El h¨¦roe fr¨¢gil
Solo esos ojos azules y esa mirada entre so?adora y atormentada nos pod¨ªan dar todo lo que hab¨ªa en el alma de dos de nuestros grandes h¨¦roes. Uno de verdad, el coronel T. E. Lawrence, Lawrence de Arabia, el torturado y desmesurado conductor de la revuelta de los beduinos; el otro de papel, Jim, Tuan Jim, Lord Jim, el personaje de la novela hom¨®nima de Joseph Conrad. El hombre del desierto y el marino. Ninguna mirada como la de Peter O'Toole para reflejar la infinitud de las arenas y la inmensidad del mar, esos dos indome?ables espacios creados para doblegar el orgullo del hombre y someterle a la prueba del valor.
Tanto Lawrence como Jim eran so?adores. Y vieron sus sue?os enfrentados (y quebrados) ante la realidad. Eran hombres d¨¦biles como todos los imbuidos de una idea rom¨¢ntica de la existencia, todos los que tienen conciencia y sobresalen en esa cualidad tan peligrosa que es la imaginaci¨®n. Pero su debilidad extraordinaria no les condujo sino al centro de la acci¨®n, y ah¨ª, en el torbellino de la aventura, donde se sopesa el rev¨®lver y no hay m¨¢s remedio que echarle agallas, a encontrar una fortaleza postiza y disfrazarse pasajeramente de valientes. Peter O'Toole encarnaba como nadie esa fragilidad de los h¨¦roes, y la inexorabilidad de su destino. Ya fuera avanzando contra el viento del desierto en su camello o en medio del tif¨®n a bordo del Patna, dirigi¨¦ndose veloz en motocicleta al encuentro de la muerte o caminando tranquilamente, chaqueta al hombro, hacia la boca de las pistolas de Doramin.
Era un gran actor shakespeariano y ese amor por el bardo lo un¨ªa tambi¨¦n a Lawrence y a Jim. Se ha ido con ellos. ¡°Y ese es el final. Se disipa bajo una nube, inescrutable en el coraz¨®n¡±. Uno de los nuestros.
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