Yumiura
Como en el cuento de Kawabata, hay recuerdos ajenos que se han vuelto propios por evocaciones de los dem¨¢s. De los gritos de Tlaltelolco, me acuerdo minuciosamente sin haberlo vivido m¨¢s que de lejos
Yasunari Kawabata naci¨® meses antes del siglo XX en Osaka y recibi¨® el Premio Nobel de Literatura sesenta y ocho a?os despu¨¦s. Diez a?os antes de recibir el galard¨®n m¨¢s famoso de Suecia, Kawabata public¨® el cuento ¡°Yumiura-shi¡± que hoy celebro como homenaje a la grandeza de su obra, conmemoraci¨®n del medio siglo de su Nobel (ahora, en un mundo que ha suspendido temporalmente su entrega) y tambi¨¦n como confirmaci¨®n de que la memoria al filo de la amnesia se congela misteriosa, fragmentada y quiz¨¢ falazmente en los recuerdos u olvidos ajenos.
¡°Yomiura-shi¡± narra la historia de un novelista llamado Shosuke Kasumi que un d¨ªa es visitado por una mujer que dice haberlo conocido treinta a?os antes en la ciudad de Yomiura. El escritor acostumbraba recibir a diario visitas inesperadas y ese d¨ªa, ya hab¨ªa tres personas haciendo antesala. La mujer se inquieta por llegar sin aviso, dice llamarse Murano, aunque se llamaba Tai cuando se conocieron e insiste en preguntarle al escritor Kasumi si ¨¦l la recuerda.
Los tres visitantes que la preced¨ªan en la espera de la antesala se vuelven mudos testigos de una conversaci¨®n, m¨¢s bien mon¨®logo, donde la mujer dice reconocer cada facci¨®n del rostro Shosuke Kasumi e intenta ayudarle a su memoria contando que hac¨ªa 30 a?os, con motivo del lanzamiento de un peri¨®dico en Yumiura, Shosuke Kasumi hab¨ªa visitado la ciudad en compa?¨ªa de sus maestros, Hiroshi Kida y Hisao Akiyama. Le dice que ¨¦l tendr¨ªa en ese entonces alrededor de 25 a?os y que quiz¨¢ ella le llam¨® la atenci¨®n porque se acababa de cortar el pelo; de hecho, le dice que ¨Calej¨¢ndose de las festividades por el reci¨¦n lanzado peri¨®dico, donde ella se hab¨ªa integrado como reportera¡ªfueron a su casa y estuvieron en su habitaci¨®n.
Shosuke Kasumi no pronuncia palabra. Enmudece porque no recuerda absolutamente nada de lo que dice la visitante y cuando la mujer habla de haberlo llevado a sus aposentos se instala un ligero escalofr¨ªo de inc¨®moda incertidumbre, al tiempo que los otros tres visitantes fingen distraerse entre ellos con otra conversaci¨®n. La mujer le dice que en su habitaci¨®n le mostr¨® una caja llena de listones de colores para demostrarle que efectivamente hab¨ªa llevado el pelo largo hasta pocos d¨ªas antes de su encuentro y alarga su recuerdo dici¨¦ndole que pasearon juntos hasta la orilla del mar, que vivieron juntos uno de los ya famosos rojos atardeceres de Yumiura, los encendidos colores de un d¨ªa que se extingu¨ªa al tiempo que una parvada de aves como sombras parec¨ªa no poder rebasar el l¨ªmite de las nubes. A lo lejos, bailaban figuras vestidas de grana y carmes¨ª que ¨¦l mismo hab¨ªa mencionado que si uno acercara un cerillo a la tela de esos kimonos que parec¨ªan bailar en la distancia tanto el mar como los cielos podr¨ªan estallar en llamas. ?No lo recuerdas?
La mujer le pregunta a lo largo de su relato si el novelista se acuerda de ese d¨ªa y el silencio de ¨¦l parece confirmar su olvido. Le cuenta entonces que ella cas¨® con un hombre que la abandon¨® para convertirse en monje, dej¨¢ndola con dos hijos y le muestra la fotograf¨ªa de su hija, que tiene ahora la edad y el id¨¦ntico parecido a los de ella cuando lo conoci¨® en Yumiura. Ella evoca minuciosamente el paisaje y los p¨¦talos de flores que vieron juntos¡ y ¨¦l empieza a sentir un ligero dolor de cabeza. La misteriosa visitante se disculpa por haber irrumpido de sorpresa y pide permiso para visitarlo en otra ocasi¨®n. Ambos abandonan la antesala y al dejar a los otros visitantes, ¨¦l se amina a confirmar si en verdad lleg¨® a pisar la que fuera su habitaci¨®n en Yumiura¡ y ella, quiz¨¢ acerc¨¢ndose con inesperada confianza, le dice que incluso le pidi¨® que se unieran en matrimonio.
