La utop¨ªa de las bibliotecas ideales
La democracia diluye los dogmas y el canon cambia seg¨²n las ¨¦pocas y los lectores. Siempre fue as¨ª. Hubo un tiempo en el que Tennyson merec¨ªa m¨¢s espacio en las enciclopedias que Flaubert
Preguntarse hoy por una ¡°biblioteca ideal¡± resulta casi una utop¨ªa, adem¨¢s de un anacronismo: este es el da?o que le ha hecho a la producci¨®n literaria la mercadotecnia y la falta de un conocimiento consolidado por parte del lector com¨²n en materia de literatura.
Es posible que en la Grecia del siglo V existiera algo as¨ª como una ¡°biblioteca ideal¡±, como lo atestigua la colecci¨®n, perdida en buena parte pero documentada, de la biblioteca de Alejandr¨ªa. Salvo en casos de p¨¦rdida irremisible de muchas obras de la antig¨¹edad, aquella biblioteca helen¨ªstica debi¨® de poseer lo que la tradici¨®n hab¨ªa llegado a considerar la gran literatura en lengua griega. Sucedi¨® lo mismo en Roma, cuyos ¡°rollos¡± de escritura, aun cuando fuesen de una calidad literaria menos homog¨¦nea que la griega, demostrar¨ªan que los r¨¦tores, los gram¨¢ticos y los fil¨®sofos tuvieron claro qu¨¦ era lo que pod¨ªa considerarse ideal ¡ªde acuerdo con baremos religiosos, est¨¦ticos, pol¨ªticos y did¨¢cticos¡ª, y qu¨¦ deb¨ªa ser considerado non classicus, es decir, de poca categor¨ªa.
Tambi¨¦n en la Edad Media resultaron vigentes varios criterios, adem¨¢s del que concibi¨® el de Aquino, tan aristot¨¦lico ¡ªad pulchritudinem tria requirintur: integritas, consonantia, claritas¡ª, para considerar qu¨¦ era lo bueno, o lo ideal, y qu¨¦ lo secundario, gracias a la autoridad de la compleja red de valores propia de los largos siglos tardorromanos, y luego neolatinos, basada primero en la teolog¨ªa cristiana, y luego en el no menos poderoso c¨®digo ¡ªa partir del siglo XII¡ª, de la sociedad caballeresca y feudal. La producci¨®n de literatura era entonces tan escasa, y se encontraba tan anclada en modelos que, directa o indirectamente, proced¨ªan del dogma cristiano, que era poco concebible la creaci¨®n de poes¨ªa, teatro o ¨¦pica contraria a una ideolog¨ªa y unos mitos que, como la realeza, se hallaban por fuerza impregnados de s¨ªmbolos y argumentos predeterminados e ineludibles. Las bibliotecas medievales ¡ªdejando a un lado los cl¨¢sicos conservados por las ¨®rdenes mon¨¢sticas y las casas nobles¡ª fueron casi siempre representaciones de un mundo simb¨®lico en el que ten¨ªan un papel muy poco significativo las muestras ¡°her¨¦ticas¡±, paganas o no can¨®nicas, de expresi¨®n literaria.
Solo a partir del humanismo, o a partir de fen¨®menos como la invenci¨®n de la imprenta, el redescubrimiento de la grandeza de las literaturas griega y latina, la consolidaci¨®n de las lenguas vulgares, la labor de los traductores o el contacto frecuente entre hombres de letras de pa¨ªses muy diversos, solo entonces, y de un modo progresivo, la literatura prolifer¨® de un modo extraordinario; y los marcos conceptuales, o los ¡°campos¡± de lo literario se volvieron tan distintos, que surgi¨® por vez primera, en nuestra civilizaci¨®n escrita, una enorme disparidad de criterios, de g¨¦neros literarios, de asuntos y de p¨²blicos lectores u oidores de lo que empez¨® a constituirse, con mucha entidad y cada vez mayor autonom¨ªa, el ¨¢mbito universal de lo literario.
A partir de los primeros siglos modernos, el panorama literario present¨® tal variedad de formas, de recursos y de regulaci¨®n est¨¦tica, que ya entonces podr¨ªa haberse iniciado la disputa ¡ªtan poderosa durante el siglo XVIII¡ª acerca de lo cl¨¢sico y lo moderno, lo bueno y lo malo, lo ideal y lo rechazable. Cada vez m¨¢s, escribir se convirti¨® en un trabajo independiente de nuestra herencia cl¨¢sica, y los libros, cuando ya eran propiamente los c¨®dices asequibles que seguimos usando, respondieron a criterios desgajados de todo dogmatismo, proclives a satisfacer gustos distintos, amigos de la novedad y la singularidad. No cabe duda de que los cl¨¢sicos grecolatinos, o la propia Biblia, siguieron aquilatando una gran parte de las literaturas modernas y contempor¨¢neas ¡ªv¨¦ase Moby Dick, de Melville, por ejemplo, e incluso Ulysses, de Joyce¡ª, pero esta influencia, en el seno de producciones enteramente libres, pas¨® a convertirse en solo una referencia de autoridad, un vestigio agradecido del acervo antiguo.
