conversaci¨®n se cuelan a menudo par¨¢bolas b¨ªblicas. ¡°Yo me veo como ese agricultor del que habl¨® Cristo que ha puesto semillas aqu¨ª y all¨¢. Por eso es dif¨ªcil definir la canci¨®n protesta. Unas semillas crecen brevemente y mueren r¨¢pido y otras permanecen. Las canciones son as¨ª: a veces algunas se interpretan de forma literal incluso si su autor no lo siente as¨ª. El mejor ejemplo es The times they are A-changing. Dylan nunca se imagin¨® que la gente se la tomar¨ªa tan en serio¡±. Cita a menudo al primer gran soci¨®logo de raza negra, W. E. B. du Bois, pero quiere terminar la conversaci¨®n con las palabras de otro de esos grandes hombres que pueblan su biblioteca: Adlai Stevenson, un dem¨®crata que fue embajador de Kennedy ante la ONU y que falleci¨® de un ataque al coraz¨®n en 1965. ¡°Sobre su escritorio se encontr¨® un fragmento extraordinario de un discurso que dio ante la ONU y que siempre llevo conmigo¡±. Y sacando de su cartera un papel viejo y arrugado, Seeger recita casi de memoria un mantra que a pesar de haberse escrito hace 50 a?os, desgraciadamente suena tan actual como alejado del pensamiento de los pol¨ªticos del siglo XXI: ¡°Viajamos juntos, pasajeros de esta peque?a nave que depende de sus vulnerables reservas de aire y tierra; comprometidos para nuestra seguridad con la paz y la seguridad; a salvo de la aniquilaci¨®n solo por el cuidado, el trabajo y, yo dir¨ªa, el amor que le damos a nuestra fr¨¢gil embarcaci¨®n¡±.?

Babelia

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