Sheila Hicks, libre y omnipresente
La artista textil estadounidense, en el punto ¨¢lgido de su reconocimiento tras d¨¦cadas de prestigio fluctuante, protagoniza una gran retrospectiva en el Centro Pompidou de Par¨ªs
Durante d¨¦cadas, el mundo del arte no supo qu¨¦ hacer con la obra de Sheila Hicks (Hastings, Nebraska, 1934). ?En qu¨¦ categor¨ªa incluir sus esculturas blandas, sus tapices de lana y sus mara?as de hilo cuando lo que ped¨ªa el cuerpo eran drippings, serigraf¨ªas y performance? En realidad, su obra no estaba tan alejada del arte en boga. Reflejaba la escala heroica del expresionismo abstracto, el profuso colorismo del pop y la disoluci¨®n de la barrera entre el arte y la vida que impusieron los g¨¦neros performativos. La diferencia era que lo hac¨ªa a trav¨¦s de lo textil y de la herencia de culturas no occidentales ¡ªlatinoamericanas, magreb¨ªes¡¡ª, consideradas a¨²n un mero exotismo antropol¨®gico. ?Hicks fue una de las primeras artistas formadas bajo los c¨¢nones del modernismo que hicieron caso omiso a sus r¨ªgidas jerarqu¨ªas. Combin¨® pintura y escultura, arquitectura y artes decorativas, saberes artesanos y ejecuci¨®n industrial, sin preocuparse nunca por c¨®mo llamar¨ªan los dem¨¢s al resultado.
Su nombre, sujeto a un prestigio fluctuante durante a?os, se impone, por fin, como central en el actual proceso de reescritura de la historia del arte de la segunda mitad del siglo pasado, que tiende a reevaluar el papel que tuvieron mujeres, tradiciones no occidentales y g¨¦neros tildados de menores. La obra de Hicks cobra, en ese sentido, una relevancia innegable. ¡°Para m¨ª no existen las fronteras. Nunca las he aceptado¡±, afirmaba la artista poco antes de la inauguraci¨®n de su nueva retrospectiva en el Centro Pompidou de Par¨ªs. Sus obras ya figuraban en las colecciones de los mayores museos. La novedad es que ahora vuelven a ser expuestas. De hecho, desde principios de esta d¨¦cada, ?Hicks se ha vuelto omnipresente. Todo empez¨® con una gran retrospectiva que recorri¨® varias ciudades estado?unidenses en 2010. Despu¨¦s fue expuesta en las bienales de S?o Paulo, S¨ªdney, Glasgow y, por fin, Venecia, donde sus esponjosas bolas de colores presid¨ªan la genealog¨ªa del arte textil que propuso la comisaria Christine Macel, surgida de las filas del propio Pompidou, en la edici¨®n de 2017.
La monogr¨¢fica del museo parisiense, la primera que le dedica la ciudad donde ?Hicks reside desde 1964, parece la c¨²spide de este nuevo ciclo de reconocimiento. A la artista, sin embargo, eso le deja un poco fr¨ªa. ¡°Me parece muy prematuro. Todav¨ªa tengo muchas cosas que decir¡±, afirma Hicks, a punto de cumplir 84 a?os. La exposici¨®n no tiene tesis, hecho infrecuente en una instituci¨®n como la que la alberga. Tampoco hay cronolog¨ªa ni ¨¢ngulos tem¨¢ticos. Prefiere privilegiar el contacto directo con la obra y la inmersi¨®n total en un exuberante universo formal y crom¨¢tico, a riesgo de despojarla de todo aparato cr¨ªtico. ¡°No tiene recorrido lineal, ni estructura, ni buena educaci¨®n¡±, se felicita su responsable, dejando claro que la cre¨® a su imagen y semejanza. Porque debajo del disfraz de anciana risue?a se esconde una activista radical. ¡°Me gusta romper las reglas, pero con amabilidad, sin hacer da?o¡±, explica la artista.
