Ruina sobre ruina
La biograf¨ªa de Nube Roja, una exposici¨®n sobre el Lejano Oeste y un trabajo sobre la naci¨®n imperial recuperan los rastros que deja el hurac¨¢n del progreso
Corr¨ªa el a?o 1866. La Guerra de Secesi¨®n hab¨ªa terminado y la nueva naci¨®n volv¨ªa a ponerse en marcha. ¡°Los pol¨ªticos de ambos bandos se vieron presionados por los contribuyentes cansados de mantener al ej¨¦rcito en la frontera, profesional y caro, cuando la costosa tarea de la Reconstrucci¨®n solo acababa de empezar¡±, escriben Tom Clavin y Bob Drury. Eran pocos ya los que se apuntaban a las milicias de voluntarios para dirigirse al Lejano Oeste y, tras el conflicto, eran cada vez menos los que se alistaban como soldados, as¨ª que el ¡°problema indio¡± volvi¨® a convertirse en uno de los asuntos de los que deb¨ªan ocuparse los nuevos congresistas. As¨ª que armaron numerosas comisiones para enfrentarse a una cuesti¨®n que a todos ellos les resultaba remota y molesta y que, pensaban, se iba a resolver con unos cuantos trabajos de ¡°investigaci¨®n de los hechos¡±. Un poco m¨¢s all¨¢ de la capital, sin embargo, las cosas se ve¨ªan de otra manera. Un senador de Wisconsin, de los que estaban convencidos de que la paz era urgente, formul¨® en un discurso en la Denver Opera House una pregunta ret¨®rica: ¡°?Hay que introducir a los indios en reservas y civilizarlos, o exterminarlos?¡±. El auditorio lo ten¨ªa claro. Interrumpi¨® su exposici¨®n para bramar con total convicci¨®n: ¡°?Exterminarlos! ?Exterminarlos!¡±.
Clavin y Drury son los autores de El coraz¨®n de todo lo existente, una biograf¨ªa de Nube Roja, el gran jefe sioux, que acaba de traducirse en Espa?a. Ah¨ª cuentan los afanes de Washington por llegar a un acuerdo con las tribus de las Grandes Llanuras y evitar, as¨ª, tantas muertes y terminar de una vez con los asaltos que padec¨ªan los emigrantes y colonos que se trasladaban a aquellas zonas para buscarse la vida. En 1865 hab¨ªan enviado a diferentes agentes indios a tratar con ¡°grupos de hunkpapas, yankyonais, sioux pies negros, yanktons, sans arcs, dos calderas y brules que viv¨ªan cerca del r¨ªo Missouri¡± para buscar alg¨²n acuerdo, prometi¨¦ndoles tierras y aperos de labranza y semillas. Les invitaban a ser unos pac¨ªficos agricultores y les promet¨ªan protegerlos de sus enemigos.
¡°Los sioux se mostraron, por supuesto, reticentes. Vivir en casas, arar campos, enviar a sus hijos a la escuela: esos eran principios del hombre blanco¡±, explican Clavin y Drury. Y esos principios no ten¨ªan nada que ver con ellos, acostumbrados a la vida n¨®mada, y organizados en torno a lo ¨²nico a lo que le daban verdadera importancia: la caza del b¨²falo. Adem¨¢s amaban la guerra y en el campo de batalla, donde persegu¨ªan la gloria, cualquier sioux era exhibicionista. ¡°Cuando se hac¨ªa con una cabellera, cortaba una mano de un machetazo, arrancaba un ojo o amputaba un pene, gritaba a pleno pulm¨®n para proclamar su grandeza¡±.
