Un gato no es un zapato
Un actor diferente interpreta cada noche sin conocer su papel al coprotagonista de ¡®Un roble¡¯, una funci¨®n de Tim Crouch revestida de importancia
Una obra teatral referida a una pieza de un artista pl¨¢stico. El arte, revolvi¨¦ndose sobre s¨ª mismo hasta morderse la cola. Un roble (1973), de Michael Craig-Martin, alegor¨ªa de la transubstanciaci¨®n exhibida por vez primera en la Rowan Gallery de Londres, ha inspirado un espect¨¢culo hom¨®nimo en el cual Tim Crouch, su art¨ªfice, encarna a un hipnotizador mientras un int¨¦rprete invitado distinto cada noche hace el papel de padre doliente tras el atropello mortal sufrido por su hija tres meses atr¨¢s. Luis Sorolla, responsable de la versi¨®n en castellano, interpreta al hipnotizador en la puesta en escena estrenada en el Teatro Pav¨®n de Madrid.
El roble de Craig-Martin, que forma parte desde 1974 de la exposici¨®n permanente de la National Gallery of Australia, consiste en un vaso con agua sobre un estante sujeto a una pared a m¨¢s de medio metro sobre las cabezas de los visitantes y en un cartelito anejo donde se explica por extenso que el vaso fue transformado en ¨¢rbol por el artista, sin variar su aspecto de pieza de vajilla monda y lironda. Igual que el sacerdote durante la eucarist¨ªa dice convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, sin que la ostia adopte por ello textura c¨¢rnica ni en el moscatel aparezcan gl¨®bulos rojos, Craig-Martin asegura que el vaso de Duralex y el agua en ¨¦l contenida son madera y savia del ¨¢rbol sagrado de los druidas.
La pieza minimalista y conceptual de Craig-Martin puso en su d¨ªa sobre el tapete la cuesti¨®n del arte como dogma de fe. La obra art¨ªstica toca el alma del espectador o no la toca: no cabe explicarla, porque de hacerlo perder¨ªa su gracia, como la pierden los chistes cuando se desmenuzan. El p¨²blico de Un roble en la Rowan se dividi¨® entre quienes dieron cr¨¦dito a la reflexi¨®n que el artista propon¨ªa impl¨ªcitamente y los esc¨¦pticos, desconfiados de un arte cuya comprensi¨®n requiere de aclaraciones, programas de mano y entrevistas con el autor.
En busca de verdad o de una verdad art¨ªstica, Tim Crouch escribi¨® Un roble para ser escenificada por ¨¦l mismo y por un actor distinto cada noche, con el cual no se habr¨¢ reunido hasta una hora antes de empezar la representaci¨®n, sin que sepa nada de ella ni conozca su texto. En su transcurso, Crouch (Luis Sorolla en el montaje espa?ol) le sopla sus parlamentos cual apuntador, ora en escena ora por un pinganillo, o se los da a leer, porque la obra est¨¢ escrita de cabo a rabo y deja poco sitio para improvisaciones: cualquier actor improvisa mejor cuando conoce el texto de memoria o cuando se le deja invent¨¢rselo sobre la marcha, pues desconocerlo no le exime en este caso de tener que decirlo al dictado, la situaci¨®n menos inductora de la espontaneidad que imaginar cabe.
En Un roble todo se racionaliza: la descripci¨®n inicial prolija que Crouch hace de la obra original de Craig-Martin, las copiosas instrucciones que, por boca de Sorolla, el autor int¨¦rprete ofrece para que el comediante invitado sepa a qu¨¦ atenerse en cada momento, puesto que no se le permite actuar por su cuenta; la metateatralidad del argumento, la rebuscada equivalencia entre lo que el protagonista de ficci¨®n vive y lo que el artista pl¨¢stico irland¨¦s plantea¡
Durante su actuaci¨®n, Luis Sorolla se dirige al p¨²blico con la naturalidad de quien est¨¢ como Pedro por su casa, pero con aton¨ªa sopesada y un asomo de suficiencia que intelectualizan m¨¢s todav¨ªa un texto que no acaba de arrancar debido al n¨²mero infinito de indicaciones dadas por su personaje al actor invitado, la repetici¨®n de textos en boca de ambos y los par¨¦ntesis abiertos. Qu¨¦ lejos queda esta funci¨®n revestida de importancia de Org¨ªame, pieza para habitaciones de hotel en la cual Santi Senso crea momentos de verdad turbadora con la colaboraci¨®n de uno o dos actores diferentes cada d¨ªa, conocedores de su texto pero no de lo que va a suceder. Cierto que Un roble es seis a?os anterior a Org¨ªame, pero a nosotros nos llega despu¨¦s.
Afirma Crouch que la funci¨®n es improvisada aunque el texto no lo sea, pero en verdad poco margen deja para la repentizaci¨®n, arte puesto en valor con fundamento mayor en los espect¨¢culos de Impreb¨¬s, en los ensayos abiertos a p¨²blico de una funci¨®n cualquiera y en los n¨²meros de hipnosis, donde se pone en marcha el yo narcisista e histri¨®n de los espectadores que se prestan al juego sin que quienes permanecen en sus butacas se aperciban de lo que en realidad sucede.
Nacho S¨¢nchez, actor invitado, se comprometi¨® de veras con cuanto Sorolla le propuso y sorprendi¨® a todos con su virtuosismo para mimar un concierto de piano. Tan concentrado estuvo en desempe?ar su papel, que no se dio cuenta de que a veces no le escuchaba ni el cuello de su camisa. Parecieron de cosecha propia sus respuestas a las preguntas que su antagonista le hizo en la escena metateatralmente mejor conseguida.
Durante un coloquio que super¨® a la funci¨®n en inter¨¦s, parte del p¨²blico se llev¨® una sorpresa: resulta que otra buena parte de los espectadores andaba convencida de que Nacho S¨¢nchez, sentado al principio en la platea, era uno m¨¢s de entre ellos, escogido por Sorolla al azar.
Un roble.?Autor: Tim Crouch. Traducci¨®n: Luis Sorolla. Int¨¦rpretes: L. Sorolla y un actor invitado diferente en cada funci¨®n. Direcci¨®n: Carlos Tu?¨®n. Madrid. Teatro Pav¨®n Kamikaze, hasta el 17 de diciembre.
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