Ciudad triste y alegre
Gran parte de las personas y formas de vivir que documentaron Martins y Palla han desaparecido. Pero hay algo misterioso en Lisboa que perdura
Aviones que acaban de despegar o que descienden hacia el aterrizaje atruenan sin descanso el cielo occidental de Lisboa. Se oyen muy fuerte y muy cerca en este palacio de magnificencia virreinal que es la sede del Museo de la Ciudad, con su vasto jard¨ªn por el que pasean los pavos reales, lentos y solemnes como pr¨ªncipes sin trono que se aburren en un cautiverio dorado. En la ma?ana de llovizna el jard¨ªn se dilata en profundidades de vegetaci¨®n tropical empapada y oscura. En los intervalos entre el fragor de dos aviones se hace un gran silencio, sobresaltado de pronto por los gritos extra?os de los pavos reales, que al desplegar su plumaje parecen plantas repentinas abri¨¦ndose entre la niebla selv¨¢tica. En el breve silencio oigo mis pasos en la grava y el picoteo de las gotas de lluvia sobre el paraguas. En este lugar no hay indicios de las multitudes de turistas que llegan en oleadas sucesivas en los aviones que rugen sobre mi cabeza, o en los cruceros que cierran el horizonte del r¨ªo como torres de un Benidorm o un Torremolinos flotante.
He venido al museo para ver una exposici¨®n sobre un libro de fotos. Habitualmente el acontecimiento es la exposici¨®n en s¨ª misma, y el cat¨¢logo, o el libro, su reflejo documental. En este caso es al rev¨¦s. La exposici¨®n celebra y conmemora un libro que se public¨® hace ahora 60 a?os, Lisboa, cidade triste e alegre, hecho a medias por dos arquitectos con vocaci¨®n de fot¨®grafos, Manuel Costa Martins y Victor Palla. En otras salas del museo, suntuosas y desiertas, se conservan im¨¢genes de la ciudad antes y despu¨¦s del terremoto de 1755. En las dedicadas al libro hay una Lisboa que ya se vuelve casi igual de lejana, la de mediados de los a?os cincuenta, m¨¢s rec¨®ndita todav¨ªa en los blancos y negros muy fuertes del revelado, en el grano casi t¨¢ctil de la impresi¨®n.
Palla y Costa Martins trabajaban en la edad del pleno clasicismo de la fotograf¨ªa. Tienen el sentido de la composici¨®n instant¨¢nea de Cartier-Bresson, la propensi¨®n tenebrista de Eugene Weber o de Bill Brandt, el sentido urgente de la cercan¨ªa de los cuerpos. Lo monumental de la ciudad les era tan ajeno como lo pintoresco. Su Lisboa no es la de los panoramas admirables, sino la de la gente com¨²n, casi siempre gente trabajadora, tambi¨¦n tenderos, oficinistas, jubilados, parejas de novios que pasean del brazo y van al cine los domingos por la tarde. Es todav¨ªa la ciudad de las varinas, las vendedoras de pescado con sus bandejas sostenidas en gallardo equilibrio sobre las cabezas, la ciudad de los peque?os negocios y los talleres, la de las marquesinas rutilantes de los cines de estreno. Es una ciudad llena de ni?os: ni?os que van corriendo por ah¨ª, que juegan en la calle, que miran con los ojos muy abiertos en las ventanas; ni?as con vestidos modestos y calcetines que juegan al corro. Veo esas fotos y me acuerdo del mundo infantil y callejero que conoc¨ª. Y me pregunto c¨®mo es que nadie se dio cuenta mientras suced¨ªa de la desaparici¨®n de los ni?os de las v¨ªas p¨²blicas, tan radical como la desaparici¨®n de una especie extinguida, de esas que dejan un silencio en el hueco que ocuparon sus sonidos espec¨ªficos, sus cantos o sus llamadas, las huellas sonoras y visuales de su presencia.