Debajo del disfraz de anciana risue?a se esconde una activista radical: ¡°Me gusta romper las reglas, pero con amabilidad¡±
Si Hicks est¨¢ satisfecha por los laureles cosechados, lo disimula muy bien. ¡°En realidad, hago todo lo posible por seguir siendo una artista subestimada. No me interesan esos nombres sobreestimados gracias a circuitos de galer¨ªas y corporaciones de periodistas. Prefiero que la gente se r¨ªa de m¨ª. Que se pregunten qu¨¦ estar¨¢ haciendo mi obra en un museo cuando deber¨ªa estar en un mercadillo¡±, se carcajea. Nacida un a?o despu¨¦s del inicio del new deal de Roosevelt, Hicks estudi¨® en Yale con Josef Albers, que import¨® los ideales de la Bauhaus a la costa de Nueva Inglaterra, e intim¨® con otra conversa al arte textil, su esposa Anni, la gran tejedora de Weimar. Pero se?alar a esa escuela como ¨²nica influencia ser¨ªa faltar a la verdad. Fue el hallazgo, tambi¨¦n en Yale, de las civilizaciones previas a los incas lo que le hizo descubrir el color y dejar de lado su formaci¨®n como pintora. De hecho, instada a escoger sus referentes, Hicks cita a an¨®nimos. ¡°Un indio mexicano de Guerrero que hac¨ªa guaraches con viejos pedazos de neum¨¢tico. Y un arquitecto autodidacta de Oaxaca que constru¨ªa casas con tallos de bamb¨² y seda de cactus. Esos fueron mis maestros¡±, sostiene.
Hicks habr¨¢ llevado a la pr¨¢ctica una de las m¨¢ximas de otro de sus profesores en Yale, George Kubler, el gran experto en la Am¨¦rica precolombina: ¡°Supongamos que la noci¨®n de arte puede expandirse a todas las creaciones del hombre¡±. Sus viajes en solitario por Per¨², Chile, Bolivia o Venezuela le hicieron abandonar definitivamente la pintura. Aunque ella proteste al escucharlo: ¡°Nunca me he alejado de la pintura. Pinto con los dedos, con las manos. Pinto sin pinceles y en tres dimensiones¡±. Despu¨¦s de una primera breve visita a Par¨ªs con una beca universitaria, Hicks se instal¨® en M¨¦xico y se cas¨® con un apicultor con el que tuvo una hija. Al cabo de cuatro a?os, sus amigos artistas la vinieron a buscar. ¡°Aqu¨ª ser¨¢s un pez grande en un estanque peque?o¡±, recuerda que le dijeron. Se instal¨® entonces en la capital francesa con su segundo marido, el artista francochileno Enrique Za?artu, y frecuent¨® a todos los exiliados del arte cin¨¦tico, como Soto o Cruz-D¨ªez. ¡°Con los latinoamericanos me sent¨ªa m¨¢s a gusto. Cuando est¨¢s en tu casa tienes que seguir unos c¨®digos. En tu cultura siempre hay alguien que conoce a un primo tuyo. En Par¨ªs no ten¨ªa primos. Pod¨ªa ser extremadamente libre. Y yo soy un animal extremadamente libre¡±, asegura.
Si Hicks est¨¢ satisfecha por los laureles cosechados, lo disimula muy bien: "En realidad, hago todo lo posible por seguir siendo una artista subestimada"
Todas las aristas de su producci¨®n est¨¢n presentes en la retrospectiva del Pompidou, de sus c¨¦lebres cascadas textiles a una serie menos conocida que ha titulado Minimes, peque?os formatos que evocan lugares y recuerdos a partir de retazos de ropa. La memoria es el hilo central de su producci¨®n m¨¢s reciente, formada por bolas de hilo y lana que parecen representar los n¨®dulos del subconsciente y suscitan ese sentimiento ominoso que provocan, a veces, los objetos cotidianos. Aunque entre tanto colorismo acaben llamando la atenci¨®n obras sobrias y enigm¨¢ticas como Pockets (1982), una pared repleta de bolsillos de tela blanca en los que la artista incita al visitante a depositar lo que desee. ¡°Billetes y joyas, si puede ser¡±, bromea. La muestra le rinde justicia, aunque se eche en falta una superficie mayor y una aserci¨®n m¨¢s rotunda de cu¨¢l habr¨¢ sido su importancia, como la que recibe, en las plantas nobles del mismo edificio, un escultor como C¨¦sar, m¨¢s popular pero no necesariamente m¨¢s interesante. Hicks, menos c¨®moda en el centro que la periferia, le restar¨¢ dramatismo antes de despedirse: ¡°En realidad he tenido suerte. Casi todas sus muestras hablan de artistas muertos¡±.
¡®Sheila Hicks. Lignes de vie¡¯. Centro Pompidou. Par¨ªs. Hasta el 3 de abril.
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