La pasi¨®n fr¨ªa
Amelia Valc¨¢rcel asume el desaf¨ªo que supone escribir un libro de ensayos sobre el bien y el mal, sobre las pasiones, que lo queramos o no siguen dirigiendo el destino del mundo
Que en pleno siglo XXI aparezca un libro sobre las pasiones, asunto medular de la filosof¨ªa (entretenida demasiado tiempo con la cr¨ªtica, la queja existencialista y el an¨¢lisis ling¨¹¨ªstico), no deja de ser una buena noticia para aquellos que, en un mundo dominado por la t¨¦cnica, luchan por revitalizar las humanidades. Los siete ensayos que Amelia Valc¨¢rcel re¨²ne en este volumen muestran toda una serie de motivos lo suficientemente atractivos como para que valga la pena revisitarlos, desde los antiguos pirr¨®nicos o los c¨ªnicos de la secta del perro, hasta arquetipos modernos como el hip¨®crita de Moli¨¨re, el Diderot descre¨ªdo, Lolita o el mejor Nietzsche. La fil¨®sofa encara pasiones como la envidia, motor del descontento social, con solvencia y sin tapujos, pero tambi¨¦n la verdad y la mentira, la obscenidad, la violencia o la picaresca. Entre medias, algunas penetrantes intuiciones, como un breve an¨¢lisis de las fortalezas y flaquezas del pope del pensamiento ¨¦tico, J¨¹rgen Habermas, del que hemos aprendido que la moral es una teor¨ªa com¨²n, que vamos haciendo entre todos y que nadie puede reclamar para s¨ª solo. Aunque sepamos que esa construcci¨®n colectiva no ha sido el resultado de un di¨¢logo o de alg¨²n tipo de argumentaci¨®n, sino que procede de mitos y textos sagrados.
Desde que Richard Rorty desmontara la idea de la verdad como correspondencia nos hemos ido aproximando al mundo de las versiones. Mientras tanto, la vieja querella entre el poder de la palabra y la palabra de poder, entre el poeta y el Estado, ha tomado derroteros impredecibles (sobredimensionados por interminables r¨¦plicas, zascas o likes). Ya no sirve explicar el ¨¦xito de la ciencia diciendo que ¡°se ajusta al mundo¡± o el ¨¦xito de una filosof¨ªa diciendo que ¡°capta la verdad la naturaleza humana¡±, pues hablar de correspondencia es suponer una naturaleza intr¨ªnseca en las cosas que sabemos que no tienen. Ante semejante encrucijada, Valc¨¢rcel asume el desaf¨ªo que supone escribir un libro sobre el bien y el mal, sobre las pasiones, que, lo queramos o no, siguen dirigiendo el destino del mundo (mucho m¨¢s que los algoritmos, la econom¨ªa o la alta pol¨ªtica, que siempre vienen despu¨¦s), como hicieron en tiempos Hume o Spinoza. Y utilizo la palabra ¡°desaf¨ªo¡± porque, al deshacernos de la naturaleza intr¨ªnseca, nos est¨¢ prohibido (y Valc¨¢rcel lo sabe) abogar por una naturaleza extr¨ªnseca, como si la verdad estuviera ah¨ª fuera, esperando que la descubri¨¦ramos. Pese a estos antecedentes, la naturaleza de la verdad no es un tema infructuoso, ni exento de actualidad (ahora que prolifera la posverdad) y nada mejor para abordarlo que el Nietzsche anal¨ªtico, que se atrevi¨® a definirla como un ¡°ej¨¦rcito m¨®vil de met¨¢foras¡±. La verdad es peligrosa si olvida esa condici¨®n. Ser veraz consiste a veces en mentir con uniforme o utilizar met¨¢foras al uso, apelando al derecho jer¨¢rquico a la verdad que, de un modo muy hegeliano, ejercen las instituciones (cuya verdad niega la del sujeto).
Hay vicios que no existen fuera de lo social: el hip¨®crita necesita un auditorio. Los bellos malvados, los envidiosos y los envidiables, los que disfrazan la envidia de noble emulaci¨®n, los capaces de neutralizarla mediante el amor fati, todos ellos se dan cita aqu¨ª. El liberalismo estimula la emulaci¨®n pero da carta de ciudadan¨ªa a la envidia ¡°sana¡±. A la vida pol¨ªtica le ocurre a veces lo que al pensamiento, cuando irrumpe una nueva corriente lo hace con un nuevo vocabulario y nuevas met¨¢foras, un l¨¦xico incipiente y prometedor para el cual el l¨¦xico anterior resulta un estorbo. De modo que dejan de existir criterios comunes entre el nuevo y el viejo vocabulario, que puedan validar uno y rechazar el otro por inconsistente. Cualquiera que haya seguido un debate parlamentario sabe que cada nueva escenificaci¨®n de posiciones confirma la certeza de Emerson: ¡°nadie convence a nadie de nada¡±. No se argumenta, se escenifica, y en esos simulacros de debate m¨¢s vale ¡°preparar un buen par de zascas para reforzar a la propia hinchada¡±, que un s¨®lido argumento.
Desde Plat¨®n sabemos que las cosas viles no pueden ser objeto de contemplaci¨®n, pero la moral y la ¨¦tica moderna parecen exigirlo. El consejo de Spinoza, la ¡°no resistencia directa al mal¡±, se encuentra ya m¨¢s cerca de la antig¨¹edad que de nosotros. Y sin embargo, el sefard¨ª acu?¨® la mejor definici¨®n de raz¨®n que ha dado la historia de la filosof¨ªa. Bien mirado, la raz¨®n poco tiene que ver con la inferencia (un burro o un mono pueden hacerlas), y menos con el algoritmo y el c¨¢lculo (al alcance de un amasijo de silicio, cobre y circuitos integrados). La raz¨®n, como vieron los grandes humanistas, desde los estoicos a Hume, no es ni m¨¢s ni menos que ¡°la armon¨ªa de las pasiones¡± y este libro indaga en la pregunta ineludible que suscita esa definici¨®n: ?es posible un estudio desapasionado de las pasiones?
Hay pasiones fervorosas como la fe y fr¨ªas como el escepticismo. Pero en general la pasi¨®n es ardor. Los esc¨¦pticos sosten¨ªan que los dioses probablemente no existen y que las cosas no tienen finalidad. Ante esa situaci¨®n lo mejor era llevar una vida sin sobresaltos. Pero las pasiones fr¨ªas suelen esconder sentimientos no tan fr¨ªos, como la autodefensa o el miedo al desenga?o. Otro asunto ser¨ªa abordar las jurisdicciones ¨¦ticas, lo que libera y lo que ata (en lugar del bien y el mal), que ser¨ªa la aproximaci¨®n india. Pero aqu¨ª el objetivo es otro: ¡°exponer los tesoros de la Dama envidia¡±, o de pasiones como la ira y la violencia, a fin de que, contempl¨¢ndolos, ¡°aprendamos algunas sencillas verdades sobre nosotros mismos¡±.
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Autor: Amelia Valc¨¢rcel.
Editorial: Saltadera (2018).
Formato: tapa blanda (208 p¨¢ginas).
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