A Nube Negra, que hab¨ªa nacido en 1821, lo describen como un guerrero elegante (¡°montaba, caminaba y acechaba como una pantera, sin realizar nunca un gesto superfluo¡±), brutal (¡°era como el s¨ªlex¡±, ¡°duro y de estallido f¨¢cil¡±) y arrogante. Aunque su fama no sea la de Toro Sentado y Caballo Loco, los jefes sioux que se impusieron en la batalla de Little Big Horn, Nube Roja fue en realidad el ¨²nico en derrotar en una guerra al ej¨¦rcito de Estados Unidos y obtener la paz seg¨²n sus propios t¨¦rminos. El monstruo patoso de la Historia llevaba propinando golpes desde hace tiempo a las tribus indias y s¨®lo faltaba que les diera ya el manotazo definitivo que iba a empujar a esos feroces guerreros al estercolero. La mayor parte de ellos fueron simplemente masacrados. Hubo otros que terminaron recluidos en las reservas y, entre estos, algunos incluso llegaron a triunfar en el mundo del espect¨¢culo: se enrolaron en la troupe de Buffalo Bill para recorrer Estados Unidos como monos de feria que representaban las glorias y miserias del legendario Lejano Oeste.
¡°Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus¡±, escribi¨® Walter Benjamin en su Tesis sobre la filosof¨ªa de la historia, y su observaci¨®n es tan pertinente, y tan hermosa, que resulta dif¨ªcil en este punto resistirse a reproducirla: ¡°En ¨¦l se muestra a un ¨¢ngel que parece a punto de alejarse de algo que lo tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas; as¨ª es como uno se imagina al ?ngel de la Historia. Su rostro est¨¢ vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, ¨¦l ve una cat¨¢strofe ¨²nica que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera ¨¦l detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Para¨ªso sopla un hurac¨¢n que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ¨¢ngel ya no puede cerrarlas. Este hurac¨¢n le empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante ¨¦l hasta el cielo. Ese hurac¨¢n es lo que nosotros llamamos progreso¡±.
El ?ngel de la Historia y el hurac¨¢n del progreso, y luego esa inmensa cat¨¢strofe que se presenta como una inagotable sucesi¨®n de ruinas. Cuanto les pas¨® a las tribus indias de Norteam¨¦rica puede incluirse en esa larga y mon¨®tona cr¨®nica de la destrucci¨®n. Es lo que Josep Maria Fradera llama ¡°la afirmaci¨®n del mundo moderno contra el salvajismo¡± en el cap¨ªtulo que dedica en La naci¨®n imperial (1750-1918) al avance hacia el Oeste del hombre blanco de los Estados Unidos. ¡°Detr¨¢s de la intensificaci¨®n durante los a?os treinta y cuarenta [del siglo XIX] de la pol¨ªtica de recolocaci¨®n de los indios se encontraba, como motor esencial, la lucha de tantos colonos por el espacio agr¨ªcola, as¨ª como la expansi¨®n de la frontera esclavista¡±, escribe.
En ese contexto se tom¨® en 1834 la decisi¨®n de formar un pa¨ªs indio, Indian Country, donde fueran alojadas todas las tribus que iban siendo empujadas fuera de su hogar ante el af¨¢n colonizador del que habr¨ªa de convertirse en el imperio m¨¢s poderoso. Pero, como apunta Fradera, ¡°la Indian Country no tuvo nunca ni unas fronteras definidas ni un estatuto de territorio reconocido¡±, y termin¨® siendo ¡°un espacio enorme pero menguante, sin contornos definidos y sin administraci¨®n ni ej¨¦rcito capaz de imponerse a los deseos e impulsos de colonizaci¨®n desde los Estados Unidos¡±.
Los pol¨ªticos y legisladores montaron una pulcra fachada de declaraciones y normas y leyes, pero la terca realidad fue imponiendo su lado m¨¢s sombr¨ªo, y los indios fueron simplemente derrotados. Poco a poco, y a fuerza de reducirse, ese inmenso pa¨ªs indio que se les hab¨ªa prometido fue sometido a un lento pero inexorable proceso de erosi¨®n hasta quedar reducido a una caricatura: el de las reservas a las que finalmente fueron arrinconadas las tribus que consiguieron sobrevivir.
