Sea breve, cu¨¦ntemelo todo
La velocidad del consumo marca hoy nuestra relaci¨®n con el tiempo.
Ser¨¦ muy breve, empezar¨¦ por el final: ¡°Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu ten¨ªa la de ser diestro en el dibujo. El rey le pidi¨® que dibujara un cangrejo. Chuanzg Tzu respondi¨® que necesitaba cinco a?os y una casa con 12 servidores. Pasaron cinco a?os y el dibujo a¨²n no estaba empezado. ¡®Necesito otros cinco a?os¡¯, dijo Chuang Tzu. El rey se los concedi¨®. Transcurridos los 10 a?os, Chuang Tzu tom¨® el pincel y en un instante, con un solo gesto, dibuj¨® un cangrejo, el cangrejo m¨¢s perfecto que jam¨¢s se hubiera visto¡±. Con este brev¨ªsimo relato cerr¨® Italo Calvino su conferencia dedicada a la rapidez, la segunda del ciclo Seis propuestas para el pr¨®ximo milenio que prepar¨® durante el verano de 1985 y que la muerte le impidi¨® dictar en Harvard el curso siguiente. El escritor italiano insist¨ªa en que cada una de sus propuestas tambi¨¦n inclu¨ªa la contraria y ese cuento es lo demuestra bien. Con todo, Calvino arranca su charla contando una leyenda medieval para explicar que la eficacia de la oralidad est¨¢ en saltarse los detalles que no sirven para llamar la atenci¨®n de un auditorio generalmente distra¨ªdo. Por si fuera poco el paralelismo con nuestro presente ¡ª?no son WhatsApp o Twitter una suerte oralidad por escrito?¡ª, el autor de las Las Cosmic¨®micas a?ade un vaticinio: ¡°En los tiempos cada vez m¨¢s congestionados que nos aguardan, la necesidad de literatura deber¨¢ apuntar a la m¨¢xima concentraci¨®n de la poes¨ªa y del pensamiento¡±.
Cuando Calvino muri¨® hace 30 a?os, Internet viv¨ªa en la prehistoria y, por su cuenta, en la fantas¨ªa de Borges, que en ¡®El libro de arena¡¯ (1975) hab¨ªa imaginado un texto infinito que cambiaba cada vez que se abr¨ªan sus p¨¢ginas. Podr¨ªa pensarse que los tiempos ¡°congestionados¡± de los que habla el escritor son hoy los del flujo continuo de Internet en un mundo abierto las 24 horas, ese mundo acelerado y disperso al que los fil¨®sofos llaman atomizado para distinguirlo del tiempo hist¨®rico (lineal e ininterrumpido) y del ancestral tiempo m¨ªtico (est¨¢tico y cerrado). Sin embargo, ¨¦l mismo recuerda que el texto inaugural de la era de la velocidad es, en literatura, El coche correo ingl¨¦s, de Thomas de Quincey, que ya en 1849 prefigur¨® un futuro motorizado y de v¨¦rtigo.
En el fondo, la met¨¢fora de una humanidad que no descansa nunca tiene ciertas esquinas. Los que abren las 24 horas son algunos comercios anal¨®gicos y todos los digitales. Esa es la gran mutaci¨®n de nuestro presente: la continuidad del consumo en un mundo eminentemente discontinuo. Los ciclos de la naturaleza ?¡ªcuyos recursos, ay, sabemos limitados¡ª han sido sustituidos por los de la moda, que parecen los mismos ¡ªprimavera-verano, oto?o-invierno¡ª, pero no son m¨¢s que la sublimaci¨®n de uno de los grandes inventos del comercio: la obsolescencia programada. Saturno (Cronos) sigue devorando a sus hijos. La diferencia es que ahora come con los ojos.
Puede que un d¨ªa los ciclos de la vida los marque en Occidente la aparici¨®n de cada nuevo iPhone
M¨¢s que en la pesadilla borgiana de lo que nunca termina (no se olvida, no muere), vivimos en el sue?o de los padres del marketing. En los a?os treinta del siglo pasado un pionero de la publicidad, Earnest Elmo Calkins, acu?¨® el t¨¦rmino ¡®ingenier¨ªa del consumo¡¯. ¡°Hay dos tipos de productos¡±, dec¨ªa, ¡°aquellos que usamos (los coches, las maquinillas de afeitar) y los que agotamos (el dent¨ªfrico, las galletas). La ingenier¨ªa del consumo debe asegurarse de que agotemos el tipo de productos que ahora solamente usamos¡±. Misi¨®n cumplida. Puede que un d¨ªa los ciclos de la vida los marque en Occidente la aparici¨®n de cada nuevo iPhone.
Una de las mejores reacciones art¨ªsticas a esta cultura de la fugacidad ya augurada por Italo Calvino es una pel¨ªcula en la que, justamente, el tiempo condiciona a la vez la forma y el contenido, por fin inseparables: The Clock (el reloj). Firmada por el artista Chistian Marclay, la obra caus¨® furor cuando se estren¨® en 2010 en la galer¨ªa White Cube de Londres. Al a?o siguiente gan¨® el Le¨®n de Oro de la Bienal de Venecia. The Clock dura 24 horas y cada una de sus secuencias se refiere al minuto en que el espectador est¨¢ viendo la pel¨ªcula: si en la vida real son las 11 de la ma?ana, la pantalla recoge una escena en la que un reloj o un personaje indican las 11 de la ma?ana. Fragmentaria y total a la vez, The Clock es un collage de secuencias de pel¨ªculas anteriores: de Solo ante el peligro a Luna de papel pasando por El hombre mosca, con Harold Lloyd colgando de las tres menos cuarto. Apenas circula un pu?ado de copias y hasta tres instituciones (la Tate, el Pompidou y el Israel Museum) llegaron a ponerse de acuerdo para comprar una.
Los Angeles County Museum of Art exhibe la suya hasta el pr¨®ximo 7 de septiembre. Le cost¨® 430.000 euros. Si lo piensan en minutos parece m¨¢s barato. Por si acaso, Jim Jarmusch, tambi¨¦n cineasta, suele decir que en el tri¨¢ngulo r¨¢pido-bueno-barato uno de los lados es siempre incompatible con la combinaci¨®n de los otros dos. Si es bueno y r¨¢pido no puede ser barato, etc¨¦tera. El tiempo parece darle la raz¨®n. Otra cosa es lo que diga la reforma laboral.
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