Los secretos del abeto de Navidad
Un ensayo descubre los sonidos y las sorprendentes reacciones de los ¨¢rboles
Algunas reacciones vegetales afectan al largo plazo, como el crecimiento hacia la luz o el de las ra¨ªces hacia la tierra f¨¦rtil. La arquitectura vegetal no es un asunto azaroso, sino el resultado de una evaluaci¨®n y un ajuste constantes a medida que cambian las condiciones. Las ramitas perciben la luminosidad de su ubicaci¨®n particular en el ¨¢rbol y crecen en consecuencia. En la sombra crecen abanicos de agujas en un abeto de Navidad para maximizar la exposici¨®n a la escasa luz solar, pero cuando hace mucho sol las agujas se curvan hacia arriba tanto para recoger la luz como para dar la m¨ªnima sombra posible a las agujas de abajo. Las ramas se destacan verticalmente de las ramas de los alrededores, con lo que evitan la sombra y se estiran hacia la luz.
Otras reacciones solo duran unos minutos. La superficie superior de una aguja de abeto es un suelo encerado, un lustre verde ininterrumpido. Debajo, dos l¨ªneas plateadas discurren longitudinalmente por la aguja. Visto con una lupa, el manch¨®n plateado se descompone en una docena de hileras, rectas como plantaciones de trigo, cientos de puntos blancos y brillantes en un fondo verde. Estos puntos son poros, cada uno surgido del espacio entre dos c¨¦lulas curvadas. Las c¨¦lulas re¨²nen informaci¨®n sobre el estado del entorno interno de la aguja, y luego abren o cierran los poros para acoger gases o liberar vapor de agua. Cada c¨¦lula del interior de la aguja eval¨²a y toma decisiones parecidas, y manda y recibe se?ales, modulando su comportamiento a medida que aprende sobre su entorno y reacciona ante ¨¦l.
Cuando esos procesos discurren por los nervios de los animales, los llamamos ¡°comportamiento¡± y ¡°pensamiento¡±. Si ampliamos la definici¨®n y abandonamos el requisito arbitrario de tener nervios, entonces el abeto de Navidad es una criatura que se comporta y piensa. De hecho, las prote¨ªnas que los vertebrados utilizamos para crear los gradientes el¨¦ctricos que animan nuestros nervios est¨¢n estrechamente vinculados con las prote¨ªnas de las c¨¦lulas vegetales, que provocan una excitaci¨®n el¨¦ctrica similar. Las se?ales en las c¨¦lulas vegetales electrizadas son l¨¢nguidas: tardan un minuto o m¨¢s en recorrer la longitud de una hoja ¡ªuna lentitud 20.000 veces superior a los impulsos nerviosos de una extremidad humana¡ª, pero cumplen una funci¨®n similar a los nervios humanos, porque utilizan impulsos de carga el¨¦ctrica para que una parte de una planta se comunique con otra. Las plantas no tienen un cerebro que coordine esas se?ales, de modo que el pensamiento vegetal es difuso, localizado en las conexiones entre las c¨¦lulas.
El abeto de Navidad tambi¨¦n tiene memoria. Si las orugas o los alces americanos les mordisquean las agujas, el ataque se aloja en la estructura qu¨ªmica del ¨¢rbol, igual que sucede en las neuronas de un p¨¢jaro carbonero, que cambia despu¨¦s de escaparse por los pelos de un depredador. El crecimiento posterior del ¨¢rbol se defiende con m¨¢s ah¨ªnco con resinas de sabor desagradable, como un p¨¢jaro que se vuelve nervioso tras una mala experiencia con un halc¨®n. El abeto tambi¨¦n recuerda la temperatura ambiente durante casi un a?o, y ese recuerdo le ayuda a saber cu¨¢ndo acondicionar sus c¨¦lulas para el invierno. Los recuerdos vegetales pueden atravesar generaciones, ya que los v¨¢stagos de padres estresados heredan una mayor capacidad de generar diversidad gen¨¦tica cuando se reproducen, aunque la generaci¨®n siguiente viva en condiciones favorables. Solo entendemos a medias c¨®mo guardan esos recuerdos las plantas. A juzgar por unos experimentos con berros, parece que parte de la responsabilidad puede recaer en unos cambios que sufren las prote¨ªnas que envuelven el ADN. Haciendo una lazada estrecha o suelta con el ADN, las plantas pueden guardar informaci¨®n sobre qu¨¦ genes ser¨¢n m¨¢s ¨²tiles en el futuro. De este modo captamos la memoria vegetal en la arquitectura bioqu¨ªmica.