¡°La deportaci¨®n y encerramiento de los indios culmin¨® en el ¨²ltimo cuarto del siglo XIX¡±, cuenta Fradera, as¨ª que la guerra que libr¨® Nube Roja contra el ej¨¦rcito de Estados Unidos fue seguramente uno de los episodios finales de resistencia de aquellos terribles guerreros. Durante 1865, ese jefe sioux, dotado de una admirable capacidad organizativa y extraordinariamente h¨¢bil para tejer una amplia red de guerrillas de resistencia, dirigi¨® a unos 3.000 guerreros sioux, cheyenes del norte y arapahoes en una campa?a que cubr¨ªa un territorio equivalente a dos veces la superficie del Estado de Texas, ah¨ª en el Medio Oeste. Nube Roja luchaba por el b¨²falo y sus ataques a los colonos iban siendo tan certeros que, del otro lado, fue imponi¨¦ndose una idea que, en el verano de 1866 y tal como recogen Clavin y Drury, el nuevo comandante de la Divisi¨®n Militar de Missouri, el general William Tecumseh Sherman, resum¨ªa as¨ª en una carta al general Grant, su antiguo comandante durante la Guerra de Secesi¨®n: ¡°No vamos a dejar que unos pocos indios ladrones y andrajosos frenen y detengan el progreso. Tenemos que actuar con ¨¢nimo serio y vengativo contra los sioux, incluso hasta lograr su exterminio: hombres, mujeres y ni?os¡±.
?Exterminarlos, exterminarlos!: con argumentos de este tipo se va tejiendo el progreso. Cuenta Fradera que las ideas de superioridad de los colonos europeos sobre los indios se armaron durante los primeros a?os con materiales distintos. ¡°Materiales como el providencialismo calvinista, las ideas sobre la proverbial libertad inglesa o los derechos de colonizaci¨®n sobre terra nullius¡±. Luego se refiere a la buena fortuna y gran futuro que tuvo la justificaci¨®n de John Locke, que se basaba ¡°en una dr¨¢stica distinci¨®n entre el trabajo productivo de origen europeo en tierra americana y el meramente reproductivo de los ¡®pueblos cazadores¡±.
Sea como sea, las historias de las tribus indias norteamericanas s¨®lo representan una m¨ªnima parte del ambicioso proyecto que J. M. Fradera ha terminado por concretar en las casi 1.400 p¨¢ginas de La naci¨®n imperial despu¨¦s de largos a?os de estudio. Su despliegue de erudici¨®n es imponente, y su familiaridad con las fuentes y sus numerosas investigaciones en archivos muy distintos le han permitido construir un espectacular marco que ilumina la historia de los viejos grandes imperios, los de Gran Breta?a, Francia y Espa?a, a los que suma despu¨¦s el de Estados Unidos, bajo el prisma de las diferencias que fueron estableci¨¦ndose entre las metr¨®polis y las colonias.
Su trabajo abarca la larga ¨¦poca en la que se va gestando el Estado naci¨®n moderno y lo que deja claro Fradera es que esa construcci¨®n es profundamente deudora de las nuevas formas de expansi¨®n imperial. Conviene tener presente la gran fisura que a finales del siglo XVIII pone en cuesti¨®n a las viejas monarqu¨ªas europeas. Al otro lado del Atl¨¢ntico se ha producido la Declaraci¨®n de Independencia de los Estados Unidos y, a este, la Revoluci¨®n Francesa acababa de proclamar la Declaraci¨®n de derechos del Hombre y del Ciudadano. Un clamor por la libertad resuena en todas partes y, explica Fradera, esa idea de unos derechos que igualaban a los individuos fue un descubrimiento casi simult¨¢neo de metropolitanos y coloniales. Un nuevo mundo se anunciaba en el horizonte y las primeras se?ales avisaban de que, tanto los unos como los otros, iban a participar activamente en su construcci¨®n e iban a gozar de sus logros.
