Liturgias marcheneras de ida y vuelta
La cantaora Roc¨ªo M¨¢rquez presenta su nuevo trabajo ¡®El Ni?o¡¯ ante un Auditorio entregado
Claroscuro y silencio. Roc¨ªo M¨¢rquez aparece vestida con mono de lunares blancos y negros, mant¨®n azabache cruzado. Preside la sala de c¨¢mara del Auditorio flanqueada por esas dos torres gemelas que son Los Mellis y comienza con una grana¨ªna del rev¨¦s en el vac¨ªo, que quiebra la frialdad de la sala. Tanto sabe de liturgia el flamenco como el cura. Y por eso en esta misa profana de viernes por la noche en Pr¨ªncipe de Vergara hay sones de Pepe Marchena, pero tambi¨¦n alaridos de ultratumba y ligeros glorias de alabanza a tierras lejanas que vistieron el flamenco de canela y caf¨¦.
Llegaba Roc¨ªo M¨¢rquez al Auditorio Nacional para mostrar lo que lleva tres a?os trabajando para construir su nuevo disco El Ni?o, que rinde homenaje a la creatividad insaciable del cantaor Pepe Marchena. No hay que buscar gargantas rotas ni desgarros es los conciertos de la cantaora: mesura y sutileza, voz limpia y medida son sus se?as de identidad. Tras la profunda grana¨ªna, llega una guajira en la que se gusta cantando con los labios sellados dando paso a unos fandangos a la Cruz de Piedra en los que alardea de poder apurar el registro por los agudos y los graves, invocando al cante antiguo.
La liturgia sigue con la milonga y llega el momento de un evangelio que a la guitarra nadie proclama como Pepe Habichuela. Recibido por un clamor, el guitarrista prologa a la onubense con oberturas de filigrana para afrontar una pasi¨®n amarga de seguiriya que se torna taranta no apta para o¨ªdos conformistas, que anuncia que lo que venga despu¨¦s ser¨¢ una ruptura.
La Romanza a C¨®rdoba, ecuador del concierto, se torna un preg¨®n de voz calmada como una arroyo que conmueve, y apenas nadie repara en esa palabra que a la cantaora se le atasca, porque en la retah¨ªla el p¨²blico ha quedado conquistado. Y a¨²n con la hipnosis y el derroche de aplauso caliente, comienza la ruptura. Punto y aparte en el que la cantaora se pone en pie y se acompa?a de las voces moduladas del Ni?o de Elche, de la bater¨ªa y de la guitarra el¨¦ctrica. Y aqu¨ª comienza el flamenco contempor¨¢neo y rompedor, en el que una saeta termina en alaridos estremecedores y la melod¨ªa de la canci¨®n Los esclavos una letan¨ªa de n¨²meros recitados con parsimonia como un rosario insensible y fr¨ªo mientras Roc¨ªo M¨¢rquez se quiebra la voz para ponerle trasfondo dram¨¢tico.
Al final, hay algo conectado entre el p¨²blico que sale del Auditorio y aquel que sal¨ªa de o¨ªr a Pepe Marchena, salvando las distancias. Algunos, una vez aplaudido hasta rabiar, buscan la calle para susurrar que la primera parte les ha gustado mucho pero que la segunda la respetan pero¡ A¨²n resuena en la sala los versos a la rosa de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y las voces de Los Mellis, y la fiesta ha terminado. Y aquellos cantes de ida y vuelta que le gustaban a Marchena, y a los que ¨¦l les dio un giro, han vuelto de nuevo a hacer de las suyas. Siempre girando, siempre distintos, como el flamenco mismo: siempre vivo y siempre cambiante.
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