Las ra¨ªces y las ramitas tienen recuerdos de luz, gravedad, calor y minerales. Darwin descubri¨® algunas de estas capacidades al rotar unas ra¨ªces j¨®venes de legumbres y mostrar que se acordaban de su orientaci¨®n anterior durante muchas horas. Compar¨® el comportamiento de las ra¨ªces con el de un animal sin cabeza, con la memoria impregnada en el cuerpo. Desconocemos si el abeto de Navidad tiene exactamente las mismas capacidades que las legumbres y los berros, pero el ¨¢rbol posee las mismas redes internas qu¨ªmicas y celulares que estas especies crecidas en el laboratorio.
Parte de la inteligencia de una planta existe no dentro de su cuerpo sino en relaci¨®n con otras especies. Las puntas de las ra¨ªces, en especial, conversan con especies de toda la comunidad de los seres vivos, especialmente con bacterias y hongos. Estos intercambios qu¨ªmicos sit¨²an la toma de decisiones en la comunidad ecol¨®gica y no en una especie concreta. Las bacterias producen peque?as mol¨¦culas que sirven de se?ales, lo que permite que las c¨¦lulas tomen decisiones colectivas. Estas mismas mol¨¦culas son absorbidas por las c¨¦lulas de la ra¨ªz, donde se combinan con sustancias qu¨ªmicas de las plantas para favorecer el crecimiento, y regular la arquitectura de las ra¨ªces.
Estas tambi¨¦n dejan su huella en las bacterias y les proporcionan az¨²cares que a la vez nutren a las bacterias y ponen en marcha sus genes. Este halo de alimento y se?ales qu¨ªmicas alentadoras hace que las bacterias se agrupen alrededor de la ra¨ªz en capas que parecen de gel. Una vez fijada, la capa bacteriana defiende la ra¨ªz contra los ataques externos, la protege de cambios en las concentraciones de sal y estimula su crecimiento.
Las ra¨ªces conversan con los hongos y mandan se?ales qu¨ªmicas a trav¨¦s de la tierra. Al recibir el mensaje, los hongos simbi¨®ticos crecen hacia la ra¨ªz y responden con su propio flujo qu¨ªmico. Luego la ra¨ªz y el hongo modifican las superficies de sus membranas celulares para permitir un contacto m¨¢s ¨ªntimo. Si las se?ales qu¨ªmicas y el crecimiento celular ocurren en la secuencia correcta, la ra¨ªz y el hongo se enredan y empiezan un intercambio de az¨²cares y minerales. Adem¨¢s de alimento, la quimera resultante pasa informaci¨®n de una planta a otra en forma de se?ales qu¨ªmicas que viajan a trav¨¦s del hongo. Estas mol¨¦culas llevan mensajes sobre ataques de insectos y sequedad de la tierra, las causas de estr¨¦s vegetal. La tierra es por tanto como un mercado al aire libre. Las ra¨ªces se re¨²nen para intercambiar alimentos, y de paso tambi¨¦n se enteran de las noticias del barrio.
Casi el 90% de todas las especies vegetales establece uniones subterr¨¢neas con hongos. Nuestra vista por tanto solo nos cuenta una parte de la verdad cuando miramos un bosque, una pradera o un frondoso parque urbano. El verdor de las plantas que vemos solo es una parte de la red que convierte a la comunidad en una realidad.
Fragmento de ¡®Las canciones de los ¨¢rboles. Un viaje por las conexiones de la naturaleza¡¯, libro del profesor y divulgador David George Haskell, que publica Turner el 27 de noviembre.
Traducci¨®n de Guillem Usandizaga.
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