No ocurrir¨ªa tal cosa. Y de eso trata, precisamente, La naci¨®n imperial. Baja a tierra aquel fulgurante estallido de fraternidad universal y se pone a escrutar cada uno de los documentos que terminaron por darle forma al mundo contempor¨¢neo. Y lo que observa es que poco a poco se consolida un marco legislativo distinto para las metr¨®polis y para las colonias. Es verdad que, inicialmente, las nuevas Constituciones intentaron dar pleno derecho a unas y a otras comunidades. Pero m¨¢s adelante, y desde muy pronto, desde el golpe del Dieciocho Brumario de Napole¨®n Bonaparte, se impuso una ¡°Constituci¨®n dual¡±: ¡°inclu¨ªa una Constituci¨®n para la metr¨®poli y su ausencia en las colonias para que, de esta forma, ¨¦stas fuesen gobernadas a trav¨¦s de ordenanzas, decretos u ¨®rdenes emanadas directamente del Ejecutivo¡±, escribe Fradera.
¡°La universalizaci¨®n de la figura del ciudadano constituy¨® un momento esencial de la Revoluci¨®n¡±, explica. No dur¨® mucho: ¡°a mediados del siglo XIX todos los imperios se aprestaron a definir marcos muy restrictivos en cuanto a derechos e igualdad ante la ley para sus s¨²bditos coloniales, sobre todo para los de ¡®piel oscura¡±. Es en este punto donde toca volver a aquellas inmensas llanuras donde pastaban los b¨²falos y hacia las que se dirig¨ªan unas cuantas carretas con familias de colonos buscando un lugar donde instalarse. El hurac¨¢n del progreso nada sabe de los afanes que mueven a las criaturas humanas: desconoce la furia del guerrero sioux que no quiere que le arrebaten las colinas Black, donde corren rumores de que hay inmensas vetas de oro, y tampoco sabe nade de los sue?os que alimentan a aquellas familias que procuran apartar sus temores y parten hacia el Oeste con el af¨¢n de darles a sus hijos un futuro mejor. No tiene ni idea de la historia del Crucificado e ignora tambi¨¦n que aquellas tribus indias de Norteam¨¦rica consideraban que todo en el universo, ¡°desde las nubes del cielo hasta los insectos de la tierra, est¨¢ conectado como parte del Wakan Tanka¡±, cuentan Clavin y Drury.
La ilusi¨®n del Lejano Oeste es el t¨ªtulo de la exposici¨®n que puede verse hasta el 7 de febrero en el Museo Thyssen de Madrid. La ha organizado Miguel ?ngel Blanco y re¨²ne cuadros, fotograf¨ªas, objetos, mapas, carteles de cine, algunos de los libros-caja que forman parte de su Biblioteca del Bosque: un mont¨®n de materiales, en fin, que permiten reconstruir y volver a imaginar lo que fue todo aquello, la apasionante y compleja y contradictoria y amarga historia del encuentro de dos mundos, el del hombre blanco con el de las tribus indias, que eran bien distintas y que se comportaron de diferente manera con aquellos extra?os que de un d¨ªa para otro llegaron a las tierras que habitaban. Muchas veces comerciaron con ellos y llegaron a establecer lazos m¨¢s o menos duraderos; otros veces se enfrentaron, y procuraron destruirlos. La mirada de los blancos tambi¨¦n est¨¢ llena de matices. La complejidad es siempre la marca de las relaciones entre gentes tan radicalmente extra?as: por su historia, sus recursos, sus costumbres, sus creencias, sus tecnolog¨ªas.
