Los viejos buenos tiempos de Bryan Adams
El canadiense explota el carisma esc¨¦nico y su repertorio m¨¢s evocador de los a?os ochenta para salir airoso de Vistalegre, un espacio horroroso
Bryan Adams es un rockero honesto y esforzado que con seguridad ha conocido tiempos mejores. Lo bastante buenos, de entrada, como para no merecerse terminar en el palacio Vistalegre, ese escenario de la infamia al que acab¨® relegado en su visita madrile?a de este jueves. Puede que Adams no encabece ahora mismo la banda m¨¢s distinguida del circuito internacional, pero es imposible evaluar los aut¨¦nticos m¨¦ritos y debilidades del quinteto en el interior de ese engendro de hormig¨®n, un espacio donde cada nota retumba y se emborrona como quien probara una casete en un tenderete del mercadillo. En esas circunstancias, decir que el rubio canadiense propici¨® dos amenas horas cumplidas de espect¨¢culo es un acto de justicia y un elogio que supera el verbo estricto. M¨¢s all¨¢ de arquetipos y rutinas, y parafraseando una de sus viejas canciones, el chico a¨²n sigue queriendo rockear.
Llegaba Bryan con nuevo disco bajo el brazo, Get Up, del que se conform¨® con suministrar cuatro prudentes canciones. El lozano y reverenciado Reckless (1984), en cambio, reviv¨ªa tantos inviernos despu¨¦s en sus tres cuartas partes. El de Ontario sabe c¨®mo contentar a la nutrida parroquia (5.000 espectadores) y quiz¨¢ barrunte sus limitaciones presentes. You belong to me, por ejemplo, se antoja un pasatiempo ventilado en diez minutos, y lo m¨¢s solvente del nuevo repertorio, Brand new day (primer bis), bordea el autoplagio de Summer of ¡®69. Aquella infalible evocaci¨®n de tiempos m¨¢s propicios fue seguramente lo m¨¢s coreado de la noche. Es dif¨ªcil resistirse a ese tipo de cr¨®nicas de voluptuosidades inici¨¢ticas; cosquillas de arenales c¨¢lidos y dedos torpes.
M¨¢s all¨¢ de arquetipos y rutinas el chico a¨²n sigue queriendo rockear
Sucede que en 1984 Bryan Adams parec¨ªa un aceptable competidor para esa liga del rock americano que se disputaban Springsteen y Tom Petty & The Heartbreakers, tal vez con John Mellencamp en puestos de Champions. Aquellas mieles hoy no pasan de r¨¦moras, pero el autor de Run to you apura bien las bazas del carisma y la versatilidad: tan pronto pone a bailar a un par de hermanas para que las inmortalicen por las pantallas gigantes durante un l¨²brico blues (If ya wanna be bad ya gotta be good) como se queda solo con la ac¨²stica para la pegadiza When you¡¯re gone, hijastra de la Costa Oeste en los setenta. Y alterna atinadamente la melaza, llevadera en Heaven y muy cargante a la altura de Everything I do I do it for you, con alg¨²n ramalazo de rock sucio: Kids wanna rock o ese velado homenaje a AC/DC que se titula The only thing that looks good on me is you.
Nada de lo antedicho sirve para propiciar la sorpresa o el entusiasmo, pero volver atr¨¢s en el calendario siempre ablanda los corazones: m¨¢s de uno pudo retrotraerse a aquellos a?os ochenta libres de hipotecas, en cualquier acepci¨®n. Viejos buenos tiempos en los que hasta un disco de Bryan Adams parec¨ªa una buena idea en las estanter¨ªas del Discoplay.
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