Emilio Lled¨®, la vida desde lo m¨¢s alto
Para el joven fil¨®sofo, la aspiraci¨®n a entender constituye uno de los est¨ªmulos m¨¢s importantes para la tarea de pensar reci¨¦n emprendida. Nada hay para ¨¦l comparable a esos momentos en los que cree sentir que est¨¢ rozando el todo con los dedos, cumpliendo as¨ª la vieja fantas¨ªa de comprender el conjunto de cuanto nos pasa, el sue?o secular de alcanzar esa privilegiada ubicaci¨®n del esp¨ªritu desde la que se domina por entero lo que hay y lo que hubo. No es momento ahora ¡ªapenas iniciada la presente reflexi¨®n¡ª de adentrarnos en las causas de ello. Tal vez tama?a ilusi¨®n se deba a que, como se?alaba Jaime Gil de Biedma en su poema P¨ªos deseos al empezar el a?o, ¡°...el placer del pensamiento abstracto/ es lo mismo que todos los placeres:/ reino de juventud¡±.
Como tantas otras cosas, con los a?os la expectativa se va desvaneciendo ¡ªo se va tornando m¨¢s modesta, d¨ªganlo como quieran¡ª y el fil¨®sofo en edad madura ya no aspira, como cuando ¨¦l mismo era joven, a alcanzar aquel imaginario lugar privilegiado que le habr¨ªa permitido una contemplaci¨®n panor¨¢mica de la totalidad de lo existente, sino que tiende a pensar que la raz¨®n de ser de su actividad debe entenderse bajo otra clave. Su nuevo convencimiento bien podr¨ªa enunciarse as¨ª: el sentido de la tarea del fil¨®sofo ya no consiste tanto en proponerse dar cuenta de la realidad por completo, como en describir lo mejor posible c¨®mo se ve dicha realidad desde el concreto lugar en el que se encuentra situado.
Pero, claro, hay lugares y lugares. Y el que ocupa Emilio Lled¨® es, en un determinado sentido, un lugar privilegiado desde m¨¢s de un punto de vista. Poseedor de un vast¨ªsimo conocimiento tanto de la filosof¨ªa griega como de la tradici¨®n germ¨¢nica moderna y contempor¨¢nea, su manera de entender la ocupaci¨®n del fil¨®sofo ha estado siempre alejada de las oscuridades abstrusas a las que tradicionalmente han sido proclives sus colegas, de las referencias eruditas o de cualquiera de los tics academicistas habituales en el medio filos¨®fico. Cuando en cierta ocasi¨®n le pregunt¨¦ por qu¨¦ no reeditaba un texto juvenil inencontrable sobre Plat¨®n del que era autor, me respondi¨®, con desarmante humildad, que porque era un escrito lleno de citas y referencias, y que, a determinadas alturas de la vida, ¡°ya no se trata de eso¡±.
Se trata, en efecto, de otra cosa. Se trata, como dec¨ªamos, de hacerles saber a los dem¨¢s lo que uno ve. Y uno ve, en gran medida, lo que sabe. Y sabe lo que ignora. Emilio Lled¨® est¨¢ convencido de que lo que m¨¢s importa contar est¨¢ en un sitio distinto a aquel en el que todos se empe?an en buscar: no se encuentra en un rinc¨®n escondido, sino a la vista de todos (como dec¨ªa Wittgenstein, recurriendo a la imagen de la mosca y el frasco, aunque tambi¨¦n nos servir¨ªa para lo mismo aludir a la carta robada de Poe). Su secreto, pues, es un secreto a voces: es esa casi milagrosa capacidad que atesora para asombrarse cada d¨ªa, como si la vida empezara de nuevo con cada amanecer, y no hubiera mejor tarea a la que aplicarnos que saborear los regalos que nos trae la luz de la ma?ana. Por eso contin¨²a escribiendo con pasi¨®n, por eso le brillan los ojos cuando se le ocurre una idea, por eso es capaz de narrar, con emocionada admiraci¨®n, la llamada telef¨®nica de un Gadamer centenario, entusiasmado por haber entendido el fragmento de un presocr¨¢tico. De este fuste es tambi¨¦n Emilio Lled¨®. Un fil¨®sofo sencillo, que se limita a asombrarse ante lo que pasa y que tiene la generosidad de contarnos c¨®mo se ve el mundo desde donde ¨¦l est¨¢. Desde lo m¨¢s alto del pensar y de la vida.
Babelia
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