La frontera es el escenario donde tiene lugar ese tr¨¢gico encuentro. M¨¢s pr¨®xima o m¨¢s lejana, representa la l¨ªnea imaginaria m¨¢s all¨¢ de la cual est¨¢ lo desconocido. Las expediciones que los blancos pusieron en marcha para averiguar qu¨¦ hab¨ªa m¨¢s all¨¢ tuvieron objetivos muy variados: militares, comerciales, cient¨ªficos. En algunas de ellas viajaron tambi¨¦n artistas. Es el caso de George Catlin, que visit¨® 48 tribus e hizo 300 retratos al ¨®leo y unas 200 escenas ceremoniales, o el de Karl Bodmer, que en 1837 dibuj¨® a los indios mandan antes de que una epidemia de viruela acabara con ellos. Hubo otros que, m¨¢s bien, quedaron fascinados por los paisajes que descubr¨ªan cuando avanzaban: el valle de Yosemite, el gran ca?¨®n de Arizona, las cataratas de San Antonio en el alto Mississippi.
En la exposici¨®n hay tambi¨¦n sitio para lo que ocurrir¨ªa m¨¢s adelante: el prodigio del cine que permiti¨® levantar a trav¨¦s del western un legendario mundo m¨ªtico donde se encontraron los vaqueros y los indios, solitarios pistoleros, damas fr¨¢giles, tipos codiciosos y hombres de orden. ¡°Infinidad de hombres torvos y atormentados transitan de un lado a otro en la rugosa cartograf¨ªa del western¡±, escribi¨® hace ya a?os con su brillantez habitual el cr¨ªtico ?ngel Fern¨¢ndez Santos en su libro M¨¢s all¨¢ del Oeste: ¡°Sombr¨ªos, huidizos, herm¨¦ticos, tenaces, lac¨®nicos, cargados su labios ¨Ccomo su rev¨®lver de proyectiles¨C de descargas de iron¨ªa o de silencio mortal, esos hombres no se quedan a donde llegan; en cualquier lugar siempre est¨¢n de paso; y su comportamiento p¨¦treo, persistente y esquivo tiene algo de tapadera de un abismo sin fondo, inaccesible: cabalgan y, mientras cabalgan, ocultan algo¡±.
As¨ª es, siempre hay una enorme zona oscura donde se encuentran gentes de procedencia diversa. ¡°Los indios de las Llanuras hab¨ªan pulido su ¨¦tica b¨¦lica durante siglos¡±, escriben Clavin y Drury en su biograf¨ªa de Nube Roja, ¡°y su l¨®gica marcial no era s¨®lo bastante sencilla, sino aceptada por todas las tribus sin cuestionamiento: no se pide clemencia, no se da clemencia; a todo enemigo, la muerte, y cuanto m¨¢s lenta y atroz, mejor. Un cuervo, pawnee, cheyene, shoshone o sioux derrotado que no muriese de inmediato en la batalla sufrir¨ªa tormentos inimaginables mientras pudiese soportar el dolor¡±. Por eso, tal vez, son tan inquietantes los rostros de todos esos indios que fotografi¨® Edward S. Curtis. Ya hab¨ªan sido derrotados. Conservan, a¨²n as¨ª, su grandeza. Pero algo hay en su mirada que recuerda al Angelus Novus que pint¨® Paul Klee y al que se refiri¨® Walter Benjamin para hablar del ?ngel de la Historia y el hurac¨¢n del progreso. Son miradas que, como el rostro del ¨¢ngel de Klee, parece que estuvieran vueltas hacia el pasado: ¡°Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos¡±, ya s¨®lo ven ¡°una cat¨¢strofe ¨²nica que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies¡±.
Tom Clavin & Bob Drury. El coraz¨®n de todo lo existente. La historia jam¨¢s contada de Nube Roja. Traducci¨®n de Esther Cruz Santaella. Capit¨¢n Swing. Madrid, 2015. 479 p¨¢ginas. 25 euros.
Josep Maria Fradera. La naci¨®n imperial (1750-1918). Vol I. y Vol. II. Edhasa. Barcelona, 2015. 1.376 p¨¢ginas. 75 euros.
?ngel Fern¨¢ndez-Santos. M¨¢s all¨¢ del Oeste. Debate. Barcelona, 2007 (primera edici¨®n: 1988). 250 p¨¢ginas. 19,90 euros.
La ilusi¨®n del Lejano Oeste. Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid. Hasta el 7 de febrero de 2016.
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