Un ¡®miura¡¯ salta al callej¨®n
Mal presentada, mansa, descastada y complicada corrida del legendario hierro sevillano
Miura / Rafaelillo, Moral, Rom¨¢n
Toros de Miura, mal presentados, mansos, descastados, sosos y sin clase; noble y apagado el segundo; fiero el manso sexto.
Rafaelillo: estocada, siete descabellos ¡ªaviso¡ª y cuatro descabellos (silencio); media y un descabello (silencio).
Pepe Moral: pinchazo, estocada ¡ªaviso¡ª y cuatro descabellos (ovaci¨®n); pinchazo y estocada baja (silencio).
Rom¨¢n: pinchazo ¡ªaviso¡ª tres pinchazos, casi entera y dos descabellos (silencio); estocada baja y un descabello (ovaci¨®n).
Plaza de Las Ventas. Vig¨¦simo s¨¦ptimo festejo de la Feria de San Isidro. 3 de junio. Lleno (22.597 espectadores, seg¨²n la empresa).
La tarde hab¨ªa ca¨ªdo en picado a causa de la mansedumbre, la mala casta y la falta de calidad de la corrida de Miura cuando los clarines y timbales anunciaron la salida del sexto de la tarde.
Sali¨® engallado el c¨¢rdeno Taponero, de 576 kilos de peso, recorri¨® el di¨¢metro del ruedo, y se plant¨® en un periquete en el burladero del tendido 7; atisb¨® all¨ª la montera de un subalterno y, en un intento de quedarse con ella, salt¨® limpiamente la barrera y se plant¨® en el callej¨®n, donde se produjo una estampida en d¨¦cimas de segundo. El de la montera busc¨® como pudo refugio en la arena, otros se guarecieron en los burladeros interiores y alguien tuvo tiempo de abrir la salida al ruedo situada en el camino de la puerta grande. Hasta all¨ª lleg¨® el toro con enorme violencia, de modo que a punto estuvo de dejarse un pit¨®n en uno de los postes que sostienen la barrera. Pero a¨²n tuvo tiempo el animal de ver con el ojo izquierdo las piernas de dos operarios que a duras penas trepaban por la madera para guarecerse en el callej¨®n y hacia ellas lanz¨® un ga?af¨®n que no alcanz¨® su objetivo.
En el ruedo le esperaba ya Rom¨¢n, que pudo enlazar un par de estimables ver¨®nicas; manse¨® con descaro en el caballo, recort¨® peligrosamente en banderillas, y lleg¨® al ¨²ltimo tercio con una dur¨ªsima fiereza que puso a prueba el coraz¨®n de su lidiador.
Hab¨ªa que tener muchas agallas para citar a ese toro a escasa distancia de los pitones. Era, quiz¨¢, un animal para jug¨¢rsela a cara o cruz, un toro de Madrid, de esos que te ofrecen la posibilidad de una catapulta hacia el estrellato. No est¨¢ claro. Rom¨¢n, valiente y entregado, consigui¨® embeberlo en la muleta en un par de muletazos en los que el miura meti¨® la cara en el enga?o. No rehuy¨® la pelea el torero, no dio un paso atr¨¢s, pero la mala casta de su oponente no parece que pudiera ofrecerle un triunfo inesperado.
Fue lo m¨¢s emotivo de una tarde decepcionante en el apartado torista. En primer lugar, porque los miuras no lucieron estampas de tales. Varios de ellos fueron justamente protestados por su deficiente presentaci¨®n, que es requisito imprescindible para la emoci¨®n de una ganader¨ªa que no es santo y se?a de nobleza y calidad.
No se cay¨® ninguno, lo que es de agradecer, pero todos destacaron por su mansedumbre en los caballos, su mala casta, soser¨ªa y complicaciones en el tercio final.
Rafaelillo tuvo suerte de volver al hotel con la cabeza intacta. En la suerte suprema, su primero levant¨® la cara y le puso los pitones en el cuello con la clara intenci¨®n de descabezarlo. Todo qued¨®, afortunadamente, en un roto en la taleguilla y un susto dolorido. No estuvo bien el torero ante ese toro, que no era un santurr¨®n, corto de viaje y deslucido, con el que Rafaelillo mostr¨® excesivas precauciones, impropias de un torero valiente y avezado en este hierro. Poco pudo hacer ante el cuarto, soso, descastado y empe?ado en lanzarlo por los aires.
Los mejores muletazos de la corrida los dio Pepe Moral al segundo, el ¨²nico que mostr¨® un comportamiento noble, pero tambi¨¦n falto de vida y codicia. Largos fueron los pases iniciales por bajo, templados algunos redondos y, en el tramo final de la faena, un templad¨ªsimo natural aislado y tres grandes ligados con el de pecho. Mat¨® mal, pero la labor del torero no lleg¨® a alcanzar el cl¨ªmax necesario; quiz¨¢, porque la buena condici¨®n del animal exig¨ªa una movilidad de la que carec¨ªa.
Intoreable, en t¨¦rminos modernos, era el quinto, con el que el torero sevillano lo intent¨® sin posibilidad de ¨¦xito.
Y no estuvo afortunado Rom¨¢n ante su primero. Era como los dem¨¢s, con el a?adido de que en un muletazo con la zurda el toro le puso los pitones en el corbat¨ªn. Al torero se le vio afligido en la suerte suprema y se ech¨® fuera sin pudor alguno.
En fin, mansa y dificultosa corrida de Miura -lo normal por otra parte-, pero de presentaci¨®n impropia para esta plaza.
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