Costa Martins y Palla sal¨ªan a la calle, el uno con una Leica, el otro con una Rolleiflex, y retrataban todo lo que llamaba su atenci¨®n, que era casi todo lo que se ofrec¨ªa a sus ojos. No ten¨ªan un af¨¢n documental preciso. Miraban con la actitud de no perderse nada y tambi¨¦n con la familiaridad del que vuelve una y otra vez a los mismos lugares en los que lleva viviendo toda su vida. Hicieron m¨¢s de 6.000 fotos, pero eligieron para el libro unas 200. En el museo puede seguirse una parte del trabajo exigente y dubitativo de selecci¨®n: tambi¨¦n el modo en que un encuadre particular limita una zona precisa de una foto m¨¢s amplia, y al concentrarse en ella, en una figura sola, en el primer plano de una cara, al prescindir de lo que la rodea y tambi¨¦n es valioso, logra una intensidad insospechada, una composici¨®n m¨¢s depurada y n¨ªtida, o quiz¨¢s un grado mayor de ambig¨¹edad, al suprimir un pormenor narrativo evidente.
Costa Martins y Palla sal¨ªan a la calle, el uno con una Leica, el otro con una Rolleiflex, y retrataban todo lo que llamaba su atenci¨®n, que era casi todo lo que se ofrec¨ªa a sus ojos
Pero cada foto no es una obra aislada en s¨ª misma, aunque ahora pueda admirarse enmarcada en la pared de una exposici¨®n: es m¨¢s bien un fotograma en la pel¨ªcula del libro, que cobra una temporalidad narrativa al pasarse las p¨¢ginas, como una entrada de un diario, o los recortes o residuos de cosas diversas que forman un collage. Las im¨¢genes son soberanas, y todo lo que hay que decir de las fotos lo dicen ellas mismas, pero Costa Martins y Palla intercalan en ellas fragmentos de poemas y hasta poemas enteros, algunos muy antiguos, o de los poetas inveterados de Lisboa, o de poetas contempor¨¢neos que los escribieron a prop¨®sito para el libro. Cidade triste e alegre es una cita de ?lvaro de Campos. Cuando se encuentran juntas la poes¨ªa y la fotograf¨ªa revelan con m¨¢s claridad sus virtudes equivalentes, la instantaneidad y la s¨ªntesis, lo que se dice y lo que se ve y lo que se est¨¢ diciendo sin decir y lo que est¨¢ oculto y se insin¨²a en lo visible. La ciudad triste y alegre es tambi¨¦n la ciudad de callejones y zaguanes y la de perspectivas mar¨ªtimas, la de la proximidad agobiante y la de la lejan¨ªa vislumbrada desde un alto mirador en una ma?ana de bruma.
Un libro de fotos en blanco y negro y palabras puede tener un ritmo interior como de montaje de pel¨ªcula. Igual que en el cine, las im¨¢genes deslizadas a una cierta velocidad enga?an al cerebro con la ilusi¨®n del movimiento. Salvo los ni?os, la mayor parte de las personas que aparecen en las fotos de Costa Martins y Palla est¨¢n muertas, y la mayor parte de las formas de vivir que documentaron, y de ganarse la vida y disfrutar modestamente de ella, han desaparecido, igual que ha desaparecido tanta pobreza. Pero hay algo misterioso de la ciudad que dura en el presente, que est¨¢ en las fotos y en la quietud peculiar del museo y de sus jardines en esta ma?ana rumorosa de lluvia, en la que se despliegan con un lujo id¨¦ntico las plantas reverdecidas y las colas de los pavos reales, sumi¨¦ndome en una hipnosis en la que hasta me olvido del estruendo de los aviones sobre mi cabeza.
¡®Lisboa, cidade triste e alegre¡¯. Victor Palla y Costa Martins. Museo de la Ciudad. Lisboa. Hasta el 16 de septiembre.
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