Los ¡®chalecos amarillos¡¯ exigen al sector cultural que les ayude
El mundo de las artes se resiste a dar su respaldo porque el 42% de los que protestan admite apoyar a Marine Le Pen
La crisis social que Francia ha vivido este oto?o es tambi¨¦n, o sobre todo, una crisis cultural. La protagonizan segmentos de la poblaci¨®n que residen en geograf¨ªas distintas, que tienen h¨¢bitos de consumo diferentes y que cuentan con un acceso a la educaci¨®n a varias velocidades. Quienes se sienten v¨ªctimas de esa segregaci¨®n invisible, aunque con efectos muy claros en la vida diaria, ya no solo protestan en las rotondas. Han trasladado su lucha al sector cultural, como demuestran dos escenas presenciadas en los ¨²ltimos d¨ªas.
La primera tuvo lugar el viernes pasado en las afueras de Besan?on, en el deprimido extremo este del pa¨ªs, donde un grupo de chalecos amarillos se enfrent¨® al actor Franck Dubosc en el exterior de la sala donde iba a representar su nuevo espect¨¢culo c¨®mico. Acudieron a pedirle ¡°un gesto de los artistas¡±: la creaci¨®n de ¡°un fondo com¨²n¡± que les ayude a sufragar las multas recibidas por miembros del movimiento durante las protestas de las ¨²ltimas semanas. ¡°Queremos un compromiso¡±, le exigieron. Dubosc hab¨ªa apoyado a los chalecos amarillos en un primer momento, antes de tomar distancia frente a la deriva violenta de su movilizaci¨®n. El actor les escuch¨® con una sonrisa y dijo tener conciencia de la gravedad de su situaci¨®n, pese a ser ¡°un privilegiado¡±. Pero luego no se moj¨®. ¡°Es dif¨ªcil dar dinero a todo el mundo¡±, respondi¨®. ¡°Nuestro oficio no es la pol¨ªtica. Yo soy un payaso¡±.
El domingo por la noche, un segundo suceso tuvo lugar en Par¨ªs, donde entre 200 y 300 inmigrantes sin papeles intentaron acceder a la sede de la Com¨¦die Fran?aise, el gran teatro p¨²blico fundado en 1680 en el centro de la capital, durante la representaci¨®n de una obra de Victor Hugo. Si se presentaron a ese templo de la alta cultura fue para pedirle al administrador del teatro, ?ric Ruf, que les ayudara a regularizar su situaci¨®n. ¡°Que contacte con su ministerio de tutela para obtener una cita con Christophe Castaner, el ministro de Interior. Nuestro objetivo: papeles y viviendas para todos y todas los ocupantes¡±, expresaba el comunicado difundido por el colectivo que organiz¨® la protesta, La Chapelle Debout, as¨ª llamado por el barrio del norte de Par¨ªs donde se concentran muchos migrantes. La polic¨ªa antidisturbios no tard¨® en desalojarlos con gases lacrim¨®genos.
?Por qu¨¦ piden cuentas los excluidos al sector cultural? Tal vez porque no entienden el silencio de un colectivo que, en el pasado, nunca dud¨® en defender a los desfavorecidos. La diferencia, esta vez, es que los manifestantes no pertenecen necesariamente a su misma familia pol¨ªtica (el 42% de los chalecos amarillos apoyan al Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, seg¨²n un sondeo Elabe publicado a comienzos de este mes). ¡°Estoy impactada por el silencio y la cautela de los artistas e intelectuales, que desconf¨ªan de ellos y los menosprecian¡±, expres¨® la escritora Annie Ernaux, autora de libros como Los a?os o el reciente Memoria de chica, al semanario T¨¦l¨¦rama. ¡°Lo que les desconcierta es que este movimiento de reivindicaci¨®n no surge de la poblaci¨®n parisina, cultivada, enterada y politizada, con convicciones de izquierda¡±, a?adi¨® Ernaux, una de las pocas que defendi¨® al movimiento desde la primera semana.