Aunque breve, la maestr¨ªa que destila Kawabata en este cuento a?ade otros tres o cuatro detalles claves para su enredo y, luego, desenlace. No es aqu¨ª lugar ni ganas para echar a perder su lectura para quienes no conozcan el cuento, y sin embargo, s¨ª buen pretexto para intentar hilar el agua de su azar: hace cincuenta a?os recib¨ªa merecidamente el Premio Nobel de Literatura un extraordinario fabulador llamado Kawabata, cuyos libros siguen ejerciendo encanto e influencia en m¨¢s de un autor de este mundo donde por ahora no se entrega ese c¨¦lebre premio en Estocolmo. Hoy, a medio siglo de que languidec¨ªa la d¨¦cada psicod¨¦lica que empez¨® como un delirio de la era de Acuario, multicolores listones en el pelo largo y melenas al aire, como ardiente atardecer de todos los d¨ªas de mi infancia, transcurrida en un pa¨ªs donde para abrir el verano del ¡¯68 el racismo epid¨¦rmico de una inmensa jaur¨ªa (que ahora parece resucitar) segregaba a toda la poblaci¨®n negra y termin¨® por asesinar al pastor cuyas palabras pac¨ªficas y sue?os intactos hab¨ªan sido reconocidos con el Premio de la Paz, del a?o anterior al de Literatura para Kawabata.
Mi infancia transcurri¨® en Washington, D.C. y jam¨¢s olvidar¨¢ que ese verano empez¨® con el asesinato de Bobby, amigo de mi padre, al tiempo que los hermanos mayores de mis propios amigos llegaban muertos de la Conchinchina en bolsas de pl¨¢stico verde o bien se declarar¨ªan comuna ut¨®pica en un prado multitudinario llamado Woodstock. Alguien dijo que ese primer a?o de primaria ser¨ªa particularmente especial porque la humanidad estaba al fio de conquistar la Luna, algo probadamente impensable porque los intentos hasta entonces resultaban fallidos y estallaban en llamas, como si alguien acercara un cerillo al tallo o los p¨¦talos de las naves como garzas erguidas.
Desde M¨¦xico, a lo largo de ese verano de hace medio siglo, llegaban postales ol¨ªmpicas con letras que se convert¨ªan en c¨ªrculos conc¨¦ntricos, una cabeza Olmeca disfrazada de lucha greco-romana y Chac-Mool rematando un bal¨®n de chilena. El verano si no es que la d¨¦cada entera culminar¨ªa con la mujer que entrar¨ªa al sombrero hecho estadio de Ciudad Universitaria con la antorcha como cerillo incombustible¡ pero desde M¨¦xico llegaban por carta y por tel¨¦fono (en escasos recortes de peri¨®dico y pocas p¨¢ginas de revistas) las verdaderas cr¨®nicas del verano: las marchas, las mentadas, los enredos y contradicciones, la represi¨®n y la ilusi¨®n, el pliego petitorio, los parientes que denostaban el pelo largo y los familiares o amigos de mis padres que dec¨ªan compa?ero y rocanroleaban en espa?ol canciones originalmente escritas en ingl¨¦s o los amigos de mi padre que fueron a Praga o que estudiaban en Par¨ªs y levantaron adoquines con fervores incandescentes de utop¨ªa pura y una trama que se enredaba como queriendo convertirse en amnesia y as¨ª pase otro medio siglo no creo que haya manera de que yo pueda olvidar que un hermano de mi madre viv¨ªa con su familia en un edificio llamado Chihuahua y que fueron testigos que nos narraron de memoria el horror de los balazos, la carga de las bayonetas, la lluvia que limpi¨® la sangre, los miles de zapatos tirados, los gritos en Tlaltelolco de un atardecer enloquecido y tan rojo como la seda de un kimono con el que aparec¨ªa vestida una prima m¨ªa en una fotograf¨ªa que guardaban en un ropero; y de todo eso me acuerdo minuciosamente sin haberlo vivido m¨¢s que de lejos, en el bosque de mi infancia que quiz¨¢ por ello permanece intacto.
Dice Kawabata que en la cabeza del novelista Kasumi hay ¡°innumerables cosas que se han filtrado por las ranuras o rendijas de su memoria que fueron retenidas por otros como fragmentos de su propia memoria¡± y as¨ª hay paisajes intactos y p¨¦talos marchitos que conservo como memoria aunque sean recuerdos ajenos y tambi¨¦n heridas o hechos que se han vuelto propios por evocaciones de los dem¨¢s. La ronda de las generaciones es una noria que se engrasa con la memoria revolvente que comparten las palabras sin importar el idioma o el cuento que narra sin aviso y sin remedio la dama que fue doncella de un pasado siempre remoto que parece esfumarse como nube, quiz¨¢ sin merecer olvido, aunque la ciudad de Yumiura no conste en mapas trazados desde el espacio en Google ni en la delicada cartograf¨ªa de todos los siglos pasados.
Babelia
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