El valor del socarr¨®n
'Las letras entornadas', de Fernando Aramburu, re¨²ne art¨ªculos y evocaciones que entregan la voz al autobi¨®grafo ambulante
Ese chaval¨ªn avispado con la mano en el pecho y la colilla en la boca es Fernando Aramburu. No ten¨ªa entonces la m¨¢s remota idea de lo que iba a ser su vida, aunque s¨ª sab¨ªa que le gustaban la calle, la pelota, la bronca y la dispersi¨®n. Ese fue el parad¨®jico combustible que har¨ªa de ese muchacho un lector y, despu¨¦s, el escritor c¨¢lido, heterodoxo y valiente que acab¨® siendo, cuando un profe imprevisible le dio unos poemas ¡ªde Blas de Otero, y nada evit¨® ¡°el efecto de una perturbaci¨®n¡±¡ª o el lector casual descubri¨® otros para no borrarlos ya m¨¢s, como los de Vicente Aleixandre. En casa aceptaron estupefactos que no se moviese de su habitaci¨®n, y leyese horas y horas de noche, hasta el extremo de hacer visible la inquietud del padre silencioso y ateo tranquilo ¡ª¡°no hac¨ªa, ego¨ªsmo supremo, m¨¦ritos morales para ganar la gloria eterna¡±¡ª en forma de 200 pesetas regaladas para que fuese a disfrutar de la vida de verdad, en las calles y a golpe de burdel, aunque la primera entrada en uno fue seguida de inmediata salida: igual hab¨ªa que gastar unos duros en la barra. En el fondo y la forma, la vida fuera era mucho menos potente que en la cabeza del Rask¨®lnikov de Crimen y castigo: all¨ª, en la calle, la gente no andaba todo el d¨ªa discutiendo consigo mismo atormentadamente. Pronto iba a ayudar el propio Aramburu a aumentar la brega, cuando funda con otros colegas un grupo de ra¨ªz surrealista para hacer actos, revistas y poemas: CLOC, que suena tan bien. A nosotros, sin embargo, sobre todo nos gusta el destilado de aquella movida provocadora: el novel¨®n que public¨® a sus 40 a?os con el t¨ªtulo de Fuegos con lim¨®n. No s¨¦ si ya era calvo y si la barba era canosa, pero estaba en esa novela el escritor que fuma achinado y ni?o en la cubierta de este libro.
?Es una autobiograf¨ªa Las letras entornadas, pues? No, es una colecci¨®n de ensayos, art¨ªculos, pr¨®logos y evocaciones vestidos con una leve forma narrativa que a ratos se hace artificiosa pero que entrega la voz al autobi¨®grafo ambulante. Sabremos ah¨ª qui¨¦n puso el aut¨¦ntico punto final a Fuegos con lim¨®n y cu¨¢ndo apareci¨® en su vida, para seguir en ella, una melena morena y guapa; sabremos de sus clases de espa?ol en Alemania y sabremos de la bendita prudencia con que trata asuntos susceptibles de la mayor de las solemnidades: ?qu¨¦ es eso de culpar a los lectores por lo que leen? ¡°En un pa¨ªs civilizado, los ciudadanos est¨¢n en su derecho de leer o no leer, y si lo hacen, de elegir lo que leen y leer de acuerdo con est¨ªmulos o expectativas de su exclusiva incumbencia¡±, contra la fantas¨ªa ilustrada de tanto predicador endomingado: ¡°No se puede endosar a los lectores la responsabilidad de sostener la literatura¡±, claro que no, sobre todo si lo dice alguien que promueve el elogio entusiasta de un entusiasta de la literatura, como el cr¨ªtico Reich-Ranicki, o alguien que deja escrito el homenaje de amistad y literatura a un escritor da?ado y secreto, como Juan Gracia Armend¨¢riz, o a la admiraci¨®n ante la independencia radical de Ramiro Pinilla.
La lista de impactos literarios y humanos de Aramburu es m¨¢s larga y densa, muy variada y nada restrictiva. Pero no tiene nada de casual que entre sus devociones est¨¦ la valent¨ªa aterida y la meticulosa venganza que Victor Klemperer dejar¨¢ para siempre en sus diarios, aunque sea solo ¡°un hombre acosado y d¨¦bil a quien no resta m¨¢s propiedad que su lucidez¡±. Si no fuese porque Aramburu no conoce la vanidad enfermiza y es al¨¦rgico a la soberbia, parecer¨ªa que hablase de s¨ª mismo y la valent¨ªa que cuaj¨®, como cuenta muy bien aqu¨ª, en un conjunto de relatos formidable, Los peces de la amargura, y en alguna otra novela radical como A?os lentos. El arte de la literatura y la lucidez no est¨¢n re?idas si son incompatibles: incluso siendo socarr¨®n, buena persona y valiente puede hacerse la alta literatura de Aramburu. Y esta vez lo cuenta ¨¦l.
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