Las bibliotecas medievales fueron casi siempre representaciones de un mundo simb¨®lico en el que ten¨ªan un papel muy poco significativo las muestras ¡°her¨¦ticas¡±, paganas o no can¨®nicas, de expresi¨®n literaria
M¨¢s vari¨® a¨²n el panorama cuando, en la ¨¦poca posterior a la Ilustraci¨®n, las literaturas conocieron un despliegue de una osad¨ªa fabulosa ¡ªas¨ª las literaturas del Romanticismo¡ª, los ¨ªndices de alfabetizaci¨®n se multiplicaron de manera exponencial, y la lectura se convirti¨® en un h¨¢bito cada vez m¨¢s extendido, m¨¢s ¡°democr¨¢tico¡± y menos sujeto a cualquier forma de mitolog¨ªa colectiva o de dogmatismo teol¨®gico. Si todav¨ªa en los siglos renacentistas o en el Grand Si¨¨cle franc¨¦s se pudo hablar de una ¡°biblioteca ideal¡± o de lo que pod¨ªa ser idealmente la ¡°buena literatura¡±, parece claro que, entre el siglo XIX y nuestros d¨ªas, la literatura rebos¨® por completo los m¨¢rgenes de la tradici¨®n y lo ¡°can¨®nico¡±; de modo que actualmente no hay casi ninguna instancia que pueda arrogarse el derecho a establecer el listado de lo que llamar¨ªamos ¡°la biblioteca ideal¡±.
Harold Bloom present¨® uno, muy famoso, en su libro El canon occidental, en el que, sin disimulo alguno, privilegiaba a la literatura inglesa, y a Shakespeare en especial, con la m¨¢s absoluta tranquilidad. Una tarea as¨ª resulta siempre in¨²til, por cuanto existen, en nuestro continente, muchos autores y libros hoy poco le¨ªdos, pero de gran categor¨ªa, que durante un tiempo ascendieron al canon literario o cayeron de ¨¦l por razones que suelen ser circunstanciales, ideol¨®gicas o partidistas. No hay m¨¢s que ver la lista de los autores premiados con el Nobel de literatura para darse cuenta de que muchos de ellos subieron al Parnaso del canon literario ¡ªcomo pas¨® con el parnaso cervantino¡ª para caer de ¨¦l al cabo de pocos decenios, si no a?os: v¨¦ase el caso de nuestros Echegaray y Benavente, o los casos de R.C Eucken (Alemania), W. Reymond (Polonia), o E.A. Karlfeldt (Suecia).
La und¨¦cima edici¨®n de The Encyclopaedia Britannica (1911, con dos vol¨²menes complementarios de 1920), en opini¨®n de Borges la mejor edici¨®n de cuantas se han estampado de esta enciclopedia ejemplar, apenas sab¨ªa en esa fecha qui¨¦nes eran Flaubert, Melville o H?lderlin, pero dedicaba a Alfred Lord Tennyson, un poeta de autoridad muy relativa, doce columnas.
No hay m¨¢s que ver la lista de premiados con el Nobel para darse cuenta de que muchos subieron al canon literario para caer de ¨¦l al cabo de pocos decenios, si no a?os
Basten estos ejemplos para comprender que las listas de una ¡°biblioteca ideal¡± pecan siempre de alguna arbitrariedad y suelen tener un valor epocal, refigurado con el paso de los a?os gracias al n¨²mero de ediciones y de lectores que puede llegar a poseer un libro, por la entronizaci¨®n de determinados autores a cargo de la academia o de colectivos fan¨¢ticos, o por el reconocimiento tard¨ªo de ciertos valores que han pasado siglos en el desv¨¢n del olvido.
La academia, y con ella los programas de ense?anza de la literatura en escuelas y universidades, ser¨ªan desde hace tiempo la ¨²nica garant¨ªa de conservaci¨®n de un criterio est¨¦tico en relaci¨®n con el mercado y la difusi¨®n de productos literarios. Invisible e ineficaz, cada vez m¨¢s, la autoridad de esas instancias, lo que corresponde es suponer que cada lector posee hoy su biblioteca de excelencias. As¨ª lo apreciaba ya Paul Val¨¦ry en una entrada de sus Cahiers, bajo el ep¨ªgrafe ¡°Obras maestras¡±: ¡°No es nunca el autor quien hace una obra maestra. La obra maestra se debe a los lectores, a la calidad del lector. Lector ce?ido, con finura, con parsimonia, con tiempo y una ingenuidad armada [...] Solo ¨¦l puede conseguir la obra maestra, exigir la particularidad, el cuidado, los efectos inagotables, el rigor, la elegancia, la perdurabilidad, la relectura de un libro¡±. Val¨¦ry se refer¨ªa a lectores muy capaces, como ¨¦l mismo, pero es posible que, en estos momentos, ni siquiera existan esos finos lectores en t¨¦rminos generales. Por consiguiente, quiz¨¢ deber¨ªamos suponer que, para el lector com¨²n de nuestros d¨ªas, no exista mejor biblioteca ideal que aquella que ¨¦l ha le¨ªdo con placer y que, en el mejor de los casos, en un gesto nuevamente benedictino, conservar¨¢ en su biblioteca hasta la muerte.
JORDI LLOVET es catedr¨¢tico de Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona
Libros sobre libros
Cl¨¢sicos para la vida. Una peque?a biblioteca ideal. Nuccio Ordine. Acantilado.
Atlas de literatura universal. 35 obras para descubrir el mundo. Fernando Aramburu, Andr¨¦s Barba, Ana Garral¨®n, Marta Sanz y otros. N¨®rdica.
Manual de remedios literarios. C¨®mo curarnos con libros. Ella Berthoud y Susan Elderlin. Siruela.
Trazado. Un atlas literario. Andre DeGraff y Daniwl Harmon. Impedimenta.
Leer contra la nada. Antonio Basanta. Siruela.
Libroterapia. Leer es vida. Jordi Nadal. Plataforma.
Mientras embalo mi biblioteca. Alberto Manguel. Alianza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.