La mitolog¨ªa rural estadounidense en las series
'Heridas abiertas' es la ¨²ltima ficci¨®n en retratar los pueblos m¨¢s alejados del sue?o americano
Heridas abiertas (Sharp Objects) pasar¨¢ a engrosar esa lista de series que han alimentado la mitolog¨ªa asociada al Estados Unidos rural y profundo. El pueblo de ficci¨®n donde transcurre la ¨²ltima miniserie de HBO se ha convertido, desde los cr¨¦ditos de apertura, en otro enclave indispensable de esa itinerancia por los rincones desviados, oscuros y olvidados del sue?o americano. Esas latitudes a las que recurre con insistencia la ficci¨®n televisiva y de cuyo poder de atracci¨®n resulta dif¨ªcil escapar.
El escenario de Heridas abiertas resulta reconocible, tanto el puramente geogr¨¢fico como el narrativo. El ¨²ltimo pone el foco en el regreso de una reportera a su pueblo natal, lugar de sus m¨¢s profundos traumas, con la misi¨®n de cubrir el asesinato de dos chicas adolescentes. Emplazada en los confines de Missouri (aunque se rod¨® en Barnesville, Georgia, para recrear el pueblo y en? California para las secuencias de la casa de los Crellin), el producto concatena el thriller on¨ªrico, con el melodrama familiar y el g¨®tico sure?o. En los mandos un Jean-Marc Vall¨¦e (con el cach¨¦ subido tras llevar a buen puerto Big Little Lies) dirigiendo el libreto elaborado por Marti Noxon (Unreal) seg¨²n la novela hom¨®nima de Gillian Flynn. El rotor dram¨¢tico lo acapara Amy Adams demostrando de nuevo su superioridad entre las actrices de su generaci¨®n. A su alrededor, personajes ariscos, ignorantes, intolerantes y envidiosos, una sarta de cualidades que resulta peccata minuta en comparaci¨®n con la matriarca (Patricia Clarkson) que teje una asfixiante telara?a sobre su propia hija.
Aunque igual de importante que sus personajes resulta la ambientaci¨®n elegida. Un Wind Gap que, desde los primeros fotogramas, act¨²a como un personaje capital. Una poblaci¨®n de aura fantasmal que, bajo su aparente tranquilidad y apacibilidad, esconde un vertedero de oscuros secretos y acontecimientos siniestros. La miniserie, de ocho cap¨ªtulos, ubica su enclave ficticio en esa ruta transitada con asiduidad por el s¨¦ptimo arte y la ficci¨®n televisiva que, pese a la familiaridad, sigue despertando la fascinaci¨®n de quien observa al otro lado de la pantalla, a la vez que activa esos temores asociados a la Am¨¦rica desconocida, la perdida en los sitios m¨¢s rec¨®nditos de su extensa cartograf¨ªa, la m¨¢s alejada de las rutas tur¨ªsticas, los parques nacionales y las grandes urbes.
Mucho tuvo que ver en la creaci¨®n de esa cosmolog¨ªa de la Am¨¦rica rural profunda, y de su recargo tenebroso, David Lynch y Mark Frost con su criatura televisiva Twin Peaks. Antes de provocar un sismo en la televisi¨®n comercial con los gritos desgarradores de Laura Palmer y la pesadilla cacof¨®nica e interdimensional de su retorno, tuvo un inmejorable antecedente en Terciopelo azul, pel¨ªcula donde ese imaginario de su aparentemente id¨ªlica Montana natal era devuelto en un mantra de terror alojado bajo la superficie de esas impolutas vallas pintadas de blanco, las grandes casas y jardines resplandecientes (toda esa idea condensada en un sublime inicio de pel¨ªcula). Aunque nadie se ha acercado a la genialidad de Lynch para destapar los claroscuros de las zonas olvidadas del pa¨ªs de las barras y estrellas (¨¦l eligi¨® las boscosas zonas de North Bend y Snoqualmie del estado de Washington para dar vida a su Twin Peaks), otras series, muy influenciadas por el marcapaso atmosf¨¦rico del producto de ABC (algunas incluso de forma indiscriminada, Wayward Pines, por ejemplo), se han adentrado por las mismas sendas.
Ah¨ª permanece por ejemplo la postal siniestra y diab¨®lica de Rust Cohle y Martin Hart sumergi¨¦ndose en las zonas m¨¢s pantanosas, desoladoras y peligrosas de Louisiana en la primera temporada de True Detective. Con Carcosa (rodado cerca de Nueva Orleans) como el c¨¦nit laber¨ªntico del horror alojado en esas estepas de la naci¨®n. Tambi¨¦n recientemente se ha comprobado que los cayos de Florida, los situados en los confines del sur del pa¨ªs, pueden ser tambi¨¦n un campo f¨¦rtil para las pulsiones criminales y los secretos familiares m¨¢s atroces. De nuevo el Sur norteamericano como escenario del horror, el crimen y la tragedia, bajo una capa magn¨¦tica insondable en la recomendable Bloodline. Ozark, otro producto Netflix con ciertas similitudes con el anterior, donde la hostil Missouri se impone como la geograf¨ªa de los peores instintos humanos.
Otro lugar destacado en el imaginario rural norteamericano lo ocupa Fargo, tanto la pel¨ªcula como las posteriores variantes televisivas. Un marco f¨ªsico donde la estupidez enraizada en los p¨¢ramos profundos del Medio Oeste de los Estados Unidos se presenta igual de temible que el criminal m¨¢s calculador y preparado. ?C¨®mo se salva uno de la idiotez en las estampas desabridas y desalentadoras de Minnesota? O incluso en clave de ciencia ficci¨®n, el pueblo ficticio de Hawkins (Indiana) de Stranger Things, queda tambi¨¦n emparentado en la misma arquitectura geogr¨¢fica que Wind Gap. Una larga lista a las que se suman otras muestras recordadas por el seri¨¦filo: Rectify, Banshee, Sons of Anarchy o True Blood.
Todas ellas abordan una cartograf¨ªa del espacio, y de sus gentes, parecida: pueblos de aspecto artificial, con sus imponentes y laber¨ªnticos contornos boscosos donde se entierran los secretos m¨¢s aterradores, sus comunidades cerradas y hostiles, sus agentes de la ley poco resolutivos y fiables, la vulnerabilidad del local y especialmente del visitante ante lo macabro y el crimen. En definitiva, todas ellas exploran una mirada temerosa y desconfiada sobre comunidades endog¨¢micas, herm¨¦ticas (pese a ser un coladero de cotilleos y calumnias), proteccionistas, donde domina la hostilidad para el desviado, el extranjero o el h¨¦roe repudiado (cerraz¨®n tambi¨¦n para el ex local; esa envidia que corroe las venas de los que nunca han sido capaces de dejar el h¨¢bitat originario), y donde los secretos terminan aflorando en forma de drama o crimen.
Un extenso caudal engrandecido ahora por este Wind Gap que, pese a situarlo (en la ficci¨®n y fuera de esta) en distintas coordenadas, representa los mismos males, vicios y peligros de las peque?as comunidades de la Am¨¦rica profunda, la misma iconograf¨ªa rural que ha atemorizado y fascinando por igual a lo largo de muchos productos de ficci¨®n.
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