El caso de hombre asesinadito

El empe?o, casi encabezonamiento, de la producci¨®n cinematogr¨¢fica espa?ola actual (y seguro que tambi¨¦n del espectador, pescadilla que se muerde la cola) por la comedia asentada en la cotidianidad, la identificaci¨®n y el estereotipo convierten en casi una anomal¨ªa lo que en otros tiempos de nuestro cine era tan habitual como una norma: el ejercicio de la farsa vodevilesca alejada del realismo y buscadora del estrambote.

Aunque solo sea por eso, la apuesta de In¨¦s Par¨ªs en La noche que mi madre mat¨® a mi padre, su cuarto largometraje, por modelos de comedia considerados hoy fuera de sitio es bienvenida. As¨ª, aunque comparaciones como el Jardiel Poncela de Los ladrones somos gente honrada y Elo¨ªsa est¨¢ debajo de un almendro, o el Miguel Mihura de El caso de la mujer asesinadita, le vengan grandes, entre otras cosas porque a¨²n le faltar¨ªa subir el nivel en el apartado de la brillante iron¨ªa o el absurdo intelectual, su ambientaci¨®n en escenario (casi) ¨²nico, el gusto por el giro argumental sorpresa, y su mezcla de intriga detectivesca de corte poco trascendente y humorismo de equ¨ªvocos hacen pensar en tal vertiente.

Desde Miguel y William (2007), la creadora de A mi madre le gustan las mujeres (2002) y Semen, una historia de amor (2005), aquellas s¨ª, comedias basadas en una nueva cotidianidad, ha crecido mucho como directora. Y aqu¨ª, otro m¨¦rito m¨¢s, huye de ese desgraciado y extendido prototipo de puesta en escena televisiva basada en la planicie, la carencia de riesgo y el exceso de luz en los interiores, apostando por una fotograf¨ªa tenue y mucha c¨¢mara al hombro, muy ¨¢gil y sin subrayados, y por la captura de las reacciones en segundo plano. Un conjunto en el que cada int¨¦rprete, apenas seis personajes, toca siempre la tecla correcta.