Poco ruido y muchas nueces
El Festival de Glyndebourne convierte la ¨²ltima ¨®pera de Berlioz, todo un homenaje a Shakespeare, en una caja de m¨²sica m¨¢gica
Impresiona hasta qu¨¦ extremo ha sido exhaustiva y polifac¨¦tica en Reino Unido la celebraci¨®n del a?o Shakespeare. Una cuesti¨®n de Estado que abochorna el a?o cervantino y que repercute en el compromiso de la sociedad civil. Y tambi¨¦n al rev¨¦s, pues ocurre que la cultura no necesita en Gran Breta?a la implicaci¨®n de las administraciones para observarse como una prioridad de la iniciativa privada.
Lo demuestra el Festival de Glyndebourne en la edici¨®n shakespeariana de 2016 ¡ªque se celebra hasta el 28 de agosto¡ª, tanto por la alusi¨®n expl¨ªcita al Sue?o de una noche de verano (versi¨®n oper¨ªstica de Benjamin Britten) como por la iniciativa de programar B¨¦atrice et B¨¦n¨¦dict, la ¨²ltima ¨®pera de Hector Berlioz, la menos grandilocuente, la m¨¢s sensible y camer¨ªstica de su repertorio.
Era un homenaje al patriarca Shakespeare y una eleg¨ªa a la muerte de su propia esposa. Hab¨ªa sido Harriet Smithson tanto Ofelia como Julieta en la cartelera del Par¨ªs rom¨¢ntico. Y se hab¨ªa casado con ella Berlioz en una suerte de mestizaje cultural, pues era Smithson irlandesa. Y era Berlioz un compositor ¡°acomplejado¡± por la genialidad de Shakespeare, aunque se atrevi¨® a escribir ¡ªm¨²sica y libreto¡ª su propia versi¨®n de Mucho ruido y pocas nueces. Y a exponerla a los estereotipos de op¨¦ra c¨®mica, aunque sin incurrir en el histrionismo ni en el peligro de la sal gorda.
Prevalece la ternura, la sensibilidad. Nada ten¨ªa que demostrar ni demostrarse el viejo Berlioz cuando le encargaron la ¨®pera en Baden-Baden (1862). Lo que s¨ª hizo fue despojarse de la megaloman¨ªa. Y concibi¨® un d¨²o en el desenlace del primer acto que podr¨ªa durar hasta la eternidad. Una m¨²sica inmaterial. Una liberaci¨®n de las formas. Shakespeare fue para Verdi su testamento en el regazo de Falstaff. Y lo fue para Berlioz en el equ¨ªvoco del ruido y las nueces. Los dos compositores escogieron el tono y el vuelo de una comedia. Para re¨ªrse de s¨ª mismos en el umbral del cementerio.
Son los presupuestos con que el director art¨ªstico Laurent Pelly ha concebido una lectura premeditadamente gris¨¢cea. Como las fotos de las bodas antiguas y como si el amor estuviera expuesto a la incertidumbre de las nubes en una noche de verano.
Y de bodas y de amor habla B¨¦atrice et B¨¦n¨¦dict, amantes incapaces de reconocer su atracci¨®n hasta que los accidentes de la ¨®pera les disuaden de su obstinaci¨®n. Por eso Pelly repuebla la escena de grandes cajas de cart¨®n. No s¨®lo ¨²tiles para construir el urbanismo de una ciudad imaginaria ¡ªcastillos en el aire¡ª, sino para ir ocultando y desvelando al espectador la magia de las sorpresas que se alojan dentro de ellas. Como si fuera la ¨®pera una f¨¢bula. Y como si Berlioz fuera el gran demiurgo al que no vemos y s¨ª intuimos.
Esencialidad
El mayor acierto del montaje consiste en el formidable trabajo de actores y en la naturalidad con que la m¨²sica respira en escena. M¨¦rito de Pelly en su extrapolaci¨®n dramat¨²rgica a las nubes. Y cualidad de Antonello Manacorda, cuyo papel de concertador en el foso implica asumir que Berlioz hab¨ªa escrito una ¨®pera que hubiera cabido en una caja de m¨²sica, ya que de cajas hablamos. Y que hablamos de esencialidad. No se oye ni de lejos el bramido de su ¨®pera Los troyanos. Berlioz escucha hacia dentro el latido del coraz¨®n.
La moderaci¨®n concierne al pudor con que est¨¢n escritas las arias, los d¨²os, los tercetos. Se escucha el aliento embrionario de Beethoven, como una fuerza tel¨²rica de un volc¨¢n lejano, pero tambi¨¦n se intuye a Jacques Offenbach y se predispone el lirismo que cultivar¨ªa Richard Strauss. B¨¦atrice et B¨¦n¨¦dict no es un pecado de vejez, sino un testamento esencial al que dieron hondura en Glyndebourne las voces de St¨¦phanie D¡¯Oustrac, Sophie Karth?user y Paul Appleby en una noche de verano con poco ruido y muchas nueces.
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