Morante en la intimidad
Marcelo del Pozo retrata al diestro sevillano en sus rituales privados al abrigo de la feria de Abril
El puro, el habano, no es una excentricidad de Morante de la Puebla, ni una impostura de "torero original" que busca distinguirse en el callej¨®n. Morante se distingue en la originalidad de la tauromaquia. Y en la concepci¨®n del toreo no como un oficio, sino como un misterio de consagraci¨®n integral. Se torea como se es, dec¨ªa Belmonte. Se es como se torea, apostilla Morante en el esmero de los rituales y de la integridad.
Morante es torero siempre, pero las im¨¢genes de Marcelo del Pozo, est¨¦ticas, est¨¢ticas, esenciales, retratan precisamente el trance de vestirse. La mutaci¨®n de hombre a h¨¦roe. El viaje del hotel a la plaza, hombres solos en compa?¨ªa de hombres solos. Penetra la c¨¢mara en la estricta intimidad. Supondr¨ªa una transgresi¨®n al silencio y al recogimiento si no fuera porque Morante no parece percatarse de que lo est¨¢n escrutando. Fuma un habano porque es su costumbre. Y porque la combusti¨®n del tabaco, la ceniza, identifican la antiqu¨ªsima liturgia del fuego y la catarsis.
"Me ayuda a relajarme el puro", confiesa a EL PA?S. "Me gusta el tacto, el sabor, la est¨¦tica. Me envuelve la humareda. Me distrae. Y hasta me marea. Por eso tengo que tener cuidado. Y me acompa?o de una bebida azucarada. El puro me hace compa?¨ªa".
Se purifica Morante en cada bocanada. Igual que el agua en cada sorbo. Igual que el botijo que Morante recoge entre sus manos. Como deb¨ªa hacerlo Rafael El Gallo. Arcilla mojada. Tierra h¨²meda. Sosiego a la garganta que se ha quedado seca por el miedo. O por el respeto al misterio eucar¨ªstico que anuncian los agud¨ªsimos clarines. Maestro, la hora, le dice Juan Carlos, su mozo de espadas, entre la rutina y la solemnidad.
Le vemos casi desnudo. Le vemos en la intimidad. Sin gomina ni abdominales de atleta. "Abandonao", podr¨ªamos decirle
"El miedo, la preocupaci¨®n... Pesan. Y pesan m¨¢s todav¨ªa en Sevilla. Porque es mi casa. Trato de distraerme antes de torear. Y me r¨ªo o se me ocurren tonter¨ªas. Para despistar lo que llevo aqu¨ª dentro. Para distraer el murmullo de las entra?as. Me he echado la feria a mis espaldas. Y necesito re¨ªrme para conjurar el miedo".
Y la capilla. El silencio. La oraci¨®n al santo que corresponda. Y a la virgen de esclavina protectora. Pecadores de luces. Gentes antiguas. Y modernas por id¨¦ntica raz¨®n. El cielo de Sevilla es el mismo. Ser¨¢ el mismo, acuchillado por el giraldillo, b¨®veda de La Maestranza, eco de las plegarias que Morante balbucea sin convicciones. La capilla no es un lugar de fe. Es un refugio. Un templo del silencio.
Se anuncia por cuarta vez esta tarde en La Maestranza. Y vendr¨¢ al hotel a buscarle La Macarena. Una vieja furgoneta que perteneci¨® a Los del R¨ªo. La Macarena, claro. Provista de pocos lujos y de un "loro" a la antigua usanza cuyos altavoces hacen resonar flamenco antiguo. "Porque el toreo y el flamenco se parecen mucho. La tierra, la danza. Me motiva, inspira. Y pongo la m¨²sica a todo volumen. Como si ya estuviera interiorizando el comp¨¢s de la ver¨®nica", explica Morante con el arte a flor de piel.
No est¨¢ concentrado Morante. Se concentran los futbolistas o los cirujanos. Morante est¨¢ absorto, absorbido. Morante esta solo. Y se acuerda sin acordarse de Ringo Bonaventura, "cuando suena la campana te quitan hasta el banquito", dec¨ªa el p¨²gil.
Y suenan los timbales con la impertinencia de la percusi¨®n remota. El fuego, el agua, el tambor, la cal. Morante en su eufon¨ªa. Y en su rechazo a las convenciones. Le vemos casi desnudo. Le vemos en la intimidad. Sin gomina ni abdominales de atleta. "Abandonao", podr¨ªamos decirle. Y se abandona Morante, es verdad, pero se abandona cuando torea. Cuando se hace incorp¨®reo y cuando vemos en sus mu?ecas el temple de una estirpe a la que representa como si fuera el ¨²ltimo torero. O el primero.
Por eso le concede dignidad a la escena de vestirse de luces la presencia de Pepe Luis V¨¢zquez. Patriarcado del toreo sevillano. Manos de seda. Coraz¨®n de le¨®n... del mago de Oz. Y mago ¨¦l mismo en el poder de la sugesti¨®n que Morante ha heredado. El hilo del toreo, escrib¨ªa Pepe Alameda. "El arte de birlibirloque", escrib¨ªa Bergam¨ªn.
Y tiene Morante un ejemplar del libro, como el breviario del cura. Y como el vademecum del farmac¨¦utico. Se lo sabe de memoria. Y de memoria se define a s¨ª mismo Morante como un pesimista, porque no hace otra cosa que perseguir la alegr¨ªa.
Enti¨¦ndase la contradicci¨®n. Compr¨¦ndase el miedo al que Morante replica desde la sonrisa. "Al miedo se le puede enga?ar o despistar, pero no transijo con la superstici¨®n. Me he criado con ella, he crecido con ella. A ella he recurrido. Y he descubierto que la superstici¨®n es una gran mentira". Palabra de un torero de verdad.
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