Sobre escuelas y sistemas
Tal vez lo que constituya el triunfo de un fil¨®sofo sea dar que pensar
A ra¨ªz del fallecimiento, a primeros de agosto, de Gustavo Bueno, no faltaron exegetas que, para intentar dar la medida de la potencia de su pensamiento, desempolvaron el elogio de que el fil¨®sofo era el creador de un sistema, condici¨®n excepcional que, si acaso, solo habr¨ªa compartido en la filosof¨ªa espa?ola reciente con Eugenio Tr¨ªas. En el fragor de las alabanzas, algunos pon¨ªan en el mismo saco, a modo de argumento de refuerzo, el hecho, a su juicio incontrovertible, de que Bueno hab¨ªa creado tambi¨¦n una escuela. Sin querer entrar en el detalle de la propuesta filos¨®fica concreta del autor de la teor¨ªa del cierre categorial, alguna consideraci¨®n general respecto a sistemas y escuelas podr¨ªa resultar de una peque?a utilidad clarificadora.
En primer lugar habr¨ªa que se?alar que la circunstancia de que un determinado autor haya podido crear una escuela (en el sentido todo lo laxo que se quiera) y la de que disponga de un sistema propio no siempre van unidas. Es cierto que a primera vista puede dar la impresi¨®n de que quien haya creado su propio sistema tiene m¨¢s probabilidades de aglutinar alrededor suyo un equipo dispuesto a seguir trabajando en la misma l¨ªnea. Pero no es menos cierto que dicha tarea en muchas ocasiones depende de circunstancias de muy diverso tipo, empezando por las acad¨¦micas o administrativas.
Supongamos: un brillante profesor con sistema propio que trabajara en una peque?a universidad de una peque?a capital de provincia sin secci¨®n de filosof¨ªa (o, peor, sin facultad de Humanidades) tendr¨ªa desde el punto de vista pr¨¢ctico muy dif¨ªcil crear escuela en la medida en que, obligado a impartir asignaturas generalistas en facultades muy diversas, no tendr¨ªa la oportunidad de formar profesores o de dirigir tesis bajo su perspectiva. Obviamente, las condiciones son diferentes cuando el fil¨®sofo sistem¨¢tico en cuesti¨®n (sea cual sea su sistema) desarrolla su labor en una gran universidad o, en su defecto, en una mediana con secci¨®n propia en la que detenta un considerable poder acad¨¦mico.
Ahora bien, conviene seguir puntualizando que el hecho de disponer de un sistema en una determinadas condiciones acad¨¦micas tampoco implica que, autom¨¢ticamente y casi como una excrecencia, alrededor de su autor vaya surgiendo una escuela. Conviene poner ya el foco de la atenci¨®n en ese artefacto te¨®rico que venimos denominando sistema. A este respecto, resulta poco menos que inevitable una consideraci¨®n de orden m¨¢s bien hist¨®rico acerca de si tiene sentido en estos tiempos mantener, a la manera tradicional, la vieja aspiraci¨®n a erigir un sistema propio, esto es, un completo edificio discursivo que incluya todos los ¨¢mbitos de la filosof¨ªa (¨¦tica, est¨¦tica, metaf¨ªsica...). ?Acaso es obvio aspirar a disponer de una epistemolog¨ªa (o ya no digamos una teor¨ªa del conocimiento) propia, cuando hasta la expresi¨®n ¡°epistemolog¨ªa propia¡± suena extra?a, entre otras razones porque de la naturaleza del conocimiento ya nos han hablado, en extenso y con conocimiento de causas, desde los fil¨®sofos de la ciencia a cient¨ªficos de muy diversas disciplinas?
Pero cabe dar un paso m¨¢s all¨¢ y afirmar que la posesi¨®n de un sistema no solo no comporta la existencia de una escuela, sino que ni siquiera es condici¨®n necesaria para la existencia de ¨¦sta. As¨ª, es un hecho que ha habido autores que han disfrutado de una importante influencia, hasta el punto de que se pueden haber reclamado de sus ense?anzas muchos fil¨®sofos posteriores (que se podr¨ªa afirmar que constituyen de esta manera una escuela, m¨¢s o menos difusa), sin que propiamente quepa afirmar que dispon¨ªan de su sistema filos¨®fico. Pienso en Jos¨¦ Luis Aranguren, a cuyo magisterio se han acogido tantos ¨¦ticos en Espa?a en las ¨²ltimas d¨¦cadas, o en Manuel Sacrist¨¢n, de los que, salvando las diferencias que les separaban en m¨¢s de un sentido, no creo que pueda decirse que hab¨ªan construido un sistema propio, como tampoco puede negarse que, a su manera, generaron una cierta escuela.
No descartemos que tras toda esta discusi¨®n lata, heredado de otras ¨¦pocas, un profundo y doble malentendido. El de que, por un lado, la excelencia en materia de pensamiento solo la alcanza alguien cuando es capaz de elaborar un sistema filos¨®fico propio, que abarque todas las dimensiones del pensar (como si todav¨ªa, en el momento de desarrollo del conocimiento en que nos encontramos, nos fuera dado fantasear ese paisaje de arquitecturas te¨®ricas consumadas). Y, por otro, el de que la medida de la importancia de un fil¨®sofo la constituye el n¨²mero de fil¨®sofos posteriores que piensan como ¨¦l. Pero tal vez ese test de influencia haya dejado de ser relevante, y lo que de veras importe, aquello que constituya el genuino triunfo del fil¨®sofo en estos tiempos sea, simplemente, dar que pensar y no que los dem¨¢s piensen lo mismo que ¨¦l.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
Babelia
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