Los chalecos amarillos han contado con escasos apoyos en el mundo de la cultura, exceptuando a una minor¨ªa de ¨ªdolos populares, como la actriz Brigitte Bardot, conocida por sus filias ultraderechistas, pero tambi¨¦n el cantante Michel Polnareff o el m¨²sico Jean-Michel Jarre. En el otro extremo del espectro, han contado con la ayuda de algunos escritores en la ¨®rbita de Pierre Bourdieu, cuyas tesis sobre la desigualdad social siguen empapando el clima intelectual de la Francia de hoy.
El principal es ?douard Louis, el jovenc¨ªsimo escritor convertido en fen¨®meno internacional gracias al relato autobiogr¨¢fico Para acabar con Eddy Bellegueule, que se ha significado repetidamente por los chalecos amarillos, frente a la incomprensi¨®n y las cr¨ªticas de muchos. ¡°Crec¨ª en una familia de siete y ten¨ªamos que vivir con 700 euros al mes. Cinco ni?os y dos adultos. Tal vez debes venir de ese mundo para reconocerlo¡±, dijo a The New Yorker. ¡°A la hora de votar, gente como mi padre y mi madre dudaban entre la extrema derecha y la izquierda. Nunca por los partidos de derecha cl¨¢sica, porque eran el s¨ªmbolo de la burgues¨ªa dominante¡±. En ese espacio entre campos ideol¨®gicos opuestos se sit¨²a esta insurrecci¨®n.
Otra voz de apoyo ha sido la del director St¨¦phane Briz¨¦, responsable de pel¨ªculas como La ley del mercado o la reciente En guerre, que vaticin¨® el conflicto entre clases sociales que se ha acabado produciendo. ¡°Yo vengo de ese mundo, al que se obliga a callarse y a contentarse con lo que tiene. Es decir, con las migas del neoliberalismo. Ese mundo est¨¢ diciendo hoy, en la calle, que ya no puede m¨¢s¡±, explica Briz¨¦.
La pregunta es si el propio sistema cultural franc¨¦s, con una oferta polarizada entre un elitismo extremo y el mero entretenimiento con poca altura de miras, no es corresponsable de esta fractura. Francia se gasta 14.000 millones anuales en la promoci¨®n de la cultura, si sumamos el presupuesto del Gobierno franc¨¦s y el de las administraciones locales, pero gran parte de la poblaci¨®n se siente totalmente desconectada de esa cultura institucional.
En la Francia de los ochenta, las pol¨ªticas de mediaci¨®n cultural popularizaron el t¨¦rmino de publics emp¨ºch¨¦s (¡°p¨²blico impedido¡±) para designar a quienes no ten¨ªan acceso a ella: los enfermos y pacientes hospitalizados, las personas con discapacidad o los presos, entre otros grupos. Hoy la etiqueta tambi¨¦n se usa para designar a los excluidos por esa oferta oficial. ¡°Que esos dos mundos culturales se ignoran es algo que sabemos desde hace lustros, pero con los chalecos amarillos esa brecha ha salido a la luz¡±, rezaba hace unos d¨ªas un editorial de Le Monde.
Emmanuel Macron se guarda un as en la manga: el nuevo pase cultural que regalar¨¢ 500 euros a cada joven franc¨¦s de 18 a?os para que se los gaste en productos o actividades culturales. La iniciativa, que tiene un presupuesto anual de m¨¢s de 400 millones de euros, se empezar¨¢ a experimentar en febrero de 2019 en cinco departamentos franceses. Aunque muchos ya dudan de su efectividad: la medida est¨¢ inspirada en la que puso en marcha Matteo Renzi en Italia con abundantes problemas, como el mercado negro que origin¨® o el hecho de que un 40% del medio mill¨®n de j¨®venes que ten¨ªan derecho a ¨¦l ni siquiera lo fueron a recoger. La crisis social que Francia ha vivido es tambi¨¦n, o sobre todo, una crisis europea.
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